Friday, April 15, 2016

El viaje a Rusia de Panait Istrati

Pere Carles Josep Foix Cases,  militante anarquista durante más de una década y escritor, (Ruibregós, Lleida 1893-Barcelona, 1978) representaba a una amplia franja militante que oscilaba (o combinaba) el anarquismo federalista y el republicanismo catalanista. Muy joven emigró a Argentina, pero en 1913 se encuentra en Barcelona. Según parece desertó de la marina y se autoexilió a París, dónde en 1919 comienza a colaborar con la prensa anarquista. De vuelta a Barcelona fue detenido y trasladado a Cartagena, pero logra abandonar el barco que iba destinado a Dakar. De nuevo en París, regresa clandestinamente a España para tomar parte en la lucha conspirativa contra la Dictadura, sufriendo no menos de siete detenciones. A finales de la década formó parte del CN de la CNT con Peiró, y en 1930 colabora estrechamente con este en Solidaridad Obrera, la colaboración se hace extensiva al Manifiesto de Inteligencia Republicana. Pere Foix se dejará llevar por el entusiasmo republicano y catalanista y emerge en el período siguiente como militante de la Ezquerra, encontrándose en 1933 al frente de la oficina de prensa de la Generalitat, aunque al parecer nunca rompió enteramente con su raíz anarquista y en sus trabajos literarios sobre diversas figuras del anarquismo trata de acentuar las inclinaciones catalanista y gubernamentalistas de estos.
     

Como periodista y escritor, Foix utilizó diversos seudónimos, tales como León X. Xifot, Albert de La ville o Delaville. Firmas que aparecen en periódicos como Le LibertaireL´lnternationale (ambos parisinos), ¡Despertad!, de Vigo, Solidaridad ObreraL' OpinióLa HumanitatLa Rambles, los tres últimos de inspiración nacionalista. Exiliado en México llevará a cabo una extensa labor como escritor. Pere Foix fue autor de Los archivos del terrorismo blanco (1931), Barcelona, 6 de Octubre (1935), Catalunya, simbol de LlibertatEspaña desgarradaVidas agitadas (1942), pero su obra más destacada seráApostols i mercaders, Premio de los Juegos Florales de lengua Catalana de Montevideo, en 1949 (Nova Terra, Barcelona, 1976), que es también la que más plenamente refleja su intensa militancia anarquista. También escribió extensas biografías de grandes personajes mexicanos como Lázaro Cárdenas, Pancho Villa y Benito Juárez, así como una extensa biografía: Panait Istrati, Novela de su vida (Mexicanos Unidos, México, 1956), autor al que había contribuido a dar a conocer en traducciones firmadas como Belleville, y a la que pertenecen estas páginas.


PERE FOIX
    

A mi regreso a Barcelona, en octubre de 1924, siguió una asidua correspondencia. Sus cartas eran una expresión fervorosa a la Amistad, que él escribía con mayúscula.

    En diciembre de dicho año fui encarcelado y durante los tres meses y medio de mi encierro, cada semana recibía carta de Istrati. "Que la prisión no te amilane. Piensa que nosotros, en Francia, luchamos y lucharemos contra las perfidias de ese fantoche de Primo Rivera,  decía en su primera carta que me dirigió a la prisión de Barcelona. Y una mañana tuve la agradable sorpresa de recibir sus dos primeros libros, cariñosamente dedicados a mis compañeros, los presos políticos y sociales, que uno de éstos le agradeció en un artículo publicado en un periódico clandestino. En agosto de 1926 hice un viaje a Niza, donde Istrati pasaba los meses del invierno y también los más calurosos del estío. El mismo día de mi llegada a aquella encantadora ciudad fui a su domicilio. Vivía en una casa de los alrededores, rodeada de florido y perfumado jardín, con muchos pinos, mimosas, naranjos y cerezos. Y por si algo faltara para hacer de aquella una vivienda todavía más agradable, multitud de pájaros gorjeaban y sin temor a ser molestados, volaban por el jardín y las ramas de los árboles. Me recibió la patrona, la señorita Bruteau, soltera, flaca, más que vieja envejecida, un poco descuidada en el vestir, cabello entrecano, quien sonriente y con mucha simpatía me habló del señor Istrati.

    Me dijo la señorita Bruteau que el señor Istrati hacía dos días que con su esposa había marchado a París, llamado con urgencia por su editor. La esposa de Istrati era Berthine Ziemssen. En abril de 1926 se juntó con él en París y hacían vida matrimonial.
 
    -En esta butaca -me dijo la señorita Bruteau señalándome un enorme sillón- el señor Istrati pasa muchas horas leyendo.
 
    Le gustan los pinos y es muy amigo de los pájaros, que como usted puede ver aquí hay muchos y bonitos. Al romper el día se levanta y se entretiene cuidando las flores del jardín hasta la hora del desayuno. Es muy bueno el señor lstrati. Y su esposa es una gran señora, instruida y agradable. Recibe contadas visitas y casi nunca sale de casa.
  
    No era Istrati el hombre de antes, tosco y desapacible, ceñudo y poco comunicativo. Sus asperezas en el lenguaje se trocaron en finas expresiones y sus modales eran de gran corrección. Lo comprendí por los elogios que de él hacía la dueña de la casa, una ricachona venida a menos que tenía que compartir su hogar con el matrimonio Istrati u otra pareja cualquiera, que según entendí no hilaba muy delgado si pagaban puntualmente el alquiler de la planta baja de la casa, que en los altos vivía ella en compañía de un perro y de un minino muy juguetón.
 
    -De muchas letras y muy bien educado es el señor Istrati. Recibe los periódicos a montones y muchas cartas y libros. Nunca se le vio ocioso. Cuando no desbroza el jardín, lee o escribe. Es hombre de corazón y bien templado, el señor Istrati.
 
    Nada, que me encontré con una persona convencida de los altos méritos del ya famoso escritor, a quien ponderaba sin reservas y con lujo de hipérboles, pues se trataba de una mujer de mucha imaginación y que hablaba hasta por los codos.
 
    A principios de 1927, me escribió: "Estamos preparando la publicación de una revista de vanguardia que dirigirá Barbusse y cuyo título será Monde. Con la anuencia del grupo editor te ofrezco sus columnas. Espero que nos ayudarás en nuestra tarea de fustigar a los tiranos que pretenden extender su dominio por el mundo. En cada número de la revista destinaremos una página para combatir a Mussolini y a Primo de Rivera. Los revolucionarios españoles tendréis en Monde una excelente tribuna."
 
