Wednesday, February 11, 2015

LOS URUS, CAZADORES DE PARIWANAS

Por: Orlando Acosta Veizaga

La naturaleza y la historia de los lagos (paleolagos), indican que hubo importantes concentraciones de agua en varios sitios del altiplano boliviano. Lagos como el Mataro, el Cabana, el Ballivián, el Minchín y el Tauca, entre otros, cuyas desapariciones por evaporación, desbordamiento, etc. dieron origen a otros, como el Titicaca, el Poopó, el Coipasa y el salar de Uyuni. No es difícil constatar esto, cuando a lo largo y ancho del altiplano se pueden encontrar restos fósiles de plantas y animales acuáticos. También es evidente que la presencia de agua en las alturas se debe, en gran medida, al deshielo de los nevados de las cordilleras.
Estas cuencas, desde hace miles de años, continúan albergando una vasta variedad de formas de vida: plantas y animales, y junto a ellos la presencia humana; todos sin exclusión compartiendo tierras húmedas y agua como espacio común. Al destacar parte de las relaciones históricas, desarrolladas entre hombres y animales lacustres, conviene referirse a los originarios urus y sus compañeras, las parinas o pariwanas, en algunas zonas del altiplano orureño.
Muchas veces se escucha de parte de los originarios muratos, chipayas, iruhitus, etc. la siguiente afirmación: “Nuestros abuelos vivían en medio de las totoras y comían sus raíces, pero mucho más se alimentaban con la carne de los animales, por eso nuestro trabajo es cazar”.
Indudablemente, con el esfuerzo creador y transformador del hombre, el contexto lacustre se ha abierto hacia una realidad cultural. En nuestro caso, los recolectores, pescadores y/o cazadores se prestaron elementos de la naturaleza para su realización.
El trabajo no sólo transforma el ecosistema lacustre y circunlacustre, sino también cambia la naturaleza de los originarios, quienes por necesidades concretas de subsistencia desarrollan actividades colectivas para la construcción de kuru (viviendas) y sut’uwalsa (balsas de totora) y para organizar la pesca y la cacería, todas rodeadas por una serie de manifestaciones socioreligiosas dirigidas a las aguas, a las plantas, a los animales, a la tierra y a los fenómenos naturales, es decir, a la vida.
La cacería de aves — en este caso de pariwanas o flamencos — se desarrolla mediante elementos naturales y culturales, que identifican el nomadismo de estos hombres y de estas aves.
Las siguientes páginas intentan reflejar el comportamiento sano, de respeto mutuo, entre originarios cazadores y las parinas, una relación nada antagónica, y menos depredadora de parte de los urus. Al contrario, la presencia inmemorial de ambos en la cuenca demuestra respeto, adaptación y coexistencia.

PARINAS, PARIWANAS O FLAMENCOS (Orden phoenicopteriformes)
Con estos nombres se conocen a unas aves grandes, completamente adaptadas a aguas poco profundas, pantanosas y con bastante salinidad, en importantes sitios de la meseta andina. Su presencia o residencia en los lagos, especialmente en el Poopó, es por temporadas largas del año. Por razones de sobrevivencia son aves migratorias y gregarias.
Tres especies comparten las márgenes de la cuenca orureña, ellas son: Tuququs, Ititis y Churus. Cabe señalar que ninguna de estas especies se encuentra amenazada o en peligro de desaparecer de la cuenca. Indicamos algunos de sus aspectos particulares y generales:

ORDEN PHOENICOPTERIFORMES
Nombres originarios
Tuququ (muratos) Parina (chipayas)
Familia
Phoenicopteridae
Género
Phoenicopterus
Especie
Phoenicopterus chilensis
Nombre común
Flamenco chileno

ORDEN PHOENICOPTERIFORMES
Nombre originario
Ititi (muratos y chipayas)
Familia
Phoenicopteridae
Género
Phoenicoparrus
Especie
Phoenicoparrus andinus
Nombres comunes
Flamenco andino o parina grande

ORDEN PHOENICOPTERIFORMES
Nombre originario
Churu (muratos y chipayas)
Familia
Phoenicopteridae
Género
Phoenicoparrus
Especie
Phoenicoparrus jamesi
Nombres comunes
de James, flamenco de la puna o parina chica

