Monday, July 1, 2013

Entrevista a Juan Villoro


Por Natalia Páez

Ser uno de los autores contemporáneos más leídos y admirados de Hispanoamérica no es poca cosa. Con mirada y ademanes de niño encerrado en un cuerpo de basquetbolista, el mexicano Juan Villoro (1956) parece restarle importancia a esos laureles que lo elevan y disfruta juguetón del intercambio en la conversación. Es por demás amable, sonríe mucho y hace reír –mucho– a quien lo escucha. Tiene el don de decir frases geniales concatenadas sin presumir y casi sin respirar. Y de ser irónico sin ofender. El escritor español Javier Marías resaltó sus poderes de seducción así como su capacidad para la justa acidez y para generar sorpresa. Durante la entrevista dirá por ejemplo que "jamás podría escribir sobre golf", ese deporte "de ricos estúpidos con zapatos de dos colores". Pero su forma de decirlo no es agresiva y más cuando con honestidad intelectual confiesa que sólo podría escribir sobre el golf una diatriba porque trabajaría con sus "más primitivos prejuicios".
Cuentista, novelista (premio Herralde 2004 por El Testigo), también se ha destacado como cronista y muchos lo señalan como el sucesor de Carlos Monsiváis. Como columnista de opinión escribe semanalmente en los diarios Reforma de México y El Mercurio, de Chile y es colaborador de revistas de Estados Unidos y América Latina. Es también un original autor de libros para chicos. En la Argentina ha editado para diversos sellos como Aguilar, Seix Barral, Interzona y hace unos meses firmó un contrato con Marea para un libro que saldrá en agosto con el título de  ¿Hay vida en la Tierra?, libro en el que relata 100 historias sobre la forma en que la tecnología modifica nuestras relaciones. 
"La infancia perpetua no me interesaba por los primeros tiempos de mi escritura. Años después buscaría recuperarla parcialmente a través de la literatura infantil y las crónicas de fútbol", dice. Sus temas recurrentes son Chiapas y uno de los filósofos al que el subcomandante Marcos considera su referente –Luis Villoro Toranzo que no es otro que su padre– a quien le dedicó el relato "Mi padre el cartaginés" (revista Orsai). Entre sus temas también está el fútbol (Dios es redondo), el rock, los viajes, "eso que los escritores hacen cuando no escriben y el contexto en que leemos a los otros", en una enumeración de sus propias obsesiones que le pertenece. 
Fue el letrista de un grupo llamado Los Renol mientras se formaba como cuentista, y luego escribió algunas letras para Café Tacvba en coautoría con uno de sus líderes, Joselo Rangel. Estos mexicanos –elegidos entre las bandas más influyentes de América Latina– lanzaron en 2001 un álbum que recopila sus mejores temas al que titularon, como uno de los libros de Villoro, Tiempo transcurrido. Es ese libro, que muchos consideran el mejor de su primera etapa como escritor, el que contiene un conjunto de relatos que catalogó como Crónicas imaginarias. Recorren desde el movimiento estudiantil de Mayo del '68 en Francia hasta el terremoto del '85 en México. 
Un sismo marcó su debut como escritor editado. Había esperado cuatro años la publicación de La noche navegable. El terremoto del 24 de octubre de 1980 en el DF precipitó el parto. Su editor lo llamó para decirle con humor que "gracias al temblor" el libro había salido. Diecisiete años después publicó Materia dispuesta, una novela que narra una vida marcada por la inseguridad de la tierra. El protagonista es un hijo del sismo, nace durante el temblor de 1957 que derrumbó la mítica escultura del Ángel de la Independencia en Paseo de la Reforma. El obelisco de la capital mexicana. El desenlace de esa historia ocurre –¿cómo no?– en 1985, año en que la tierra hizo sentirse y destruyó la ciudad. Dice que antes de aquello, los temblores no sólo no le daban miedo sino que hasta le gustaban: "El más lejano que recuerdo se asocia con la figura de mi padre. Era de noche y la casa comenzó a moverse. No pensé en la tierra ni en la patria sino en la versión doméstica de ambas: creí que mi padre caminaba por el pasillo y cimbraba la construcción con sus pasos. La imagen de un gigante en piyama me resulta protectora." En 2010 tuvo la mala suerte de coincidir junto con varias decenas de escritores y editores en un congreso de literatura infantil y juvenil en Santiago de Chile cuando el bravo terremoto lo hizo volver a pensar en términos de vida, muerte y literatura. El resultado fue el libro 8.8 El miedo en el espejo (Interzona) en cuyo prólogo el mexicano rememora la instantánea del gigante en piyama.
Previo al encuentro con Tiempo Argentino que ocurre en el bar de su hotel en Palermo, Villoro ha leído una noticia. Y es que los hijos de dos periodistas de Chihuahua han sido asesinados por los sicarios de un narco.
