Wednesday, January 16, 2019

Rosa tan maravillosa


ELINA MALAMUD

Rudi Thurner es mi amigo alemán. Cuando Rudi se queda pensativo, sostenido por sus pantalones –que lleva calados por arriba de la cintura– se balancea hacia adelante como un judío en la sinagoga, murmurando melodías para adentro, con los labios cerrados y apretados, como si rezara. Tomaba conmigo clases privadas de español y, como era un alumno avanzado, las dedicábamos a la lectura concienzuda de viñetas de humoristas locales, jocosamente gauchescos. Fue toda una experiencia cultural y laboriosa, para ambos. Un día entré a la sala donde Rudi me esperaba, lista para que fuéramos al cine y lo encontré parado, en su pose típica, con las manos en los bolsillos. La vista se le perdía más allá de la ventana, en unas nubes oscuras y amenazadoras. Entonces, sin apartar los ojos del cedrón y las glicinas que se recortaban afuera, sobre el negro de las nubes, dejó escapar su comentario, lento, reflexivo y de amplitud cósmica: “... qué lo parió...”, dijo, tan ajustado a la escena, apropiado, perfecto. Parece que juntos habíamos construido su aprehensión tan cabal de lo nacional y popular.

Además de que siempre que lo visitamos en Berlín, nos despide con una bolsa llena de golosinas para el viaje, dulzor de su esencia, Rudi me es un amigo práctico. No sólo es historiador sino que financió su carrera universitaria manejando un taxi, así que, cuando recorremos juntos su ciudad, él se complace en descubrirme y explicarme los rincones más exóticos, o significativos, y yo en robarle información.

Un día me anunció que, al regreso de no me acuerdo dónde, me llevaría a un sitio particular de Berlín y no me olvido la cierta mezcla de circunspección y morosidad reverencial con que me abrió la puerta del auto, me llevó hasta la orilla del canal Landwehr y me mostró una placa baja, sobria y luctuosa, llena de letras oscuras, que parecía estar perdiéndose al borde de la vereda para escurrirse hacia el agua del canal. Hasta acá trajeron el cuerpo de Rosa Luxemburgo cuando la asesinaron, y lo tiraron al canal –me dijo, y nos quedamos un rato mirando el agua. La encontraron cuatro meses después, muerta con su vestido mojado, navegando la dialéctica de la historia; y dicen que todavía llevaba los guantes puestos. La voltereta indecorosa de su cuerpo, cayendo despatarrado con un sórdido splash, en el medio de la noche, fue la primera imagen que tuve en mi vida de Rosa Luxemburgo.

Siempre junto al recuerdo de Rosa Luxemburgo me asalta la figura de otra mujer polaca, Maria Sklodowska, a la que el mundo, no sólo el científico, conoce con el apellido de su marido francés, Pierre Curie. Los padres de Maria Sklodowska habían participado de los levantamientos de 1863, cuando los campesinos de Lituania y Polonia se juntaron con los burgueses y con la nobleza local para recuperar las dos repúblicas, mezclando los intereses de clase propios de unos y de otros. Fueron reprimidos con una fiereza impropia del zar Alejandro II, miles fueron ejecutados y otros miles desterrados a Siberia; el pueblo quedó bajo ley marcial, se prohibió el uso oral y escrito de la lengua polaca y la familia Sklodowski fue despojada de sus bienes. Maria Sklodowska-Curie, cuando ya era una científica reconocida en Francia, se mantuvo prendida al amor de su tierra, educó a sus hijas francesas en la lengua polaca, viajó constantemente con ellas a su país y llamó polonio al primer elemento radiactivo que descubrió. Fue su forma política de reivindicar la histórica lucha de los suyos contra la autarquía de los zares de Rusia.

Rosa Luxemburgo, en cambio, dio sus primeros pasos políticos cuando todavía era estudiante secundaria en Varsovia, en la huelga decretada por el Proletariat, un partido de la izquierda polaca que pronto fue desbaratado y al poco tiempo tuvo que escapar a Suiza para no terminar en la cárcel... al menos por el momento. Sus estudios de filosofía, matemática y economía, la convirtieron en una teórica sin fisuras, apretada en un cuerpo pequeño, delicado y enfermizo que se crecía con la fuerza de su carácter, preciso e implacable, y el pensamiento inteligente que se le escapaba por los ojos o ella expresaba, indefectible, en los varios idiomas que dominaba, según la describió Trotsky en la inmensurable admiración que sentía por ella. 

En su pelea por la revolución que llevarían adelante las masas proletarias no cabía la condescendencia con los sentimientos nacionales por lo que, a diferencia de Maria Sklodowska y de muchos camaradas, no consideraba prioritaria la independencia de Polonia –larga y rica discusión que mantuvo con Lenin– ni se bancaba las componendas reformistas que denunciaba en el seno de la social democracia alemana, con razones parecidas a las que seguramente habría usado para criticar a nuestras democracias complacientes y progresistas de principios del siglo XXI.  

Cuando Rosa, Lenin y Trotsky coincidieron en los pasillos de la iglesia de Londres donde se realizó el Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, en 1907, Lenin deslizó una humorada aduciendo que sus desentendimientos con Rosa ocurrían no más porque “Rosa no habla bien el ruso”, a lo que Trotsky se apresuró a contestar que “en cambio, habla magníficamente el marxismo”, lo que distendió, en risas de todos los que se apiñaban alrededor de los tres, las tensiones de aquellas turbulentas jornadas, además de mostrar una corriente que los acercaba, a Rosa y a Trotsky, en los principios de la revolución permanente. Rosa, por su parte, aseguraba que todo estaba equivocado en su vida, por causa del torbellino de la historia y de la revolución. Que ella, en realidad, había nacido para criar gansos, recostarse en el tronco de un arce a masticar alguna hierba que le robara a las brisas de mayo o disfrutar las armonías de los conciertos de verano. 

Y entre amores y discursos, debates y cárceles, lecturas y artículos de clarificación política, temores y desafíos, en un claro del sueño de la noche, musitaría su qué lo parió personal, en voz muy baja, modelado en versión polaca, tierna, familiar, nacional y popular, nostálgica, renegando de los cansancios y los desencantos, hasta que la muerte la violentó, presentida e inesperada, y la apartó de la vida cuando su camino estaba todavía tan incompleto.

* Escritora y periodista.

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De PÁGINA 12, 15/01/2019 

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