Sunday, December 3, 2017

Impresiones

PABLO MENDIETA PAZ

Atizando toda conspiración que traman las ideas contra mi mente, hace unos días, poco antes de caer el crepúsculo a mi estudio, y mientras observaba con atención el Golconde (título en francés)conocido cuadro del pintor surrealista belga René Magritte, cuyas formas simbolizan, según se comenta en internet,  “a hombres vestidos a imagen y semejanza del artista, con el característico abrigo y bombín y colocados en diferentes posiciones sobre la vertical (unos miran a derecha, otros de frente, otros a izquierda y otros están de espaldas) y en diferentes planos, como si fueran gotas de lluvia, es decir hombres-lluvia”, se me ocurrió escuchar simultáneamente la versión para violonchelo y piano de Spiegel im Spiegel (Espejo en espejo), del compositor estonio Arvo Pärt, y el Nocturno Nº 3 en Re menor, del ruso Mili Balakirev.

Con un nudo en la garganta por el experimento auditivo que bien podía disecar todo sentido de la estética, amén de correr el riesgo de que fuera  provocador, disonante y  temerario (no obstante la relación tonal), comprobé a poco andar, y con regocijo de mi mente solitaria, que es posible concebir la especie de la música sin hacer juicio de ella, sin machacar en la búsqueda de un sentido, sin afirmar ni negar. No existía en ese segundo, ni podía existir, otra voz que preceptuara algo distinto. No, no es dogma, pensé ante una fugaz insinuación que cruzó mi mente, nada absorbida por una abominable pedantería, sino, por lo contrario, por una naturalidad que adornaba mi entorno. Fue  entonces que, consumido por ese fuego sonoro, me di una explicación.

Como si encantadores de serpientes hubieran estimulado en mí una fascinación mística por el espejo infinito y abundancia de imágenes que reflejaba el enorme cerebro minimalista de Pärt que alumbraba tríadas de notas y escalas ascendentes y descendentes, una música incomparable con ahorro de sonidos pero, en feliz paradoja, con una plétora inacabable de ellos, en ese supremo momento, aliado el compositor de tanta otra creación a la originalidad y frescura  de un imaginativo y colorista Balakirev que sobrepasaba la música artificial, maniquea y hasta fáctica que dominaba la música rusa de su época, concluí  en que, como un torbellino de emociones, uno puede asir el tiempo del tiempo con la irrefrenable ilusión de hospedarse en planetas de sentimientos y deslizarse luego, sometido a poderes mágicos, hacia planetas de emociones y abismos que ascienden.  

Cada uno, fiel a propósitos muy particulares -si Arvo Pärt inspirado en principio por la música serial, luego por el canto gregoriano y la música de los compositores medievales franceses y flamencos, y recalar finalmente no a un sitio de formas diversas, sino a la música tintineante (tintinnabular), tan expresiva ese minuto; y un Mily Balakirev notoriamente consagrado en cada nota, en cada compás, a exteriorizar la más pura música rusa, los dos obsequiaron esa tarde sensaciones armónicas y timbres melódicos exclusivos de auténticas obras maestras.

La catártica música de un Balakirev dotado de fértil imaginación y extraordinario sentido de la forma había cesado, al propio  tiempo que el  sol se hundía tras las montañas ya azules, sobre todo tras un fascinante Illimani de una perfecta blancura que sin embargo, y poco a poco, acogía en su hondo telurismo esa extraordinaria tonalidad de un azul ya majestuoso. Algo más tarde, las tres notas del acorde perfecto y las plácidas escalas dieron paso al más absoluto silencio. Las breves y mágicas variaciones de las imágenes de Pärt, y el eco del torrente musical del artista ruso, auténticos maestres del arte comprometido con la excelencia, potenciaron el juego de deslumbrante estética que aún flotaba en el aire contenido de mi estudio. El sereno e inspirado acorde final de Spiegel im Spiegel acarició la pintura de Magritte que, de brillo nacarado, había cobrado mayor fuerza expresiva.  

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