–¿En qué piensa cuando escucha a algunos colegas hablar de falta de libertad de expresión en la Argentina?
–En el último decenio, en México se han asesinado a 63 periodistas y al menos 13 están desaparecidos. Ayer fueron asesinados los hijos de dos periodistas de 21 y 22 años en crímenes relacionados con la actividad de sus padres. Ha habido atentados contra oficinas de los periódicos. El Norte, en Monterrey; El siglo, en Torreón; el diario de Ciudad Juárez, en Chihuahua. La revista Río 12, en Sinaloa. Hay ataques frontales a los periodistas lo que ha convertido a México según la organización Periodismo sin fronteras en el país más peligroso para ejercer la profesión. Muchos periodistas, si es que el asunto puede ser de vida o muerte, en ocasiones no firman las notas o no las publican ellos. Se mandan a otros periódicos de la capital para que puedan cubrirlas. El director de Reforma, Alejandro Junco, nos juntó un día a los editorialistas para decirnos que tenía que abandonar el país por las amenazas del crimen organizado. Nos dijo "tomen las precauciones que consideren pertinentes porque su director ya no puede vivir aquí". Esto te da la pauta muy clara de la amenaza general que sufre el periódico. Están mucho más en riesgo los periodistas de provincia. Mucho más en riesgo. Porque hay menos control, menos vigilancia. Argentina está muy lejos de esto aunque creo que los periodistas se mueven en un horizonte polarizado. El periodismo siempre está contaminado por la realidad. Decía Manuel Vázquez Montalbán que la primera obligación de un periodista es saber quién es el dueño de su periódico. Porque eso determina con quién está haciendo negocios y cuáles son los límites de la libertad de expresión de esa plataforma noticiosa o política. La labor de esa profesión es tratar de ampliar la libertad dentro de esos límites mientras le sea posible.
–En relación a la crónica como género, ¿cree que todos los temas son cronicables? 
–Todos los temas son cronicables dependiendo de quién y cómo lo haga. Creo que sería terrible que estableciéramos una zona de temas prohibidos como en los viejos mapas medievales en los que marcaban el fin de la tierra y un cartel que decía Hic sunt leones "aquí hay leones". No creo que debemos establecer una región de los leones donde no nos podamos meter. Todo tema es digno de una crónica, incluso algunas de las mejores que se han hecho se han realizado en contra de la voluntad inicial del cronista. Por ejemplo Relato de un náufrago de García Márquez. José Salgar el jefe de redacción de El espectador le dice a Gabo que la escriba y a él le parece una pésima idea. Y sin embargo, su editor le pide que la haga y no sólo esto sino que también le pide que la alargue porque era un éxito de publicación por entregas. Muchas veces el propio cronista desconfía del tema y a medida que lo va escribiendo descubre su grandeza. 
–¿Es válido echar mano de la literatura en temas muy sensibles y urgentes? 
–Existe el buen periodismo cualquiera que sea el género que utilice. Creo que sí puede escribirse literatura bajo presión. Puede ser una entrevista, un reportaje, un cuestionario velozmente resuelto, un artículo de fondo o una crónica. Pero es cierto que muchas veces la subjetividad del cronista sólo contribuye a banalizar las cosas. 
–¿Tiene algún ejemplo que recuerde?
–Hay una biografía escrita como crónica sobre el juez Baltazar Garzón. Que tiene un título mesiánico que es: El hombre que veía el amanecer, de Pilar Urbano. En un pasaje se relata un momento entre que se quita un zapato y otro mientras está en su alcoba, hablando con su mujer y le dice que va a enjuiciar a Pinochet. Me parece un caso de subjetivización extrema. Porque primero que nada ¿cómo supo la autora que él se estaba quitando los zapatos? Seguramente entrevistó al juez Baltazar Garzón y él le contó. Pero poner una decisión histórica tan importante en medio de un acto tan privado como quitarse los zapatos, no sólo no humaniza esa decisión, sino que la banaliza. Es un caso similar al de hablar de un "cielo azul" antes de llegar a la escena de un crimen horrendo. ¿Qué me importa a mí de qué color creyó el autor que era el cielo cuando lo que va a contarme es algo mucho más trascendente? A menos que se utilice como un efecto de contraste muy fuerte. Esto es, que lo uses para señalar que en un día precioso pasó algo horrendo. Por ejemplo, para hacer mención al atentado contra las Torres Gemelas en Estados Unidos se ha usado la expresión "September Eleven Blue" (11 de septiembre azul) porque había un cielo lapislázuli el día paradisíaco en que ocurrió lo peor. Todo depende en cómo utilizas los materiales. 
–¿Puede escribir sobre temas que no le interesan?
