Friday, September 21, 2018

“No soy un ‘negruras’, disfruto una barbaridad cada vez que saco un libro”


Una entrevista de FERNANDO F. GARAYOA | Fotografía Oskar Montero - Jueves, 13 de Septiembre de 2018

Pamplona- En esta ocasión, una imagen no vale más que mil palabras. En cuanto rascas un poco esa apariencia gruñona, más bien cariacontecida, aparece el auténtico Miguel Sánchez-Ostiz: socarrón, pícaro, conversador nato, con cientos de citas, escritores y libros almacenados en su disco duro que va soltando como quien no quiere la cosa, pero siempre de manera atinada, certera.

Diablada, su última novela, da pie a preguntar al autor por algunas cuestiones un punto más personales, que no rehuye y, de hecho, utiliza para echar por tierra más de una leyenda negra...

¿Cómo es Miguel Sánchez-Ostiz y cómo cree que le ven los demás?
-Esto es complicado, porque depende quién te vea... si son los amigos o la gente que no te puede ver. Evidentemente, en la profesión que yo tengo hay personas que tienen simpatía y otras que no te la tienen...

Centrémoslo en cómo cree que le ven los lectores.
-Unos te ven como una persona divertida y otros como un ogro.
Y usted, ¿cómo se ve a sí mismo?

-A ratos, a corronchos... Como todo el mundo. Unas veces con buen humor y otras con humor perro; unas veces arriba y otras abajo. Esas cosas de los ciclotímicos, que supongo que seré... Y digo supongo porque no sé si lo soy... todavía. Con los años, te ves con incredulidad.

¿Por qué?
-Primero, por haber llegado a la edad que tienes. Segundo, por haber escrito lo que has escrito... Pensando eso de “esto lo he escrito yo”, que es una frase muy dramática pero no es mía, ya que, por fortuna, no me ha pasado eso. Es de Alfonso Grosso, al que internaron en un sanatorio porque había perdido la chaveta. Le grabaron para un programa de televisión, en el jardín del centro, con un libro suyo en la mano, y comentó: “Dicen que esto lo he escrito yo”. Para un escritor, perder la cabeza es un asunto muy gordo, terrible.

¿Algo a lo que le tiene miedo?
-No le tengo miedo porque no he pensado mucho en ello. Y eso que leí dos libros terribles. Uno sobre Iris Murdoch, novelista inglesa que falleció de alzhéimer. Su marido, el también escritor John Bayley, publicó, primero, un libro sobre la enfermedad de su mujer y, posteriormente, escribió otro sobre su propio alzhéimer. Iris Murdoch se dio cuenta un día, escribiendo una novela, que empezaban a no venirle las palabras; ella sabía lo que quería decir pero no era capaz de plasmarlo. Eso, para un escritor, es el mayor drama que le puede llegar, el perder las palabras.

¿Hasta qué punto hay que concederle importancia, en la sociedad actual, a esa biografía que los demás hacen de uno?
-Poca, poca importancia. Es pura vanidad... pienso en aquella frase que decían: “Pero, ¿y la honrilla?” (risas). Efectivamente, con eso no vas a ningún lado. Lo más gordo que puede estar pasando es que quienes de verdad somos se difumina, sobre todo en alguien público, ya que cuenta mucho más la leyenda aplaudida que lo real; todo esto que se dice de la posverdad o la mentira aplaudida que se convierte en una verdad. A ti te echan una leyenda negra encima y ya puedes cantar misa gregoriana a cuatro voces, como si fueras un ventrílocuo, que de ogro, o como dicen por ahí ¡el demonio!, no sales.

Precisamente, uno de los protagonistas se refiere a esas leyendas “que ocultan más que muestran”.
-Sí, en el caso de este personaje desdoblado en dos escritores neonuar, que hay que escribirlo como suena en castellano, nada de francés, es un tipo que ha tenido una vida atropellada, que las ha hecho de todos los colores pero al que el personal le ha puesto encima el doble de lo que ha hecho, por lo que vive aplastado por esas leyendas que le han hundido, ya que era como estos escritores que están saliendo ahora en España, que son personajes públicos más que escritores... El escritor de gabinete ahora no interesa a nadie, tiene que hacer algo de teatro, o comprarse un castillo medieval con unicornios... ¡A un escritor montado en un unicornio ya no hay quién lo venza, ya es la monda! El escritor tiene que ser hoy actor de sí mismo; el que se mete en su casa y saca sus invenciones y novelas vende muy poco. Y el escritor en el campo, nada, si lo sabré yo (y esboza esa sonrisa pícara que conquista sin paliativos).

¿Qué retrato le gustaría dejar a Miguel Sánchez-Ostiz?
-El de alguien divertido, pero me temo que no... Y eso que la gente que me conoce en privado se ríe mucho, pero, por lo visto, en público se ríe menos. La verdad es que hay que ir pensando en este asunto de la posteridad porque empezamos escribiendo en los periódicos sábana, con tres o cuatro folios por página, pero aquello no lo leía nadie y de ahí pasamos al texto breve y luego a las diez líneas hasta llegar al momento actual, con el aforismo... Al final terminaremos convirtiéndonos en escritores de epitafios. Por eso creo que hay que ir preocupándose de la posteridad escribiendo el propio epitafio, como el director Edgar Neville, que dejó dicho aquello de “por fin en los huesos”, porque estaba gordísimo.

