Thursday, September 27, 2018

Absolución


JORGE MUZAM

Anochece octubre. La última noche. La lluvia que no cesa. El cementerio es territorio filosófico, memoria inflacionada con nudos en la garganta. Los espíritus de las matriarcas esperan su visita anual vestidos de ilusión. Los viejos inmortales de poncho humedecido se confunden con el vaho del crepúsculo primaveral, con el rumor del viento norte atravesando los cedros. Crepitan las gotas de lluvia en las hojas del castaño. Los chilcos danzan en el aire como veteranos del Bolshoi. Rechina el viejo portón de hierro. Alguien quiere que entres o te vayas. Esperamos el carromato de Mozart en esta ensaladera de cruces carcomidas. Al menos para agradecer su Réquiem incompleto. Para tararear con voz alcohólica los sones de la marcha final. Estamos en paz. La absolución para tanto pecado imaginario la dará Onfray. La teoría de la relatividad de la vida nos espera en casa. 

_____
De CUADERNOS DE LA IRA (blog del autor), 10/2018

Sunday, September 23, 2018

Perdidos en el bosque


JULIA GONZÁLEZ CALDERÓN

Primo Levi se perdió una vez en un bosque en Rusia, según cuenta en La tregua. Estaba alojado en un campo de refugiados en territorio ruso a la espera de que lo movilizaran para regresar a su casa. Habían pasado ya algunos meses desde la liberación de Auschwitz, y había ganado peso y salud, pero moderadamente: muchos meses más tarde llegó por fin a su casa en Turín. Su madre, que abrió la puerta, no lo reconoció.

Entonces Levi está dando un paseo por el bosque, hasta que decide volver al campamento. Duda: ¿cuál es el camino? Toma una dirección, pero no está seguro. ¿No se estará alejando? Mira a su alrededor, y nada le indica la senda correcta. Con un leve pálpito, reconoce ante sí mismo que se ha perdido, y que no sabe volver. Observa la luz vespertina bajar y suda: ¿ha sobrevivido al Holocausto para morir de frío perdido en un bosque ruso? Primo Levi pertenece al afortunado cinco por ciento de prisioneros que entraron en el tristemente célebre campo de concentración nazi polaco y salió con vida. ¿Cómo puede el destino reírse de él con tanta crueldad? ¿Ha esquivado a la muerte por hambre, por agotamiento, al suicidio, al asesinato, a las cámaras de gas, al trabajo forzado y a la escarlatina (que, paradójicamente, le salvó la vida al permitirle estar ingresado en la enfermería y ser abandonado allí cuando los alemanes iniciaron las Marchas de la Muerte hacia el Mar del Norte) para perecer miserablemente en ese bosque? No, no: Levi acaba encontrando el camino al campamento.

Algo parecido le ocurre a la escritora y artista iraní Marjane Satrapi en Persépolis. De adolescente, su familia la manda a estudiar a Viena para alejarla del conflicto y la violencia en Irán. Allí, se enamora y, oh sorpresa, la cosa no sale bien: su novio la engaña con otra chica. Satrapi, con el corazón roto por primera vez en su vida y lejos de todos sus seres queridos, cae en una depresión que la lleva a vivir en la calle. Acaba ingresada en el hospital con una pulmonía, y se pregunta: ¿he sobrevivido a la guerra para morir por un chico que me ha engañado? Satrapi, como Levi, acaba saliendo de su propio bosque, rumbo también a casa.

Os cuento estas dos historias porque quizás alguno de vosotros/as esté perdido en el bosque ahora mismo. Habéis sobrevivido, como todo el mundo, a tragedias personales más grandes o pequeñas: habéis sobrevivido, por ejemplo, al acoso escolar, al abuso sexual, al maltrato, a una relación tóxica, a la soledad, al fracaso, a la enfermedad y a la enfermedad mental, al divorcio, a la pérdida irremediable y temprana de un ser querido... Se os han quemado cosas en el fuego, y seguisteis adelante. Y con esto os quiero decir que, aunque estéis perdidos hoy en el bosque, pronto reconoceréis el camino de vuelta a casa (o, al menos, a un campamento temporal), porque, como Levi y como Satrapi habéis sobrevivido a peores lances y, como ellos, sobreviréis a más.

Foto: es una imagen de Persépolis que he sacado de aquí. La mujer que aparece en ella es la propia Satrapi.

_____
De NINGÚN LUGAR SAGRADO (blog de la autora), 23/09/2018


Patria


MAURICIO RODRÍGUEZ MEDRANO

Definición: 1. País o lugar en el que se ha nacido o al que se pertenece por vínculos históricos o jurídicos, o 2. Lugar o comunidad con la que una persona se siente vinculada o identificada por razones afectivas, o suena a alguna canción de Serrat. O tal vez es el recuerdo de una tierra que jamás fue de alguien.
 
Fernando Aramburu también se pregunta, en clave de novela, sobre lo que es la patria (un sustantivo lejano para quien no pertenece a ningún lado). Y lo hace demasiado bien. Y crea personajes inolvidables. 

Patria es una historia (o varias historias) sobre lo que causó ETA (Euskadi Ta Askatasuna), esa organización terrorista que dejó 829 muertos y más de 3.000 heridos.

1. “Fundada en 1958, durante la dictadura franquista, tras la expulsión de miembros de las juventudes del Partido Nacionalista Vasco, cometió su primera acción violenta en julio de 1961”.

2. “Tuvo como objetivos prioritarios la independencia de Euskal Herria de España y Francia, y la construcción de un Estado socialista; y para alcanzarlos utilizó el asesinato, el secuestro, el terrorismo y la extorsión económica tanto en España como, ocasionalmente, en Francia, en lo que denominaron ‘la lucha armada”.

Patria es la historia de dos familias amigas que se enemistaron en el surgimiento del ETA: la de Bittori (y el asesinato de su marido, Txato, y la cicatriz que jamás cerró después de su muerte); la de Miren (y la de sus hijos, en especial de su hijo Joxe Mari, que se convirtió en terrorista y fue quien disparo a quemarropa a Txato).

Aramburu no toma partido por ninguno de los bandos, como un buen novelista, y la historia no se queda en mero panfleto en contra de la organización terrorista. No le interesa hacer eso. Más bien, habla sobre las heridas que dejó el ETA en España y en cada uno de los involucrados, directos e indirectos. 

Patria también es la historia de la inutilidad humana, es la historia de lo vano de nuestras acciones frente el tiempo. 

Los hijos de Txato sufren su muerte como pueden. Nerea no asiste al funeral de su padre, en vez de ello, prefiere vivir amores pasajeros para sentirse viva. Su hijo mayor decide que el mayor castigo por la muerte de su padre es abandonar el amor. 

Los hijos de Miren se desbocan y caen en picada, cada año que pasa. Arantxa sufre un ictus y todo su cuerpo se queda como una maniquí descompuesto. Ella, que era muy hermosa, decide no mirarse durante mucho tiempo al espejo. 

Quien tal vez se salva, y es por amor, es su hijo Gorka, que se enamora de un radialista y cuando pueden casarse, lo hacen. A pesar de todo. A pesar de las muertes. A pesar de la patria.

Periodista – zion186@hotmail.com

_____
De OPINIÓN (Cochabamba), 23/09/2018

Friday, September 21, 2018

Libros de piel


PABLO CEREZAL

Leí hace tiempo, que se ha instalado, entre una considerable parte de la burguesía mundial, la costumbre de acumular libros que no se leerán, sólo por el placer de verlos en las estanterías, debidamente colocados por orden alfabético de autor, o título, colección, o color de la edición, vaya usté a saber. Dicen, los defensores de este nuevo despropósito generado por la carencia de impulsos vitales y el exceso de salario, que satisface estar rodeado de tanta sabiduría... a pesar de que ni vayan a hacer el intento de adquirirla. Ya saben, lo importante es pagar por algo, aunque luego no se sepa utilizarlo ni para qué sirve.

Tsundoku, lo han dado en llamar. Y hacen bien: el palabro de marras es japonés, y siempre queda bien hablar con tus coetáneos y explicarles que practicas el tsundoku, que lo aprendiste en tu reciente viaje al país del sol naciente, como hiciste años antes con el yoga, aprendido un poco más cerca pero, igualmente, en tierras orientales. Luego, ni te enteras de cómo funcionan los cuerpos de los yoguis, que viven sin celebrar brunch high tech en ningún bistrot de postín, ni de cómo los japoneses degluten sushi sobre cuerpos femeninos desnudos mientras una esclava disfrazada de geisha les sirve tacitas de sake y tú paseas las redes sociales reclamando la liberación femenina, porque da muy bien en ese mundo que no es el tuyo pero te proporciona una imagen que no te refleja pero te gana likes y cosas de esas. Porque tienes mucho mundo, que de eso se trata. Mundo pagado, adquirido. Y más si hablamos de libros, ahora que nadie los compra, porque tienen el mismo precio que un Gin Tonic aderezado con pepino y briznas de jengibre, que siempre aporta mucho más el pepino bien dispuesto que el pepinazo gramatical de un tipo que se encierra entre cuatro paredes a ver cómo le crece la barba y las ganas de ser autor reconocido.

Yo andaba esta noche mirando mi escueta y desordenada biblioteca. Y, ya ves, una cosa lleva a la otra, amor, y he acabado pensando en ti. Que hay vicios más persistentes que las letras. Pero lo he mezclado todo, y he recordado cómo escribía mi nombre, con grafía de saliva y esperma, sobre la página de tu piel, siempre dispuesta a ese blanco foto Weston sobre el que yo deseaba escanciar mi imbécil gama de grises, y en cómo el solar taquigráfico de tu piel era otro, otra piel, o eran muchas en las que quise, igualmente, dilapidar la falsa fama de mi firma tartamuda. Y es que tu piel son muchas, no te molestes, porque en todas he escrito mi nombre como si sólo fuesen el rebaño esquilado en que el ganadero imprime una propiedad apócrifa. Porque tú, como ellas, como todas, no me perteneces, por más que acumule palimpsestos de argucia lingual con la intención de humedecer mi memoria. Luego, húmeda, mojada, se deshilvana, como papel en agua tibia, y las letras quedan flotando en un galimatías de tinta sin sentido y orgasmo desbaratado.

Acuchillaba la noche mientras te acuchillaba la ingle en un suicidio de flores del mal que ningún mal hacían, salvo a los vecinos, escandalizados de gemidos color caverna y tictac de camastro mal engrasado, como adherido aún a ese cambio horario que ya nos quieren quitar, sin pensar en nuestras noches que, un día al año, se duplicaban de minutos con las manecillas del reloj emulando erecciones que ansiaban dar la razón a Nietzsche. Noches invertebradas como cuerpo de lagartija lúbrica e insomne, en que te daba vuelta sólo para mejor tallar en tu grupa la ordalía a hierro incandescente de mi nombre más imbécil.

Toda una vida acumulando volúmenes de piel, amor, ya ves, escribiendo en ellas la infamia de mi apellido mal escrito, sin pensar por un instante que quedó dando vueltas, acopio de sumidero, cuando la ducha matinal, y que ahora recorrerá mareas que, tal vez, por qué no, lleguen hasta el Japón encerradas en botellas de las que nunca llegué a beber: botellas de náufrago, ebriedad desperdiciada.

