Sunday, October 24, 2021

El morbo de Gutenberg


MAURIZIO BAGATIN

 

El lector busca, el viejo topo escaba, lalangue nos lee. Al lector entonces van estas palabras, porque el escritor siempre escribe una sola historia, con sus variaciones, pero siempre con la ira de Aquiles, desde aquel lugar de la Mancha o por una selva oscura. Mientras para el lector se agita en el aire un placer más pernicioso, un goce que es una catarsis, el morbo de Gutenberg. Por lo menos es así desde 1456, desde aquel día que Gutenberg nos proporcionó la Biblia con las cuarenta y dos líneas, e inició a circular el morbo. Entrando en un libro nos agitamos solos, confabulamos con muchos personajes, nos quedamos a ver el paisaje, y nos damos cuenta de que la literatura sabe mucho sobre los hombres. Y nos enfermamos. La enfermedad es contagiosa, infecta rápidamente y sin la necesidad del contacto físico, luego resulta ser imposible aislar o erradicar el morbo. Hasta hoy, y por suerte, no existe vacuna, se han inventado solo algunos paliativos y unos que otros remedios, también ineficaces, por suerte. La ciencia humanística sostiene que uno puede contagiarse por “contacto psicológico”, pero también con un uso inapropiado de los sentidos, la vista, el oído, el tacto, y en los casos más incurables, con el olfato. Todos lectores nos enamoramos de nuestra enfermedad. Y seguimos viviendo en uno de estos tres estados graves de este magnífico padecimiento: la bibliofilia, la bibliomanía y la bibliolocura.

Siempre habrá metáforas y aforismos, siempre el aedo, el trovador, el cantastorie y el hablador de la esquina, el borracho del bar y las chismosas, las fabulas que se inventan a los niños. La ontológica necesidad de narrar del ser humano, el deseo de narrar y a la vez la narración del deseo dijo Walter Benjamin. En la soledad de nuestras lecturas buscamos la soledad de la escritura, el dialogo que es monólogo en un teatro con miles máscaras y con ninguna. Buscamos la verdad y la mentira, una pizca de horror y unas migajas de felicidad, la experiencia y la ficción. En los libros que curan todo tipo de enfermedades, el corazón herido con Emily Brontë y el mal de amor con Beppe Fenoglio, la arrogancia con Jane Austen y el dolor a la cabeza con Ernst Hemingway, la impotencia con Il bell’Antonio de Vitaliano Brancati, los reumatismos con el Marcovaldo de Italo Calvino, esto nos indican Ella Berthoud y Susan Elderkin. Para el morbo de Gutenberg ningún remedio. Seguimos leyendo…

Y hay libros que encontramos en otros libros, en un párrafo de Pedro Paramo el íncipit de Cien años de soledad, los plagios, las influencias, Kafka en Borges o el contrario (más bien), anticipaciones y retornos, siempre “el hecho de que cada escritor crea a sus precursores”. Mientras, en la lectura florece lo ideal que está en lo real, la música pedagógica de Platón, el folclor que se hace antropología y viceversa, el pensamiento de Pascal, una comprensión del ser.  

Más con los libros que con la gente, aunque los libros están llenos de gente. Ningún oficio, leyendo y leyendo, el leer se vuelve el oficio. Salen personajes de las hojas viejas, de entre las páginas consumidas, en la Babel que es Alejandría, en la casa del ser. Me aseguran los enfermos que, aunque inventaran un remedio, su deseo es quedarse así, enfermos en su gozar palabra por palabra la utilidad de lo inútil. En la sincera voluptuosidad del ocio que nos ofrece la lectura.  

Octubre 2021

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De REVISTA GAFE, octubre 2021



Maurizio Bagatin

Pordenone, Italia, 18 diciembre 1966

Nacido por azar en Italia, viajó un poco y escribió un poco, en la búsqueda de conjugar la huerta con la biblioteca, sigue regando jardines y cultivando palabras. Tiene textos inéditos y mucho otro material en el ciberespacio.

Lee su última obra «Para darle nombre a Sudamérica».

 

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