En esta novela, uno puede descubrir unas cuantas referencias, historias o actitudes que rezuman a Miguel Sánchez-Ostiz por todos los renglones. Por ejemplo, ¿tiene mucho o parte de ese Mateo Alemán que quiso pasar lo últimos de su vida lejos de España, con la idea, quizá utópica, de vivir mejor que aquí?
-Sí... La verdad es que cuando me encontré con esa historia, hace unos años, me gustó mucho. La idea esta de Mateo Alemán de “yo de aquí me iría”, que es lo que más se ha oído en los últimos años. Se ha ido un montón de gente joven, en muy malas condiciones; aunque la inmensa mayoría de los que dice que se iría, no se van. Y, por otra parte, cuando te vas a un país como Bolivia, en el que puedes llegar a pensar “aquí podría vivir”, siempre fuera de los circuitos turísticos, se entiende, de repente te das cuenta de que empiezas a chocar con Inmigración, con papeles muy complicados de sacar; además de que, a partir de los 60 años, hay muchos países que no te admiten... para no cargar el sistema sanitario. Como digo, a un país no lo conoces hasta que no haces cola en Inmigración, es entonces cuando empiezas conocer la verdadera cara de ese lugar que tú pensabas que era un paraíso. Ese asunto de ciudadanos del mundo ya no me lo creo porque hacen falta pasaportes, papeles... Y a esto hay que sumarle también una xenofobia y un racismo de ida y vuelta en muchísimos sitios. No por fuerza estás sobre la tierra para ser bien visto...

¿Qué le sucede a Miguel Sánchez-Ostiz que, en el que casi sin duda es su mejor momento literario, no solo por lo prolífico, se muestra, al menos visto desde fuera, incapaz de disfrutar del mismo, atenazado por cuestiones exteriores que hunden sus raíces en el pasado, por “cabronadas” que son agua pasada?
-Esta parece una de esas preguntas que hacen en las conferencias (risas)... Eso no es así. Yo estoy disfrutando mucho de mi momento actual, estoy disfrutando como loco. Igual es que tengo cara de ogro y tengo que ponerme una careta (risas). Me siento muy dichoso y una persona muy afortunada, sin lugar a dudas. Disfruto una barbaridad cada vez que saco un libro con mis amigos, mi familia, mi gente... Como te decía, la gente que me conoce sabe que no soy un negruras ni me estoy quejando todo el rato de mi destino.

Y, sin embargo, en este libro se apunta a la escritura como “un oficio de tinieblas”.
-Tan de tinieblas no es porque los últimos libros que me están saliendo los he escrito a carcajadas. En muchas de sus páginas lo que he hecho ha sido trastocar episodios reales y vividos que son descacharrantes, y a poco que empujes se convierte en un delirio... es que vivimos en un delirio.

La novela arranca en la Expo del 92, con un episodio de bronca policial que ahora apenas nadie recuerda y que utiliza, sin cortarse, para hacer retratos sin pelos en la lengua, como la descripción de “Mister X, el morritos, que salió fumando puros y millonario en lugar de pagar”.
-Los dos personajes se conocen en aquella trapisonda del carajo que fue la Expo del 92, en el momento final del felipismo,a pocos años de que Aznar empezara con aquello de “váyase, señor González”. Pero no se puede ir más allá con ese personaje... Ahí es donde, por ejemplo, para mí la novela negra tiene un valor, el de contar cosas que no se pueden contar de otra manera. Anda que no hay trapisondas jurídico-policiales que no se pueden contar... porque te empapelan. Aunque dudo que se pudiera escribir una novela negra sobre el rey. Hay cosas que no se sabe si puedes escribir o no... Tanta prisa que tenían por derogar la Ley mordaza, parece que ahora ya no tienen tanta; a ver si va a pasar lo mismo con la reforma laboral y solo acaban haciendo unos ajustes... que no son nada. Por otra parte, ¿quién se acuerda que la Expo de Sevilla empezó a limpia hostia, con tiros incluso? Nadie.

En apenas unas páginas llegamos al ‘neonuar’, ese género al que ‘pertenecen’ los ‘dosenuno’ protagonistas de la novela y por el que parece mostrar una especie inquina...
-Que noooo, que no es inquina, eso es una leyenda. Efectivamente, es un género que está muy en boga. A mí me hubiera gustado escribir una novela negra, que era aquella, la de La sima... pero es que soy incapaz ya de escribir una novela, del género que sea. En el género policiaco social es de donde yo veo el neonuar; si tú coges las novelas de Andreu Martín de hace 25 años, verás cómo retrataba un mundo de corrupción que iba a salir a la luz unos años después. Hace tiempo que escribí en un artículo que de este mundo que vivimos solo iba a dar cuenta la novela negra. Eso sí, la novela negra que es un elogio del sistema, de la ley y del orden no me gusta una mierda.