Pienso que escribo y que nadie me lee. Sueño con que algunos, al fin, compren mis libros, al menos para acumularlos en pilas que les pinten sonrisa de gato de Cheshire ante la evidencia de acumular mucha sabiduría. Y tal vez, ya ven, al fin, hagan bien. Porque más vale mantener cualquier libro mío sin abrir, por el simple placer de verlo intacto, que entrar a cuchillo entre sus páginas para desflorar una jungla de nada. Aseguro que, en lo que a ediciones cuidadas y vistosas se refiere, mis libros tienen su aquel. 

Así que hagamos tsundoku, seamos acumuladores de energía marchita, que esto ya lo aprendieron nuestros padres, vía la dialéctica mentirosa de los vendedores de enciclopedias que ellos nunca leerían pero que, a las malas, quedarían bien en la estantería del salón, para epatar a las visitas. Y es que la apariencia que puede proporcionar un pequeño capital (discúlpenme los "tsundokuistas" de turno) no hace falta irse hasta el Japón para aprenderla, para aprehenderla. Aquí, un servidor, sin ir más lejos, se jacta de las mujeres sobre cuya piel aprendió a balbucear líricas perversas que luego, pasado el tiempo, sólo darían en un volumen, el tuyo, amor, el que prefiero, aunque mi estantería carnal no impresione a las visitas.

_____
De POSTALES DESDE EL HAFA (blog del autor), 21/09/2018

Foto: Pablo Cerezal


“No soy un ‘negruras’, disfruto una barbaridad cada vez que saco un libro”


Una entrevista de FERNANDO F. GARAYOA | Fotografía Oskar Montero - Jueves, 13 de Septiembre de 2018

Pamplona- En esta ocasión, una imagen no vale más que mil palabras. En cuanto rascas un poco esa apariencia gruñona, más bien cariacontecida, aparece el auténtico Miguel Sánchez-Ostiz: socarrón, pícaro, conversador nato, con cientos de citas, escritores y libros almacenados en su disco duro que va soltando como quien no quiere la cosa, pero siempre de manera atinada, certera.

Diablada, su última novela, da pie a preguntar al autor por algunas cuestiones un punto más personales, que no rehuye y, de hecho, utiliza para echar por tierra más de una leyenda negra...

¿Cómo es Miguel Sánchez-Ostiz y cómo cree que le ven los demás?
-Esto es complicado, porque depende quién te vea... si son los amigos o la gente que no te puede ver. Evidentemente, en la profesión que yo tengo hay personas que tienen simpatía y otras que no te la tienen...

Centrémoslo en cómo cree que le ven los lectores.
-Unos te ven como una persona divertida y otros como un ogro.
Y usted, ¿cómo se ve a sí mismo?

-A ratos, a corronchos... Como todo el mundo. Unas veces con buen humor y otras con humor perro; unas veces arriba y otras abajo. Esas cosas de los ciclotímicos, que supongo que seré... Y digo supongo porque no sé si lo soy... todavía. Con los años, te ves con incredulidad.

¿Por qué?
-Primero, por haber llegado a la edad que tienes. Segundo, por haber escrito lo que has escrito... Pensando eso de “esto lo he escrito yo”, que es una frase muy dramática pero no es mía, ya que, por fortuna, no me ha pasado eso. Es de Alfonso Grosso, al que internaron en un sanatorio porque había perdido la chaveta. Le grabaron para un programa de televisión, en el jardín del centro, con un libro suyo en la mano, y comentó: “Dicen que esto lo he escrito yo”. Para un escritor, perder la cabeza es un asunto muy gordo, terrible.

¿Algo a lo que le tiene miedo?
-No le tengo miedo porque no he pensado mucho en ello. Y eso que leí dos libros terribles. Uno sobre Iris Murdoch, novelista inglesa que falleció de alzhéimer. Su marido, el también escritor John Bayley, publicó, primero, un libro sobre la enfermedad de su mujer y, posteriormente, escribió otro sobre su propio alzhéimer. Iris Murdoch se dio cuenta un día, escribiendo una novela, que empezaban a no venirle las palabras; ella sabía lo que quería decir pero no era capaz de plasmarlo. Eso, para un escritor, es el mayor drama que le puede llegar, el perder las palabras.

¿Hasta qué punto hay que concederle importancia, en la sociedad actual, a esa biografía que los demás hacen de uno?
-Poca, poca importancia. Es pura vanidad... pienso en aquella frase que decían: “Pero, ¿y la honrilla?” (risas). Efectivamente, con eso no vas a ningún lado. Lo más gordo que puede estar pasando es que quienes de verdad somos se difumina, sobre todo en alguien público, ya que cuenta mucho más la leyenda aplaudida que lo real; todo esto que se dice de la posverdad o la mentira aplaudida que se convierte en una verdad. A ti te echan una leyenda negra encima y ya puedes cantar misa gregoriana a cuatro voces, como si fueras un ventrílocuo, que de ogro, o como dicen por ahí ¡el demonio!, no sales.

Precisamente, uno de los protagonistas se refiere a esas leyendas “que ocultan más que muestran”.
-Sí, en el caso de este personaje desdoblado en dos escritores neonuar, que hay que escribirlo como suena en castellano, nada de francés, es un tipo que ha tenido una vida atropellada, que las ha hecho de todos los colores pero al que el personal le ha puesto encima el doble de lo que ha hecho, por lo que vive aplastado por esas leyendas que le han hundido, ya que era como estos escritores que están saliendo ahora en España, que son personajes públicos más que escritores... El escritor de gabinete ahora no interesa a nadie, tiene que hacer algo de teatro, o comprarse un castillo medieval con unicornios... ¡A un escritor montado en un unicornio ya no hay quién lo venza, ya es la monda! El escritor tiene que ser hoy actor de sí mismo; el que se mete en su casa y saca sus invenciones y novelas vende muy poco. Y el escritor en el campo, nada, si lo sabré yo (y esboza esa sonrisa pícara que conquista sin paliativos).

¿Qué retrato le gustaría dejar a Miguel Sánchez-Ostiz?
-El de alguien divertido, pero me temo que no... Y eso que la gente que me conoce en privado se ríe mucho, pero, por lo visto, en público se ríe menos. La verdad es que hay que ir pensando en este asunto de la posteridad porque empezamos escribiendo en los periódicos sábana, con tres o cuatro folios por página, pero aquello no lo leía nadie y de ahí pasamos al texto breve y luego a las diez líneas hasta llegar al momento actual, con el aforismo... Al final terminaremos convirtiéndonos en escritores de epitafios. Por eso creo que hay que ir preocupándose de la posteridad escribiendo el propio epitafio, como el director Edgar Neville, que dejó dicho aquello de “por fin en los huesos”, porque estaba gordísimo.

En esta novela, uno puede descubrir unas cuantas referencias, historias o actitudes que rezuman a Miguel Sánchez-Ostiz por todos los renglones. Por ejemplo, ¿tiene mucho o parte de ese Mateo Alemán que quiso pasar lo últimos de su vida lejos de España, con la idea, quizá utópica, de vivir mejor que aquí?
-Sí... La verdad es que cuando me encontré con esa historia, hace unos años, me gustó mucho. La idea esta de Mateo Alemán de “yo de aquí me iría”, que es lo que más se ha oído en los últimos años. Se ha ido un montón de gente joven, en muy malas condiciones; aunque la inmensa mayoría de los que dice que se iría, no se van. Y, por otra parte, cuando te vas a un país como Bolivia, en el que puedes llegar a pensar “aquí podría vivir”, siempre fuera de los circuitos turísticos, se entiende, de repente te das cuenta de que empiezas a chocar con Inmigración, con papeles muy complicados de sacar; además de que, a partir de los 60 años, hay muchos países que no te admiten... para no cargar el sistema sanitario. Como digo, a un país no lo conoces hasta que no haces cola en Inmigración, es entonces cuando empiezas conocer la verdadera cara de ese lugar que tú pensabas que era un paraíso. Ese asunto de ciudadanos del mundo ya no me lo creo porque hacen falta pasaportes, papeles... Y a esto hay que sumarle también una xenofobia y un racismo de ida y vuelta en muchísimos sitios. No por fuerza estás sobre la tierra para ser bien visto...

¿Qué le sucede a Miguel Sánchez-Ostiz que, en el que casi sin duda es su mejor momento literario, no solo por lo prolífico, se muestra, al menos visto desde fuera, incapaz de disfrutar del mismo, atenazado por cuestiones exteriores que hunden sus raíces en el pasado, por “cabronadas” que son agua pasada?
-Esta parece una de esas preguntas que hacen en las conferencias (risas)... Eso no es así. Yo estoy disfrutando mucho de mi momento actual, estoy disfrutando como loco. Igual es que tengo cara de ogro y tengo que ponerme una careta (risas). Me siento muy dichoso y una persona muy afortunada, sin lugar a dudas. Disfruto una barbaridad cada vez que saco un libro con mis amigos, mi familia, mi gente... Como te decía, la gente que me conoce sabe que no soy un negruras ni me estoy quejando todo el rato de mi destino.

Y, sin embargo, en este libro se apunta a la escritura como “un oficio de tinieblas”.
-Tan de tinieblas no es porque los últimos libros que me están saliendo los he escrito a carcajadas. En muchas de sus páginas lo que he hecho ha sido trastocar episodios reales y vividos que son descacharrantes, y a poco que empujes se convierte en un delirio... es que vivimos en un delirio.

La novela arranca en la Expo del 92, con un episodio de bronca policial que ahora apenas nadie recuerda y que utiliza, sin cortarse, para hacer retratos sin pelos en la lengua, como la descripción de “Mister X, el morritos, que salió fumando puros y millonario en lugar de pagar”.
-Los dos personajes se conocen en aquella trapisonda del carajo que fue la Expo del 92, en el momento final del felipismo,a pocos años de que Aznar empezara con aquello de “váyase, señor González”. Pero no se puede ir más allá con ese personaje... Ahí es donde, por ejemplo, para mí la novela negra tiene un valor, el de contar cosas que no se pueden contar de otra manera. Anda que no hay trapisondas jurídico-policiales que no se pueden contar... porque te empapelan. Aunque dudo que se pudiera escribir una novela negra sobre el rey. Hay cosas que no se sabe si puedes escribir o no... Tanta prisa que tenían por derogar la Ley mordaza, parece que ahora ya no tienen tanta; a ver si va a pasar lo mismo con la reforma laboral y solo acaban haciendo unos ajustes... que no son nada. Por otra parte, ¿quién se acuerda que la Expo de Sevilla empezó a limpia hostia, con tiros incluso? Nadie.

En apenas unas páginas llegamos al ‘neonuar’, ese género al que ‘pertenecen’ los ‘dosenuno’ protagonistas de la novela y por el que parece mostrar una especie inquina...
-Que noooo, que no es inquina, eso es una leyenda. Efectivamente, es un género que está muy en boga. A mí me hubiera gustado escribir una novela negra, que era aquella, la de La sima... pero es que soy incapaz ya de escribir una novela, del género que sea. En el género policiaco social es de donde yo veo el neonuar; si tú coges las novelas de Andreu Martín de hace 25 años, verás cómo retrataba un mundo de corrupción que iba a salir a la luz unos años después. Hace tiempo que escribí en un artículo que de este mundo que vivimos solo iba a dar cuenta la novela negra. Eso sí, la novela negra que es un elogio del sistema, de la ley y del orden no me gusta una mierda.