    Hasta nosotros habían llegado noticias de que Panait Istrati había ingresado en el partido comunista francés, pero conociendo su inquebrantable independencia de criterio y su indisciplinado temperamento, nos resistimos a creerlo. Supimos que colaboraba en la prensa comunista francesa, mas no le dimos mayor importancia. Que él me dijera que formaba parte del grupo editor de una revista dirigida por el comunista Henri Barbusse, nos hizo creer que era cierto lo de su ingreso en el partido comunista de Francia. Al contestarle le dije que le agradecería si me informaba sobre su posición política. Jamás recibí su respuesta. Con mi carta pidiéndole esa aclaración, quedó interrumpida nuestra relación epistolar. En lo sucesivo, nada supe de él directamente.
      
    En octubre de 1927, la prensa publicó la noticia de que, invitado por el gobierno soviético, hizo un viaje a la URSS. El viaje aquel fue precedido por una declaración de fe comunista, que nos dejó perplejos. ¿Istrati comunista?, nos preguntábamos con extrañeza. Sí, había leído El Capital, de Marx, pero se armó un lío; no lo entendió. Él mismo nos confesó en París. Conocía Campos, fábricas y talleres, La Conquista del pan, La Ciencia Moderna y la Anarquía, Ética y La Gran Revolución, de Kropotkin. Seguramente que leyó algo de Stirner, de Tucker, de Godwin y de Proudhon, porque de ellos nos habló. Un día puse en sus manos Mon Communisme, de Sebastián Faure, de cuyo libro me habló con el entusiasmo de un neófito en las luchas sociales. Le agradaba leer los artículos de Malatesta y también los libros de Luis Fabbri. Y de las enconadas porfías que dividieron la Primera Internacional entre bakuninistas y marxistas, hizo comentarios favorables a los primeros, simpatizando con las aliancistas de París, de Barcelona, de Alcoy, que seguían a Bakunín. También leyó a Saint-Simon, a Considerant, a Louis Blanc, a Roberto Owen. Era enemigo del reformismo de Renaudel, de Vandervelde y de Jouhaux.
   
    Dado su temperamento, no creía en su comunismo, pese a su ingreso en el partido comunista francés. La explicación de que abrazara esa férrea disciplina, únicamente se puede encontrar en los halagos con que lo envolvieron los comunistas de París y sin darse cuenta se encontró en las filas del partido en el momento de su consagración literaria.
 
    Con su viaje a Rusia sufrió un tremendo desengaño. No era aquello lo que él creía. Fue a Rusia pensando que vería un país cuya vida se regía por una organización socialista y se sintió mortificado al comprobar que se vivía mejor en Francia. Era de presumir el desencanto en quien aborrecía la autoridad en cualesquiera de sus formas y sistemas, y que siempre había pleiteado con políticos y polizontes, según él los bandidos que atormentan a los ciudadanos en las grandes urbes.
 
    Los bolcheviques y los funcionarios le hablaron con desprecio de la burguesía occidental, avasalladora, agresiva, arrogante e impertinente. Y de la clase media le dijeron que era abúlica y aduladora, mofándose de la una y de la otra, a la vez que injuriaban a las clases oscuras de la sociedad capitalista (los trabajadores y los campesinos) embrutecidas por la miseria y la explotación. Él comprendió que, en comparación con la vida miserable y abyecta del tiempo de los zares, los rusos gozaban de cierto bienestar, pero que los soviets no eran ni mucho menos una organización socialista, aparte que observó que los rusos se mostraban retraídos, desconfiados, taciturnos.
 
    Estando Istrati en Moscú recibió una carta de Víctor Serge, quien vivía en Leningrado, invitándole a que fuera a verle. Aceptada la invitación, Víctor Serge y Panait Istrati fueron amigos. Víctor Serge, pese a haber sido el traductor titular de Lenin, en tiempos de Stalin cayó en desgracia. Istrati se lamentaba de la confusión ideológica de los dirigentes de la URSS.
 
    -Fui testigo de un hecho espantoso -le decía Istrati-. Por todas partes he visto hojas de propaganda distribuidas por los soviets, las cuales llegan hasta las aldeas más pequeñas; instrucciones para que cultiven con provecho la tierra, para que la abonen de manera científica, etc.
 
    -Es verdad -asintió Víctor Serge.

    -Y claro, los que siguen esas instrucciones producen más y viven con mayor comodidad. El soviet de la aldea, enfurecido, interviene. A los que siguen al pie de la letra las instrucciones que les llegan de Moscú, los declaran kulaks, les confiscan sus bienes tan penosamente adquiridos y les tratan de enemigos del socialismo. Un hombre de Telav, inteligente y trabajador, había plantado una viña siguiendo las nuevas instrucciones y empleando los abonos químicos, la viña prosperó. ¿Verdad que los demás campesinos debían estar contentos y seguir su ejemplo? Pues no fue así. Era un kulak, un traidor que pretendía enriquecerse con el producto de su trabajo. Y el soviet local, envidioso e incapaz, quería confiscar sus bienes. ¿ y qué crees que hizo ese pobre diablo?
 
     -No sé, pero conozco casos semejantes en que el calumniado se suicida --Contestó Víctor Serge.
 
     -¿Suicidarse? No, hizo algo peor para la economía rusa. Se reunió con su mujer, sus hijos y otros parientes, y acordaron que durante la noche destruirían la viña. Y así lo hicieron. Al amanecer se presentó ante el soviet del pueblo y exclamó iracundo : ¿Kulak? ¡Ya no lo soy! Podéis estar satisfechos. El socialismo se salvó en Telav.
  
    Después de una pausa durante la cual Víctor Serge le miraba con fijeza, Istrati prosiguió:

    -El soviet le escuchó sin emoción. Los que lo integraban sonrieron. i Y se habían arrancado de raíz dos mil quinientas cepas de viña! ¿Comprendes, Víctor? ¡Dos mil quinientas cepas para engordar a los cerdos!
 
     -Serénate Panait. Esto no tendría importancia si no fallara la dirección, porque ya sabes que la realización de una idea lleva consigo casos feos y aún horribles.
 
     -A ti te consta que yo vine a Rusia con el propósito de quedarme aquí para siempre.
 
    -Eres un sentimental, Panait. Tu corazón sobrepasa a tu inteligencia. Y ahora, ¿qué piensas hacer? ¿Quedarte?
 
    -¡No! -gritó Istrati-. Me bastaría saber lo que hacen contigo, con tu suegro Russakov, con Liuba, tu buena mujer y con tu pequeño Vladi, para irme de este país.
 
    -Un atropello siempre es un atropello sea quien fuere la víctima. No porque suframos mi familia y yo debes enfurecerte.
 
    -Sé que al llegar a París, comunistas y anticomunistas me abrumarán a preguntas. Unos y otros intentarán llevarme a su redil.
 
    -Y los estalinistas, sospechando que no sigas sus consignas al pie de la letra, no te dejarán ni a sol ni a sombra -aseguró Víctor Serge.
 
