Wednesday, October 29, 2014

LA ORTODOXIA BLANCA - Los caminos para una topología de la literatura boliviana




A diez años del fallecimiento de la escritora y crítica literaria Blanca Wiethüchter

ANTON M. TROCHE


Con Blanca Wiethüchter –con ella, sí, y con todo lo que pudiesen exhalar sus múltiples voces propias y las de los hijos de sus hijos–, engaños y desengaños, ceremonias nupciales y dolorosos lutos. Enclaustrada como está la crítica literaria en el melodrama de múltiples agoreros que, reunidos al interior de ruinas circulares, dicen y desdicen la literatura boliviana a su antojo coqueteando el uno con el otro en un juego que se yergue entre el frenesí orgiástico y la esquizofrenia, su obra (poética, narrativa, ensayística) diseñó su arquitectura textual en consonancia al canon que ella misma convirtió en “Piedra Imán” para los escritores de su generación y las dos siguientes: Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia (PIEB, 2002).

Sobre la obra poética, narrativa y ensayística de Wiethüchter, sobre el misterioso discipulado que mantuvo con Jaime Saenz –allende el establecimiento inconsciente de una mecánica ritual hacia el autor, que se volcó en veneración y, porque no decirlo, en cierto proselitismo literario hacia la inclusión del alcohol, la tumba, la noche y el mundo citadino de los muertos en las letras paceñas–, sobre la complejidad enunciativa de su discurso, sobre su aproximación a una literatura intimista [femenina], sobre la restauración y quiebre de los mitos u otras eventualidades de su escritura se ha dicho por demás. Meritorio es, en especial, el tratamiento que Mónica Velásquez Guzmán da a la obra de Wiethüchter en La crítica y el poeta: Blanca Wiethüchter (Plural, 2011), texto que enfatiza el uso de la intertextualidad de recursos no literarios en tanto “fragmentación del hablante”, como estrategia propia de su escritura. Por ello, quisiera retirarme de este extenso corpus de hermenéutica y periodismo literario, y concentrarme un poco más en un par de presupuestos a los que Hacia una historia apunta para construir un panorama crítico de la literatura nacional.

Lo primero (que a-sombra) es la estructura de los límites en los que se circunscribe la visión que Wiethüchter tiene sobre la el origen y el fin, transmutando un espacio cronológico en otro determinado por referencia paradigmáticas textuales que permitan a la crítica restringir su mirada. Dichos límites se suspenden en el lapso que inicia la Historia de la Villa Imperial de Potosí de Arzáns de Orsúa y Vela (cuyo brevísimo tratamiento remite al estudio de Leonardo García Pabón, La Patria íntima, pie para el alumbramiento de una magnífica reedición de los relatos de Arzáns publicada también por Plural) y termina –como no– con la obra de Jaime Saenz. De por medio, sendas paradas en la letras de Zamudio, Borda, Suárez de Figueroa, Urzagasti, Camargo, Bascopé y el mismo Saenz. Pinceladas de otros muchos, elegidos a tira y afloja entre la autora, Alba María Paz Soldán, Rodolfo Ortiz y Omar Rocha (equipo de investigación), como bien manifiesta el preludio vanguardista con el que inicia el libro, donde se delata como fin de una trifulca sobre si se insertan o no cierta obra y autores la afirmación categórica –verdad de Perogrullo- de la grandeza de Jaimes Freyre. Si es lúdico, todo se perdona, también el sistema de descarte. Y, por supuesto, a la perorata, un final tragicómico: la idea explícita de que todo ello no conduce a ningún lugar, el sentimiento de lo inacabado. En todo caso, mantengamos dicha impresión de la autora y no vayamos más allá. La obra está, por donde se la vea, violentamente inacabada.