Hace referencia también, en ‘Diablada’, a los tejemanejes de un premio literario llamado Pistola negra, un relato de ficción pero que casi podría ser la radiografía de unos cuantos galardones literarios de este planeta...
-Eso es una burla. Podría ser la descripción de algún premio literario pero también de muchos de diputaciones de por ahí, porque han abundado... Y los personajes que aparecen, también: los paganos de la farra, los que lavan dinero negro en galardones editoriales...

Volviendo a los dos protagonistas de la novela, a esas dos caras de la misma moneda, casi los define como un Sancho Panza y un Don Quijote.
-Sí, jugué con esa historia. Pero luego va y resulta que el que puede parecer más quijotesco es el que ejerce de Sancho Panza y viceversa. Esto parte de un ensayo, que no encontré, en el que Unamuno parece que decía que el boliviano era un personaje muy sanchopancesco mientras que el español era quijotesco, dos estereotipos que no creo que se den, porque, al final, todos tenemos algo de Quijote y de Sancho Panza.

Y, en el fondo, ¿todos pasamos muchos ratos en el Café Inbidia?
-Algún rato... Pero, ¡ojo!, ese café existe, está en la calle Goitia, al lado del Centro Universitario de La Paz.

Este es un libro muy de cafés y de clubes, como el Club del Recuerdo o de los Impostores o de la Melancolía...
-Aquel club... es una de la cosas más delirantes que me han pasado en la vida. Los que actuaban imitaban a cantantes famosos internacionales. Y el público... ahí nadie iba a volver a cumplir 50 tacos y vestían como moteros de los 60, con zamarras de cuero. Era una gente de delirio puro, se reunía todos los viernes a la noche, de farra... y no había manera de ir al baño, y eso que lo intenté varias veces (risas). Todo medio a oscuras... vamos, ni en una barraca de Sanfermines de los años 50, ¡qué historia!

Por estas páginas aparece también el mítico Balmoral, bar madrileño ya desaparecido al que hasta Loquillo le dedicó un disco...
-Ah, sí. Ni idea. En Baztan, ¿de qué te vas enterar? (risas). Era un bar de Madrid en el que no sonaba música, entre pijos del barrio de la Salamanca y gente de la Movida. Era de estas peñas tumultuarias del Madrid de los 80, de las que no me acuerdo muy bien.

Al final, ¿parece evidente, casi tópico, que la vida es un carnaval?
-Depende de cómo te la tomes, sí.

-Pero esta ‘Diablada’ va más allá de un mero carnaval...
-Hombre, muy bien no termina... pero no voy a hacer spoiler.“Eres más tonto que ser spoilerde ti mismo” (risas), creo que es una frase que sale por ahí. La Diablada es un baile carnavalesco, muy espectacular, que se da todos los años en el Carnaval de las minas de Oruro, y es boliviano. Y si los peruanos o chilenos quiere reñir diciendo que es de aquí o de allá, habrá que decir que es catalán medieval o valenciano tardío: es el baile catalán de los diablos. En la Diablada se representan los vicios y las virtudes, los ángeles y los demonios, todo con gran lujo de pólvora... realmente es algo que te deja boquiabierto. Ese desfile de ángeles y demonios, o de ángeles que son demonios y viceversa es con lo que yo he querido jugar en la novela... vicios y virtudes.

No hay nada más triste que morirse... y que a uno se le caduque el nicho.
-Es que caduca... y pasa de cuerpo mayor a cuerpo menor. Eso yo lo vi en Cochabamba, sacar el cuerpo mayor del nicho y reducirlo con una sierra hasta que cupiera en un cajita más pequeña. Fue un día que vi muchas cosas...

“Pasamos de los tres folios al texto breve, luego fueron 10 líneas y ahora es el aforismo... Acabaremos siendo escritores de epitafios”

“No por fuerza estás sobre la tierra para ser bien visto”

“El escritor, hoy, tiene que ser actor de sí mismo”

‘diablada’

Según el autor. “Lo de menos es que Diablada sea un duelo a muerte literaria -con la ficción biográfica como arma blanca de mucho filo-, entre dos escritores de novela negra (neo-noire), hoy tan de moda, ya maltrechos por la edad y por lo vivido y bebido, o una sucesión de episodios burlescos, tanto en el cruel y grotesco Madrid de la Busca que no cesa en tiempos neoliberales como en una Bolivia alegre, sórdida y tumultuaria. Lo que para mi cuenta son dos asuntos que creo tienen su importancia. Uno, el planteado por Max Aub en su biografía sobre Luis Buñuel acerca de quiénes somos de cara a los demás, y otro la posibilidad de cambiar de vida en el otoño de esta, tal y como hizo Mateo Alemán”.

_____
Del DIARIO DE NOTICIAS DE NAVARRA, 13/09/2018



Thursday, September 20, 2018

Ramón Acín


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Me acuerdo de aquel «erúdito» que en los ochenta no se atrevía a escribir que a Ramón Acín lo habían fusilado porque eso era conflictivo y echó mano del «a consecuencias de la Guerra Civil»... De aquellos polvos, el pozo negro rebosante que ha venido luego. 

LOS BUENOS VECINOS DE HUESCA
«¡Ay, Ramón Acín, fusilado y fusilada su mujer por culpa de sus buenos vecinos de Huesca!»
Max Aub, “La gallina ciega. Diario español”

La represión se había iniciado frenéticamente en la ciudad desde el mismo 19 de julio, pero la mayor impresión se hizo presente con el fusilamiento del artista y profesor anarcosindicalista Ramón Acín, hecho que tuvo lugar el 6 de agosto. Un detenido que no se anotó en registro alguno, ya que desde su casa pasó a la comisaría y de allí, tras ser brutalmente apaleado, al cementerio u otro lugar del entorno urbano, donde un tiro acabó con su vida.

La denuncia de alguno de los «buenos vecinos» del artista anarcosindicalista llevó a diario a la gran casa de la calle Las Cortes a policías y jóvenes joseantonianos deseosos de prender y acabar con uno de los más significados antifascistas de la ciudad. Acín y su compañero Juan Arnalda, zapatero e igualmente ácrata, se escondían en una suerte de zulo, un habitáculo oculto tras una enorme consola, pero desde allí podían escuchar cómo Conchita no solo era interrogada y amenazada, también golpeada delante de sus hijas Katia y Sol.

La situación se hacía cada vez más difícil y peligrosa, provocando además un sufrimiento insoportable para todos, de tal manera que Ramón determinó que Arnalda se pusiera a salvo y, si volvían a maltratar a Conchita, se entregaría. Juan Arnalda abandonó la casa en la penumbra de la llegada de la noche uno de los primeros días de agosto, llevaba ropajes que confundían su aspecto y no levantó las sospechas de los guardias. Llegó a la casa de sus suegros en la calle San Jorge y al día siguiente escapó de la ciudad escondido en un carro cargado de paja.

Pero Ramón no se dio esa oportunidad. El día 6 salió de su encierro, se encaró a los policías que apaleaban a Conchita y de este modo se entregó a una muerte segura. La reacción de Concha, desesperada al intuir la suerte de su marido, fue de una enorme agresividad verbal contra sus captores, de tal manera que también ella quedó detenida. Las hijas del matrimonio, Katia y Sol vivían con espanto la escena en el piso inferior, en la casa de su tía Enriqueta fallecida pocas semanas antes.

Ese mismo día de la detención, Katia y Sol contemplaron cómo policías y falangistas cargaban sus vehículos con libros, cuadros, objetos de todo tipo, documentos, muebles… El universo de intimidad, cultura y progreso de los Acín era esquilmado y la familia destruida por unos verdugos de codicia insaciable. Incluso Katia llegará a ser desposeída hasta de su nombre al final de la guerra y deberá adoptar el de Ana María, acorde con el imaginario nacionalcatólico.

Desde la Escuela Normal, el conserje del centro, casualmente, pudo ver a Ramón Acín cuando subía a un vehículo en la puerta de la comisaría. El aspecto del entrañable profesor de Dibujo no podía ser peor, probablemente habría sido sometido a un intenso y metódico interrogatorio en los calabozos policiales, donde las torturas y la brutalidad anunciaban los tiempos venideros. Los guardias celebraban de este modo la captura del gran enemigo del nuevo orden.

Murió en las tapias del cementerio, probablemente a manos de los jóvenes falangistas aplicados en la estremecedora «limpieza» de la ciudad, y fue enterrado en el cuadro número 1, de acuerdo con las anotaciones del conserje del recinto, Carlos Casales. Posteriormente fueron trasladados sus restos al lugar en el que se reuniría con Conchita, su inseparable compañera, abatida en el mismo escenario trágico el 23 de agosto.

_____
De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 06/08/2018


El impalpable fluir de la vida

ITALO CALVINO

En el siglo XVIII, Voltaire, partiendo de un total pesimismo objetivo, de una noción de naturaleza y de historia que no estaban iluminadas por el rayo de luz de alguna providencia, había sentado las bases para un optimismo subjetivo, confiado en las suertes de la batalla emprendida por la razón humana. Después de él, el pesimismo de las cosas corroe cada vez más los límites de este optimismo de la razón haciendo que la posición del hombre sea cada vez más precaria.

La derrota, la vanidad de la historia, la imposibilidad de comprender la vida dentro de un esquema racional, serán los motivos de fondo que dominarán en la gran narrativa de la mitad del siglo XIX en adelante, hasta llegar a nuestra época, en que la absurda atrocidad del mundo se convertirá en un punto de partida común para casi toda la literatura.

Es fácil interpretar esta parábola -desde el primer desbordamiento de energías humanas de los grandes escritores de las generaciones románticas hasta el sentido de inutilidad del todo que se extiende cada vez más- refiriéndose a la historia de una clase burguesa que va perdiendo el impulso inicial de su revolución económica y política y que ya no sabe expresar otras profecías más que las de su propia crisis. Pero esto nos limitaría a hacer una lectura achatada y sin sorpresas: el color de la concepción del mundo es casi siempre el del que los tiempos dan al escritor, pero sólo es un decorado, un escenario; lo que interesa es saber qué es lo que se le pide al hombre, y, partiendo de esto, qué fuerzas se demandan. Por lo demás, ni Stendhal, ni Pushkin ni Balzac, con toda su energía, eran optimistas; y de la misma forma queremos decir que también de los escritores más negativos y desolados se puede sacar una lección de firmeza y valor.