    Víctor Serge, que era un escritor hijo de padres rusos nacido en Bruselas, que fue bolchevique en tiempos de Lenin y de Trotsky y que a la sazón se enfrentó al estalinismo, le habló largo y tendido sobre la Revolución rusa y el estalinismo.
 
    -Sí, ya sé que aquí, salvo los burócratas y los comunistas, quienes se manifiestan con brillante locuacidad y viven muy bien, el resto de la población no come todo lo que necesita -le dijo Istrati-. Y mientras aquéllos, ahítos y festivos, adoran con religiosa unción los símbolos del comunismo puestos en todas partes, a los que vitorean con estentórea voz, los trabajadores sufren mucho más que los de cualquier país capitalista. No sabes con qué sentimiento tengo que hablar así. Estoy asqueado, puedes creerlo a burócratas y comunistas, coreando al gobierno, alardean de ser los salvadores de las clases humildes, de las cuales se autonombran sus auténticos representantes. Francamente te digo que hubiera sido mejor no hacer este viaje a Rusia, porque al menos habría mantenido la ilusión de que aquí se está construyendo, como ellos dicen, la sociedad socialista. Te consta que en Moscú, y también en Leningrado, he protestado de las injusticias de que he sido testigo discutiendo con los estalinistas. Pero creo que en Francia será mejor que me calle.
 
    -¡Nunca! ¡No digas eso, Panait! -le gritó Víctor Serge--. Debes escribir tus impresiones sobre la URSS, de lo contrario serás cómplice del gran fraude.
 
    -Entiendo que si estando en Francia hablo o escribo sobre la URSS, podré causar grave daño al proletariado internacional.
 
    -¡Al contrario, le prestaras un gran servicio! Si callaras cometerías una felonía. Con tu viaje a la URSS has contraído una responsabilidad ante el mundo libre y no olvides que tus lectores esperan tus impresiones. No te dejes conducir por los burócratas del Kremlin que en cuanto llegues a París te halagarán para que escribas lo que a ellos les conviene.
  
    Panait Istrati salió de Rusia en la primavera de 1929 enojado con sus compañeros de viaje porque no sólo no le ayudaron en sus críticas contra la burocracia de Stalin, sino que le reprochaban que con su actitud favorecía a los enemigos de la Rusia soviética. Fue de Leningrado a Moscú, para protestar contra la persecución de que era víctima Víctor Serge. Y con tanta vehemencia abogaba por su amigo, que antes de favorecerle le perjudicaba, al punto que Víctor Serge y su familia fueron desterrados a Siberia, en donde estuvieron seis años.
 
     Ante su impotencia gritaba, blasfemaba, gesticulaba, lloraba. Se estrellaba contra la muralla de la burocracia y sufría atrozmente. Eleni Samios, que con Istrati hizo su viaje a Rusia, reporta que el escritor rumano exclamó estando en Moscú: "Entonces, ¿en la URSS se persigue a los obreros? ¿Se mata a los amigos? ¿Es por vuestro sistema de gobierno que queréis sacrificar nuestra vida, nuestra obra, nuestra alma? ¡Ah, no! O se rehabilita a Russakov (el suegro de Víctor Serge) u os escupo al rostro. Sabed que vuelvo a Europa para gritar mi testimonio de hombre honrado. Sé gritar, y gritaré hasta romper los tímpanos de Stalin y su cuadrilla."
 
     Y refiere que para conseguir que se hiciera justicia a Russakov, anciano de 72 años lanzado al pacto del hambre, corría de un lado a otro desde la mañana hasta la noche. Continuamente hablaba por teléfono y lanzaba la palabra de “Cabrones" contra Stalin y los suyos. "Luego -añade Samios-- como un pobre conejo herido perseguido por la multitud, se acurrucaba en su habitación y temblaba en espera de ser detenido. Incluso temía su desaparición. "¡Ah, pero venga lo que viniere!', exclamaba iracundo." ¿Acaso no nos han referido que un periodista extranjero demasiado curioso quiso hacer una excursión de la que nunca regresó?"
 
      Al llegar a París Istrati estaba indeciso. Por un lado, los que le hablaban el mismo lenguaje de Víctor Serge en Leningrado, por el otro, tenía que soportar la verborrea de sus camaradas del partido, que todos los días le pedían que escribiera el libro presentando al mundo la imponente obra socialista de la URSS, patria del proletariado. ¿Y su conciencia? Su conciencia no le permitía mentir, se decía en sus dubitaciones. Los comunistas franceses le asediaban a preguntas e incluso llegaron a exigirle que hiciera una declaración en el diario del partido, en espera del libro. Querían comprometerle, atándolo para siempre al carro del comunismo. Su indecisión les inquietaba y seguían sus pasos. Y empezaban a increparle, injuriándole cuando les manifestó su inconformidad con el socialismo de Stalin. Quiso visitar a Romain Rolland y éste se negó a recibirlo. Eleni Samios escribe respecto a la negativa de Romain Rolland :
 
   "Si Romain Rolland lo hubiera recibido diciéndole, por ejemplo: "Hijo mío, mi buen Panaitaki, tienes razón; pero cállate. Cállate, por favor, no proporciones armas a los enemigos. Sí, sí, ya lo sé que Víctor Serge, tu amigo, sufre injustamente, que su mujer y su hijito corren peligro de muerte. Pero la humanidad avanza y a menudo pisoteando cuerpos inocentes. y nosotros debemos lamentar las desgracias, pero siempre ayudando a que la humanidad pueda vencer. y por esta vez, nuestro supremo deber es callarnos, sobretodo estando en el campo enemigo” Pero en lugar de esto, desde Romain Rolland hasta Magdeleine Paz -a quienes estimamos a pesar de todo- consideraron más cómodo arrojar la piedra sobre nuestro Istrati, alejándose de él como de un apestado. No repetiré aquí las exclamaciones oídas en Francia. Los gritos de Panait necesitan un poco más de justicia, un poco más de imparcialidad, un corazón humano capaz de comprender." Tiene razón. Pero se hizo lo contrario; le insultaron llamándolo traidor y otras lindezas por el estilo. En una publicación comunista se llegó a escribir lo que sigue :

       "Viajando Istrati en esa época con unos delegados de los países de Occidente, de pronto advirtió en el mismo vagón -¡horror!- a un delegado marroquí y exclamó indignado:

      "-¡Yo no quiero viajar con este negro!

       "El haiduk se había vuelto civilizado como un norteamericano."

