Wednesday, August 7, 2013

Hacer pastón y revocar, lecciones prácticas sobre la lucha de clases


Hijo de un arquitecto, politólogo diplomado y miembro activo de la clase media, la vida lo llevó a trabajar durante varios meses de albañil. Su experiencia en ese rubro de la construcción se convirtió en un libro de crónicas.
por Natalia Páez

Lejos del periodista gonzo que –camuflado en un personaje– se mete en un mundo que le es ajeno con el propósito de narrarlo, Agustín Calcagno –politólogo, docente de la UBA, escritor– durante siete meses trabajó de peón de albañil y lo contó como una forma de hacer catarsis de aquella que estaba siendo una experiencia intensa en un mal momento de su vida. Cada día que volvía del trabajo tenía un ritual. Antes de bañarse para lavar el polvo que traía en el pelo, en la piel, en los dientes, se sentaba a escribir en un blog que era seguido por sus amigos y familiares primero, pero que luego empezó a cosechar entre los lectores a colegas de su nuevo oficio. Recién después se daba una ducha y volvía a su vida de clase media intelectual. Estos relatos llegan ahora en formato de libro de la mano de la editorial independiente Milena Caserola, con el título Crónicas de albañilería.
Fueron para Calcagno (Buenos Aires, 1979) meses duros en los que puso a prueba sus andamiajes políticos e ideológicos; en los que caminó por las estructuras teóricas que sobre la clase obrera había estudiado en la facultad, y que se le venían a la cabeza mientras levantaba bolsas de 20 kilos en los hombros y respiraba polvo de cemento. O mientras se caía desde una escalera durante una demolición.
Los textos tienen algo de traducción –a la manera del periodismo de divulgación– para el lector ilustrado. Ceresita, contrapiso, revoque. Llegar es un verbo que se repite en las crónicas de Calcagno. Aquel "llegó" a la albañilería. O "vos no sos de acá", en una suerte de reconocimiento entre los que se dedican a esto y quienes –como el autor– están de paso o "caen" por necesidad.
Calcagno, que tenía cierta familiaridad con el mundo de la construcción como hijo de un arquitecto, dice que no se arroga haber conocido a la clase obrera. Porque junto con su amigo Fer, uno de los protagonistas de los relatos, eran "albañiles independientes", hacían changas y demoliciones, no formaban parte de las obras grandes en las que entra en juego la explotación.
Los ritos del asado, de tomar una birra después de la jornada laboral, la cultura del piropo soez a "las minas" que pasan por la obra, las drogas duras y blandas. El "laburante en serio" versus el que labura en una oficina. Todo está también de algún modo abordado en esta suerte de bitácora del trabajador de la construcción. Crónicas de albañilería se presenta como "el primer reality libro sobre albañiles de la historia" será presentado el domingo 14 a las 18 en Lavalle 3683.