Es un hecho que cuando con Flaubert la literatura realista alcanza su cota máxima de fidelidad a los datos de la experiencia, el sentido que se desprende es el de la futilidad del todo. Tras haber acumulado minuciosos detalles y construido un cuadro de perfecta veracidad, Flaubert nos da en los nudillos mostrando que debajo está el vacío, que todo lo que ocurre no significa nada. Lo más terrible de esa gran novela que es La educación sentimental consiste en esto: durante centenares y centenares de páginas se ve transcurrir la vida privada de los personajes o la vida pública de Francia, hasta que se siente que todo se deshace entre los dedos como si fuera ceniza. Y hasta en Tolstói, el mayor realista que haya podido existir, hasta en Guerra y paz, el libro más plenamente realista que se haya escrito, ¿qué otra cosa es lo que realmente nos da ese soplo de inmensidad sino el pasar del charloteo de un salón principesco a las voces rotas de un campamento de soldados, como si estas palabras nos llegaran de otro planeta, a través del espacio, como un zumbido de abejas en una colmena vacía?

Vemos, pues que ya no son las acciones y las pasiones humanas la fuerza motriz de la narrativa, sino el impalpable fluir de la vida: los susurros y crujidos que se elevan en el límpido cielo entre las casas de los pescadores de Aci Trezza en la Malavoglia, o también el entrelazarse de los largos períodos de Proust, siguiendo el curso de las sensaciones, de los deseos: de las ansias perdidas, tratando de detener imágenes de rostros, de lugares y de días que tiemblan, se alargan y cambian de dimensión como el resplandor de la luz de una vela. En este fluir que es naturaleza e historia a la vez, la individualidad humana queda sumergida, pierde los contornos que la separan del mar del otro.

De: Naturaleza e historia en la novela

_____
De CALLE DEL ORCO, 22/07/2018

Imagen: Escena de Guerra y Paz, cine ruso (Bondarchuk)

Wednesday, September 19, 2018

No hay puertas, hay espejos

MAURIZIO BAGATIN

"Pero el peligro del odio es que, una vez que comienzas a cultivarlo, obtienes cien veces más de lo que esperabas. Una vez que comienzas, ya no paras. No conozco nada más difícil de controlar que el odio. Es más fácil dejar de beber que dejar de odiar… “- Philip Roth -

Esta es una arqueología del mal, un laberinto que nace bíblico y sigue, buscando en la oscuridad una posible luz, es Caronte que narra el dolor, la crueldad, la violencia y el horror. Hay un Mefistófeles en aquel espejo, son Isaac y Abraham, el Conde Ugolino y sus hijos, el coronel Kurtz y el Lord of the Flies, un Ícaro lejos del sol, una Ave Fénix rocambolesca… si abres la puerta, una matrioshka, un rompecabezas, una esfinge, un Pigmalión… es el Mito.

El mal: ¿dónde se genera, adonde está su origen - de un gen individual o de una genética colectiva - despreciando que hay la muerte?

"Habíamos visto la belleza / (un oriente en el corazón de las letras realizadas), / pero no pudimos encontrar una respuesta al mal / que pulsó en nosotros” (Martine Audet).

En esta tremenda novela el oxímoron perfecto es la muerte del alma: aquí no hay alma, aquí no hay muerte que no sea la muerte de toda la espiritualidad, de toda la esencia de lo humano. El carbono nos revela presencias antediluvianas del mal, la conciencia reconoce los dos dueños de nuestra vida: el dolor y el miedo. Toda la violencia es la violencia de la Historia, la violencia del paisaje, de su clima - el aire enrarecido - único, algo de bronce y algo de enfermo, unos kuchus predestinados, las banalidades de todos los males del hombre, un callejón sin salida ya… las heridas, luego, cicatrices hechas tatuajes como seres imaginarios - de una Divina Comedia o de Swedenborg - catapultados en la miseria del fin de la noche, mirando una alucinante metrópolis: La Paz.                     

“…y llega al Alto de La Paz, conmovido hasta el mayor extremo, en ese estado de gozo y exaltación que solo se alcanza cuando la naturaleza ha estrujado el corazón humano con su máximo poder” (José María Arguedas).  

¿Habrá un más allá? En este nonsense violento y claustrofóbico, hecho de canibalismo y perversiones, de morbosidades y fetichismo, de este gratuito tormento de todo lo humano, si tienen un alma, como recitaba Emily Dickinson, moriría más a menudo…     

En este quilombo no hay puertas: mañana ocultaremos nuestros pecados, ocultaremos nuestras culpas… nuestras barbaridades, nuestro atroz diario secreto.                                                     En este laberinto, ser escritor es ser artesano de la palabra… una mirada hacia el inmenso vacío, el solo verde de las canchas sintéticas de fútbol, los Aukis y el Apu… el viento que te acaricia cortando tus mejillas, más lejos las piedras del Mito profundo, con su sonido perfecto, con toda su violencia y toda su simbología inmovible. Esta es la verdadera obra de arte.  
                     
No hay puertas, hay espejos, dijo Octavio Paz. Mañana Where do the children play? Se preguntaba Cat Stevens…

Nota: soy un lector desordenado y pasional, tal vez un lector responsable; conozco a Daniel, bueno lo conozco a través de esta lectura, de sus visitas a la Llajta, a la ECO Feria y de unos sillpanchos y unas cuantas Huari compartidas en Cocha, su novela La puerta es - desde mi lectura - lo que han leído arriba… y mucho, muchísimo más, léanla y me avisan. Tal vez salgan vivos de la vida.
Septiembre 2018 

Tuesday, September 18, 2018

El éxito, según Stefan Zweig

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Semejante éxito público se prestaba peligrosamente a desconcertar a alguien que antes había creído más en sus buenos propósitos que en sus capacidades y en la eficacia de sus trabajos. Mirándolo bien, toda forma de publicidad significa un estorbo en el equilibrio natural del hombre. En una situación normal el nombre de una persona no es sino la capa que envuelve el cigarro: una placa de identidad, un objeto externo, casi insignificante, pegado al sujeto real, el auténtico, con no demasiada fuerza. En caso de éxito, ese nombre, por decirlo así, se hincha. Se despega de la persona que lo lleva y se convierte en una fuerza, un poder, algo independiente, una mercancía, un capital y, por otro lado, de rebote, en una fuerza interior que empieza a influir, dominar y transformar a la persona. Las naturalezas felices, arrogantes, suelen identificarse inconscientemente con el efecto que producen en los demás. Un título, un cargo, una condecoración y, sobre todo, la publicidad de su nombre pueden originar en ellos una mayor seguridad, un amor propio más acentuado y llevarlos al convencimiento de que les corresponde un puesto especial e importante en la sociedad, en el Estado y en la época, y se hinchan para alcanzar con su persona el volumen que les correspondería de acuerdo con el eco que tienen externamente. Pero el que desconfía de sí mismo por naturaleza considera el éxito externo como una obligación de mantenerse lo más inalterado posible en tan difícil posición.
Stefan Zweig, El mundo de ayer

Que la publicidad nos desgasta, lo tengo claro. Me acuerdo de ello cada vez que me hacen una entrevista, cuando en tu pirvacidad, a boca cerrada, sabes que ya muy poco puedes añadir a lo tantas veces dicho. Me pasa lo mismo en las presentaciones de mis libros cuando veo las caras de decepción de alguno de los asistentes que sin duda esperaba otra cosa. Cuando no puedes convertirte en una empresa o en un negocio, la publicidad y tu permanente exhibición te usan, pero no ante el público, sino ante tí mismo, sobre todo cuando no has perdido de vista quién eres o quién no eres ni por asomo. El pudor te impide mostrarte dubitativo, inseguro, misántropo, tímido, perplejo... y acabas saliendo en los escenarios como la sombra de ti mismo.

__
De VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 14/09/2018

Sunday, September 16, 2018

Marijan Beneš, il poeta dal pugno d’acciaio

EDVARD CUCEK

Il 4 settembre scorso, nella “sua amata Banja Luka” si è spento all'età di 67 anni il grande pugile Marijan Beneš. E' stato uno dei migliori pugili europei e una vera leggenda del pugilato jugoslavo. E' spirato dopo una lunga malattia, ricoverato da gennaio di quest’anno, e un po’ dimenticato, se non da tutti sicuramente da tanti.

I suoi ultimi giorni in ospedale, come del resto gli anni che li hanno preceduti, da quando era rientrato in Bosnia Erzegovina, sono trascorsi senza il dovuto interesse delle autorità locali e del “Comitato olimpico della Bosnia Erzegovina”. Beneš lascia un vuoto nella città alla quale ha dato tutto e dove ha perso quasi tutto pur senza mai smettere si sentirsene parte anche quando la città ha cambiato il suo volto e lui da cittadino, è stato trattato come straniero.

Non era nemmeno un vero “banjalucanin”. Era infatti nato a Belgrado nel 1951 e fino ai suoi 16 anni ha poi vissuto a Tuzla. La sua carriera inizia nel 1967 quando ancora minorenne finisce nel club di pugilato “Slavija” a Banja Luka. In pochi anni vincerà moltissimo nelle categorie amatoriali, periodo culminato con la vittoria della medaglia d'oro agli europei per amatori nel 1973 a Belgrado.

Nel 1977 passa poi al professionismo e di 39 incontri ne vincerà 32 di cui addirittura 21 con il suo famoso “colpo di martello” che finiva con l’avversario steso definitivamente sul pavimento e con il pubblico in delirio.

Campione europeo
Un evento del lontano 1979 racconta della straordinarietà di questo “ragazzo semplice”. Il 17 marzo di quell'anno si avverò uno dei più grandi desideri di Marijan: combattere per il titolo di campione d'Europa nella propria terra. Non solo in Jugoslavia, ma addirittura a Banja Luka, la città che riteneva sua in tutti i sensi. Lo sfidante era il temibile francese nato in Tunisia Gilbert Cohen. Dal 1974 al 1975 in 25 incontri ne aveva persi solo 4.

L’incontro era organizzato in una sala del complesso sportivo “Borik”. Anche se aveva pochi anni di vita, si temette addirittura per la staticità del edifico. La sala destinata ad ospitare l’evento venne stipata con molte più persone della capienza massima. L'intera città era in stato d’allerta. Dopo pochi secondi dal gong del quarto round su Gilbert Cohen scese una pioggia di colpi precisi e inarrestabili. Il campione francese che difendeva il titolo europeo finì sul pavimento del ring, immobile e con un tentativo di rialzarsi che, a vederlo ancora oggi, fa tenerezza.

Tutt’oggi i testimoni di questo evento straordinario sparsi sull'intero globo si raccontano che la città non ha mai vissuto un'agitazione simile a quel giorno primaverile. Le strade erano deserte. Tutta la città sembrava essersi versata davanti al complesso sportivo e i più fortunati nella sala dell'incontro. I bambini e i vecchi davanti ai televisori.

Dopo la vittoria così spettacolare, che andò oltre ogni ottimistica previsione, la gente portò a braccia il proprio eroe per le vie della città. Fu una festa indimenticabile. Marijan aveva vinto il titolo del campione d’Europa nella propria città, davanti ai concittadini, che lo amavano tantissimo. Ad un passo dal titolo di campione del mondo, nel 1980, dovette rinunciare per gravi problemi ad un occhio. Dopo lo perderà purtroppo. Decise di ritirarsi dal mondo della boxe nel 1983, facendo solo qualche match di esibizione fino agli anni Novanta.

