Monday, June 6, 2011

Joyce-Proust-Beckett/Tres herejes


Carlos María Domínguez

UNA "JERGA filosófica barata y ostentosa", dijo, "una simple extensión crítica de Proust: como un ano, sin membrana fibrosa". Samuel Beckett se había hecho una idea del valor de sus ensayos de juventud, pero en 1983 accedió a que Ruby Cohn los recogiera en un libro, bajo el título Disjecta. Sus temas son, en efecto, dispersos, incluso en la selección preparada por la Universidad chilena Diego Portales, pero concentran su preocupación por llevar la literatura a un horizonte nuevo.

Esta edición recupera su ensayo sobre Finnegans Wake, de Joyce, y otro dedicado a En busca del tiempo perdido, de Proust, junto a tres diálogos con el crítico de arte Georges Duthuit y dos breves homenajes a pintores amigos: Jack B. Yeats, hermano del poeta, y Avigdor Arika. En unos y otros Beckett ostenta su violencia: una impresionante formación cultural (tenía entonces 25 años), y la utilización de un lenguaje que abusa de la oscuridad. Si alguien es incapaz de entender, es que "su decadencia le impide recibirlo", afirma a propósito de la escritura de Joyce, pero la advertencia también alcanza a sus lectores.

Joyce. A poco de conocer a James Joyce, Beckett se convirtió en su asistente y escribió el artículo "Dante… Bruno. Vico… Joyce" para la revista Transition (junio de 1929), que difundía los avances del nuevo proyecto del autor de Ulises: un texto inspirado en una popular balada inglesa sobre la muerte y resurrección de un irlandés entregado a la bebida, pero que pretendía amalgamar voces de sesenta lenguas diferentes con formas sintácticas nuevas. Durante años Finnegans Wake llevó el título provisorio de Work in Progress, se publicó en 1939 y nunca dejó de provocar en sus lectores un hondo desconcierto.

El joven Beckett defiende en este artículo la filosofía de la historia de Giambattista Vico, sobre la que está montado el texto de Joyce, contra el pretendido misticismo que le adjudicaba Benedetto Croce. Argumenta la teoría de la inevitable evolución cíclica de la humanidad, la relaciona con las tesis de Giordano Bruno, y al introducir la anticipación de la poesía a la metafísica, como primera operación de la mente humana, se sirve de varias analogías con Dante para mostrar que una tradición filosófica y filológica estaba viva en el esfuerzo de Joyce por rechazar los caminos trillados del lenguaje.

Así como Dante escribió en dialecto para un público acostumbrado a leer en latín, Joyce pretendía dar al lenguaje de la novela una nueva experiencia.

"Ustedes alegan que esto no está escrito en inglés", afirma Beckett contra los tempranos detractores del texto. "En realidad, no está ni siquiera escrito. No es para leer, o más bien no es sólo para ser leído. Es para ser visto y oído. No es que Mr. Joyce escriba sobre algo; su escritura es ese mismo algo. Cuando el sentido es el sueño, las palabras se duermen. Cuando el sentido es el baile, las palabras también bailan… Esa escritura que ustedes hallan tan oscura es una extracción quintaesencial del lenguaje… Aquí está la brutal economía de los jeroglíficos". La apuesta era temeraria, de hecho fue ilegible, pero Beckett se las ingenió para compararla con la Divina Comedia, incluso en la idea de la historia como un purgatorio movido por el vicio y la
virtud, pero sin premio ni castigo, y encontró las citas en que Dante repudiaba a los hombres que imitaban el comportamiento de los borregos.

Ahora que la discusión sobre Joyce quedó sumergida, y la de la novela con la filosofía, irresuelta, el ensayo de Beckett reverbera como esos recuerdos de la arrogancia juvenil que también traen una acusación por el abandono de sus pretensiones.

Proust.
El lúcido pesimismo de Beckett encontró en Proust un campo más fértil donde desarrollar sus ideas. Recibió el encargo de escribir un ensayo crítico sobre Á la recherche…, la leyó dos veces durante el verano de 1930, y Chatto & Windus lo publicó por primera vez en marzo de 1931.

Incisivo y cavernoso, el texto traza un recorrido personal por la minuciosa descomposición de la identidad en pequeños mundos paradójicos y la imposible recuperación del pasado con los atributos de la conciencia, el hábito y la memoria voluntaria. Encuentra muchos ejemplos de donde sujetar su nihilismo sin forzar a Proust, que le abre las puertas de A la recherche… por la sola condición de su amplitud monstruosa. Allí encuentra la prisión del hombre en el tiempo, incapaz de asegurar su permanencia en la mutación de sus deseos (que lo convierten sucesivamente en otro), y su torpe sed de posesión, cuando lo único esencialmente recobrado regresa por una magdalena humedecida en té, una memoria distraída, un accidente involuntario.

Destaca Beckett la idea proustiana de que el único paraíso verdadero es el paraíso perdido, de que el hombre sólo ama aquello que no posee por completo, y en consecuencia, el amor es una función de la tristeza del hombre. No hay conciencia salvadora, ni hábito que no encadene al embotamiento de la percepción, ni esfuerzo capaz de rescatar al alma individual de la vacilación entre el sufrimiento y el tedio. Oído así, en pleno auge del hedonismo, junto al optimismo tecnológico, las propagandas del placer, la evangelización de la salud y las reivindicaciones masivas de la sexualidad, parece una herejía. Viene, sin embargo, de la desesperada conciencia de entreguerras, cuando la tradición de la novela decimonónica llegaba a su fin en la obra monumental de Proust, más compleja que las definiciones de Beckett pero nada ajena a sus intuiciones. A ninguno de los dos, asociados en este ensayo, le faltan argumentos para probar, con honestidad e inteligencia, por qué sutiles caminos de la memoria, el sueño y la conciencia, el hombre se extravía en un mar de penosas contradicciones.

El recorrido que hace Beckett por la saga de Proust es sensible: las evocaciones de Marcel, su desconcierto frente a las incontables imágenes de su madre, su abuela, Françoise, la cocinera, Gilberte y Albertine, pero también el lugar de la flora, la pintura y sobre todo la música, que opera como un elemento catalítico en la obra, comparecen dentro de un tejido abigarrado de ideas. Todas trasuntan la convicción de que una tradición literaria se había resumido y agotado en la obra de Proust, el
realismo ya no podía ofrecer más que "la ordinariez de una literatura de anotaciones a destajo", y la necesidad de explorar caminos nuevos.

En los breves diálogos con su amigo Georges Duthuit, a propósito de las pinturas de Tal Coat, André Masson y Bran van Vélde, su apuesta por la experimentación es más explícita y adelanta el umbral de un callejón sin salida: "No hay nada que expresar, nada con qué expresar, ninguna base de expresión, ninguna capacidad para expresar, ningún deseo de expresar, junto a la obligación de expresar." Pero no explicó en qué consistía la obligación de romper el silencio.

La edición, bella y cuidada, añade un excelente prólogo de S. E. Gontarski, especialista en Beckett.

PROUST Y OTROS ENSAYOS, de Samuel Beckett. Ediciones Universidad Diego Portales, 2008. Santiago de Chile, 115 páginas.

De El País, Montevideo, marzo 2011

Imágenes: Joyce, Proust Beckett

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