–¿En qué momento de su vida de clase media intelectual se transformó en una opción trabajar como peón de albañil?
–Estaba sin trabajo y muy deprimido. Me había ido del país con 27 años, ya recibido, dejando un trabajo. Me fui con mi banda a probar suerte con la música a Europa. Nos fue muy mal y volví sin nada. Fue una crisis laboral y personal. Un amigo que estaba recuperándose de un problema de adicción en Merlo me dijo que me fuera a trabajar con él. De albañil. Le dije que sí pensando en llegar e intentar conseguir trabajo de periodista (había publicado algunas notas). Y me mudé a San Luis. Fer es un pibe que hizo la primaria conmigo en una escuela municipal de Palermo, y que tuvo que empezar a laburar desde muy chico. Yo aprendí de cero, no sabía lo que era hacer un pastón, ni agarrar una moladora. El me enseñó.
–¿Quería escribir esa experiencia desde el principio?
–No, para nada. Pasó que después de tres meses, cuando volví y conté lo que había hecho, mis amigos me empezaron a decir que escribiera las historias. Lo empecé a hacer en un blog. En un momento mi amigo tuvo una recaída y lo mandan para Capital. Yo mientras estaba en un grupo de investigación en la universidad. Ganaba chirolitas, no hacía un sueldo. Entonces Fer me llamó y me dijo que lo dejaban salir y volver a dormir en la clínica en la que se estaba recuperando. Me dijo: "si laburamos bien allá también podemos acá". Así empecé cuatro meses más acá y empecé a escribir.
–¿Y quiénes eran sus clientes?
–Intelectuales, profesores de la universidad. Mi vida era rarísima. Terminaba de laburar, de sacar escombros a la calle, me bañaba y me iba a una reunión con el grupo de investigación.
–Entonces la suya fue una experiencia de quien toca fondo. No fue la mirada del antropólogo urbano o del periodista gonzo.
–Para nada. El trabajo de albañil era algo donde iba mi afecto, mi necesidad de ganar un mango. Era una construcción atípica, por usar una metáfora sobre el hecho que implica lo concreto del oficio.
–Pero hubiera tenido otras herramientas a mano, ¿por qué ese trabajo y no otro?
–Sí. Podría haber laburado en un call center… Prefiero toda la vida ser albañil.
–¿Qué lo hace preferir ese oficio?
–Tenés más libertad, estás al aire libre. No hay esa opresión de la multinacional ni del explotador. Por supuesto que hablo de la albañilería independiente, no de las compañías constructoras, adonde muchas veces entra en juego un sistema de explotación.
–¿En el libro hay elementos de ficción?
–Sí. Me lo planteé también como una construcción artística. Yo empecé a escribir desde el día cero: el día anterior a empezar. El primer día llegué todo mugriento y así me senté a escribir. Era un ritual. Llegaba y sucio escribía una crónica. Venía con el polvo encima, escribía. Y recién me iba a bañar para continuar mi vida de clase media. Me empezaron a pasar dos cosas. Que lo que yo iba escribiendo en el blog lo empezó a seguir gente que me conocía. A algunos les llamaba la atención y otros se preocupaban. "¿Estás bien?" "¿Qué pasó?" Lo que hice entonces fue empezar a jugar con la ficción. A mí me servía desde lo psicológico escribir la crónica mientras trabajaba. Para bancarme ese trabajo. Por ejemplo, a veces iba cargando una bolsa que me mataba el hombro y mientras pensaba de qué iba a escribir ese día. Me decía a mí mismo "Hay que aguantar, aguantar, aguantar… de qué voy a escribir hoy, dale, dale", me arengaba solo. Eso me ayudaba.
–La diferencia es que usted sabía que era un pasajero en tránsito
–Sí, estaba en la crónica desde el otro lado. Aunque en el momento no lo pensaba de esa manera. No era un juego. Es importante resaltarlo. Para mí no fue una motivación periodística ni antropológica, era una experiencia de vida. A partir de esto empecé a pensar proyectos gonzo que después –por suerte– no los hice.  «



Poner el cuerpo

Se suele definir al periodismo gonzo como un subgénero del llamado Nuevo Periodismo, que es el que utiliza herramientas de la literatura para narrar hechos y en el que el periodista es un actor más del suceso que se narra. El periodista gonzo pone el cuerpo. Se mete en la historia, se hace parte de ella. Es un actor más que aporta mirada e importancia al contexto.  Un representante del género es el estadounidense Hunter Thompson (El Derby de Kentucky) y un medio que albergó historias de este tipo fue la revista Rolling Stone. En la Argentina, el libro Alta Rotación (Tusquets) de Laura Meradi fue un ejemplo de periodismo gonzo. Durante un año la autora (1981) se enroló en trabajos precarios ofrecidos para jóvenes. Así trabajó en un call center, fue cajera de un supermercado y también llegó a trabajar en una cadena multinacional de fast food. También Cicco y su libro Yo también fui un porno star y otras crónicas de lujuria y demencia, donde se convirtió en sepulturero en el cementerio de la Chacarita, fue a cazar y a jugar a la canasta con señoras, hizo de sparring de boxeo y hasta actuó en una película porno. La peruana Gabriela Wiener es también considerada una representante en América Latina. En la Argentina se consigue su libro sobre su embarazo, Nueve Lunas.

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De TIEMPO ARGENTINO, 04/07/2013

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