–Mira, si yo pudiera prohibir un tema por mandato prohibiría el golf. Porque me parece un deporte de ricos estúpidos. Me parece además un ecocidio que se utilice tanta agua en esa superficie para que la pisen unas gentes con zapatos de dos colores. Pero he leído textos de John Updike sobre el golf que son magníficos. Sé que yo sería incapaz de hacer esa crónica porque llegaría allí con los prejuicios más primitivos. Podría hacer una diatriba. Pero no una crónica. David Foster Wallace, por ejemplo, aceptó a ir a un crucero para burlarse de lo que se supone que el crucero representa. Para contar el horror de estar allí. 
–Es decir que no hace crónicas por encargo.
–A veces sí, a veces no. Se da un diálogo entre un editor que presume que me interesa algo y a mí que veo qué tanto me interesa. Por ejemplo ahora estoy escribiendo sobre el artista mexicano Damián Ortega. Un plástico, que ha expuesto en los mejores museos y galerías del mundo, cinco años más joven que Gabriel Orozco. Me interesa mucho tratar de hacer una crónica en la que se vuelva comprensible el arte moderno. Que para muchos es incomprensible. Tratar de entender las piezas que lo conforman. Si tuviera que narrar sobre Messi las piezas serían los goles. No son tan fácilmente narrables. Con la obra de un artista contemporáneo tengo el desafío de narrar sus piezas. Es un desafío muy interesante. Empecé en diciembre del año pasado haciendo entrevistas a él y a gente que lo conoce. 
–En Espejo retrovisor (Seix Barral) usted es el curador de su propia obra, en un período de 30 años de escritura. ¿Cómo sabe cuándo un texto funcionó?
–Es una sensación muy rara. La única prueba fehaciente de si un texto funcionó o no es cuando lo releo y siento que no es mío. Tengo la sensación de que está escrito por otro. Es cuando me miro al espejo y no me veo. No me siento responsable. Yo tengo muy buena memoria para lo ajeno. Pero poca para mis cosas. Me acaba de pasar hace poco que hice una especulación comprometedora en una reunión. Una teoría erótica. Y luego una pareja de amigos me agradeció porque lo que yo les había dicho les había resultado. ¡Como si yo fuera un gurú! Y el punto es que yo había olvidado todo. Una irresponsabilidad que dije guiado por el tequila y ellos lo tomaron como un consejo de vida. Me gusta olvidar de lo que digo, para no hacerme responsable.
Villoro para los más chicos 
Dice que la primera vez que escribió para niños pensó que sería una "gran relajación". Que sería como un juego infantil. "Pero yo había olvidado cuán serios son los juegos infantiles. La pasión, la pulsión por cumplir con las reglas de un juego y toda la emoción que uno delega en él son cosas serias. Se mantiene la mente en una tensión extrema. La mente infantil es compleja, barroca, abigarrada. Por otro lado algo que parece contradictorio es que hay una necesidad de libertad pero que al mismo tiempo que todo sea lógico. Son tres deseos para el hada madrina que no pueden ser más de tres. Respecto de la literatura para adultos me cuesta de manera distinta, son desafíos complicados y distintos", explica. 
Sus textos para chicos más recientes son La nube embotellada, que forma parte de una antología por los 30 años del Museo del niño en México que trata la historia de una chica del desierto que jamás ha visto nubes. También El fuego tiene vitaminas, que es la historia de un dragón que ha perdido el fuego. Entonces llega a un país donde hay un alimento que es el chile mexicano. "Es una conexión entre el mito de los dragones asiáticos, y la cultura culinaria mexicana", explica Villoro. 
En la Argentina, el Fondo de Cultura Económica publicó El libro salvaje. "Muchos chicos fueron a verme a la última Feria del Libro de Buenos Aires por este texto. Yo creo que los libros buscan a sus lectores. La historia trata sobre un libro que nunca ha tenido un lector (y no quiere tener un lector) es un outsider. No quiere ser leído. Un muchacho trata de atraparlo y que se deje leer", cuenta el autor que durante muchos años vivió entre España y México, pero que ahora vive casi permanentemente en su país natal porque "cada vez más" le cuesta separarse de Inés, su hija de 13 años.  
–Me despierto a las 7 AM, le preparo el desayuno a Inés y la llevo a la escuela. Luego regreso y preparo el segundo desayuno. Despierto a mi mujer. Desayunamos y de  9 a 2 PM escribo. 
–Es usted un metódico.
–Es que lo único que tengo es el horario. Ya que escribo columnas, reportajes, novelas, cuentos. Soy como una farmacia de barrio. Sé que estoy abierto de tal a tal hora. Ahora si te vendo una aspirina o un preservativo pues dependerá del día. Hay algunos clientes que piden aspirinas queriendo preservativos. Eso ya depende del día. Pero sí, soy un metódico. Más vale estar en la mesa de trabajo cuando se te ocurren las ideas.
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De TIEMPO ARGENTINO, 30/06/2013
Fotografía: Juan Villoro

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