Sunday, February 24, 2013

Crónicas desde Berlín (I)

Bernardo Sartier

Aterriza la noche en Tegel, pista lacustre en la que se toma tierra sobre el croar impertinente de las ranas. Hay en esa noche una ausencia callada y térmica, sin empatía, a salvo la iluminación cutre, mínima y ahorrada del Reichstag. La noche berlinesa recién aterrizada es una noche que desmorona el mito germano: alcorques tercermundistas, firmes mal repuestos y jardines urbanos a selva. La noche berlinesa es también una noche que elude el sueño porque el alemán no duerme: el alemán es un centinela que vela al este y al oeste por si se le aparece el espectro de Stalin (con las ciento diez mil mujeres violadas en la toma de Berlín) o el espíritu de Patton con las llaves de Buchemwald. Después, lo primero que amanece en Berlín son la mujeres, rubias muy rubias o morenas muy morenas. A la mujer alemana morena, de una perfección saciante, la corona el pelo negro sobre unos ojos muy verdes. La mujer morena alemana es una especie de Frida-mantis, una viuda negra que se lo tira a uno desde un estertor místico-bélico, marcial y cartesiano, mientras sopesa si vale la pena permanecer en el euro o volverse al marco. (Tampoco hay que rayarse: usted se hace a la idea de que ella ha gozado en esos diez segundos eyaculados y santas pascuas, que no es cuestión de amargarse las vacaciones). La alemana rubia es siempre una bávara de ojos azules y postergados, pecho abundoso y jarra empuñada, una hembra ubérrima y natal hecha para alumbrar una camada de nueve alemanes rubitos y prefabricados dispuestos a dejarse la juventud, incluso la vida, en la testarudez hitleriana y gélida de Stalingrado. Entre la una y la otra está la belleza pastueña, bobalicona y vacuna de Eva Braun, con la que Hitler no quiso casamiento: -“Fito, cariño ¿me quieres?”; y Hitler fosco, seco, que responde “déjate de bobadas, Eva, que estoy reflexionando sobre la solución final”. Berlín es fácil de andar porque es un poco la Plaza Mayor de Europa: usted toma la Unter den linden y discurre desde la isla de los Museos hasta la Puerta de Brandemburgo, arquitectura mediocre que deja colar, a través de sus vanos, una luz de antorchas desfiladas mientras en la memoria flambean las esvásticas y refulgen las cruces de hierro. Chekpoint Charlie: veo los veinte tanques soviéticos y yanquis apuntarse recíprocos al entrecejo en la “Carajen Strasse”, o sea, el zapato de Kruchev contra la polla loca de Kennedy, adicto al vodka uno y al sexo el otro y que a punto estuvieron, en el sesenta y uno, de impedir -la madre que los parió- que al cronista lo alumbraran al año siguiente. Próxima entrega: en Berlín no saben lo que es la leche del tiempo.

De Diario de Pontevedra, 01/09/2012

Imagen: Ernst Ludwig Kirchner/Puente en Berlín

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