Figlio di un insegnate di musica di origini ceche nato in Vojvodina presso una famiglia cattolica e di un'insegnante originaria della regione della Lika, in Croazia, di famiglia ortodossa Marijan da giovane frequenta la scuola di musica, suona il flauto e il pianoforte e un po' anche il violino.

Crebbe a Tuzla, città all'epoca multietnica (tante altre città bosniache lo erano) e nella sua infanzia sia l'appartenenza etnica che la religione furono elementi irrilevanti. Lontano da queste questioni si dichiarava da giovane semplicemente “jugoslavo”.

La guerra
Amava la Jugoslavia, i suoi popoli e il Presidente Tito. Con queste convinzioni sentirà addosso tutta la negatività portata dalla guerra degli anni Novanta e dalla pulizia etnica che colpì anche la sua città.
I primo tragico evento che lo colpì personalmente fu la morte del fratello Ivica, attivo nella politica locale e ucciso da estremisti serbi in quanto visto come un pericolo per il nuovo ordine nel quale per i non serbi della città non c’era più posto. Né mandante né esecutore di questo crimine saranno mai scoperti e processati.

Poco dopo Marijan Beneš venne brutalmente aggredito davanti al bar di sua proprietà da un gruppo di cittadini. “Chi è più forte adesso campione?” fu l’ultima cosa che sentì dopo essere caduto a terra, dolente e umiliato laddove solo pochi anni prima era una leggenda vivente. Racconterà tutto il suo dolore per questa aggressione in varie interviste rilasciate negli anni successivi.

Per la sua presunta appartenenza alla religione cattolica veniva considerato croato e quindi Marijan, come tanti altri non serbi di Banja Luka, dovette fuggire temendo per la propria vita. Considerandosi sempre jugoslavo decise di scappare in quello che rimaneva della Jugoslavia, ormai in fase di violenta dissoluzione, e si rifugiò a Belgrado. Una città però che gli fu subito ostile. In quegli anni lui veniva semplicemente identificato come un “ustascia”, un estremista croato, uno qualsiasi, insignificante. Nessuno mostrava alcuna empatia per quello che gli stava accadendo.

Dopo una breve permanenza in Serbia, decise di trasferirsi a Zagabria dove si augurava di trovare un po' di quiete. Ma anche lì non vi fu una grande accoglienza. Tanti non avevano dimenticato le sue dichiarazioni a favore della Jugoslavia, come quando alla vigilia della guerra lui stesso si dichiarava partigiano rifiutandosi di schierarsi con alcuna delle correnti dei nazionalismi appena risvegliatisi. Deluso di quello che era rimasto di questo paese che amava e che lo amava decise di tornare in Bosnia, a Banja Luka, già nel 1996, a guerra appena terminata.

Gli ultimi anni
La sua vita continuò quasi inosservata. In quegli anni tornò alle sue passioni giovanili: la poesia e suonare, per quanto glielo permettessero le mani in più punti fratturate, ricordo degli anni gloriosi.
Tante proprietà dell’eroe di Banja Luka gli erano state espropriate, il suo appartamento svuotato e danneggiato. In condizioni di salute ormai precarie – con problemi di vista e gravi problemi con le corde vocali, Marijan trova sistemazione sia presso qualche lontano parente che presso amici di vecchia data. In una città la cui popolazione è stata “rinnovata” dalla pulizia etnica riesce almeno a muoversi con un rischio ridotto di essere riconosciuto, in un periodo in cui le tensioni ancora non mancavano. Una vita in incognito.

Passeranno molti anni prima che in città ci si accorgesse che l'eroe viveva nuovamente lì. Marijan Beneš riuscirà a riottenere la proprietà su parte di ciò che gli era stato illegittimamente espropriato. Un giornalista sportivo nel 2004 farà un film documentario “C’era un volta un Campione” che gli permetterà di girare i paesi della ex Jugoslavia e di guadagnare qualcosa per vivere dignitosamente.
Qualche anno dopo, riconoscimento arrivato però troppo tardi, gli sarà concessa la cosiddetta “pensione olimpica”. Un importo irrisorio rispetto a quello che lui aveva dato ai propri concittadini. Dall’inizio degli anni 2000 Marijan ha poi iniziato a pubblicare le sue poesie e uno dei suoi libri, di carattere autobiografico, titola “L’altro lato della medaglia”.

Oltre alla poesia Marijan ha fondato – pur con le modeste risorse a sua disposizione - anche una piccola scuola di pugilato per giovani rom. Non lo hanno mai voluto invece come allenatore nel suo club, lo “Slavija” al quale ha portato una gloria mai più raggiunta.

Nella carriera ha combattuto 299 incontri, 272 volte ha vinto, 16 ha perso e 11 volte ha pareggiato.
Addio campione, spero che la tua città saprà valorizzare almeno adesso quanto sei stato un cittadino modesto, altruista, onesto e tragico.

_____
De BALCANICAUCASO.ORG, 12/09/2018

Imagen: Marijan Beneš



Bagam, brousse africana para el primer hombre


MAURIZIO BAGATIN

“Nosotros, las civilizaciones, ahora sabemos que somos mortales” - Paul Valéry

La brousse africana es tierra salvaje, son esporádicas aldeas incógnitas, lejanas de cualquier centro civilizado. Petit village con algunas cabañas, un chef du village, una sorcière y muchos niños y niñas que desde temprano obedecen a las primeras necesidades: recolectar agua de la fuente más cercana, traer leña para la fogata, cosechar algunos frutos para el desayuno. Más o menos desde allí el hombre se desabrochó de su tabula rasa, desde allí empezó su milenario diseño. Desde allí estableció el viaje hacia su encrucijada Historia.

En Bagam viven los Bamileké, bantú en su sangre, de muchos idiomas y de firme pertenencia, luego llegaron un Kurtz de la historia, un Livingstone, el hombre blanco, las religiones, la descolonización… el marfil, los diamantes, la imposible libertad abisinia de Arthur Rimbaud… Frantz Fanon, Léopold Sedar Senghor y Nelson Mandela: mañana será el imperio chino, tal vez. No podemos decir la última palabra antes de la penúltima.                                                                                                                                                
Pisando esta tierra del color de su gente, del color de la sangre, del color de sus majestuosidades naturales, de los animales y de la selva, todo severamente amplificado a nuestros ingenuos e inocentes ojos… llegamos a Bagam, Nord-oeste del Camerún y encontramos abandonado un centro de formación para campesinos: la Ferme Ecole de Bagam, allí trabajaremos para reactivar la escuela y empezaremos a producir maní, sandías, tomates, si nos da el tiempo maíz, mandioca y porotos, será una aventura estupenda.

Mis amigos serán Moisés, el cuidador polígamo que, una noche, por el miedo al haber visto una pantera, fue el primer hombre negro que vi volverse blanco, se asomó a la ventana y nos gritó: “amis, j'ai vu l'obscurité noire” (él sin sombra alguna, en aquel momento, era la entidad más clara frente a nosotros…); Andrés, el otro cuidador, monógamo, un cazador con muy poca puntería y una encantadora visión del mundo africano, fue él quien me describió la relación entre el mundo animal y el mundo humano africano, como un antropólogo empírico, bajo el omnipresente árbol de mango nos narraba la similitud entre la poligamia de los leones y la de los hombres africanos mientras veíamos volver de una batida de caza a su hijo, él, con más puntería del padre, creíamos, hasta constatar que el bolsón que llevaba cargado en sus espaldas no contenía el botín de caza, sino paltas cosechadas en el camino de retorno de otra infructífera expedición… y de lejos Moisés y sus esposas mirándonos se reían desenfrenadamente. Mis amigos fueron JPP, su fanatismo por el fútbol hizo que todos lo llamáramos con las iniciales del jugador francés más conocido del momento: Jean-Pierre Papin, JPP tenía destreza con la pelota como en escalar árboles de coco, nos traía casi a diario vino de palmera y piñas de un dulzor nunca más probado, le regalé un tabarro embutido de finta lana que probablemente se ponían los esquimales y él se enamoró tanto de la prenda –o del hecho de haberla recibida en regalo de un hombre blanco– que no se la quitaba ni para irse a dormir, con el abrigo encima trabajaba en la preparación de la tierra, en la siembra y jugaba al fútbol bajo un sol que hubiera podido cocer huevos si los hubiéramos puesto en las calaminas que cubrían las habitaciones de la escuela; otro amigo era Jackson que fungía de chofer de la Ferme, él era exclusivamente anglófono y esforzándose le salía un pidgin english increíble, una lengua macarrónica de una belleza inigualable, deformaciones verbales como las de Francis Scott Fitzgerald en su estadía romana, mezcladas a genialidades poéticas dignas de un Frank Zappa inventions… para demostrar su afecto, su simpatía y su apego a nosotros bautizó meses después a su hijo con el nombre de Juan Carlos Maurizio.

La brousse africana era el abismo entre el petit village y la urbe, entre el petit village y la foresta virgen, la distancia que el espacio y el tiempo conjuga solo durante algunas celebraciones, algunas fiestas, un funeral, cuando el tribal se funde con el animismo y tam tam lejanos amplifican las magias llegando a hipnotizar hombres y mujeres… el mal de África tal vez nace del engatusamiento fou de las mujeres, de la fuerza de la monstruosa naturaleza, de los perfumes, los sabores de algo de primordial, del encanto de haberse sentido aquella única vez tan cerca de nuestra primera vez…

Los hombres, como los pueblos, como las naciones, están sujetos a la ley de hierro de la naturaleza: crecen, se vuelven grandes, de modo que pierden gradualmente la fuerza y ​​desaparecen.

Comiendo ndolé y boniatos asados, acompañados de unas frías 33 y mirando los millones de estrellas, los cuentos, las lentas narraciones, las suaves leyendas, los profundos mitos y las inmensas epopeyas, todo retorna virgen… uno puede sentirse nuevamente en el vientre materno, nadar tocando el líquido amniótico con una exuberante conciencia, una lucidez tremenda, y todos los miedos y todos los corajes desvanecen, las raíces más profundas siguen penetrando hasta tocar la ninfa primordial.
La brousse africana… virginidad y salvajismo… carnalidad y sudor… distancia y cercanía… misterio y transparencia… belleza y violencia. África, tribalismo, antropofagia y furor, África, puerta y crepúsculo de la evolución.

Mis otros amigos fueron Bernard Njonga, años y años de luchas contra el poder, el hijo de campesinos que desafió –y sigue haciéndolo– al eterno presidente Paul Biya, al poder desde el 1982, treinta años de fuerza, de coraje y de entrega a la tierra que lo vio nacer, el Bamileké incansable, como los leones indomables del equipo de fútbol nacional tan amado, él vino a recogernos al aeropuerto de Yaundé la noche que llegamos, y en su humilde Toyota nos llevó hasta el hotel, y el día después nos acompañó en las oficinas del SAILD, nos hizo conocer el equipo de la redacción de La voix du paisan, los administradores de la Ong, el ingeniero Bertrand que había estudiado en Osaka viviendo en el sexto piso de un edificio adonde en el séptimo piso transitaba tranquilamente una autopista (otra jungla, nos dijo, más salvaje aun…); y Colette, una majestuosa y monumental pantera negra, todo calculo y frenesí, era la administradora de la Ong y de todo lo que pasaba por ahí: al instante sabía coordinar amistades, relaciones, amores y sacar  auditorias de lo pasado y de lo futuro, una auténtica femme fatale africana… la mujer ideal que baila disfrazada en el país de los ibo… con de adehala el ser esposa de un policía.

