Tuesday, July 21, 2015

Homenaje de Arturo Godoy a Ernest Hemingway

ROBERTO CASTILLO SANDOVAL

El Mr. Huifa, con su pipa, me mira y piensa, puta, no, este muchachón no tiene pasta de campeón, no sirve, se ve que es medio ahuevonado, no habla nada, no se le ocurre nada que decir, puro “sí” o “no”. Puta pero si era recabro chico yo, pues, no tenía roce, ni educación apenas no más, se me iban en collera los servicios en la mesa, con tanto tenedor y cucharita chica, Ernest-Hemingway-001todo se me hacía problema, si a mí de chico me gustaba comerme el cocho con un palito. Leer sabía bien, pero escribir siempre se me hacía cuesta arriba. Claro que a lo mejor era verdad que yo era medio ahuevonado, para qué voy a decir una cotra por osa, pero se me quitó después, y a los veinte, veintiún años qué, si uno ni mea en la pared. Van a venir unos periodistas, me había dicho don Lucho, tienes que comportarte bien, hombre, para dar buena impresión, eso fue lo que me puso nervioso, porque yo cuando estoy tranquilo, me siento bien y me expreso, pero puta no esa vez. Así que después Mr. Huifa me decía quién te viera y quién te vio, mudito, me decía. Puta que se reía esa vez que leyó lo que salió en los diarios en Estados Unidos antes de la segunda pelea con el negro Joe Louis. Vino un gringo y me preguntó en inglés que le dijera por qué yo estaba tan seguro de que le iba a aforrar al Joe Louis. Puta, es que yo me las he visto con pescados mucho más grandes y peligrosos que él, le dije yo. Big fich, le dije yo. ¡Ah! ¿Galento? me dice. No, le dije yo, mucho más grande. ¿Firpo? me dice. Nooooo, le dije yo, más grande, y más peligroso. ¿Mussolini? me dice, no ve que yo le pegué a uno que se llamaba Pantaleón Mussolini en La Habana, esa vez que me dio el mordisco aquí en el brazo derecho donde tengo la cicatriz. No, Mussolini no, le dije. Viendo que estaba bien metido, empecé a contarle de una cuestión que me pasó cuando yo tenía doce años, y ahí me embalé hablando y se juntaron todos los periodistas yanquis y puta que anotaban rápido, y después trajeron al cabro que se llamaba Meredith para que hiciera de traductor, y ahí me lancé, peor todavía, el Meredith me tenía que parar porque no le dejaba tiempo para hacer de intérprete. Y empecé: “Resulta que mi padre era pescador, y todos los días yo y mis diez hermanitos lo sentíamos partir de madrugada en el botecito, y lo sentíamos que volvía a la noche con un poquito así de pescado, y así apenas vivíamos cagados de hambre, comiendo puro cochito, pancito duro y té pelado con chancaca”. Claro que yo se los decía en serio, porque lo que pasó es verdad, pero cuando uno cuenta estas cosas como que salen un poco raras, diferentes de lo que fueron, y uno como que obligado a meterle pino, y así soy yo no más, me gusta payasear y que me escuchen con atención cuando cuento algo, por eso en Estados Unidos algunos me trataron de payaso. Bueno, pero un buen día les dije yo, mi padre no volvió de la mar, y ahí yo con mis doce añitos tuve que empezar a trabajar haciendo lo que podía, ayudándole a mi madre a criar a mis hermanos chicos, pero no alcanzaba para nada lo que yo podía ganar, así que un buen día vengo y agarro a mi hermano Julio y a un cabro que le decían el negro Castillo, que era amigo mío y les dije, metámonos a la mar a sacar pescado. Y puta, el Julio no quería ir, porque era más chico y más miedoso, pero el negro era de los cuartos plomos que se dice, y agarramos una chalupita prestada toda llena de hoyos y nos fuimos mar adentro mierda, con unos espineles y un par de mallas para sacar locos y un arpón todo roñoso que mi padre había estado arreglando y había dejado botado por ahí. A puro pulso se metía uno en ese tiempo a la mar, a puro remo, pero a mí me gustaba así, qué iba a saber uno de motores, esas eran cosas de ricos o de gringos. Estuvimos casi todo el día al sol sin pescar ni una cuestión, y nos estábamos volviendo, cuando en eso veo una aleta y espuma que salta al lado del bote, agarro el arpón con las dos manos, y ¡pa! lo tiro con todo, y no agarro medio a medio así un atún de este volado, que apenas lo pudimos subir entre los tres. ¡Puta que estábamos felices los tres cabros! Era uno de esos de aleta amarilla, que se vendía caro en esa época. Yo casi me caigo al agua de los saltos que dábamos, yo y el pescado y el negro Castillo y el Julio todos saltando ahí adentro del bote. Y entonces miro un poquito más allá, y la misma cuestión, veo la viejoyelmaraleta, salta la espuma, agarro el arpón, y ¡pa! ¡una albacora! Era tremenda, más grande que el atún todavía, dio su buena pelea, pero se la ganamos, y ésa no la pudimos ni subir al bote porque no cabía. El negro, que era ocurrente, dijo que la lleváramos arrastrando, así al remolque con un cordel, y así lo hicimos, partimos para la costa, que se veía bien lejos. Así estábamos un buen rato remando, cuando