       Asqueado, un buen día escapó de París sin despedirse de nadie y se fue a Niza. En esa ciudad respiraba a sus anchas, nadie le molestaba con necias preguntas e impertinentes exigencias. Allí, solo con Berthine, podría reflexionar. Aquella ciudad se prestaba para el sosiego y la reflexión. Pero los atardeceres de Niza, envueltos con el embrujo del Mediterráneo acrecentaban su tristeza, y su hostilidad hacia los hombres era mayor aún. Su pensamiento volaba y se recreaba en el paisaje de su infancia que le causaba infinita emoción, sintiendo la nostalgia de la patria. Berthine veía cómo sufría. Una mañana estaban los dos sentados en la terraza de su casa. Ella le dijo:

      -No te mortifiques, Panait. Debes tomar las cosas con calma. Esos nervios acabarán contigo. Y no debes olvidar que estás enfermo.

      -¡No olvido nada! -le contestó con acritud-. Con que, ¡déjame en paz!

      -¡Ay, hijo; estás imposible! ¡Ese viaje a Rusia te ha trastornado! ¡Sosiégate y reflexiona, no seas arrebatado! Si antes de ir con los comunistas hubieras pensado lo que hacías, ahora no te encontrarías en esos líos, que culpa tuya es por haberte metido en aquellos dibujos. Istrati la miró con fijeza no disimulando su malhumor. Ella insistió:

      -¡Los comunistas! ¿Qué te une a ellos? ¡Nada! Tú eres un rebelde, un inadaptado, en tanto que ellos son un rebaño sometido a la voluntad de sus pastores.

      -Eso sí que es verdad -contestó él.

      -Reprocharle a uno defectos que no tiene, culparle de que abriga intenciones aviesas, ser tratado con crueldad porque difiere del pensamiento del que dogmatiza y se atreve a hablar en un lenguaje claro y franco sin querer comprenderlo, es un juego sucio. El equilibrio se mantiene discutiendo, ordenando los pensamientos y las ideas. Quien se irrite frente al adversario no razona, desbarra porque no está en condiciones de escuchar.

      -Lo peligroso es que juegan con nuestra libertad y aun con el futuro del hombre.

     -Hiciste una tontería uniéndote a los comunistas, Panait  ya sé que lo lamentas y si ahora fuera no lo harías. Olvidaste que cuando un hombre, por sus méritos, alcanza la celebridad, tiene que ir con mucho cuidado en lo que habla y hace. Un cualquiera puede equivocarse, tú no. Reconoce que te comportaste como un chiquillo, no como un escritor de fama mundial.

     -¡Escritor de fama mundial! ¿Para que la gente me mortifique me han hecho escribir? ¡Sí, ya sé que soy un hombre de responsabilidad! Y precisamente por esto me exigen que mienta. ¡Vaya con la gentuza esa! i Soy un cobarde, eso es, un cobarde! Si cuando me corté la garganta hubiera tenido el pulso de los valientes, habría acabado con todo.

     -¡Calla, calla, no digas necedades!

     -¿Por qué Romain Rolland me obligó a escribir? Cuando la gente no se ocupaba de mí sufría, es verdad, y mucho. Pero, ¿y ahora? ¿Acaso soy feliz yendo del brazo con eso que llaman la gloria? ¡La gloria! ¡A la m... la gloria! Si no soy dueño de mis actos, ¿para qué me sirve la celebridad? Comunistas y anti comunistas me abruman, me martirizan para que les diga su verdad. Por lo visto yo no cuento para nada. "Piensa en el partido al cual te debes", me gritan unos. "No olvides que Stalin es un monstruo y una engañifa la que representa", me susurran los otros. Y todos quieren que les dé un libro. Bueno, pues tendrán el libro. ¡Y les va a escocer!

       -Para decidirte a escribir Un libro no es menester que te martirices. Todo consiste en que domines tus nervios y recuperes la serenidad. Si ésta te faltó cuando te adheriste al comunismo, tenla en la hora de empezar a escribir un libro que esperan tirios y troyanos.

      -Tienes razón, Berthine.

      -Espera un par de semanas o un par de meses, que la cosa no urge. Que vayan a la porra los impacientes, que son muy ladinos, y tú escribirás para las almas sedientas de verdad. Ahora, si te parece, podemos ir unos días a Mónaco ya nuestro regreso empiezas a escribir tu libro. Yo te ayudaré poniéndolo en limpio. ¿Conforme?

     -Conforme.

     Y los dos, cogidos del brazo, dieron un paseo por el jardín.

     A las siete de la tarde cenaron y se acostaron a las ocho y media. Istrati, confortado por las palabras de Berthine, durmió a pierna suelta nueve horas.

     A su regreso de Mónaco recibió una carta de Rieder rogándole que fuera a París para corregir las pruebas de uno de sus libros. De mala gana fueron a París. Dos meses después volvían a estar en Niza y Panait Istrati tuvo que acostarse. Tosía y escupía sangre. Llamaron al doctor Pradier y éste le aconsejó que no escribiera. Necesitaba mucho descanso.

     Pasado tres meses se recuperó y con fecha de 18 de diciembre de 1929, escribió una carta a Gherson, un comunista ruso, y le dijo: Mentiría sí no dijera que mí viaje a la URSS  me desilusionó. Cierto que vi cosas buenas, dignas de alabanza y que me agradaron; pero la URSS no es lo que yo creía. Ahora, pasada la crisis de mi enfermedad que me tuvo en cama una temporada, estoy .en disposición de escribir mis impresiones sobre la Rusia soviética. Es posible que lo que escriba no se ajuste a sus deseos pues entiendo que debo hacer una crítica constructiva la cual, viéndola por el lado bueno, quizá sea de provecho para la URSS, teniendo en cuenta que todo sistema político se consolida y perfecciona con la libre discusión. Le comunico mi intención con toda lealtad y asimismo espero el consentimiento del partido." -¡Berthine! ¡Berthine! i Ya soy libre! ¡Ven a leer esta carta! -le gritó Istrati desde el jardín minutos después de haber recibido la correspondencia.

       Berthine corrió a su encuentro y leyó que había sido expulsado del partido comunista francés.

       -¡Estupendo! -dijo ella con el rostro radiante al tiempo que dio un estentóreo :

       -¡Viva la libertad!

       -Hoy ha terminado mi tormento, ¡Berthine y el mío! Porque a mí también querían catequizarme. -Por fin podré escribir lo que me dé la gana. Ya nadie mutilará mi pensamiento.

       -Y a mí no me fastidiarán con su estúpida propaganda.

       -Ya sé que querían que fueras del partido. ¡Anda, que no me presionaron poco para que te convenciera !
    
        -¡Ah, si hubieras visto cómo me adulaban esos bribones! ¡Qué asco! De buena gana les hubiera mandado a freír espárragos, pero me aguantaba. Estabas tú de por medio.
    
       -Me dijeron que, mediante tu ingreso en el partido, habían acordado meterte en la redacción del diario.
   
        -¡Y no insistieron poco ni mucho para que fuera contigo a Rusia!
  