Nuestro amigo fue Gafará, el cuidador de ganados, empedernido fumador que distrayéndose causa un incendio apocalíptico y luego desaparece por un tiempo, y a su vuelta pregunta –él siempre apartado y mudo– sobre el cambio del paisaje alrededor de la Ferme… con una sonrisa bien camuflada, entre el cigarro siempre encendido y un saludo lejano, nunca desciframos si nos saludaba con la mano abierta o si era un movimiento hecho para espantar la multitud de moscas que siempre lo rodeaban. Gafará… misterio en la soledad de la brousse africana.

Y el ex militante comunista, estudiante en Montpellier y europeizado por ideales políticos, modas y nonsense; ingeniero agrónomo soñador y frío calculador en lo que podía ocurrir a corto plazo; Adolphe lo recuerdo lúcidamente el día que lo vi llegar a la Ferme, parado detrás de la Hilux, ondulando una bandera roja y cantando La Internacional, todo excitado en comentarnos que en Italia habían ganado las elecciones los comunistas: distantes nosotros y equivocado él, la dicotomía derecha-izquierda se había eclipsado hace tiempo en Italia y en el resto del mundo, él seguía soñando en Camus, Sankara, en Agostinho Neto, tal vez en un Che Guevara africano, que un día habría descolonizado nuevamente al continente negro. En Italia ganaron las elecciones los nuevos yuppies, los que transformaron la antigua política en un negocio personal y en función de la gran financia, en el resto del mundo carpe diem. O viceversa. Que es lo mismo… únicamente los libres pueden ser liberados.

La brousse africana ofreció olvido y distracción a esta tragedia del hombre; la brousse nos atrapaba desde horas tempranas de la mañana, cuando al despertar el café de la moka sale más rico, más negro, más espeso, más sabroso, y te infunde la energía necesaria para empezar el trabajo, para mirar el sol en su tímido pronunciarse, el cielo en sus primeros alucinantes colores y el horizonte verde cuando los monzones y amarillo cuando no hay lluvia. En la brousse todo es violento y tierno, y la brousse se deja violentar y tiernamente devuelve su origen, cada vez nueva, cada vez estrepitosa y al mismo tiempo mansa. Hombre y naturaleza, en la brousse tienen la misma visceral esencia: Shaka Zulu y pigmeos, leones y moscas tsé-tsé, sequías e inundaciones…

En África lo que me ofreció un poco de alivio a las infernales temperaturas fueron las lecturas, en la brousse a calmar el incandescente zenit del sol del mediodía lo más refrescante fue la lectura de La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, en aquel bochorno, Peter Hoeg logró hacer caer nieve hasta entre monos traviesos que asaltaban las plantaciones de sandías rojas, amarillas y verdes.
Desde la brousse quien se escapa, quien emigra, quien sale en busca de una condición mejor, va engordando la miseria de la metrópoli, recomponiendo la estructura tribal del village donde ha nacido: le petit frere que debe obedecer al grand frere, la prima que obedece a la tía, la chica al chico, en una interminable cadena de órdenes y obediencias, fugarse para que nada cambie sino el lugar adonde se ordena o se recibe órdenes. Un día tal vez vuelves y ya nada es lo mismo. Ayer como hoy. Y siempre. Cuando la fuerza dura mucho tiempo, se convierte en poder.

Cuando vas a la ciudad entras a la boite, el baile desencadena erotismo, el alcohol te desinhibe, la brujería de las mujeres que inyectan filtros amorosos con sus miradas, en tus ojos, en tu sangre, y son afrodisiacos como un elixir subsahariano, son la parte que falta para que la noche sea como el movimiento de un mamba, el encanto y la ilusión de una hada Morgana, que el mañana nos devuelve como una feliz alucinación, un safari en el espacio y en el tiempo. Contemporáneo y espacial.
Y los ingenieros –no sé si lo fuesen de verdad– ellos llegaban el martes por la mañana, si no había llovido mucho y los caminos eran practicables, sino podíamos no verlos toda la semana, cuando estaban en la Ferme se ingeniaban en hacer transcurrir el tiempo, cocinaban, lavaban sus prendas, seleccionaban semillas y una que otra vez los vi hasta sembrar sorgo, cosechar porotos y maíz –el maíz que se salvaba de los ataques mañaneros de los miles de loros verdes, amarillos y rojos– luego, cada viernes, en torno al mediodía, ya tenían listos sus equipajes y ellos también estaban listos para regresar a la Ville y estar con sus familias hasta el siguiente martes. Gerard era el más simpático, vividor bohemio sufría tremendamente el alejamiento de las luces, de sus femmes y de todas formas de bullicios que la brousse no podía ofrecerle, llegaba ya cansado y se iba como si se hubiera quedado meses, castigado; nunca nos invitó a su casa –casi todos los otros lo hicieron– y hasta el último día de nuestra estadía africana no entendimos el porqué; era amigable, fiestero, siempre alegre con un cigarro encendido y una vaso de licor en la mano, un africano auténtico. El último día lo acompañamos a la casa, camino a Yaundé para nosotros, allí se desveló el misterio: salieron dos encantadora chicas de unos veinte años, resultaron ser sus dos hermanas, de una voluptuosidad abrumadora, nos miramos yo y mi primo, y nos acercamos a Gerard: “tu est vraiment maudit” le dije y nos reímos despidiéndonos con cierta amargura… él nos miró y miró a sus protegidas “hermanitas” riéndose.

Nuestras vidas, todas las vidas están escritas, el arte es extraerlas, el artista es quien las vive –los poetas son los legisladores más desconocidos del mundo– y así vamos forjando nuestras vidas. No es el karma lo que nos conduce… tragedias que ningún oráculo anuncia, comedias que ya están escritas, y nuestro oficio, el eterno oficio del Homo Sapiens, es extraer de la materia, darle forma, luz, voz, a la insostenibilidad y transformar en resiliencia todo el nuestro dran…y hacernos regalar de la brousse africana toda la poesía y la belleza de nuestra imperfección.

Junio 2018 

_____
Imagen: Africano del Museo de Lyon

Friday, September 14, 2018

Emil Nolde, entre el nazismo y la pintura degenerada

HIGINIO TOPO

Cuando Van Gogh deformaba en su pintura la naturaleza y el mundo que le rodeaba, y capturaba, casi a ciegas, los sentimientos y las pasiones del ser humano, anunciaba ya la sensibilidad expresionista que Munch, Ensor, Barlach, incluso Matisse (aunque por otros caminos), acabarían configurando en medio de un ventisquero de inquietudes que, en 1905, empezaron a codificarse en Dresden. Emil Nolde, que se uniría a ese grupo innovador —Kirchner, Schmidt-Rottluff, y sus compañeros— que había coincidido en la capital sajona, se convertiría en uno de los pintores expresionistas más relevantes, y la gran exposición realizada recientemente en el Grand Palais de París ha vuelto a poner de actualidad la figura de este pintor torturado, moderno pese a su conservadurismo, compañero de los nazis, original e insatisfecho, propenso a creer que el mundo conspiraba contra él, condenado por el III Reich al infierno de la degeneración. Esa retrospectiva parisina es una de las más importantes que nunca se han realizado sobre él: hay que retroceder hasta 1969 para encontrar, al menos en Francia, una muestra anterior suya de cierta importancia.

En realidad, Emil Nolde se llamaba Emil Hansen, aunque adoptó como apellido la denominación de la pequeña aldea de Schleswig-Holstein donde nació, Nolde, situada en esa zona fronteriza de Dinamarca y Alemania, tantas veces disputada. Tuvo una larga vida de casi noventa años que le permitió conocer el nacimiento del Deutsches Kaiserreich guillermino, su desaparición, la revolución alemana ahogada en sangre, la llegada de la República de Weimar y del Tercer Reich, el hundimiento del nazismo, y la división de Alemania. El joven vástago de una familia campesina, nacido en 1867, tal vez estaba destinado a continuar el duro trabajo de sus padres, pero se hizo tallista en madera y empezó a trabajar en una mueblería, donde se interesó por la escultura e incluso por la pintura, aunque de una forma intuitiva, inclinación que consolidaría durante sus estudios en Munich y en París. Tenía preocupaciones religiosas, que después se plasmarían en su obra; una inclinación al misticismo, y, también, un sentimiento de pertenencia a la nación germánica, pese a ser hijo de una tierra de frontera, equívoca, cuestionada. De hecho, a consecuencia del Tratado de Versalles y de la rectificación de fronteras decidida por los vencedores de la gran guerra, en su región natal de Schleswig-Holstein se celebró un referéndum que convirtió al norte de Schlewig en territorio danés.

Con poco más de veinte años, Nolde había descubierto a Millet y a Whistler, y se instaló en Karlsruhe, donde asistió a la Escuela de artes aplicadas. Vivirá después en Saint-Gall, en Suiza, y, en 1899, recala en París, donde continúa asistiendo a academias, prolongando su periodo de aprendizaje, aunque tiene ya treinta y dos años. El museo del Louvre le permitirá estudiar a Tiziano y a Rubens, y, también, a Puvis de Chavannes, aunque éste no le interesaba especialmente. Después, merodeó por la pintura de Manet, Degas, Daumier, aunque se reafirmó en sus inclinaciones contrarias al impresionismo, que le llevarían a oponerse a Liebermann, Corinth, Slevogt, exponentes del impresionismo alemán. En su evolución artística había rechazado los moldes de la Sezession berlinesa, y, cuando vuelve a su país (aunque Nolde se siente germánico), vive durante un año en Copenhague: en esa etapa le atrae la peculiar naturaleza del norte de Europa, esa región fría de marinas desbordantes, y estudia a Van Gogh, y, después, a Gauguin.

A la capital francesa fue cuando terminaba el siglo, aunque París lo decepcionó, según nos cuenta Nolde en sus memorias. Allí, interroga a Manet (el padre involuntario del impresionismo, que había muerto casi veinte años atrás y cuya Olimpia había causado un escándalo antes de que el propio Nolde naciera), a Degas, a Van Gogh (también muerto diez años antes), aunque Renoir le parece prescindible. Pero el arte occidental está cambiando de una forma vertiginosa: una década después Nolde se interesa por Matisse, que tiene casi su misma edad, y que ya muestra inclinación por el arte primitivo africano, como el joven Picasso. Nolde frecuenta artistas, bebe de la tradición y de los movimientos contemporáneos, pero es un hombre solitario, con tendencia a aislarse de la vida, obsesivo, aunque permanezca muy atento a la evolución del arte en Europa. Tal vez por ello, su relación con la Sezession alemana y con Die Brücke fue circunstancial, y su expresionismo es singular, exaltado, casi fanático. Esa curiosidad por el arte que Europa llama primitivo aumentará en Nolde hacia finales de 1911, cuando frecuenta el Museo etnológico de Berlín (antes de su salida en la expedición alemana que se dirige a los mares del Sur) y, en él, observa con detenimiento máscaras africanas y melanesias, arte egipcio, copto y chino, que influirán en su evolución.