TUQUQU.— El nombre le pusieron los urus por la manera de graznar: “Tuquq, tuquq, tuquq,...qesera,qesera.”
Las colonias de Tuququ, que habitan en las aguas de los lagos Poopó y Uru Uru, las quta (lagunas) de Chipaya, el río Lacajawira, etc., se componen de grandes cantidades: en los lagos veinte mil o más pares, en las lagunas y ríos, por lo menos mil pares (febrero — marzo 1993, 1994, 1995, 1996 y 1997).
Es la especie mejor adaptada a la presencia humana, y así también es la comida preferida de los originarios en tiempos de hambre.
Resulta alta la probabilidad de poder cazarlos con cada uno de estos instrumentos de cacería: liwi o squñi, chalalawa o llipi y juarul (farol), en horarios diurnos y nocturnos. En épocas de vientos es fácil arrearlos (perseguirlos) en el lago y hasta atraparlos con las mismas manos. Su presencia es masiva en el Poopó y en el Coipasa en época de vientos.
En el templo de Puñaca, los muratos veneran la imagen del Apóstol San Pedro, quien tiene a su lado a una parina Tuququ. Aseguran que es el santo protector de las aves, pero en especial de ésta.
Cuando las parinas hembras jóvenes ponen su primer huevo, propiamente llamado jilaqallu, es motivo de alegría y respeto entre los originarios, quienes también le llaman “Tata San Pedro Illa Mallku, Tata San Pedro Illa T’alla”. El mismo nombre pondrán al pichón recién salido del cascarón.
El tamaño que alcanza un ave adulta oscila entre un metro y un metro con diez centímetros.
ITITI.- El nombre también le pusieron los originarios por la manera de emitir sonidos con el pico: “Itit, itit, watatatata”.
Las colonias de Ititi, que suelen detenerse en las márgenes del lago Poopó, se componen de unas quinientas parejas de aves ubicadas en Villivilli, cerca de las desembocaduras del río Desaguadero (febrero 1994 — marzo 1996 y 1997). También en Ch’ara, otro lugar de desembocadura del mismo río, una colonia de cuatrocientos pares (febrero 1997). Su presencia en sitios como Kora (ayllu Aransaya-Chipaya) y en Istiwani y Aparchuqa (ayllu Manasaya-Chipaya), es para alimentarse, descansar y afinar su plumaje.
En ambos lugares las aguas se mantienen menos salinas que en el centro y sur del lago Poopó.

LA VIDA TIENE CASCARA Y ESTA EN EL BARRO
A fines del mes de noviembre de cada año, en determinadas orillas o islas pequeñas de la cuenca lacustre, en lugares donde general­mente no camina la gente, miles de pariwanas tienen su cita reproductiva. Construyen nidos cónicos de barro y cada una pone un huevo, llamado jilaqallu. Treinta días más tarde, los pichones rom­pen los cascarones. Si bien este período de nidificación y reproducción empieza a fines de noviembre, dura hasta marzo.
huevos de parinas
Los urus, conocedores de este sagrado período, prefieren mantenerse alejados, a varios kilómetros de distancia. Saben que la vida silvestre puede alterarse ante cualquier presencia o ruidos extraños en los lugares donde descansan, se alimentan y se reproducen.
La recolección de huevos de pariwana se realiza a fines del mes de enero o de febrero. Los urus tienen experiencia en la selección de los huevos, según su estado de conservación. Rasgando los cascarones con las uñas o inspeccionándolos con la mirada en dirección al sol, saben cuáles pueden llevarse para alimentar a sus familias y cuáles deben dejar para que continúe el empollamiento.
Así como también en salvar a las ch’ula (pichones de pocas semanas de vida), que por alguna razón han caído de sus nidos al lecho pantanoso. Estas crías perecerían por ahogamiento sino les rescataran oportunamente sus hermanos urus. La tarea de reinsertar ch’ula a sus nidos demanda varias horas de trabajo, esfuerzo y compromiso de todo el grupo de cazadores.
¿Y qué ocurre cuando estas aves, durante este período, son perturbadas en su hábitat, por la presencia de gente extraña al lago?
Cuando las pariwanas no encuentran la paz y la tranquilidad ne­cesarias, abandonan masivamente sus nidos con huevos y con pichones. Las que aún no pusieron huevos, suelen abortar. Es decir, derraman el huevo en cualquier sitio húmedo, el mismo que no eclosionará
por falta del calor vital de sus progenitores. A esta forma de interrupción a la reproducción, los originarios llaman parinsullu. Los fracasos biológicos que sufren las aves, marcan de tristeza y preocupación los rostros originarios, especialmente cuando la cantidad es considerable. Este alimento no es recogido para su uso, más bien lo dejan para que la naturaleza reciba y comprenda el sacrificio. Piden para que no lleguen castigos a su vida originaria (granizadas, ventarrones, etc.).

