Sunday, April 12, 2020

«8 de noviembre», de Ricardo Camacho


MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ

Chola matriaca
sobre un trasero 
que fue célebre en su tiempo,
hoy atiende a los necesitados.
Por la oración recibida,
besas en el prepucio
a los más jóvenes.
Los deudos renovaron 
tus ojos con algodón dorado.
Lloras en las velas,
no será tu cuerpo
el que ruede, esta noche;
por las calles del cementerio


¿Por qué me ha recordado a Ramón Irigoyen y sus impecables traducciones de Catulo, de quien conversamos Ricardo y yo hace ya muchos años en su sótano «más negro que su reputación» de la Bustillos, cabe el Cementerio General de La Paz? Aquel fue un día muy feliz. Estábamos allí abajo, como piojos en costura, felices, hermanos. ¿Por qué surge la amistad con unos y no con otros? ¿De dónde viene la simpatía, la complicidad, la hermandad al cabo? No lo sé. Sucede. A Ricardo le seguí en la noche paceña hasta que me aguantó el cuerpo, él continuaba. Durante años hemos conversado hasta hartarnos, con respeto y sin respeto, con y sin  trago. En su casa y en antros cochambrosos hubo días memorables. Hubo encuentros en su patio de colibrís, rana y tumbo memorables. ¿Se acuerda usted de aquel día que Nisttahuz regresando de su noche me dijo: «Eres el español más raro que he visto nunca»? ¿Por qué me preguntó usted tantas veces a qué viajaba a La Paz? Sé, estoy seguro, que es el único escritor boliviano (paceño) que después de Bascopé y otros puede escribir de los demonios de la noche y de sus murciélagos... No hay quien invente sin el dechado de la propia vida, entre tragos, descampados, farsas, dolores y resurrecciones... eso se nota y lo vivido se ve enseguida en los poemas de su único libro maldito de poemas: Debajo de otro te he visto. (Volveré sobre ello)

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De VIVIR DE BUENA GANA (blog del autor), 11/04/2020

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