En 1901, Nolde alquila un apartamento en Berlín: observa las noches locas, aunque escribe: “no amo estar aquí”; algo que no le impide decir también que Berlín es una ciudad estimulante. Los primeros años del siglo XX, previos a la gran guerra, son los que denominará en sus memorias, “los años de combate”. No sospechaba hasta qué punto iban a cambiar la historia. En la capital alemana, observa el espectáculo de la decadencia de la sociedad burguesa, y lo pinta, con personajes vestidos con fracs negros que contrastan con los colores brillantes, las luces artificiales, el apogeo de la nueva gran potencia alemana que quiere disputar a Londres y París el secreto de la hegemonía y la gloria del mundo capitalista. Es ya un hombre maduro, y los años corren veloces. En 1906, el grupo Die Brücke(Kirchner, Schmidt-Rottluff, Heckel, Pechstein y otros) invita a Nolde a Dresden. A todos ellos les atraen las tempestades de colores de Nolde, que acepta la invitación del grupo para colaborar. Sin embargo, es un hombre mayor (tiene ya casi cuarenta años) que los pintores de Die Brücke y, poco después, Nolde abandona Dresden y se va a vivir a la isla de Alsen, pegada a la península danesa, una tierra que en ese momento es alemana, aunque volvería a ser danesa después de la gran guerra. Esa dualidad de Alsen puede aplicarse también a Nolde: a veces, es danés; en ocasiones, alemán, aunque acaba predominando el germanismo. Sigue muy interesado en la pintura, pero también en los grabados en madera, en las litografías.

Los colores violentos, el primitivismo, son rasgos que le unen a otros expresionistas de principios de siglo, aunque no por ello deja de ser un solitario. En la retrospectiva parisina podían verse obras de su primera etapa: Mar, atmósfera luminosa, de 1901, con la línea del horizonte remarcada en blanco; Claro de luna, de 1903, con una casa en primer término, una claridad en medio del atardecer, que denota soledad, tal vez la que él mismo sentía. También, El huésped de vacaciones (hombre bajo los árboles), de 1904, donde un hombre lee bajo un árbol, y la atmósfera está llena del colorido impresionista, con grumos de pintura por el lienzo; Primavera en la habitación, de 1904, con una mujer ensimismada. De igual forma, podía verse el inquietante Retrato de Ada, de 1903, donde su mujer se sujeta la cabeza y mira al espectador con ojos inquisitivos. En 1906, ya en contacto con Die Brücke, Nolde trabaja el grabado sobre madera, de aspecto rudo y antiburgués, muy querido por los expresionistas. Además, desarrolla la litografía. Dos personajes en el albergue, de 1908, es apenas unas tacas negras en el papel, que perfilan de forma imprecisa a los personajes. Y Los mineros, de 1908, tela que muestra a un grupo de cuatro picadores sentados a la mesa, conversando, donde el personaje de la derecha recuerda vagamente a Bakunin.

Los grabados en madera expresionistas de Nolde son negros, ásperos, deliberadamente “feos”, y las pinturas de 1906 y 1907, con jardines, denotan un abuso del color, un caos abigarrado que confunde objetos y personas para fundirlo todo en una orgía cromática. En esos años, pinta también lienzos con figuras que conversan, que están de pie, en la naturaleza, en jardines, vestidos con largas túnicas hasta los pies. De ese tiempo es El pintor Schmidt-Rottluff, de 1906, donde vemos a su camarada con gorra y un cigarro en la mano, que se confunde en la disposición de la pintura; y Ronda endiablada, de 1909, con un grupo de muchachas bailando, que es apenas unas grandes manchas de color, cercano ya a la abstracción aunque se aprecian las figuras; además de El puente (Die Brücke), de 1910, con un pasadero de madera que hace referencia al grupo. De esa época, los aguafuertes sobre acero son magníficos. En el Grand Palais estaba el Autorretrato, de 1911, o Madame N (madame Ada Nolde), del mismo año. Y la serie sobre el puerto de Hamburgo, de 1910. El grabado sobre madera Profeta, de 1912, nos enseña el rostro desolado de un profeta, con barba y mirada desesperanzada. En el café, de 1911, Nolde recoge la vida relajada, burguesa, de antes de la guerra. En Ante un vaso de vino, también de 1911, vemos a una mujer en un café, en una composición parecida a las pinturas de Kirchner. Espectadores en el cabaret, del mismo año, está resuelta con el color dispuesto en grandes manchas, en una tela feudataria del fauvismo.

Poco después del inicio de la gran guerra, Nolde vuelve a la isla de Alsen, y allí pinta más de ochenta cuadros, aprovechando sus recuerdos del viaje a los mares del Sur iniciado el año anterior. En esos años, trabaja con pasión: Retrato de hombre (Gustav Schiefler), de 1915, donde el personaje está con sombrero de copa, gafas, y una atmósfera mortuoria a la que ayuda una mirada fría, sin ojos apreciables. Su obra religiosa empieza a ser muy importante: hasta el punto de que, entre 1909 y 1951, Nolde pinta cincuenta y cinco cuadros de esa temática. Sin duda, la serie La vida de Cristo, que ilustra en nueve lienzos momentos relevantes de ese profeta y dios, es su trabajo más notable en esa época, considerada por muchos como su obra más importante. La serie, de 1911-1912, tiene nueve episodios, con escenas del nacimiento, y otras que muestran a Jesús con los doctores del templo; a los reyes magos, a Cristo y Judas, a las mujeres en la tumba, y al apóstol Tomás. La impresión del conjunto es poderosa, con el estallido de colores y las figuras estilizadas del expresionismo. Antes, había pintado Cristo en Betania, de 1910, con el nazareno y dos mujeres, en ese pueblecito en el monte de los olivos no lejos de donde el resucitado ascendió a los cielos, representados en una actitud equívoca, puesto que parecen más unas amigas conversando que figuras relevantes del cristianismo. El profeta tiene el cabello rojizo, decididamente femenino. También es de esos años La crucifixión, de 1912, con la gran figura del Cristo, esquelética, doliente, y, a sus pies, María Magdalena, María y Juan, y los dos ladrones crucificados, cuadro inspirado en el retablo renacentista de Grünewald, y, abajo, soldados y mujeres. Así como La resurrección, de 1912, con una fantasmal figura de Cristo que surge de las sombras. Y La Ascensión, del mismo año, con el nazareno que semeja una mujer exhibiéndose en medio de un grupo de hombres. Y La incredulidad de Tomás, de 1912, con el personaje bíblico a quien Cristo, también afeminado, enseña sus llagas, pese a parecer una figura que se comporta como si llevase un vestido de noche. Fueron pintadas en Berlín, simplificando la forma de las figuras, con un deliberado primitivismo, que modela toscamente los personajes.

A partir de mediados de los años veinte, Nolde se instala en Seebüll: no tardaría mucho en llegar la época nazi y, con ella, su triunfo fugaz y su desgracia. Nolde había dicho: “No conozco nada de política. Arte y política me parecen opuestos.” Sin embargo, Nolde pasó de una sensibilidad próxima a la izquierda revolucionaria (aunque nunca tuvo el vigor crítico y la aspereza del Beckman posterior a la gran guerra, ni, mucho menos, el rigor y la denuncia ante el espectáculo de la podredumbre del capitalismo que mostraron Grosz o Dix) al apoyo a la causa nacionalista. Nolde tiene 66 años cuando los nazis llegan al poder: ha vivido treinta y tres años en cada uno de los dos siglos. Está viejo, cansado, pero espera grandes cosas del nazismo, sin saber que él mismo pasará del nacionalismo y de la exaltación hitleriana a la infamia del arte degenerado.

En abril de 1933, Nolde saluda en una carta el “hermoso levantamiento del pueblo alemán”, el mismo mes en que los nazis cierran la Bauhaus de Berlín, decisión que no parece inquietarle. En ese año en que las olas del peligro llegan a todos los puertos alemanes, la Liga nacional-socialista de estudiantes propone a Nolde como presidente de las Escuelas de arte unidas. Nolde lo rechaza “para preservar su independencia”, pero se ve obligado a dejar la Academia prusiana de bellas artes. En ese momento, Goebbels era favorable al expresionismo, y compite con el reichsleiter Alfred Rosenberg para conseguir el control de la cultura en el III Reich. El ministro de Propaganda apuesta por autores como Nolde y Munch en la búsqueda de un arte racial que sea una de las expresiones culturales de la nueva Alemania nazi. La ambivalente actitud de los nazis hacia el arte moderno, que se debate en sus inicios entre la inclinación de una parte de la juventud nazi hacia el expresionismo, y el afán de satanizar la pintura moderna como fruto de la conjura bolchevique y de la influencia judía, termina cuando Hitler proclama su aversión hacia el arte moderno. En noviembre de 1933, Nolde, Schmidt-Rottluff, Heckel, Barlach, Behrens, entre otros, son invitados a la inauguración oficial de la Cámara de Cultura del Reich, pero no todos responden con el entusiasmo de Nolde, que es también invitado por Himmler a Munich: todo parece sonreírle, y el pintor está fascinado por el discurso de Hitler, a quien califica de “genial hombre de acción”.

Después de la muerte de Hindenburg, en 1934, Goebbels impulsa el culto a Hitler. Una declaración de lealtad, publicada en el Völkischer Beobachter (El observador popular, órgano oficial del partido nazi, NSDAP) lleva las firmas de Furtwängler, Richard Strauss y Nolde, entre otros muchos intelectuales y artistas. En septiembre de ese mismo año, Nolde se afilia al NSAN, National-Sozialistische Arbeitsgemeinschaft Nordschleswig, una cooperativa nazi. Poco después, el NSAN es absorbido por el partido nazi del norte, NSDAP-N. De hecho, desde los años veinte, Nolde había colaborado con grupos que están en el origen del nazismo. En 1934, Nolde es miembro de los grupos nazis de Schleswig-Holstein, que se integrarán en el NSDAP poco después. En esos años, su lenguaje coincide con el discurso del nacionalsocialismo: Nolde califica a los judíos como “hombres diferentes a nosotros”; no acepta la menor crítica a Hitler y quita importancia a la represión nazi, pese a todas las señales de alarma: el dirigente comunista Ernst Thälmann había sido detenido ya en 1933, y el KPD era perseguido con saña, en un momento en que Hitler ensangrentaba a Alemania: no debe olvidarse que Dachau, el primer campo de concentración nazi, se fundó en 1933, y Bergen-Belsen y Sachsenhausen en 1936. Esa actitud de Nolde, oportunista, acomodaticia, cómplice, lleva a que algunos de sus amigos, como Kirchner y Heckel, se distancien de él. Igual que Nolde, Heckel pasará de ser invitado por los nazis en 1933 a formar parte del arte degenerado, pero su evolución política será distinta. Sin embargo, Nolde no se imagina que su vida esté a punto de cambiar.