PARINAS O PARIWANAS: EL GANADO DE LOS URUS
Los villivilli afirman que los animales acuáticos son su ganado. Tanto los muratos como los chipayas dicen que las parinas son sus llamas, que las wallata (gansas) son sus chanchos y que los patos son sus corderos.
el ganado de los Urus
Cazar es tomar prestado de la naturaleza lo necesario con fines específicos de sobrevivencia: alimento, abrigo y medicina. Estas son las únicas necesidades que pueden ser satisfechas por los cazadores de aves.
La cacería de polluelos de pariwanas no es frecuente, ni siempre exitoso, primero porque las aves actúan dentro de un natural y delicado ciclo reproductivo y segundo porque este proceso biológico muchas veces se lleva a cabo en sitios del lago bastante inaccesibles a la presencia humana, en islas u orillas del lago con peligrosos pantanos de lodo.
Además, se debe considerar que las cuencas hidrográficas del altiplano son frágiles y expuestas a fenómenos climáticos adversos, como sequías, vientos y heladas. Cuando se presentan desequilibrios, derivan muchas veces en la muerte de peces, de plantas y cuando menos en la huida de las aves. A estos factores se suman — cada vez más — las actividades humanas contaminantes.
Considerando estos aspectos, podemos acordar que la cacería de los polluelos es un recurso extremo, que utilizan los originarios para evitar el sufrimiento, las enfermedades y la muerte por hambre en sus familias.
De todos modos reafirman su identidad, agradeciendo al lago antes y después de arrear polluelos. La solicitud del “permiso” a la naturaleza y al santo de las aves se realiza mediante rituales colectivos, como la k’oa, la t’ikancha y la ch’alla, que explicaremos más adelante.
También se caza — en poca cantidad — pariwanas adultas durante gran parte del año y en el contorno del lago Poopó. Para esta tarea es preciso tener destreza en armar trampas para el cuello o para las patas y saber lanzar liwi (boleadora).
Finalmente, se caza pariwanas adultas que están cambiando plumaje. En esta época de muda resulta difícil y doloroso. A estas aves se les denomina parinsirwa. Les cuesta mucho esfuerzo volar y al no poder hacerlo se mantienen alicaídas. En estas circunstancias la cace­ría resulta relativamente fácil y se las puede atrapar hasta con las ma­nos. Estas parinas únicamente atinan a correr en su intento de despe­gar de las aguas, logrando sólo cansarse. Los originarios afirman que la carne de estas aves es agradable. Esta cacería es ocasional y fortuita.

LAS PARINAS SIEMPRE OPORTUNAS (UTILIDAD)
Los chipayas y los muratos sostienen que la carne de la parina o pariwana es bastante caliente, porque en los lugares donde duerme y por sus nidos no congela, ni siquiera escarcha.
Los aymaras afirman que los urus pueden caminar descalzos —inclusive en invierno — porque consumen carne de pariwanas. En sopa o en asado es agradable, es el plato especial de todas las familias. Los Tuququ y los Ititi son preferidos en la alimentación, en cambio los Churu no tanto, porque tienen el olor peculiar a barro lacustre.
Cuando se trata de alimentos, los huevos cocidos en agua o estrellados en aceite, servidos con graneado de ajara (fruto en grano de alguna planta acuática), siempre serán preferidos.
Cuando se trata de enfermedades y medicinas, no falta en nin­gún hogar la grasa de pariwana. Para el reumatismo, para el dolor de huesos, para la pulmonía, que son problemas de salud comunes en la gente, se utiliza en forma de ungüento.
Los vecinos aymaras utilizan la grasa derretida del Churu para tratar la sarna de su ganado.
Para restablecer las deformaciones de la parálisis facial, llamada comúnmente “aire”, es bueno el excremento de esta ave, mezclado con cal, ajo de Castilla y ajo de comer. Todo molido, se aplica en forma de parche.
Las plumas se calcinan y las cenizas sirven para evitar las hemorragias y las fiebres.
Y entre muchas cosas, los abuelos chipayas cuentan que en las fiestas de Espíritu y Pentecostés, los hombres que ejecutan el instrumento musical llamado tjarwila, llevan en sus sombreros plumas de parina. Es el día en que estas aves, después de visitar el cielo, traen en sus patas la bendición de Dios. En ocasión de esta fiesta, los originarios, a través de sus autoridades, entregan mesas dulces a los animales, que se alimentan en las quta. Es una fiesta para la reproducción animal silvestre.
También recuerdan los abuelitos muratos que hace muchos años atrás, las plumas eran muy solicitadas por los pobladores de Umala y Patacamaya para bailar wayquli durante la festividad de Asunta.
Finalmente, las finas plumas de pariwana fueron las prendas de vestir y el lecho de descanso nocturno de los antepasados nómadas, los legendarios villivilli. ¿Y acaso, hoy, en alguna medida no se las sigue utilizando?
El vistoso plumaje de estas aves aporta mayor belleza al lago, por eso recibe de parte de los originarios el denominativo de “flores del lago”.
Las pariwanas son también oportunas informantes acerca del comportamiento del clima. Son como un especie de estación meteorológica. Cuando en las madrugadas graznan al unísono, es anuncio de fuertes vientos en horas de la tarde y por la noche. Cuando, en territorio chipaya, realizan vuelos masivos con rumbo al oeste es visto como anuncio de lluvia. Y, en general, los vuelos masivos de las parinas durante las horas nocturnas, son considerados como anuncio de lluvias. Por estas características no dudan en considerar a la pariwana como un ave de la lluvia.