        -Lo sé, lo sé. A mí también me dijeron que sería muy conveniente que fueras conmigo al "país del socialismo."
  
        -Son tan estúpidos que creyeron haberme catequizado con sus halagos. Pero se equivocaban de medio a medio. Perdían su tiempo y gastaban saliva en balde.
  
        -No cabe duda. Eres una mujer inteligente.
  
        -Astuta, diría yo.
  
        -Creo que tenías razón al decir que si hubieras estado conmigo en París cuando los comunistas me invitaron a juntarme con ellos, no habría hecho la barrabasada de ingresar en el partido de la hoz y el martillo.
  
        -Y hubieras hecho muy bien en no meterte en ese fregado. El escritor que se impone por su talento, nunca debe someterse a la disciplina de un partido antidemocrático ni aceptar que revisen sus originales y mucho menos admitir la censura.
  
        -Muy cierto, Berthine. Confieso que fui un estúpido.
  
        -En este aspecto, tan repugnante es el comunismo a la rusa como el catolicismo. El escritor católico se expone a la excomunión y el comunista a la difamación. Porque espera, mi buen Panait; que esto no se liquida con la expulsión.

         -Lo presumo.
 
         -Pero no les hagas caso ni te dejes intimidar, que las sandeces y las mentiras irán al por mayor. Según les convenga, te atacarán con dureza o suavizarán su acento. Lo que procedería hacer en orden a lo ocurrido, es dejar en el olvido las tribulaciones que te amargaron la vida.
  
    Estaban en esta plática cuando llegó el doctor Charles Pradier quien comió con ellos, y los tres comentaron jocosamente la expulsión de Istrati del partido comunista. De sobremesa hablaron sobre el proyectado libro que dedicado a la URSS Istrati escribí ría y éste, en términos generales, les explicó lo que pensaba decir.
 
      -Pues le pondrán cual no digan dueñas, que de esos pazguatos nada bueno se puede esperar -le dijo Pradier-. Ocurrencia desgraciada fue, en efecto, su ingreso en el partido comunista.
   
    -A el hecho, pecho, y a trabajar, sin temer las consecuencias -resumió Berthine con optimista acento.

    La independencia de criterio, la sinceridad en la exposición de las ideas, la firmeza de convicciones basada en la honradez y la rectitud en la conducta, son las cualidades que ha de poseer un escritor.

     Panait Istrati no había escrito ningún libro político, hasta que dio a la imprenta sus impresiones sobre la Rusia soviética. Sabía que con este libro sería imprecado y ultrajado, pues no ignoraba que los partidarios de la dictadura del proletariado no admiten la menor crítica del sistema ruso de gobierno; y que sacando a colación los ataques de los reaccionarios a Rusia, dirían que quien no está con ellos es un fascista. Pero él se preciaba de ser un escritor independiente y honrado que no podía engañar a sus lectores, no importándole ni poco ni mucho la cerril propaganda de los comunistas. Si las ofensas le molestaban, también aborrecía la vileza y los procederes bajunos.

     Cabe decir que Berthine Ziemssen, mujer de mucho temple, inteligente y culta, en esa etapa de la vida de Istrati ejerció sobre éste una influencia considerable.

     -De los medrosos nada se ha escrito -le decía Berthine-. Las grandes figuras actúan sin resentimiento, perdonan las ofensas y de su alma borran el rencor, despreciando la adulación y la perfidia. Spinoza dice que la tiranía, al destruir la libertad, de la cual tan celosos han de estar los hombres, obliga al individuo a pensar de una manera y a obrar de otra, añadiendo que quien no puede hacer uso de la razón se torna astuto y odia a sus semejantes. Por consiguiente, las dictaduras, ya sean ejercidas en nombre de un Estado proletario, eclesiástico,  aristócrata o capitalista, al desfigurar al hombre, son causa de desavenencias al impedir que cada cual juzgue por sí mismo los actos de los gobernantes. Entiendo, pues, que no debe pesarte, sino enorgullecerte, el haber escrito un libro que trata de la dictadura del proletariado, poniendo en evidencia los defectos de un régimen que esclaviza al hombre.

      -Lo malo es que muchos de sus adeptos obran de buena fe y les siguen ciegamente -contestó Istrati-. Y no olvides que el capitalismo, con su egoísmo y desbarajuste, les proporciona preciosos elementos de propaganda.

     -De acuerdo -afirmó Berthine--. Pero no es lícito que para combatir un mal se cree otro peor, porque en una democracia capitalista puedes escribir sin cortapisas y existiendo la oposición, se fiscalizan los actos del gobierno.

     -Hasta cierto punto, que el capitalismo usa de sus mañas para enmudecer a la oposición. El soborno y el pacto del hambre son sus armas favoritas. Quizá el socialismo democrático sería.

      A ello iba -interrumpió Berthine-. Con una democracia socialista, no existiendo la explotación del hombre por el hombre y respetándose el libre albedrío de cada cual, la humanidad quizá encuentre la paz y el bienestar. El socialismo ha de exaltar al individuo reconociéndole todos sus derechos.

     -En efecto -dijo Istrati-. y en la URSS el Estado lo es todo y nada el individuo. Mientras el hombre no sea reconocido como elemento fundamental de la sociedad, mientras no se enaltezca el individualismo dentro de la colectividad y subsistan la coacción y la tiranía, el caos económico creará y afianzará los regímenes de fuerza, y en el mundo no habrá paz.

      -Y la acumulación de riquezas en un grupo de hombres en detrimento de la mayoría, es causa de miseria -argumentó Berthine--. De ahí la necesidad de combatir la desigualdad de fortunas, limitando la propiedad que es una creación social.

     -La idea base del socialismo es la libertad. El absolutismo, aunque se disfrace de dictadura del proletariado, es antisocialista y antihumano -aseveró Istrati, a lo que contestó Berthine: “El Estado gendarme, no importa cuál sea su ideología, supone una intolerable agresión. Con el socialismo se podrán resolver los arduos problemas políticos, sociales y económicos insolubles para el capitalismo y agravados por lo que en Rusia llaman dictadura del proletariado”.

     -En estos tiempos de confusión, es menester que los sociólogos y los economistas presenten soluciones concretas y claras -dijo Istrati-. El llamado comunismo de Estado, es decir, ruso. -es un equívoco y aun me atrevería a asegurar que es la negación del marxismo. En todo caso se puede sostener que en nada refleja el movimiento obrero internacional.

    -No lo refleja ni tampoco lo representa -sentenció Berthine-. Es más, ha sido la causa de la escisión de la organización internacional de los trabajadores, haciéndola ineficaz. Tú lo apuntas en tu libro.