En 1937, el tribunal de Hamburgo delibera sobre la adhesión de Nolde al NSDAP. Concluye, el 18 de marzo, afirmando que Nolde “no se adhirió” al partido nazi, una forma de situarlo en la marginalidad, pese a las evidentes muestras de adhesión al nazismo que el pintor había manifestado. En julio de 1937, se sella su destino en la Alemania nazi cuando se realiza la exposición de “arte degenerado”, en Munich. Nolde está representado en la muestra con cuarenta y ocho pinturas, junto a obras de Chagall, Grosz, Dix, Munch, Beckmann, Klee, Max Ernst, Kandinski, Marc, y sus viejos compañeros Kirchner, Schmidt-Rottluff y Pechstein, entre otros. Nolde ha pasado a ser un pintor degenerado, un exponente del arte que se opone a la pureza racial, que corrompe el ideal de la tradición donde debe mirarse Alemania. Así, más de mil obras de Nolde son retiradas de los museos alemanes. Es aislado por el poder nazi, y el pintor interpreta esa decisión como un eslabón más de la cadena de enemigos que ha tenido a lo largo de su vida y que, según él, siempre han pretendido marginarlo: desde los judíos, hasta los marchantes, pasando por la prensa, por algunos artistas como Max Liebermann (que había fundado junto a Walter Leistikow la Sezession berlinesa, y que fue considerado, junto a Lovis Corinth y Max Slevogt, uno de los más notables impresionistas alemanes), y culminando con los nazis. A quien padece manía persecutoria, no hay nada que le reafirme más en su obsesión que una persecución real. Sin embargo, a la hora de las quejas, Nolde no quiere reparar en su inicial acercamiento al nazismo, ni en los éxitos que ha conseguido desde los años veinte. Nolde tiene una salud precaria en ese momento: es operado de un cáncer de estómago, en una curiosa coincidencia con Matisse, que padeció un cáncer de duodeno, también a edad avanzada. En ese 1937, Nolde tiene ya el viento de la historia en contra: sus obras son consideradas un ultraje a la raza aria, pero sigue intentando conseguir los favores del nazismo, hasta el extremo de que, en julio de 1938, intenta ponerse en contacto con Goebbels, y proclama, en la carta que le dirige, su defensa del partido nazi y del régimen nacionalsocialista, además de exaltar la idea de la germanidad y la importancia histórica del nazismo. Solicita, además, que se le devuelvan las obras que están en poder del Estado nazi. Goebbels no le contesta, pero le envía al pintor las obras pedidas. Esa patética sumisión de Nolde, humillante y oportunista, no le servirá de nada.

Algunas de sus etapas artísticas son muy precisas, identificables: las pinturas surgidas durante su viaje a los Mares del Sur, o las que pintó en el Berlín anterior a la gran guerra, documentando los cabarets, como hizo Toulouse-Lautrec en el París finisecular. Las acuarelas sobre figuras exóticas, de Papúa, de las islas del archipiélago de Bismarck, inspiradas durante ese viaje por el océano Pacífico entre 1913 y 1914. O sus obras sobre cuestiones religiosas, tan obsesivas; o sus marinas, tan pertinentes en un hombre nacido en una pequeña península, cerca del mar. En su tierra natal pintó los canales y el Mar del Norte; campesinos y pescadores daneses. La cuestión de la autenticidad, que tanto obsesionó a Gauguin, intentando encontrarla en la naturaleza y en la vida primitiva, está también en Nolde, como puede verse en las obras que pintó durante ese periplo por el Pacífico. Antes de de su viaje a Papúa, ese territorio disputado por británicos, alemanes y holandeses, había descubierto, en el Museo etnográfico berlinés, el arte primitivo, interesándose por objetos africanos, coreanos, chinos. Merece la pena que nos detengamos un momento en ese viaje de Nolde.

La aventura se inició en Berlín, el 3 de octubre de 1913, de donde partió con su mujer, Ada. Era una expedición organizada por el Reichskolonialamt (la Oficina imperial para las colonias) y dirigida por los doctores Külz y Leber, que fue quien le ayudó a participar. Llegaron en tren a Moscú, donde permanecieron entre el 4 y el 7 de octubre, en la atmósfera opresiva del zarismo. Atravesaron después Siberia y la Manchuria: pasaron por Omsk, Tomsk, Irkust, Harbin (ya en China), y llegaron a Seúl, en Corea, que en ese momento estaba ocupada y convertida en colonia por el Japón. Alcanzaron después Kioto, Tokio, Nagasaki. De nuevo en China, llegaron a Pekín el 10 de noviembre de 1913, y pudieron admirar la ciudad prohibida y las tumbas Ming, para viajar después a Huangshi, y, en barco, llegar a Shanghai el 20 de noviembre de 1913, donde Nolde realiza una serie de acuarelas, sobre todo de juncos. Continuaron en barco hasta el río de la Perla, para visitar Hong-Kong y Cantón, y desembarcaron en Manila el 2 de diciembre. Después, visitaron las islas Carolinas, que eran colonias alemanas. Finalmente, llegaron a Madang, ya en Papúa, donde permanecieron desde el 10 de diciembre de 1913 hasta el 20 de mayo de 1914.

Ha ido trabajando a lo largo del viaje: a finales de ese 1913, Nolde remite a Alemania unas doscientas cincuenta acuarelas. Después va a otras islas: Manus, Kavieng, Rabaul, aunque la parte más relevante de su viaje es el periodo de enero a abril de 1914, cuando pinta las obras más notables de esa aventura: puede disponer, incluso, de una vieja cárcel (en Käwieng, en la pequeña isla de Nusa) que le facilitan las autoridades coloniales para que la utilice como taller. En la isla de Manus, visita a los que consideran indígenas hostiles y pinta acuarelas teniendo el revólver al alcance de la mano, igual que su mujer, que le acompaña: confiesa en sus memorias que nunca había pintado con una tensión tan extrema. Nolde pinta retratos y paisajes, con pasteles y acuarelas, y unas decenas de óleos. Después, inicia el regreso a Alemania: pasa por Ambón, en las islas Molucas; por Makassar, en las islas Célebes, para llegar a Yakarta el 20 de junio, donde se interesará por el teatro javanés. Alcanza después Singapur, Penang; Rangún, donde admira los templos birmanos, Mandalay; de nuevo, Penang, y de allí salta a Colombo, en la vieja Ceilán colonial. Llegan después a Adén, en el Yemen, y atraviesan el Mar Rojo y el canal de Suez para llegar a Port Said, y, después, a Marsella.

Nolde no pintó muchos óleos durante el viaje, pero sí acuarelas y piezas con la técnica del pastel, y el material que recoge le será útil después. Tuvo algunos percances durante el regreso: el más molesto fue cuando las autoridades británicas le confiscaron las pinturas y los equipajes durante la travesía del canal de Suez, y, aunque, por un azar, pudo recuperarlas en 1921, en Gran Bretaña, muchas serían destruidas durante los bombardeos de Berlín al final de la Segunda Guerra Mundial. Ese viaje aumentó su gusto por las figuras exóticas, indígenas y máscaras africanas, que ya se había manifestado en 1911, y por siberianos y rusos, en pinturas de los años 1914 y 1915. De sus inclinaciones y apuntes surgirían Familia papúa, de 1914; y Salvajes de Nueva Guinea, de 1915; así como El soberano, de 1914: una pintura orientalista, con un visir ataviado con turbante, con odaliscas desnudas detrás de él. O Desnudos y eunuco, de 1912, donde se aprecian a dos mujeres y el eunuco. Pero sus mejores obras son las expresionistas, anteriores a la gran guerra, como En el hostal del pueblo, de 1912. También algunas, delicadas, como Nadja, de 1919, donde vemos un rostro de mujer, con ojos azules y labios rojos. Algunas pinturas son inquietantes, como Animal y mujer, de 1931-35, donde un enorme animal (¿perro, león?) está sobre una mujer desnuda, sugiriendo un contacto sexual.

Los grandes girasoles que Nolde pinta a final de los años veinte, y los paisajes marinos, a veces encendidos, a veces tenebrosos, muestran su intimidad con la naturaleza y el mar, que pinta antes de la gran guerra con mucha frecuencia, con tendencia a presentarlo como un peligro, un mar bravío. En la muestra de París podía verse Sol de los trópicos, de 1914, un magnífico paisaje, con un sol rojo, en un cielo de cinabrio. Crepúsculo, de 1916, que nos enseña un atardecer moribundo, verde y amarillento, amenazador, donde, como en otras de sus telas de paisajes, parece encerrarse la sabiduría y la tradición que llegaba al siglo XX desde Patinir y Carracci hasta Turner y Constable, pasando por la escuela de Barbizon, sin olvidar la mirada alemana de Philipp Otto Runge y de Caspar David Friedrich (que, curiosamente, iría a morir a Dresden).

Su vejez es amarga. En 1939, obras de Nolde son destruidas. Se convierte en una víctima del nazismo, aunque en ningún momento su vida estará en peligro: recibe un trato de favor, no en vano había colaborado con el régimen hitleriano, comportándose de una forma oportunista. Para justificar esa actitud de Nolde, sus defensores y quienes han intentado ser comprensivos con su trayectoria han hablado de la senectud del pintor, de su ingenuidad, incluso de su inconsciencia, pero lo cierto es que mientras otros intelectuales alemanes arrostraban el exilio, incluso la muerte, Nolde ni siquiera se pronunció contra el nazismo, ni se distanció del régimen. Al contrario.

En 1940, Nolde se instala en Seebüll, junto a la frontera danesa, y, en el verano de 1941, le notifican la prohibición de pintar: unos meses antes se había rebajado a enviar a la Cámara de Bellas Artes del Reich sus obras más recientes para que fuesen evaluadas. Muy a su pesar, ha pasado a ser un apestado, un pintor que no acompaña a las glorias del III Reich, un artista que no puede aportar nada al alma heroica que los jerarcas del régimen quieren que exprese el nuevo arte alemán: Nolde está atrapado entre el nazismo y la pintura degenerada. Se ve obligado a pintar clandestinamente, y, así, pintará más de mil acuarelas de pequeño formato, que llamará los cuadros no pintados. Muchas, son de una gran sencillez y belleza, como la que tituló Mar claro, costa arbolada y dos veleros. En 1942, Nolde se va a Viena, controlado por la Gestapo. Dos años después, en 1944, su taller en Berlín es bombardeado. Pierde muchas obras, y pinturas de amigos como Klee, Feininger, Kandinski, Kokoschka. La guerra termina, y Berlín se convierte en un océano de ruinas. Nolde está en el final de su vida, aunque vivirá aún una década más. Después, como signo de los nuevos aires de guerra fría que llegan de Washington, es rehabilitado en 1951, y expone en la Biennale de Venecia y en la Documenta de Kasel, pero es ya una sombra del pasado, porque, pese a la fuerza de sus pinturas expresionistas, a la cólera de sus personajes de naufragio, a sus colores rebosantes y airados y al empeño glacial con que quiso triunfar enfangándose con el nazismo, tal vez Nolde no entendió nunca el mundo, ni la vida.

El viejo topo, núm. 256, mayo 2009.

Fuente: 
http://www.elviejotopo.com/web/revistas.php?numRevista=256

_____
De REBELIÓN, 02/09/2009