PARINAS Y ORIGINARIOS, COMPARTIENDO LOS RITOS, EL PODER Y LAS FIESTAS
Los urus consolidan su unidad en las pampas, los ríos y los lagos. El ecosistema les garantiza actividades de recolección, de caza y de pesca, al mismo tiempo que alimenta la conciencia originaria de ser uru por pertenecer a la cuenca lacustre y sus alrededores. Esta conciencia les anima en el ejercicio de los cargos, en donde los animales al igual que los hombres, en especial las parinas, siempre están presentes.
La cacería se organiza con la activa participación de toda la co­munidad, en cuyo seno se elige al “delantero”, una persona que conoce el comportamiento de las aves, que practica ritos, que tiene experiencia en cacería y que animará al grupo, narrando historias, mitos y leyendas de la región. Infundirá en los jóvenes cazadores el respeto a la madre naturaleza y en los adultos el orgullo de ser cazador.
Antes de partir del pueblo, ruegan al lago pidiéndole “permiso”, porque es santuario de parinas, y al Apóstol San Pedro por ser protector de las aves. La k’oa resulta ser una ceremonia de entrada para la entrega de una mesa dulce (sin sullu o embrión) alamar qucha: Lamar mallku — Lamar t’alla, es decir, al lago y a toda la naturaleza. Se realiza en horas nocturnas.
Al amanecer, llegan a la colonia de nidos. Luego de descansar un par de horas, proceden a “arrear” ch’ula o polluelos, que tienen medio año desde que salieron del huevo. Para los urus es como arrear ganado y lo hacen desde la colonia de nidos hasta las cercanías de su rancho (a orillas del lago). Les hacen ingresar en un patio de ch’ampa, construido para tal efecto.
Después se inicia la ceremonia de la t’ikancha, como expresión de la hermandad con los animales y del rogamiento de todos a la naturaleza. Guiados por el delantero y por las costumbres, eligen dos ch’ula (hembra y macho), les adornan sus cuellos y parte de sus cuerpos con lanas sin hilar, teñidas de rojo. Cada persona pide que sean portadores del perdón para los urus. Este pedido debe llegar a las parinas adultas. Pero también estos mensajeros son el símbolo de reproducción de las aves. Concluye esta parte de la ceremonia cuando el par de polluelos es devuelto a las orillas del lago para que se reintegren a la colonia de pariwanas.
Culmina el rito de la cacería con la ch’alla de la comunidad a la naturaleza, a los animales. Así los cazadores como pueblo festejan la reafirmación de su identidad y de la cultura nómada, que de este modo asegura alimento, abrigo y medicina. Finalmente, el delantero preside el reparto equitativo de las presas.
El pensamiento y la visión de los originarios acerca de la naturaleza son positivos y profundos. Una parte de ese patrimonio se expresa en los cargos, en los cuales es más perceptible la ejecución del poder a partir de la madre naturaleza y desde las raíces. Los urus son gente que vive para servir a la tierra y a sus elementos vitales, por su técnica y organización social, que se recrean con los cuentos, con las historias, con los mitos y ritos. Buscan vivir en armonía: “Todos venimos de los animales, por eso les amamos. El anchuanchu es el protector, por eso los hombres reconocemos y respetamos la vida y la organización de los animales”.
En Chipaya, en el ayllu Manasaya, la vara de mando se llama Rey Inca, Rey Vara Ititi Watanga. La parina Ititi tiene presencia y poder en la persona del jllaqata y de la mama ralla. Guiará y protegerá al pueblo.
Los primeros días de enero, las autoridades originarias entrantes visitan las quta del pueblo, para presentarse ante las aguas, ante las plantas y los animales. Anuncian que ellos son los nuevos padres y les piden que no hagan faltar vida.
En carnavales, los muratos ingresan al lago en varias balsas y entregan a las aguas su respeto, cariño y agradecimiento, en forma de una mesa dulce (sin sullu), expresando que quieren seguir compartiendo la vida con las plantas, peces y aves.
En la Semana Santa, las autoridades originarias de Chipaya y los encargados de la celebración, como gesto de cooperación mutua y para que no falte trabajo y alimento en los hogares, intercambian aves lacustres: parinas, wallata y patos. Similar atención dispensan las pa­rejas de jóvenes recién casados a los padres de la esposa, en señal de servicio, cariño y respeto.
En la fiesta de San Felipe, los jilaqata del ayllu Manasaya realizan la ch’alla a las pariwanas en señal de agradecimiento.
Desde el 25 hasta el 29 de julio, cuando se celebran en Chipaya las festividades de Santiago, Santa Ana y San Pedro, los jilaqata organizan competencias pedestres. Los pasantes plantan en el centro de los patios de sus casas un tronco seco de cacto, en cuya punta se encuentran atadas unas parinas. Como si fueran jilaqata, llevan en el cuello una botellita de alcohol puro o puchunita y una ch’uspa que contiene coca y k’oa. A estas aves deben descolgarlas los k’usillu de cada ayllu, quienes impulsados por sus jilaqata entregan a las mama t’alla la carne. Ellas la cocinan y alimentan a su comunidad con el chupi, llamado también t’impu de la mamita Santa Ana.
En el día de San Pedro, tanto en la región de los muratos como en la de los chipayas, afirman que las pariwanas son los gallos de San Felipe, San Gerónimo y Santiago. Construyen en el patio de los pasantes un corral o k’isana de paja, llamado también ramada. Los Santos que gozan del privilegio de estas competencias son Cristo, San Joaquín, San Felipe y Santiago. Por lo mismo, ch’allan a las parinas y agradecen a las lagunas. Es la fiesta o sukarpaya de las quta.
La cosmovisión ayuda a mantener la relación de respeto entre los hombres y la naturaleza. Cunde el temor de que, si no practican los ritos, pueden ocurrir desgracias al pueblo. Además es un saber que integra a los miembros del pueblo.

