Thursday, November 15, 2012

Nostalgias bolivianas



Miguel Sánchez-Ostiz

No sé si son la misma cara de la misma moneda o dos de las muchas caras que puede tener el laberinto urbano, el del merdeo y el gueto, porque de guetos vamos hablando ya, porque en ellos vamos viviendo. Ayer tarde perdí una foto estupenda porque la escena me dejó boquiabierto. Con el último sol de la tarde, vi pasar por la plaza del Castillo a una chola de mi edad, con su chal, su borsalino, sus polleras de lujo, de unos colores dorados,  guindas y rojo fuego. Una aparición... maravillooosa, habría dicho el Ramón Rocha. Hoy, cuando regresaba de andar,  en una calle de la ciudad vieja, vieja calle de San Lorenzo, he visto este cartel, casi enfrente del ultramarinos Cochabamba, que en otra lugar, con o sin Huari o Paceña, prometía un festín. Nostalgia y emoción que ha quedado rota porque me ha salido de un portal un jito con un pitbull, sin bozal ni correa, al que el cuerpo le pedía sangre (al jito) y que me ha confirmado que en cuestión de perros peligrosos quienes representan una amenaza cierta son los dueños. Ignoro que mosca le picaba al jito, pero verme con una cámara en la mano le ha parecido una amenaza intolerable.  Mordemos. Estamos que mordemos. Pero el cartel, el cartel me ha hecho ver no ya cómo ha cambiado la ciudad antigua, menestral y mansa, sino cómo he envejecido, pero me he felicitado de no vivir en aquella otra ciudad de los curas, las monjas, los frailes, las cornetas y tambores de los cuarteles, aunque algo o mucho quede y no sea tan castizo como el de esa vieja monja que ha ido a la vieja cerería a por material profesional: Perorata del desahuciado la mía o del insensato o del enjaulado. Viejo, todo viejo, y pardo, como en el poema.
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Del blog del autor. 15/11/2012

Foto: Chola paceña

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