Hace referencia también, en ‘Diablada’, a los tejemanejes de un premio literario llamado Pistola negra, un relato de ficción pero que casi podría ser la radiografía de unos cuantos galardones literarios de este planeta...
-Eso es una burla. Podría ser la descripción de algún premio literario pero también de muchos de diputaciones de por ahí, porque han abundado... Y los personajes que aparecen, también: los paganos de la farra, los que lavan dinero negro en galardones editoriales...

Volviendo a los dos protagonistas de la novela, a esas dos caras de la misma moneda, casi los define como un Sancho Panza y un Don Quijote.
-Sí, jugué con esa historia. Pero luego va y resulta que el que puede parecer más quijotesco es el que ejerce de Sancho Panza y viceversa. Esto parte de un ensayo, que no encontré, en el que Unamuno parece que decía que el boliviano era un personaje muy sanchopancesco mientras que el español era quijotesco, dos estereotipos que no creo que se den, porque, al final, todos tenemos algo de Quijote y de Sancho Panza.

Y, en el fondo, ¿todos pasamos muchos ratos en el Café Inbidia?
-Algún rato... Pero, ¡ojo!, ese café existe, está en la calle Goitia, al lado del Centro Universitario de La Paz.

Este es un libro muy de cafés y de clubes, como el Club del Recuerdo o de los Impostores o de la Melancolía...
-Aquel club... es una de la cosas más delirantes que me han pasado en la vida. Los que actuaban imitaban a cantantes famosos internacionales. Y el público... ahí nadie iba a volver a cumplir 50 tacos y vestían como moteros de los 60, con zamarras de cuero. Era una gente de delirio puro, se reunía todos los viernes a la noche, de farra... y no había manera de ir al baño, y eso que lo intenté varias veces (risas). Todo medio a oscuras... vamos, ni en una barraca de Sanfermines de los años 50, ¡qué historia!

Por estas páginas aparece también el mítico Balmoral, bar madrileño ya desaparecido al que hasta Loquillo le dedicó un disco...
-Ah, sí. Ni idea. En Baztan, ¿de qué te vas enterar? (risas). Era un bar de Madrid en el que no sonaba música, entre pijos del barrio de la Salamanca y gente de la Movida. Era de estas peñas tumultuarias del Madrid de los 80, de las que no me acuerdo muy bien.

Al final, ¿parece evidente, casi tópico, que la vida es un carnaval?
-Depende de cómo te la tomes, sí.

-Pero esta ‘Diablada’ va más allá de un mero carnaval...
-Hombre, muy bien no termina... pero no voy a hacer spoiler.“Eres más tonto que ser spoilerde ti mismo” (risas), creo que es una frase que sale por ahí. La Diablada es un baile carnavalesco, muy espectacular, que se da todos los años en el Carnaval de las minas de Oruro, y es boliviano. Y si los peruanos o chilenos quiere reñir diciendo que es de aquí o de allá, habrá que decir que es catalán medieval o valenciano tardío: es el baile catalán de los diablos. En la Diablada se representan los vicios y las virtudes, los ángeles y los demonios, todo con gran lujo de pólvora... realmente es algo que te deja boquiabierto. Ese desfile de ángeles y demonios, o de ángeles que son demonios y viceversa es con lo que yo he querido jugar en la novela... vicios y virtudes.

No hay nada más triste que morirse... y que a uno se le caduque el nicho.
-Es que caduca... y pasa de cuerpo mayor a cuerpo menor. Eso yo lo vi en Cochabamba, sacar el cuerpo mayor del nicho y reducirlo con una sierra hasta que cupiera en un cajita más pequeña. Fue un día que vi muchas cosas...

“Pasamos de los tres folios al texto breve, luego fueron 10 líneas y ahora es el aforismo... Acabaremos siendo escritores de epitafios”

“No por fuerza estás sobre la tierra para ser bien visto”

“El escritor, hoy, tiene que ser actor de sí mismo”

‘diablada’

Según el autor. “Lo de menos es que Diablada sea un duelo a muerte literaria -con la ficción biográfica como arma blanca de mucho filo-, entre dos escritores de novela negra (neo-noire), hoy tan de moda, ya maltrechos por la edad y por lo vivido y bebido, o una sucesión de episodios burlescos, tanto en el cruel y grotesco Madrid de la Busca que no cesa en tiempos neoliberales como en una Bolivia alegre, sórdida y tumultuaria. Lo que para mi cuenta son dos asuntos que creo tienen su importancia. Uno, el planteado por Max Aub en su biografía sobre Luis Buñuel acerca de quiénes somos de cara a los demás, y otro la posibilidad de cambiar de vida en el otoño de esta, tal y como hizo Mateo Alemán”.

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Del DIARIO DE NOTICIAS DE NAVARRA, 13/09/2018



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