LOS URUS, LAS PARIWANAS Y LA OTRA GENTE
Pese a todo, se conoce poco de los llamados “hombres del agua”. La cacería es una faceta más del saber originario. Cuando no hay suficiente interés en conocer o reconocer que en alguna medida somos parte de este origen, podemos caer en errores de interpretación.
Los cazadores, desde siempre, buscan alimento en la geografía altiplánica. La caza es una actividad que no sólo se practica con aves lacustres, sino también con animales terrestres.
Los urus saben por experiencia que hoy en día la pérdida de recursos naturales es mayor que antes. Saben que otra gente, con el razonamiento de comida para hoy y hambre para mañana, introdujo en la cuenca lacustre de Oruro el pejerrey (Bascilichthis bonariensis), que fue la causa principal para que en pocos años desaparezcan las especies nativas como el ispi (Orestias humbolti), la boga (Orestias pentlandi) y el karachi (Orestias mullen), para citar sólo a tres especies. Actualmente el pejerrey, el pez importado, también se encuentra amenazado, porque la ecología del lago está tan deteriorada que ya no retiene suficiente caudal y tan cerrada que no permite su evacuación. A esto se suma que su principal afluente, el río Desaguadero, ya no desagua cantidades apreciables, ni en forma regular.
Los muratos, que en tiempo de crisis económica extrema van a vender su fuerza de trabajo a las minas aledañas, están convencidos de que la contaminación del lago proviene de los centros mineros polimetálicos de la zona. En realidad el lago Poopó recibe estas aguas desde siglos y los lodos están preñados con residuos mineralógicos que se fueron acumulando constantemente. Los originarios siempre tienen al respecto comentarios organolépticos (percepción de olores, sabores). Con más frecuencia reportan a sus autoridades en reuniones, reencuentros, etc. la muerte de las aves y cuestionan las actividades mineras frente al lago.
El comportamiento animal y vegetal es también señal de la gravedad del problema. El hecho de que en poco tiempo ocurra la muerte de muchas aves playeras, da a los muratos un mensaje, una advertencia seria, sobre lo que está ocurriendo en su hábitat. Nadie puede negar que hay deterioro ecológico en el lago Uru Uru y en el Poopó. El estado de las aves es un aviso para los originarios sobre la situación de la naturaleza, porque ellas están condicionadas al medio ambiente.
Ante la quema de totora los urus dicen: “La otra gente prende fuego en el lago y espanta a las aves”. No se puede permitir esta forma cruel de interrupción del ciclo reproductivo, porque el fuego quema los nidos y acaba con los polluelos que encuentran protección allí. Las aves tienen un metabolismo sensible, y reaccionan automáticamente cuando faltan los nutrientes y el oxígeno vital a su hábitat. La amenaza del fuego les vuelve más nerviosas y desconfiadas.
En los meses de noviembre hasta marzo, aumenta considerablemente la presencia de pariwanas en las márgenes de la cuenca lacustre.
Es su hábitat; en él se alimentan y afinan sus plumas. Además, están dentro de su ciclo natural de reproducción. Desde hace algunos años existe incursión a los recursos lacustres de parte de comunidades vecinas no urus, para pastorear ganado: bovino, ovino y porcino, en áreas donde crecen plantas de totora. En la actualidad esta simultánea presencia animal (nativa y domesticada) pone en evidencia la problemática del uso de los recursos nativos. Lo que siempre fue considerado por los urus como área de refugio para aves y plantas silvestres, hoy sufre la inoportuna intervención ganadera.