    -Lo cual demuestra que los bolcheviques, al crear la Internacional Comunista, escindiendo los partidos socialistas de todos los países, no sólo debilitaron a la clase obrera, sino que la lanzaron a enconadas luchas intestinas. Por consiguiente, los bolcheviques, con sus partidos comunistas, cuña peligrosa metida en el socialismo internacional, al debilitar a la clase obrera fortaleció a la reacción capitalista, a la vez que facilitó la organización nazi en Alemania, con los ulteriores desastres que el posible triunfo de Hitler puede acarrear a la humanidad. De no haber existido la Internacional Comunista, es muy posible, casi seguro, que al terminar la guerra de 1914-1918, los socialistas europeos se hubieran reagrupados y unidos habrían podido presentar un programa de rehabilitación económica en el período inmediato a la terminación de la guerra, y de haber surgido en Alemania el nazismo, no habría recibido la adhesión de la clase media --campesinos, burócratas, intelectuales, pequeños comerciantes- que empieza a ver en Hitler y lo que éste representa, una fuerza capaz de ordenar la economía del país.

     Berthine apoyó el argumento de Istrati diciendo:

     -Si la contrarrevolución triunfa en Alemania será gracias al gravísimo error, llamémosle error de Lenin, al fundar su Internacional Comunista. Digo su Internacional Comunista, porque ésta siempre ha estado al servicio del gobierno soviético, en detrimento de los intereses de la clase obrera y de la organización socialista internacional. Ha sido y es una fuerza negativa porque en todas partes debilita el movimiento obrero.

     -Y explotando el prestigio de la- Revolución rusa, con su demagogia ultrarrevolucionaria, consiguieron engañar a muchos socialistas europeos, especialmente a los jóvenes.

     -Cierto -dijo Berthine-. y lo grave es que los rusos, a' pesar de que los hechos les han demostrado que están equivocados en su juicio respecto al capitalismo europeo, subestimando su fuerza, mantienen la Internacional Comunista, es decir, la división de la clase obrera en Europa, no ciertamente en provecho de revolución internacional, sino para disponer de importantes núcleos de obreros e intelectuales, como instrumentos de la política exterior del Estado soviético. Los rusos, a juzgar por su actitud, parece como si hubieran dicho, y tercamente mantienen su posición: ¿No hay revolución en Europa? ¡Pues que se hundan los partidos socialistas! Nosotros necesitamos un movimiento comunista en todos los países, para que nuestro gobierno pueda disponer de una fuerza exterior al servicio de sus necesidades. Ya ese gobierno soviético, dictatorial, policiaco, terrorista y antisocialista, nada le queda de aquel empuje revolucionario de noviembre de 1917 que consiguió la simpatía, cuando no el apoyo, de millones de trabajadores, esperanzados en que la Revolución rusa fuera la salvación del mundo

     Istrati dijo:

      -El Estado soviético al convertirse en lo que ahora es, ha desilusionado a los trabajadores de todo el mundo por no haber demostrado prácticamente que la organización soviética es superior a la capitalista. Claro está que ellos justifican el retroceso por no haber sido secundados por los trabajadores europeos, haciendo la revolución en sus países. También explotan el argumento de que la revolución se produjo en Rusia, país pobre e industrialmente atrasado y cuya agricultura tampoco estaba en pleno desarrollo. Pero eso, de ninguna manera justifica la represión bolchevique contra los socialistas revolucionarios rusos ni el encono con que han dividido la organización internacional de los trabajadores.

      Hablando de un tema para ellos tan sugestivo se les pasó el tiempo. Y dieron por terminado su coloquio, porque tenían que ir a la imprenta a hacer las últimas correcciones a los tres tomos de Vers l' autre flamme, que se pusieron a la venta a comienzos de 1930.

     Al día siguiente subieron a Montmartre y comieron en un restaurante frecuentado por artistas de todas las nacionalidades. A Istrati ya Berthine les gustaba aquella pintoresca colina, cuyos habitantes raramente bajan a París. Al pie de la estatua erigida al Caballero de la Barre frente al Sacré Coeur, contemplaron el inmenso caserío de París que a sus pies se extendía, y hablaron de la acogedora y bulliciosa ciudad en donde los hombres trabajan y luchan, unos para conseguir un mendrugo de pan y otros para alcanzar la gloria en aquel centro de la cultura universal.

     París les fascinó y les agradaba andar y recrear su vista por las callejas de piedras ennegrecidas y cargadas de historia, reflejos de lo eterno, antes que pasear por los grandes bulevares, revoltijo de inquietudes, por donde se asoma una multitud compleja e hirviente de ir y venir afanoso, ocupada en industrias y trabajos diferentes. Total, que Berthine, vistas las calles del viejo París, tenía mucha afición al Louvre. Decía que en el Louvre se desvanecen las miserias humanas. y aunque Istrati, debido a sus preocupaciones, no tenía el espíritu predispuesto para apreciar el mérito de las obras que el museo encierra, ella se las arreglaba para que, juntos, pasaran allí muchas horas.

     Berthine, ante el retrato de madame Récamier, dedicó un recuerdo a aquella maravillosa mujer en cuyos salones se congregaba lo más selecto de la sociedad parisién de su tiempo y dijo:

     -Las cartas -escribió a Benjamín Constant son un valioso documento que describe la vida de París a fines del siglo XVIIII y ya sabes que fue amiga de madame Stael y de Chateaubriand. Por su talento y sus letras, la discreción y la gracia con que sabía tratar a la gente, más que por su belleza, entró por la puerta grande en la historia universal. ¡Y pensar que Napoleón persiguió a tan encantadora mujer y también a madame Stael!.

       -¡Qué tiene de extraño que Napoleón las persiguiera, si la autoridad y la plebe casi siempre coinciden en el desprecio a los altos valores! ¿Qué hay de más repugnante que un autócrata y los energúmenos que lo aplauden? --contestó Istrati.

        Como es de suponer, Vers l´autre flamme, de Panait Istrati provocó la indignación de los comunistas quienes en la prensa y en la tribuna insultaban a su autor. Le llamaban traidor y agente del fascismo, porque entre otras críticas del estalinismo, aseguraba que Stalin había destruido la obra iniciada por Lenin y Trotsky, los directores de la Revolución rusa que intentaron crear una verdadera sociedad socialista. Y tanto como lo denostaban los comunistas, lo elogiaban los enemigos de la URSS. Y fue precisamente Henri Barbusse, con quien Istrati colaboró en Monde, el que publicó un agresivo artículo contra el autor de Kyra Kyralina. Del artículo de Barbusse reproducimos el siguiente párrafo: "El escritor rumano que vino a nuestras filas pobre y haraposo, nos abandona bien provisto de todo. Teme perder la pitanza y la riqueza a la cual se ha acostumbrado, y que adquirió con nuestra ayuda. Ese catacaldos engreído que por no ser nada ni agradecido es, desprecia la amistad de Romain Rolland, y se va con los que pagan mejor y al contado. Buen viaje."

