Friday, December 23, 2011

EL ENAMORADO DEL TUERTO/BAÚL DE MAGO


Roberto Burgos Cantor

La borrachera de la dama de la guadaña en lo que va del año, me lleva a pensamientos extraños, lejanos a los del consuelo. No sé si los vuelos de la cigüeña traen más nacimientos a las chimeneas o a los pesebres, que los ataúdes que a diario pagan su moneda a Caronte por la travesía en las corrientes del olvido.
Me atribuló no saber si la presencia de los vivos mitiga la soledad de los muertos, su indiferencia definitiva.
La avariciosa muerte vino por Guillermo Alberto Arévalo cuya obra crítica y desprendida militancia en este proyecto de Sísifo que ha sido la imaginación de una alternativa de izquierda, en Colombia, son ejemplares.
Para Cartagena de Indias, Arévalo es un motivo de gratitud. El fervor y la dedicación con que logró reunir los poemas de Luis Carlos López, el perspicaz prólogo donde sitúa la obra del poeta irónico, tierno, revulsivo, anfiscio, lograron fundar un espacio para una poesía que es una de las renovaciones del lenguaje y del entendimiento de lo poético. Las ediciones del ambicioso proyecto por el Banco de la República, primero, y por la colección de Ayacucho, en Venezuela, después, dan cuenta del logro.
Cuando lo conocí yo cargaba la vergüenza y la admiración por el rescate de la obra del Tuerto que amenazaba ruina después que el ensayo escrito por don Ramón de Zubiría se perdió en un taxi. Nada excepcional. Al poeta de la Martinica lo descubren los surrealistas franceses. A Luis Carlos López lo jala del naufragio un cachaco. Es probable que la cercanía obnubile o genere rechazo como en los imanes.
Algo ocurría con la navegación de las palabras en el mar tormentoso de la época. Leía los ensayos de Arévalo, recuerdo uno sobre el melodrama, y él no lo sabía. Él leía mis cuentos y novelas y escribía alguna reseña o hablaba a sus alumnos, muchos hoy, y yo no lo sabía. Me encantaban sus análisis sobre la novela Los parientes de Esther, de Luis Fayad.
Como dicen las abuelas, Guillermo Alberto dio el paso. Es decir me invitó a conocernos. Creo que la gente del altiplano, a pesar de su sociedad recogida y con prejuicios, vive mejor las exigencias de lo social. Los cartageneros preferimos no incomodarnos, el hábito del cangrejo de vivir encuevado, nos releva de los rituales del salón.
Así estuve en su casa. Él quería que conociera además a su maestro, Eduardo Camacho Guizado. Fue una noche espléndida donde nos emborrachamos de escocés y afectos viejos recién aflorados. A lo mejor el ser humano requiere de estos hilos que tejen almas para poder ampliar la atarraya de lo colectivo. Es decir sentimientos previo a las coincidencias o desavenencias de la ideología.
De las primeras miradas contemporáneas a Candelario Obeso, el guardián del cementerio de Santa Cruz de Mompox, una fue la edición de Arévalo en la bella colección que inició Arango editores.
Ahora que lo miro en la cajita, silencioso y resignado, arropado por la bandera roja con letras amarillas de su partido, y las rosas a sus pies, no puedo menos que incurrir en la inutilidad del llanto y seguir lamentando las injusticias de la vida y de la muerte. Mi amigo.

Publicado en El Universal (Cartagena de Indias), diciembre, 2011

Imagen: Guillermo Alberto Arévalo

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