Wednesday, November 13, 2013

Cinema Psycho. Los psicokillers vistos por el cine

Marcos García Guerrero

Cuando un travestido Norman Bates (Anthony Perkins) interrumpía la ducha de Marion Crane (Janet Leigh) y le asestaba a la bella y ladrona rubia varias cuchilladas mortales al compás de los chirriantes violines de Bernard Herrmann, no solo se estaba acabando de forma brutal por primera vez en el cine comercial con uno de los personajes centrales sin llegar a la mitad del metraje (cuatro décadas antes de que Wes Craven hiciera lo propio con Drew Barrimore en Scream), si no que se estaba fijando, de modo innovador, el punto de mira protagonista en un personaje malvado, y que además, representaba un nuevo tipo de maldad desconocido en el cine: la del psicokiller.





Alfred Hitchcock presenta
Hasta que Alfred Hitchcock estrenó Psicosis en 1960, el mal en el celuloide, presente sobre todo en el género de terror y negro, era reflejado como un elemento exógeno, ya fuese un ser o fenómeno sobrenatural que irrumpía desde la irrealidad o un mafioso que operaba dede el otro lado de la ley. Era un mal que procedía de arquetipos que reflejaban los miedos de la época y que acababan pagando por sus pecados para restablecer así el orden social alterado. Pero Hitchcock, inspirándose en el relato homónimo del escritor Robert Bloch, permuta esta imagen en la figura del esquizofrénico Norman Bates, y hace del mal algo real y cercano, algo tangible, que está presente en nuestras vidas. Nos dice que el terror puede encontrarse a la vuelta de la esquina, y que probablemente proceda de una persona conocida. Es un nuevo tipo de terror cuya raíz reside precisamente en la veorisimilitud del mal que lo proyecta.
Como curiosidad, y paradógicamente, habría que señalar que Norman Bates, el mayor icono de la psicopatía en el cine, desde un punto de vista clínico (y como bien señala el título del film que protagoniza), no es un efermo psicopático, si no psicótico. No obstante, patologías mentales aparte, no es Psicosis la primera aproximación cinematográfica a una mente enferma y homicida (El asesino de las rubias del propio Hitchcok, en 1927, M, el  vampiro de Dusseldorf de Fritz Lang, en 1931, La noche del cazador de Charles Laughton, en 1955…), pero sí la primera aproximación a la figura del criminal enfocada como personaje protagonista central, y del que además, se intenta enteder la causa de su comportamiento. Marca Psicosis así el camino a seguir en el nuevo cine de terror americano, el cual por su contexto sociopolítico ya no debe recurrir a la inspiración romántico-gótica del horror show clásico, si no que se sirve de leer los periódicos y observar la realidad cercana para encontrar la inspiración en un nuevo tipo de miedo mucho más plausible que el mostrado por el cine hasta entonces.
Psycho1960
El oscuro motel regentado por la familia Bates
La sombra del Bates Motel
Es difícil entender la figura del psicópata en el cine sin tener en cuenta el caso real de Ed Gein, granjero asesino de Planfield (Wisconsin), que se haría tristemente célebre por su costumbre de conservar el cadáver de sus víctimas y fabricar con su piel (y con la que conseguía mediante la exhumación de cuerpos en el cementerio) ropa y muebles. Varios son los filmes que narran sus crímenes, estando dos de los psicópatas más emblemáticos del cine de terror, como Norman Bates y Leatherface (La matanza de Texas, de Tobe Hooper, 1974), así como el propio Buffalo Bill, asesino al que Hannibal Lecter ayuda a dar caza en esa matrioska narrativa de psicópatas que es El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), inspirados en dicho personaje,  Así pues, y como ya nos señalaba Hitchcock, vemos como la vida real, generalmente previo canalizador literario, es la mejor inspiración (y la más aterradora) para el cine.
Se ha afirmado aquí que la primera aproximación moderna a la figura cinematográfica del psicópata era la de Norman Bates, y sin embargo, es una afirmación no del todo cierta. Tres meses antes del estreno de Psicosis llegaba a las salas británicas El fotógrafo del pánico, polémica cinta de Michael Powell cuyo protagonista es Mark Lewis, psicópata que se presenta ante las mujeres como director de cine y que acaba con sus vidas mientras las graba, valiéndose de una púa asociada a su cámara. Además de ser el protagonista central, Lewis convierte con su cámara al espectador en vouyer cómplice de sus crímenes, lo que además de horrorizar, supone el adentramiento, como nunca antes se había hecho en el cine, a los entresijos de una mente enferma. Al igual que Psicosis, en El fotógrafo del pánico también se intenta dar una explicación al comportamiento de su protagonista, quien como Bates, fue víctima de un trauma infantil.