miro el agua y veo la misma cuestión, un pedazo de aleta, y la espuma que salta. Pero no salió ni atún ni albacora por ninguna parte, y seguimos remando. De repente sentimos el tremendo guaracazo a un lado del bote, que casi lo dio vuelta. Yo dije, chucha, una roca, aquí cagamos, pero no, seguimos avanzando y yo miré y no había nada. Al ratito, otra vez, otro guaracazo. Ví que la albacora que íbamos arrastrando se movía y dije, chucha, no está muerta, y nos pegó un par de coletazos, pero la miré y estaba bien muerta la cuestión, y entonces me doy vuelta para el otro lado y veo la aleta otra vez, clarito, una aleta ploma, casi negra. No es aleta de atún, gritó el negro, y se llegó a poner blanco de susto. Un toyo, dijo el Julio, ¡lorea el manso toyo Arturo! Iba pasando como a medio metro, al ladito del bote. Yo sabía que los toyos no eran tan grandes. Nos pusimos a remar más que rápido, pero el tiburón nos daba como vueltas así por todos lados del bote, y de repente nos topeteaba un poco, se iba más lejitos, y se tiraba a todo lo que da, como para quebrarnos. Nosotros nos sujetábamos fuerte para no caernos al agua. Nos empezó a comer la albacora que llevábamos de remolque en cada pasada. Sacaba la cabeza y ahí se veía que así tenía el hocico de grande y colorado por dentro y unos dientes como serruchos. A la otra pasada no dejó casi nada de la albacora, la pura cabeza no más quedó, y se la soltamos mejor para que se la comiera tranquilo y para seguir remando más aliviados. Pero al ratito volvió y se empezó a dar vueltas otra vez, no ve que estaba cebado con nosotros ya. Pasó por el lado de nosotros otra vez, y era más largo que el bote y casi igual de ancho. Le vi los ojos y le largué el arponazo pero se me fue el tiro porque estaba muy nervioso y tenía los brazos acalambrados de tanto remar. Le alcancé a agarrar un poquito en la cola, pero se sacudió y saltó el arpón lejos. Ahí parece que se hubiera picado más y nos pegó otro choque. El Julio dijo, hay que darle el atún, pero el negro era reporfiado y se puso a gritar ni cagando le doy mi pescao, pero al otro tope dijo bueno ya, tíraselo no másd. No faltaba mucho para la playa, pero estábamos cansados y en ese lado la corriente nos tiraba para afuera. beware-the-lurking-sharkEl agua estaba clarita y se veía el medio tiburón que venía como un Huáscar, y ahí se vio que era de los tiburones con la guata blanca, que son los que hay que tenerles miedo. Ya, le echamos el atún, y se lo comió altiro, no se demoró nada, lo zamarreó para hacerlo pedazos, pegó sus mascadas, y siguió dando vueltas. Después se puso bien pesado y topeteaba como si quisiera echarnos a pique. El Julio se puso a llorar, el negro lo agarró a chuchadas para que se callara y yo agarré a chuchadas al negro para que no molestara al cabro chico, y después agarramos a chuchadas al tiburón, para ver si se asustaba con los gritos. De pura desesperación, cuando se acercó otra vez, me saqué una chomba que tenía puesta, y se la tiré, y el tiburón la pescó y se la comió echando espuma para todos lados, como enrabiado. Después cuando pasó a la otra le tiré la camisa, y después la chomba del Julio y la camiseta del negro, y después los pantalones míos y me quedé en calzoncillos, y así nos fuimos sacando y tirándole la ropa al tiburón, hasta que quedamos los tres en pelotas, y ahí recién llegamos a la playa, cuando le tiré los calzoncillos todos cagados del negro. Eso fue lo que les conté a los gringos antes de la segunda pelea, y salió después un gallo hablando en la radio de la historia del tiburón y escribieron artículos diciendo que puta con razón Arturo Godoy no le tenía miedo a Joe Louis, si le había hecho collera a un tiburón asesino.
A mí que me gustaba contar este cuento, para entretener a la gallá; gozaban. Me acuerdo que la conté una vez en Cuba, ahí en una casa donde vivía el Kid Tunero. Así abría las pepas el negro, como en las películas. Después salió el gringo dueño de casa, que estaba como tagua de cocido, y dijo que una vez le había pegado un combo a un tiburón; ese huevón sí que era mentiroso. Puta que nos reímos con el Kid Tunero, hasta que el gringo dueño de la casa, Don Ernesto se llamaba, se enojó y dijo: “vale, si no me creéis, coño, os doy un par de hostias”, porque hablaba como español cuando ya se ponía a odioso. Decía que había estado en la guerra española y en la dos guerras mundiales y que había estudiado para torero, pero yo a ese gringo no le creería ni lo que rezaba, porque se la pasaba escribiendo novelas, aunque harto que quería al Kid Tunero y se portó bien con él y con otros boxeadores, porque él siempre quiso ser boxeador, pero le dio para puro ser escritor.
Fragmento de la novela Muriendo por la dulce patria mía. © 2015
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De ANTIPODAS, 20/07/2015

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