Saturday, October 2, 2010

DE LA GUERRA Y DEL CORAZÓN/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

En medio de la curiosidad que producen las muertes y las tragedias, de ese morbo inmóvil que impulsa a ver por ver sin ningún sentido de solidaridad o auxilio al prójimo, ni tampoco captura memoriosa de aquello que desaparecerá por siempre, muchos periódicos impusieron a sus lectores y no lectores – simples paseantes de la calle – la insoportable deformación que produce la muerte en lo que fue la vida.
El pesado cuerpo del señor Briceño, o Jojoy, cubierto por la sombra de la sangre y sobre una bandeja de laton de cocina de restaurante, bien podía recordar alguna escena de la novela El otoño del patriarca. Algo conmovía, o repugnaba, o maltrataba el pudor, a pesar de la humanidad que fue.
En toda la masa de información de los medios cuyo contenido repetía aspectos sabidos del conflicto y retratos de superficie de los guerreros de un lado y del otro, y conjeturas políticas sobre el futuro, un aspecto llamó la atención de los ciudadanos. ¿Por qué tantas cámaras, de fotografía y de televisión, en la entrada de la morgue, la sala de medicina legal que en las indicaciones del edificio aparece como anfiteatro?
Las respuesta son múltiples. Desde el siniestro comercio de grasa de muertos que surte los locales en las calles aledañas a la morgue con sus ofertas de rezos, limpiezas de la saladera, ubicación de enemigos, baños para atraer la fortuna, sahumerios para retener el amor; hasta los recogedores de una hebra de cabello, un pedazo de uña, con los cuales venden relicarios de los santos del infierno – que también los hay -. Por supuesto hay que nombrar a los esperadores de milagros. Estuvieron atentos a la resurrección de Jojoy y el consiguiente discurso en la mitad del desolado parque.
Sin embargo el silencio irreversible de la muerte se impone. Y de la inexplicable ola de reporteros y carreras sin dirección, entre los adoloridos buscadores de cadáveres de familiares, se destacaron discretas presencias. Es una lástima que los escandalosos hábitos del espectáculo hayan malogrado la perspicacia del periodismo colombiano y sus admirables antecedentes.
De esos hechos que enseñan más de Colombia y son capaces de despertar preguntas distintas, la redacción de Bogotá de El Tiempo, sin nombrar al sensible periodista, relató algunas.
La de la mujer de 62 años que se enteró de las noticias por la radio. Esta señora convidó a sus familiares a ir hasta el anfiteatro. Sin ser pariente de Jojoy su motivo indiscutible. Se trata de un hecho histórico, dijo. La mujer quería ver la historia. No hacía falta considerar a que llamaba un hecho histórico. Con su edad ella carga tiempo para haber conocido hechos que son parte de la historia: el premio Nobel de García Márquez, los ciclistas ganadores, los boxeadores campeones, los médicos descubridores, los poetas galardonados, los humildes de la resistencia, es decir la historia que nos dignifica y nos estímula; y la de los Sangre Negra y Escobar y Gacha y los ladrones de lo público y de los políticos indignos y los violadores de niños y mujeres y jóvenes, es decir la post data a la historia universal de la infamia.
O la de la mujer que lloró. Las lágrimas y su enigma.

Publicado en Cartagena de Indias (Colombia), septiembre 2010

Imagen: Goya/Desastres de la guerra

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