      Istrati estaba mortificado. Tantas y tan groseras imprecaciones le atormentaban, porque él creía haber dicho la verdad por lo que a Rusia respecta.

     -Creo que mejor que el insulto sería discutir Serenamente a quien del insulto hace un arma de propaganda, señal que le falla la razón, pero tanta bajeza me causa náuseas -dijo entristecido a Berthine.

     -¡Pero, hombre! ¿Es posible que hagas caso a esos bergantes? -le contestó ella-. ¡Déjalos que aticen esos socarrones impertinentes con ínfulas de sabio! A fuer de sincera te he de decir que a mí no me incomoda ni me quita el sueño su estúpida agresividad. Y sí mi opinión ha de valer, entiendo que hemos de irnos a Niza ahora mismo, que allí no oiremos los berridos de esos animales.

     -Tal vez tengas razón, porque el juicio errado de esa pobre gente es difícil de destruir.

     -Ingenuo eres si esperabas otra cosa.  ¡Déjalos, que se queden aquí con su solfa! Astutos sí que lo son, porque sabiendo que no eres orador, te retan a una controversia para ponerte en ridículo. No estaría mal que les contestaras que aceptarás la controversia cuando en Rusia las permitan.
  
    Se fueron a Niza con el propósito de no volver a París. Además de que a Istrati le asqueó el tumulto de discusiones e insultos que provocó su libro, volvía a molestarle su enfermedad.
 
     Ya en Niza, el doctor Pradier le ordenó que se acostara y le dijo que de no seguir al pie de la letra sus recomendaciones, renunciaría a cuidarlo.
 
     -Y aún está por ver -le dijo el médico- si no tendrá usted que volver a un sanatorio de Suiza. Si me hace caso quizá se pueda evitar que vaya a Suiza. Con que, ya lo sabe; quietecito y a obedecer.
 
     Istrati estaba dispuesto a todo con tal de no volver a un sanatorio, porque el recuerdo del de Lausana le horrorizaba. Berthine acompañó al médico hasta la puerta del jardín. Pradier le recomendó que el enfermo no leyera ni el diario y que, en lo sucesivo, nadie le hablara de su último libro ni de los comunistas.
 
     -Confío en usted, Berthine. Ayúdeme y lo salvaremos. Si me obedece de aquí un par de meses, o antes, podrá salir a la calle.
 
       Berthine Ziemssen, voluntad indómita y audaz a la vez que delicada y tierna, consiguió que el enfermo le obedeciera, salvando esta nueva crisis. No obstante los solícitos cuidados de su exquisita compañera, Istrati estaba desmejorado, pálido, los ojos hundidos, con una tosecilla muy molesta, quebrantada su naturaleza.
 
     Y aquel hombre, cuyo destino durante tantos años fue un acertijo, cuando consiguió lustre y dinero los hombres y la naturaleza lo precipitaban a la tumba. Hablaba poco y su mirada incierta vagaba por los árboles del jardín; el zumbar de los insectos, le molestaba y hubiera querido espantar a las pajarillos que gorjeando se posaban en el barandal de la terraza. No le interesaba nada. Helo que le rogaba, y estaba con tan mal genio y amargado, que con sus impertinencias incluso llegó a molestar a la afable y dulce Berthine. Ésta le quería más que nunca y se esforzaba para templar la aspereza del carácter del enfermo. quien en verdad era intratable.
 
     Su convalecencia se prolongó largos meses. Felizmente para Istrati, Pradier era un buen médico. Con la tuberculosis veía desvanecerse su ambición de seguir escribiendo (en olvido de aquella teoría extraña de que no quería ser un escritor) y la inactividad a que le sometía Pradier le destrozaba el alma. Que éste no le permitiera hacer lo que él quería le dejaba con una murria de mil demonios.
 
     Ya muy avanzado el mes de marzo de 1931, el médico le permitió leer el diario y alguna novela fácil y distraída. También podía ir, en taxi, a dar una vuelta por las afueras de la ciudad y estarse una media hora en el paseo de los Ingleses, siempre en compañía de la risueña y graciosa Berthine.
 
      Una mañana de abril, alegre como los pájaros del jardín y capaz de levantar el ánimo del más pesimista, Ilamó a gritos a Berthine: -¡Mira, mira lo que dice Le Petit Nitois! ¡En España se ha proclamado la República!
 
    -¿Qué en España se ha proclamado la República ? -preguntó Berthine incrédula, cogiéndole el diario--. A ver, déjame ver.
 
     Se sentó a su lado y en alta voz leyó lo que sigue: "Como consecuencia del triunfo que los republicanos y los socialistas obtuvieron en las elecciones municipales del día 12, ayer, 14 de abril, se proclamó la República en España. En las grandes ciudades, el pueblo, en impresionantes manifestaciones, vitorea a la República y destruye los símbolos de la Monarquía.
 
    En todos los edificios públicos ondea la bandera republicana. El rey está en Cartagena y se dice que embarcará en un buque de guerra, puesto a su disposición por el gobierno provisional y será conducido al extranjero. En toda la Península reina el orden más  perfecto. El pueblo, loco de alegría, no cesa de vitorear a la República. Patrullas del ejército enarbolando la bandera republicana, juran que defenderán al nuevo régimen. Niceto Alcalá Zamora, que presidía el Comité Revolucionario, ha asumido la presidencia del gobierno provisional, el cual ha lanzado una proclama pidiendo al pueblo que conserve la serenidad y no cometa desmanes, dando al mundo un ejemplo de sensatez y de madurez política, probando que España está capacitada para vivir en un régimen de libertad y de democracia republicana."
 
    -¡Extraordinario y sorprendente suceso! iLa República en España! ¡Parece increíble! Nunca sospeché que de unas elecciones municipales pudiera surgir la República en un país como España -comentó Berthine.
 
     -En realidad, España es un pueblo desconcertante -dijo Istrati-. De todos modos está por ver si los republicanos serán capaces de consolidar el nuevo régimen. La Iglesia, por ejemplo,  creo que será difícil de sujetar, teniendo en cuenta que el alto clero español es el más agresivo e ignorante de Europa y quién sabe si no se convertirá en el aglutinante de las fuerzas antirrepublicanas.
 
     -En efecto --corroboró Berthine, añadiendo:
    -Yo no me fiaría de esa insólita adhesión del ejército a la República. Puede ser una añagaza. Lo que procedería es que inmediatamente organizaran el ejército republicano. Ahora es el momento. Deberían aprovechar la sorpresa y desorientación de los militares, y su temor a las represalias. Sin titubeos, con el tacto que el caso merece, sin herir la susceptibilidad de los creyentes, tendrían que reducir a la obediencia a la Iglesia. Esta institución, a mi entender, es peligrosísima. y  aún queda la incógnita de la aristocracia, de la burocracia y de la burguesía.
 
