Sunday, May 10, 2020

Reseña: Cavilando a gusto, un Homenaje a Cayo Salamanca y al grupo Khanata


GABRIEL SALINAS

El uso del término “telúrico”, es parte de un repertorio de adjetivos cliché, empleados para describir la música andina, y no caeremos en semejante vulgaridad al referirnos a la histórica obra Fiesta de los quechuas, del grupo Khanata, cuya propuesta musical dista de ser simple y “profundamente” telúrica, siendo, por mucho, más identificable con la vitalidad desbordante de las culturas andinas que florecen desde lo profundo extendiéndose hasta los valles bolivianos y sus urbes, como un aliento vaporoso, proferido desde las heladas alturas de los principales Apu Mallkus de la cordillera, en una estela abierta a la inmensidad que se suspende a través del pie de monte, a las llanuras que emergen en el paisaje, en la forma de parcelas generosas, gustosas y coloridas, escenarios bucólicos, habitados por las comunidades indígenas y campesinas del país, donde sus vidas cultivaban un mundo idílico entre rigores materiales y políticos ingratos.

O por lo menos, así nos los figurábamos en esas décadas ya casi lejanas del 70 y 80 del siglo pasado,  a veces tan mentadamente posmodernas, en la ingenua mirada de la incipiente toma de conciencia masificada de la contemporaneidad globalizada, que ahora se afianza en este descomunal presente incierto, como siempre lo fue el presente, siempre presente, incluso en ese 1982, en que salió Fiesta de los quechuas; y, cuando ese tipo de objetos traídos por la modernidad, los discos de vinilo, amenazaban con superpoblar el planeta con cosas de plástico, que luego serían tecnológicamente relegadas a raros coleccionistas nostálgicos, como yo mismo, y usadas por nostálgicos coleccionistas raros, que adoran lo relegado tecnológicamente en su delirio por las sutilezas; añorando por ejemplo, un walkman, como yo mismo lo hago.

Pero cavilando sin control, no podremos apreciar que las piezas musicales propuestas en este álbum, remitiéndonos a un “pretendido” sentido estricto y formal, versan entre zampoñadas, tonadas, huayños, y cuecas, junto a lo desconocido, pero familiar, lo no etiquetado con un denominativo propio de una forma musical socializada en el lenguaje común, sino con una indicación de procedencia espacial, como si se tratara de una hipálage estética; y esta es la verdadera veta de exquisita belleza sensible que atesora este trabajo artístico sin parangón, en cuyas recopilaciones de músicas provenientes de las comunidades, los artistas responsables, rotularon a mano alzada el significante “fiesta”, en la parte consignada al enlistado de las canciones inscritas en la caja del disco; “fiesta”, palabra milimétricamente dispuesta en el sentido de la “vitalidad desbordante” referida, que va de adentro hacia afuera, dejando de ser telúrica, para caracterizar este valioso  artefacto cultural, de nuestras disquisiciones; que perfectamente se resolverían si apeláramos con soltura al concepto abarcador de mesomúsica, propuesto por Carlos Vega, en esas mismas décadas de “modernoso” bullir, entre remesones paradigmáticos.., ya que la obra musical sobre la que estamos discurriendo, refleja precisamente ese flujo y reflujo social entre los espacios rurales y urbanos, como aquel producto cultural que señalaba Vega.

Pero las generalizaciones sólo empobrecerían el auténtico esplendor de estas formas musicales que aún conservan el pulso de las culturas rurales de la Bolivia profunda, esa, dramáticamente insurgida en estado plurinacional, que ahora enfrenta aparentemente desvalida, la histórica pandemia del covid 19, llena de remordimientos.

Entonces la imaginaria forma “fiesta” es nuestra puerta, de principio abstracta, para empezar a concebir lo que la etnomusicóloga polaca Anna Gruszczyńska-Ziółkowska llamó el tono o taqui,  al referirse a las músicas particulares e indeterminadas, que procedían de las vivas raíces nativas, orgánico-sociales, propias de nuestro espacio geográfico; y que se corresponden a lo que Cayo Salamanca, director y fundador de Khanata, cuyo puño y letra redactaron, en otra parte de la caja del vinilo, que su contenido guarda la música reconocida por sus propios intérpretes como “Cultura popular khanata”, a razón de descargo  indeleble y etnográfico, de principio concreto. Entonces por fin “fiesta”, en lo que a nosotros nos concierne, y a efectos de un “esencialismo estratégico”, es la forma del sonido que emana de este álbum musical, Fiesta de los quechuas, así sencillo, como su nombre lo indica; a pesar del complejo recorrido que supuso verificar su autenticidad, condición fundamental para erigirse como obra de arte plena, que atañe a la memoria universal del hombre, con las sensaciones únicas que le son propias; esos juegos melódicos de vientos vibrantes que fluyen de los aerófonos andinos, entremezclados con pericia, y dispuestos en un orden sucesivo y programático de corte dramático, para marcar un énfasis en las unidades musicales sintácticas fundamentales, formulando una sensación sonora que se observa a una toma de distancia, como una unidad sintáctica mayor, abarcadora y compleja, cuyas figuras caprichosas sólo responden a los apetitos estéticos más exquisitos de sus creadores; figuras acaso similares a las de las piezas para cuerdas de registros agudos que caracterizan la parte final de la forma “fiesta”, con la introducción de cantos, silbidos y zapateos, cerrando la suite de este modo, si pensamos en las estructuras musicales de la tradición occidental.

Pero, a efectos de decantar nuestro discurso, las piezas del álbum con formas musicales reconocibles en el acervo cultural de la región, pueden inferirse opuestas a lo que encontramos como desconocido, es decir a la “fiesta” que caracterizamos en su inefabilidad; pero esto es un error de apreciación, debemos repensar mejor esta disyunción si hay que ser serios, y reconocer que las formas son sólo esquemas mentales, que en la práctica gozan de gran fluidez y dinamismo, es así, que me animo a plantear, que las otras canciones formalmente tentativas, lo son en la medida de la afectación, que supone su proximidad real con la “fiesta”, como es constatable en la escucha atenta del disco, con sus diminutos crujidos acanalados que repercuten en la lectura del oscuro y reluciente vinilo, recorrido pacientemente por la aguja del equipo.

Y si bien este registro musical es único por muchas razones, no lo es, desde un perfil más desencantado de la historia musical boliviana, que lo podría omitir, pero en ese caso lanzo la pregunta: ¿es posible dejar ese vacío?



No comments:

Post a Comment