Hablo de violencia en relación a la fuerza de enfoque que tiene el libro de Wiethüchter, a la solidez de su armazón discursivo, al conflicto que inicia la demarcación del territorio de aquello que podría ser convocado al saco de la literatura boliviana tanto como los múltiples imaginarios y tópicos que pueden permitir esta designación igualmente violenta. Bien hace Luis Antezana en advertir, en su no-prólogo a la edición (o Umbral, como subtitula el acápite que apela a Saramago), que una cosa es la literatura boliviana y otra los meollos de su constitución. Desde otra perspectiva de la dualidad, por una parte está el diseño sistemático de una categorización de imaginarios y autores o escritos ligados a dichos imaginarios –“territorios”  y “espacios” en la distinción que hacen Wiethüchter y Alba María Paz Soldán–, y por otra están los mecanismos de violencia que se instauran como soporte unificador del alegato que reconoce tal categorización, en virtud a una lenguaje catalizador de una identidad particular del “ser boliviano”. De esta manera, Hacia un historia expande su mirada evitando los pliegues, lo fragmentario, la presentación simultánea de una esfera de artefactos ficcionales transterritoriales (refiriéndonos al espacio donde se constituye lo literario propiamente boliviano), la discontinuidad que oculta toda continuidad, la dispersión al que todo camino seduce en su recorrido, el pestañeo continuo al que debe someterse todo aquel que ve para que los ojos no se le sequen, asumiendo como existente aquello que el parpadeo oculta. Es justamente esto lo que reconozco en la obra crítica de Wiethüchter: La identificación de la senda deambulada, la señalización de la ruta a tomar, la anticipación del paraje final al que se ansía llegar, la orientación direccional para el tránsito en una vía medular, y no así el reconocimiento de las múltiples salidas que se presentan en los márgenes de dicha senda y conducen a los parajes de la multiplicidad.

Lo segundo (que a-lumbra) es el principio unificador con el cuál Wiethüchter reconstruye la historia de esta “literatura boliviana” desde una perspectiva histórica y, en cierto modo, historicista, pues promueve una vía de desarrollo en el panorama literario y al mismo tiempo se aduce la idea de la memoria social como nexo causal, más allá de la multiplicidad de eventos particulares. Como ella y Páz Soldán mencionan, las obras mismas son capaces de establecer –de  suyo– un diálogo entre un tiempo y otro, entendiendo de forma cuasimecánica la relación entre un momento histórico de la sociedad determinado por su literatura y otros precedentes o posteriores. ¿El diálogo inconcluso, la escritura del desastre a la que refiere Maurice Blanchot para entender la imposibilidad que tiene el lenguaje para decir la historia?

Wiethüchter habla de una telaraña de artefactos de representación en la que intervienen diacronía y sincronía, etapas del imaginario literario boliviano (en su definición, el arco colonial, el pliegue, el arco de la modernidad y un postludio) y accidentes que conforman tales imaginarios sociales (denominados, como mencioné anteriormente, “territorios”).  En todo caso, Hacia una historia busca un origen perdido en el tiempo. Así cumple bien lo que Niklas Luhmann, inspirado en la memory function descrita por el matemático inglés George Spencer Brown, intentó vislumbrar postulando los sistemas de almacenamiento y recuperación colectiva que permanecen inalterables en la memoria social, donde un conjunto de sujetos se autodescribe.  De esta manera, la obra literaria puede entenderse como una suerte de memoria encapsulada de la historia. Como el texto mismo menciona, la literatura del arco colonial referencia una “actitud testimonial del lenguaje en las obras como referente ‘colonial’ […] ensombrecida por la prohibición de escribir obras de ficción durante el régimen español”; el pliegue constituye “un lugar de tránsito […] [marcado por] la irrupción del modernismo”; el arco de la modernidad es la consecución de una “autonomía literaria […] en la tensión de un cuestionamiento de las representaciones dadas”. Evidentemente, la modernidad acaba con Saenz, y lo que queda es vislumbrar el camino que se entrevé después de él.

No entro a los meollos del texto y los autores que lo involucran. Lo que sí vale decir es que, en cierto sentido, lo que en Hacia una historia es tomado como una historia crítica de la literatura en Bolivia, se convierte en una tesis de presupuestos para la construcción de una literatura nacional, en todo el sentido cultural, social e incluso geográfico que implica el hablar de nación (o, más aún, plurinación). No cabe una noción propiamente literaria pare definir tal trabajo, así que recurriré a un término que se usa más bien en las matemáticas: topología, ciencia que se ocupa de las propiedades de figuras (geométricas) que permanecen sin variación pese a cualquier deformación que pueda aplicarse sobre ellas, manteniendo una continuidad invariable de manera independiente a su forma. Más allá de la superficie accidentada de la literatura en Bolivia, Wiethüchter halla una veta homeomórfica de imaginarios históricos. En el Macondo de las dispersas letras bolivianas, Wiethüchter introduce su ojo crítico, halla una veta, establece territorios, determina los espacios, se autoinstaura como la Mamá Grande, la voz del orden, el ojo de la predicción y la controversia que guiará los pasos los jóvenes escritores (y ya no tan jóvenes) de las últimas tres décadas: el tiempo de la Lagarta.

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Publicado en Puño y Letra (Correo del sur/Chuquisaca), 28/10/2014

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