A la sombra de Psicosis, no tardarían en surgir títulos deudores tan interesantes como Homicidio (1961), de William Castle (quien colaboraría posteriormente con Robert Bloch), o El estrangulador de Boston (1968) y El estrangulador de Rillington Place (1971), ambas de Richard Fleischer. Pero sería desde finales de los años sesenta cuando la convulsa realidad de Estados Unidos (la guerra de Vietnam, la aparición pública de asesinos en serie como Ed Gein o Charles Manson, la oscura situación política…) empuje a una nueva generación de cineastas, generalmente del exploitation (Tobe Hooper, Wes Craven, John Carpenter…), a reflejar, con un sadismo desconocido hasta entonces, y a través de relatos de psicokillers, el lado más oscuro de Norteamerica.
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Michael Myers (Halloween, de John Carpenter, 1978)
En este punto, merecería la pena realizar un matiz. Se tiende a considerar al malvado prototípico de buena parte del cine slasher (y de su predecesor italiano, el giallo), y sobre todo del splatter, como icono del psicópata en el cine. Y si bien no se puede negar la influencia de un personaje como Norman Bates en el horror movie moderno, ni se puede ignorar que el término “psicópata” haya mutado en el vocabulario popular hasta una forma genérica que engloba todo tipo de perturbados mentales con instintos asesinos (sean clínicamente reconocibles como psicópatas o no), la carencia en estos personajes de un tratamiento narrativo psicológico suficientementre profundo, y su aspecto aparentemente inhumano (Michael Myers, Jason Voorhees) cuando no directamente sobrenatural (Freddy Kruger), hace que se muestren ante nosotros como inverosímiles máquinas brutales de matar más cercanas al cine de terror fantástico que al thriller psicológico de naturaleza realista heredero de Hitchcock.
Un asesino con mil caras cinematográficas
El silencio de los corderos nos regaló, basándose en el personaje literario de Thomas Harris (que a su vez se inspiró en un personaje real), uno de los psicópatas referenciales de la historia del celuloide: Hannibal Lecter, “el caníbal” (Anthony Hopkins). Quizás sea éste el personaje que mejor ha reflejado en el cine las características esenciales de un psicópata: altamente inteligente, seductor y manipulador, falto de empatía pero preclaro para leer la psicología ajena (empatía utilitaria), megalómano, metódico y con necesidades especiales y formas atípicas de satisfacerlas. Ñam, ñam.
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Hannibal Lecter (Anthony Hopkins)
El éxito de la obra de Jonathan Demme, no solo de público si no también de crítica (primera cinta de terror en ganar el oscar a mejor película, y tercera en la historia en conseguir las cinco estatuillas principales) abrió un subgénero cinematográfico, frecuentemente inspirado en la literatura, en el que detectives y psicokillers se enfrentan en un reto intelectual en el que los primeros deben dar caza a los segundos, intentando poner fin a sus crímenes mientras se exponen a su vez a ser víctimas de los mismos. Ejemplos de esta corriente serían cintas como Seven(1995), de David FincherEl coleccionista de huesos (1999), de Phillip Noyce La hora de la araña (2001), de Lee Tamahori, obras mucho más cercanas al thriller policiaco que al del terror, y en el que la figura del psicópata queda relegada básicamente a contrapunto narrativo del bien, a mente vil a la que hay que descifrar no para profundizar en su naturaleza enferma, si no por su condición de demiurgo malvado que ha sembrado de trampas mortales un tablero de juego.
Dentro de las cordenadas de un cine más personal, la figura del psicópata también nos ha brindado grandes obras, generalmente asociadas a discursos de mayor calado que la mera pesadilla cinematográfica.