    -Confieso que desconozco el movimiento político español -dijo Istrati-. Quiero creer que la República tiene a sus hombres, que sabrán defenderla. ¿Habrá allí figuras de la talla de un Gambetta, de un Jules Ferry, de un Waldeck-Rousseau? Lo deseo de todo corazón.
 
    -Mira, Panait; no te quiebres la cabeza y deja el diario, que ya veremos lo que ocurre. Ahora a desayunar. Recuerda que a las once vendrá a buscarnos el taxi para ir a Cannes. .
 
      En Cannes, Pradier tenía una magnífica residencia e invitó a Istrati y a Berthine a que fueran a pasar una semana.
 
    El año 1931 transcurrió sin que ningún suceso de importancia alterara la paz del matrimonio Istrati.  En el mes de mayo de 1932, habiéndole entrado en su alma la nostalgia de la patria lejana, por primera vez habló Istrati de volver a Rumania. Pradier le aconsejó que esperara unos meses, quizá un año. Debía fortalecerse para soportar las emociones que le produciría el regreso a la patria.
 
      En el mes de agosto volvieron hablar de la República española.  Ella dijo:

    -¿Ves? ¡Lo que te decía! El ejército monárquico que no destruyeron, se subleva contra la República. El general Sanjurjo, un nuevo Kornilov, se ha pronunciado en Sevilla el 10 de este mes y quiere proclamarse dictador.
 
     -Pues sí. y Azaña, la máxima revelación de la República, me parece otro Kerenski. Todo se va en discursos en España y nula es la acción. Aunque vencida la sublevación de Sanjurjo, temo que la República no se consolide -añadió Istrati, a lo que ella contestó:
 
     -Si en España surge un liberal honrado e inteligente como lo fue Juan Prim, está condenado a morir asesinado. Asesinado murió también el estadista liberal José Canalejas. Y cuando en 1931 aparece en la política española un hombre equilibrado, orador insigne, de gran cultura, escritor brillante, político honesto, de incorruptible y arraigado liberalismo, que quiere para su patria honor, prosperidad y gloria, precisamente por poseer tan relevantes cualidades, es triturado por la reacción española que añora los tiempos de Fernando VII. Me refiero precisamente a Manuel Azaña, de quien Alfonso XIII ha dicho que si él hubiera tenido a un primer ministro de tan noble estirpe como Azaña, jamás se habría visto en el trance de tener que abandonar el trono español.
   
    -Desgraciadamente es verdad -asentó Istrati- y el siglo XIX tiene para España rasgos de una decadencia tan deplorable, que pone en entredicho el prestigio de aquel país, lo cual es inconcebible en un pueblo que en ocasiones ha demostrado ser poseedor de una arrogante vitalidad y de un encomiable empuje revolucionario. Recuerda los comuneros de Castilla que se alzaron contra el absolutismo de Carlos V, entre otras gestas gloriosas que dan esplendor a la historia de España.
 
      -¡Y cuántas torpezas han cometido en estos dieciséis meses de Repúblicas -exclamó Berthine--. En vez de concertar alianzas político-militares con Inglaterra, y con Francia especialmente, en el artículo sexto de la Constitución republicana renuncian a la guerra. ¿Cabe mayor candidez? ¡A la guerra renuncian todos los verdaderos demócratas, pero surge de imprevisto! y mal que les pese, hay que apechugar con ella. Fíjate que la República española está entre peligrosos enemigos, El dictador Carmona en Portugal y Mussolini en Italia, y espera, que tal como van las cosas en Alemania, mucho me temo que a los republicanos españoles se les presente otra complicación internacional; observa que Hitler se va adueñando de la voluntad de los alemanes y nada sería de extraño que se apoderara del poder, con la aquiescencia de los militares prusianos que aspiran a una guerra de desquite, Lo dicho, no alcanzo a comprender cómo los republicanos españoles no han concertado un pacto político-militar con la República francesa.
  
     -Cierto -aseveró Istrati-, y debían haberlo hecho en el mismo en el mismo instante en que la República denunció la alianza que con Mussolini firmó Primo de Rivera en Roma en 1926.
 
     -Por lo visto temen llevar a cabo una clara política internacional, mientras que en lo que respecta a la política interior, no se atreven a aplicar sus propias leyes sociales -lamentó Berthine.

    -Nada, chico; la República española es un caso perdido. La reacción, embravecida ante la pasividad de los republicanos, se torna agresiva y embiste con furia. Es lamentable -Sí que es de lamentar -corroboró Istrati-. Porque una España republicana cambiaría la política internacional en detrimento del fascismo que en Alemania va cobrando prestigio y fuerza.

    -¡Si al menos supieran aprovechar, con una saludable reacción, la advertencia que supone la sublevación del general Sansurjo! -dijo Berthine con un gesto de desaliento.

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      A principios de 1933, Istrati se veía muy bien y pese a la tuberculosis que destruía su pecho, estaba alegre y hablaba con acento optimista respecto al porvenir. y habiéndosele metido en la cabeza ir a Rumania no había manera de convencerle de que el clima de Niza,  era mejor para él que el de su patria. -Iremos a Braíla, a Constantaza, a Bucarest -decía muy contento--. Estoy seguro de que Rumania te gustará, Berthine. -No lo dudo; pero,  ¿y tu salud? ¿Te probará el clima ?
  
     -¡Claro que sí, mujer! Viviremos en Bucarest. Te anticipo que es una ciudad muy bonita. Y pasaremos los veranos en Sinaia, una estupenda población veraniega, a dos pasos de Bucarest. Intervino Pradier y consiguió que aplazaran el viaje a Rumania hasta la primavera de 1934. Y en abril de ese año Panait Istrati y Berthine Ziemssen llegaron a Constantza.

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         Como es de suponer, Vers l´autre flamme, de Panait Istrati provocó la indignación de los comunistas, quienes en la prensa y en la tribuna insultaban a su autor. Le llamaban traidor y agente del fascismo, porque entre otras críticas del estalinismo, aseguraba que Stalin había destruido la obra iniciada por Lenin y Trotsky, los directores de la Revolución Rusa que intentaron crear la sociedad socialista. Y tanto como lo denostaban los comunistas, lo elogiaban los enemigos de la URSS. Y fue precisamente Henri Barbusse, con quien Istrati colaboró en Monde, al que cito de memoria porque en enero de 1939, al ocupar Barcelona los falangistas, me destruyeron el archivo y mi modesta biblioteca. 

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De FUNDACIÓN ANDREU NIN, 04/2006

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