Es más, los criadores de ganado ahora manifiestan ser los perjudicados en su “derecho propietario” sobre el lago, acusando a las pariwanas de provocar daños a su actividad económica. Afirman que el excremento de las aves envenena las aguas y permite la proliferación de insectos, cuyas larvas se desarrollan en las totoras, que al ser ingeridas por las vacas, les provocan enfermedades.
Por el momento, esta situación pasa inadvertida. Sin embargo, poco a poco va adquiriendo niveles serios. Las últimas acciones que han emprendido algunos pastores de ganado, es disparar a las colonias de pariwanas con petardos de alto poder explosivo, con la finalidad de ahuyentar a estas aves, consideradas no gratas en la zona. Los conflictos por conservar espacios y recursos lacustres son complejos, como también los mecanismos de fraccionamiento de la cuenca, a favor de algunas provincias circundantes. Sería más atinado mantener el lago y sus orillas como área de reserva para la vida silvestre, habitada y protegida por los urus.
De todas maneras, los más vulnerables ante los cambios son las pariwanas y sus hermanos, los “hombres del agua”. Los urus afirman que hoy, más que antes, las pariwanas se mantienen alertas ante cualquier presencia extraña: “Mientras que unas comen con el pico clavado en el barro, otras duermen con la cabeza metida entre su ala y su cuerpo y otras están con la mirada alta, atentas a la menor señal de peligro”.
A los intrusos, los urus les llaman jakaku y explican que en castellano quiere decir: “otra gente; gente no uru”. Para ellos esta “otra gente” introdujo el pejerrey al lago, con la minería envenena las aguas, prende fuego a la totora y les persigue y encierra en la cárcel por seguir siendo cazadores.
La historia es clara. La presencia de gente extraña en la vida lacustre resulta muchas veces para los originarios una forma de persecución y amenaza a su libertad de nómadas. Si bien no es reciente, tampoco ha perdido actualidad.
Se dice que el Inca trajo a estas tierras a los carangas, no sólo como sanción por su rebeldía, sino también para controlar a los urus. La historia cuenta que los incas, utilizando métodos integracionistas, propios de su forma de vida expansiva, intentaron obligar a los urus a abandonar su vida lacustre para que pagaran tributo en pescados y esteras de totora. En alguna oportunidad hasta les hicieron participar en la guerra. En otras ocasiones intentaron hacerles vivir junto a sus vecinos aymaras para que aprendan a trabajar la tierra. Así el Inca Huayna Capac les adjudicó terrenos en los valles de Cochabamba para que cultiven maíz para el ejército y para ellos mismos. Estos intentos no siempre tuvieron el éxito deseado, aunque ciertos grupos urus queda­ron bajo la dependencia administrativa de grupos aymaras locales.
nidos de pariwanas
El lago es como nosotros: "se alimenta, se alegra, llora y a veces se enferma, pero, cuando se recupere, no nos hara falta pescado, aves, huevos, raíces y plantas de totora"

