Sunday, October 14, 2012

Sobre el sexo de las piedras


Manuel Vargas

Muy extraño me parece que desde las alturas del poder y de un tiempo a esta parte, ya no se defienda el sexo de las piedras. Mucha gente de la oposición se ríe burlonamente de esta feliz expresión, ¿y qué pasa? Ni el ministro Choquehuanca ni los sabios nativos de toda laya ni los antropólogos extranjeros salen al frente. ¿En qué siempre andarán ocupados tantos defensores del Estado Plurinacional?, ¿será que tan pronto se olvidaron de sus orígenes pétreos? Por éste y otros motivos, he decidido salir yo, a enfrentar la ignorancia, a dar la cara, a defender el sexo de las piedras. Porque sí, tal como lo leen: las piedras tienen sexo.
Para quienes este mi primer párrafo les parece chino, debo retrotraerme a los inicios de la historia de Bolivia, mejor dicho, del nuevo régimen presidido por don Evo Morales. Fue entonces cuando el Ministro Choquehuanca, quien además de sabio, es nuestro Canciller y jefe de gabinete, dijo muchas cosas -y las sigue dieiendo. Tuvo en ese entonces el mal gusto de contar, por ejemplo, que cuando era joven e indocumentado, caminaba por la zona Sur de la ciudad de La Paz ofreciendo camisas o quesitos de sus pagos (ya no me acuerdo qué negociaba), tocando puertas, caminando bajo el sol andino de las calles occidentalizadas, digo, cuando tenía que ganarse la vida como tantos de sus hermanos de sangre lo hacen hasta ahora. Y dice que mucha gente salía a ver al indiecito por quien no daban ni un quinto y... no le compraban nada. O le compraban de vez en cuando, o ¡qué horror recordarlo!, le escupían. Así nos contó ante las cámaras de televisión. Claro, qué iban a saber estos malcriados que ese jovencito llegaría a ser alguna vez Ministro de Estado.
Pero bueno, ya me estoy yendo por las ramas. Que Dios me libre de hablar de las propiedades afrodisiacas de la papalisa. Porque lo que importa y viene a cuento, es que asimismo dijo, habló, informó a quien tuviera oídos, que se podía leer en las arrugas de nuestros abuelos, que la coca podría ser un buen sustituto del desayuno escolar, y que, finalmente, las piedras tienen sexo. Y mucha gente ignorante se burló de esta verdad del tamaño de una montaña, que nada tiene que ver con esa pálida expresión occidental de  “el sexo de los ángeles”. Eso de la papalisa, de las arrugas de nuestros abuelos y de las propiedades de la coca, puede ser discutible. Pero no lo que aquí nos ocupa.
Veamos. No es ninguna novedad que la piedra está en los mitos andinos del origen del mundo y de la humanidad. Somos una cultura de piedra. Tiwanaku (su puerta rajada como un sexo femenino) es una gran piedra, aunque no sea aymara. ¿Quién no conoce la historia de los primeros hombres que se convirtieron en piedras cuando salió el sol? ¿Y que por eso había que construir las viviendas con las puertas dando a determinado lado y no al otro? ¿Y cómo muchísimas grandes piedras, algunos ríos, otros accidentes geográficos, en el origen fueron humanos, y ahora son nuestros achachilas protectores?
Entonces, pues, cómo no van a tener sexo las benditas piedras. No son piedras, en otras palabras. Son seres sagrados. Illas. Nos cuidan y le dan sentido a nuestra vida. Si hasta en la cultura judía, Pedro es piedra, y sobre esa roca Jesucristo construyó su Iglesia, ¿por qué no sería otro tanto en nuestros orígenes, cuando las piedras hablaban?
Hay todo un capítulo en la obra de don Guillermo Francovich, Los mitos profundos de Bolivia, donde se habla del mito de la piedra. Remítanse, pues a dicho libro como si fuera el rostro de un Achachila, y dejen de reírse de tantas expresiones que merecen nuestro mayor respeto.
Pero no puedo quedarme, para comprobar el sexo de las piedras, con los mitos ni con los libros escritos además por advenedizos o dudodos filósofos con apellido croata terminado en “ich”. Lo que les quiero contar es algo que yo mismo he vivido...
Cuando era niño, nos visitaba en mi predio rural andino amazónico una señora, me acuerdo hasta ahora de su nombre: Cecilia, doña Cecilia, que venía de un recoveco del cerro y se ponía a charlar con mi mamá, a la que le decía tía. Doña Cecilia apellidaba pues Severiche, vaya, si acabo de enterarme de que esta señora ha tenido que ser mi tía. No mi prima porque eso de tía suena más creíble y adecuado para mi propósito. Ya.
Entonces, esta mi tía, que era como el fruto de la misma sombra de los cerros, decía unas metáforas formidables, referidas a que los seres humanos somos débiles, nos enfermamos, tenemos que curarnos constantemente y que para esto es bueno tomar agua de tian-tián, y para esto otro... ¡Atájenme! Resumía esta señora, definiendo al hombre (y a la mujer) con una metáfora: “somos como sombras mal paradas”.
¿Y, doña Cecilia, qué es bueno pal corazón? Y ella decía: Pues, hay que buscar una piedra hembra. ¡Santo remedio! ¿Y cómo se come eso, doña Cecilia? No se come, se toma. Buscas la piedra hembra (son esas medio redonditas y harinosas, que se van rompiendo como capas), las raspas, las mueles, las haces hervir, y eso tomas. Con eso te sanas del corazón.
Y para mí, eso es suficiente prueba de que las piedras tienen sexo, y que se vayan los mitos y los libros a rodar.
Entonces, vuelvo a mi duda y a mi extrañeza. ¿Por qué estos señores (y señoras) del gobierno, ya no defienen tamaña verdad dicha por su Ministro de Relaciones Exteriores? ¿Será que se han pasado al otro bando, al que tanto dizque odiaban, o que, simplemente, con el ejercicio del poder a como dé lugar, se les ha adormecido el corazón, o simplemente no lo tienen en sus vacíos pechos, bronces resonantes (como dijo San Pablo) donde hace falta el amor?

10/2012

1 comment:

  1. Y a mi me dijo un callawaya, que cuando alguien tiene una presencia muy debíl ande con una piedra macho en la cintura, que es la piedra amarilla puntiaguda que hay en los calvarios.

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