Stanley Kubrick adaptó a la gran pantalla la distópica novela de Anthony BurgessLa naranja mecánica (1971), una fábula social que narra el tour de force de su protagonista, Alex de Large (Malcom McDowell), hacia la “cura” de su instintos ultraviolentos mediante un método de choque de carácter conductista, a costa de acabar con su humanidad primaria. Oliver Stone reflexionaría satíricamente sobre la relación de los medios de comunicación y la violencia en la provocativa Asesinos natos (1994), en la que una pareja de psicópatas (Woody Harrelson y Juliette Lewis) recorre el país desatando la muerte a su paso, mientras su matanza es practicamente seguida en directo por un público sediento de morbo. Mary Harron dirigiría en el año 2000 American Psycho, adaptación de la novela del mismo título de Bret Easton Ellis, y en la que se narra en primera persona los actos atroces del yuppie asesino Patrick Bateman (Christian Bale), los cuales finalmente no sabemos si son el resultado real de una psicopatía, o la consecuencia fantaseada de una esquizofrenia.
Dos de las aproximaciones más desasosegantes hacia la figura del psicópata, precisamente por la ausencia de un juicio moral paralelo que acompañe a la narración, son la inquietante Henry. Retrato de un asesino (1990), de John McNaughton, y la devastadora Funny Games (1997), de Michael Haneke. En la primera, se narra de forma tan realista como incómoda para el espectador, una serie de crímenes cometidos por el asesino en serie real, Henry Lee Lucas, junto a un amigo retrasado y la hermana de éste. En la segunda, se hace de los espectadores unos vouyeres “obligados” del sin sentido de la violencia gratuita que ejercen dos extraños a una inocente familia.
La lista de películas en la que el psicópata ocupa un lugar esencial en la trama, aunque no necesariamente como protagonista central, es inabarcable. Pueden citarse, no obstante, ejemplos ilustrativos de los diferentes planteamientos (aunque igual de interesantes) con los que esta tipología de personaje ha sido tratada. Ahí están desde visiones como el árido e implacable cruce entre western, narco-noir y road movie que es No es país para viejos (2007), de los hermanos Coen (basado en la novela homónima de Cormac McCarthy), y en la que Javier Bardem interpreta a Anton Chigurh, asesino autómata con tendencia a filosofear y cuya figura nos hace cuestionarnos el sentido de la maldad, hasta El Caballero oscuro (2008), de Christopher Nolan, en donde Heath Ledger simboliza a través del Joker la locura homicida desatada, o El resplandor (1980) de Kubrick. en la que se trata la demencia asesina con un halo sobrenatural a través del alucinado Jack Terrance (Jack Nicholson).
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Patrick Bateman (Christian Bale), un yuppie desequilibrado en American Psycho
El hechizo del psicópata
El cine de psicópatas ha contado siempre, pese a la dureza de sus planteamientos, con el beneplácito del espectador. Vemos películas de terror porque rompen con nuestra monotonía haciéndonos experimentar emociones extremas que nos conducen por la angustia, el espanto, la repulsión e incluso la morbosidad, hasta un esperado alivio final. Pero el cine de psicópatas no se limita a hacernos pasar miedo, si no que nos sitúa en el lado del asesino, nos hace ver el mundo a través de sus ojos y nos convierte en cómplices y jueces de sus actos.
El psicópata nos atrae porque ejerce en nosotros un efecto de atracción-rechazo. Es un ser malvado que nos fascina tanto por su rostro seductor como por el criminal. En muchas ocasiones sus armas de seducción nos causa el mismo efecto que en sus víctimas (esa especie de síndrome de Estocolmo que sentimos, por ejemplo, cuando nos compadecemos del apaleado Alex de La Naranja mecánica, rechazado por una sociedad a la que tan virulentamente antes había agredido); en otras, es su propio carácter monstruoso, a nuestros ojos un misterio indescifrable, el que nos empuja a acercarnos a ellos.
Si hacemos caso a las inquietantes conclusiones de los análisis freudianos de los sueños, nuestro gusto por el género del terror (y por tanto, de psicópatas), es nuestro vehículo para vivir sentimientos pecaminosos que mantenemos ocultos. Por esta hipótesis, veríamos películas de forma catártica, para desahogar los impulsos asesinos de nuestro subconsciente. Una conclusión que es, realmente, mucho más aterradora que cualquier película.
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De Neville, 01/11/2013
Foto: Janet Leigh grita mientras se ducha en Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960)

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