Los españoles, en su momento, no dejaron de mostrar su intención de capturarlos, es decir, incorporarles al servicio de sus intereses. Si bien se reconoció la propiedad de tierra para los urus, cerca de sus lagunas y bofedales, con eso no desaparecieron los conflictos con sus vecinos aymaras. Al contrario, muchas demandas coloniales y también republicanas revelan el desprestigio y abuso cometido a los urus por parte de sus vecinos: Huachacalla y Chipaya, Corque y Huacalluma, Toledo y los capillus de Coro, Huachacalla y Chillagua, etc.
También es cierto que muchos conflictos tienen que ver con los cambios ecológicos producidos en la zona (aunque no siempre se mencionan con claridad estos fenómenos naturales). Sin embargo, las razones socioeconómicas son las más importantes. En una sociedad, fundada en estructuras de desigualdad, ser uru significa al mismo tiempo ser menos: pagar menos tributo, tener menos obligaciones y por lo mismo poseer menos derecho sobre la tierra.
Estas y otras razones continúan provocando aculturación y al mismo tiempo resistencia. Muchos urus se sometieron al sistema y se aymarizaron, pero muchos otros se mantienen con creatividad cerca de las aguas.
Con la república, los sistemas de dominación continúan impidiendo que los urus asuman sus propios procesos políticos y ejerciten libremente sus derechos a territorio, economía, organización social,... ancestrales, que les permitan reproducirse en el marco de sus valores culturales. El Estado no deja sus posturas hegemónicas y homogeneizantes. No encara soluciones a la cuestión étnica. La reducción continúa con mecanismos llamados “integración a la vida nacional”. Los métodos de asimilación se manejan con bastante sutileza.
Discursivamente se plantea la revalorización de las identidades étnicas, con respeto al hábitat y a la forma de vivir, pero de las palabras aún no se pasa a los hechos. Muchas personas consideran a los originarios como una parte del paisaje costumbrista del país. Mientras tanto, en los últimos años, la cuenca lacustre está sufriendo la disminución de recursos. ¿Quiénes sufren más ? Con toda seguridad: los urus y las parinas y toda la vida lacustre.
Según la cosmovisión de los urus, su madre Lamar qucha está enferma, pero a pesar de todo les sigue alimentando con lo que puede. La necesidad de sobrevivencia hace que los originarios tengan que prestarse algo de la vida animal y viceversa, pero siempre confían en que la madre se recupere: “Cada diez años, el lago se seca. Lamar qucha es como nosotros: se alimenta, se alegra, llora y a veces se enferma, pero cuando se recupere no nos hará faltar pescado, aves, huevos, raíces y plantas de totora”.
Algunos uru muratus fueron encarcelados por cazar pariwanas. Por estos hechos la comunidad originaria se sintió incomprendida, amenazada, y peor aún perseguida: “Desde nuestros abuelos somos cazadores y recolectores. Si el gobierno prohibió la caza, entonces ¿de qué vamos a vivir? Estas leyes se hacen sin consultar al pueblo. Con el encarcelamiento nos están echando a la muerte.”
Cazar es parte de la identidad originaria. El Estado no puede ignorar los derechos ancestralmente específicos de las colectividades étnicas. Lo que sucede con el juicio a los cazadores muratos desde junio de 1994, es que bajo el rótulo “Caza de Fauna Silvestre”, se les está obligando a desaparecer. La defensa de los recursos naturales será más efectiva y cierta, cuando se tome en cuenta el saber de las naciones originarias.
En vez de considerarles simples “agregados al modelo”, se debe respetar y permitir la recuperación de sus espacios.
(Fotografías de Orlando Acosta)

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De VOLVERÉ, revista electrónica, enero de 2008

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