Friday, July 10, 2015

Irurzun, ese viajero

PABLO CEREZAL

Acostumbrado como estaba, un servidor, a deambular geografías y sensaciones por las cuatro esquinas de este esquinado planeta, no hace mucho que tomó la decisión inconsciente de abandonar los relatos de sus peripecias viajeras. Ocurrió hace poco, tras mi momentáneo regreso de Bolivia, cuando una buena amiga me preguntó por qué había escrito tan poco sobre mi experiencia andina. Respondí con un párrafo de silencio. Instantes después, pude saborear con deleite, como si de un exquisito vino se tratase, los intensos taninos de la ausencia de comentarios. Compartimos, mi amiga y yo, una deliciosa copa de silencio. Hoy, al intentar glosar la obra de Patxi Irurzun, Atrapados en el Paraíso, comprendo el por qué. Por vez primera viajé con ausencia de ánimo viajero, solo con la intención de acompañar la vida ajena y no, simplemente, de contemplarla. Es por eso que pocas palabras guardo en los bolsillos de la memoria para hablar de Bolivia: porque no he viajado a Bolivia sino que allá vivo, y los días de un puñado de chavales que trabajan para ganar su pan y el de sus familias, cuando aún no llegan a inaugurar la edad de jugar, son los únicos renglones que puedo sacar en claro de mi  estancia en dicho país. 
No hizo lo mismo Irurzun, durante el trayecto que le llevó por tierras filipinas y papúes. Al contrario, se empapó de sensaciones de esas que deben transmitirse, compartirse, explicarse... al menos si sabes hacerlo con pareja maestría a la que el autor demuestra cada vez que se sienta frente a la página en blanco. Y de cualquier manera, menos en blanco, sobrevive el lector al atropello de humildad, honestidad, humanidad y cercanía que Irurzun perpetra en el volumen de que hablamos. Con una clarividencia pocas veces encontrada en aquellos que pretenden hacer literatura de sus vagabundeos, el autor destierra cualquier autocomplacencia artística para regalarnos una anomalía literaria y vital en la que su propia persona, y no las de aquellos que en su camino se cruzan, sale todo lo mal parada que debería quedar la de quienes en algún momento de nuestras vidas nos hemos sentido avezados viajeros. Porque no glosa sus habilidades de trotamundos ni su pericia de vagamundos. Al contrario, logra que el lector desprejuiciado se asome a ese espejo deformante en que el reflejo hace mofa de su propio acomodo para incitarle a preguntarse: ¿para qué viajas, si no es para vanagloriarte ante el prójimo? Porque, en exceso, escuchamos (incluso de nuestros propios labios) yo soy viajero, no turista, viajo para conocer otras culturas, para aprender a no dar lecciones, siempre voy ligero de equipaje, me olvido de las comodidades para mejor empaparme de la vida local, en los lugares remotos es donde descubres que todos somos iguales, etecé, etecé, ad nauseam. 
¡No! ¡Que no! Es lo que deja claro Patxi Irurzun en esta inigualable sinfonía vital y literaria: viajamos porque nos lo podemos permitir económicamente, lo hacemos con la maleta cargada de prejuicios, odiamos estar en el extranjero y no poder comunicarnos, ansiamos a los quince días regresar al pincho de tortilla y el bocata de panceta, echamos en falta las cómodas zapatillas que dejamos en casa porque no cabían en la maleta, deseamos regresar a la levantina costa de chiringuito y bronceado express, nos gustaría enseñar educación a aquellos que se cruzan en nuestro camino y, a ser posible, recolectamos fotografías de niños pobres, que eso siempre da puntos extra a la hora de que familiares y amigos nos consideren unos tipos con especial sensibilidad. El único motivo por el que viajamos es el puro egoísmo de sentirnos más vivos, aunque sea a costa de las miserias de aquellos a quienes encontremos en el camino. 
Irurzun viajó hasta tan lejanas latitudes con la sana intención de reflejar periodísticamente la dura lucha por lasupervivencia de un puñado de desheredados, entre ellos quienes luchan día a día por ver la luz del siguiente zambulléndose en los kilométricos lodazales de desperdicio que suponen los basureros de Filipinas. Y aunque no hace alarde de sus dotes solidarias y humanas, logra, con su honestidad sensorial y el certero dardo de su verbo, que estas sean evidentes al lector. Porque sobrevuela esta narración de desventuras y desperfectos el poco solidario sentimiento amoroso hacia otra persona. Y es quizás, por ello, por lo que se convierte en el escritor de viajes más humano y verdaderamente viajero de cuantos uno recuerda haber leído. Porque trenza en sus páginas la desgracia y la sonrisa (cuando no, abiertamente, la carcajada) de igual manera que logra hacerlo ese milagro que damos en llamar amor, y el lector experimenta la dicha y el infortunio como lo hacen los enamorados. Porque viaja por egoísmo, con la sana pero egoísta intención de vivir. Y lográndolo, consigue, contradictoriamente, anular todo egocentrismo y mutarse en ese viajero que se pretendiese alguien tan pretencioso como Paul Bowles, por ejemplo. 
Decía al inicio que poco he escrito acerca de los casi dos años que ya he vivido en Bolivia. Trabajo allí con niños trabajadores... bueno, ¿ven?, por eso no escribo, ¡ya me estoy apuntando puntos extra! Yo no trabajo, son los niños quienes lo hacen. Afortunadamente, Irurzun no comete ese error, y es por ello capaz de regalar al lector un delicioso pedazo de pura vida. El día que yo aprenda a hacerlo de manera similar, quizás escriba acerca de Bolivia. 
Por cierto, tampoco quiero excederme en el halago, que aunque escriba sobre otro, el que escribe soy yo. Así que: comete un grave error el autor. Escribe, casi a fuego más que a tinta, en el corazón de esta joya: «Sabía que nunca lograría describir un lugar como Payatas, ni mucho menos cómo eran y se sentían quienes allá sobrevivían, que eso era algo que quizás, alguna vez, hiciera alguien que de verdad perteneciera al basurero, no un viajero con tarjeta VISA o un turista de la solidaridad...» Es tramposo, el amigo Irurzun. Mucho. 
Él es perfectamente consciente de que ha logrado describir no solo Payatas, sino cada uno de los lugares que su pluma atraviesa, en Atrapados en el Paraíso. 
Irurzun se cree escritor. No le falta razón. Pero un servidor ya considera al literato navarro, además, un auténtico viajero. No dejen de acompañarle en este viaje. 

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De Atrapados en el paraíso, Anexos de PAMIELA

Foto: Portada del libro

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