Monday, December 5, 2016

Bienvenido al capitalismo salvaje

WENDY GUERRA

Bajó de la Sierra Maestra con su tropa de soldados rebeldes, se veía elegante en su uniforme verde oliva, con su barba larga y su collar de semilla Santa Juana. Él y los otros hombres barbados, sus barbudos, rápidamente hicieron chic al camuflaje y las charreteras, transformando la moda desde las pasarelas de París hasta el subterráneo de Nueva York.

Pero poco tiempo después de que Fidel Castro entró en La Habana el 8 de enero de 1959, el gobierno revolucionario empezó a hacer cumplir normas estéticas. A pesar del aire despreocupado de los rebeldes, comenzó una caza de brujas contra jóvenes quienes querían llevar el cabello largo, barbas desaliñadas y los mismos trajes de guerrilla que habían cautivado a la nación, una nación que, desde ese momento en adelante, no podía aparentar ser tan subversiva como su líder.

“Por qué Fidel se pone lo que quiere pero nosotros tenemos que cortarnos el pelo para ir al colegio”, le pregunté a mi mamá.

“Porque en este espectáculo solo hay una estrella; los demás somos actores secundarios”, respondió mi mamá.

La banda sonora de mi vida era un discurso de Fidel. Escuché su voz ronca, sus frases repetitivas, incluso en sueños. Cuando era pequeña, me quedaba parada en mi uniforme de colegio por horas al lado de mi madre en la Plaza de la Revolución, sudando e insolada, con hambre y sed, mientras él disparaba letanías interminables de cifras y porcentajes. Yo me preguntaba si Fidel nunca necesitaba agua. ¿Nunca necesitaba el baño?

Cuando Fidel apareció en televisión en su impecable uniforme verde, rodeado por presidentes de otros países en saco y corbata, le preguntaba a mi mamá: “¿Por qué nuestro presidente siempre está vestido como un soldado? ¿Estamos en guerra?”.

Mi madre trató de explicar que así era como Fidel pasaba por la vida, que era un eterno guerrero y que su batalla aún no había terminado.

Cuando yo tenía 12 años aprendí que los presidentes entraban y salían de la presidencia por medio de elecciones; hasta entonces yo había presumido que los presidentes permanecían en el poder hasta que morían. “¿Mami, Fidel es el rey de Cuba? ¿Es por eso que no tenemos elecciones?”.

Cada paso que mi país tomó fue dictado y definido por él. Todo en lo que me he convertido fue decidido por él o las instituciones que él creó: lo que podía comer, lo que podía vestir, lo que podía estudiar.

Cuando empecé a viajar al extranjero, tuve que enfrentar cajeros automáticos y los micrófonos abiertos de periodistas sin censura, y entendí entonces que había pasado toda mi vida en cautividad. No sabía cómo comportarme como alguien del mundo occidental aunque, geográficamente, allá es donde nací.

¿Qué será de nosotros ahora que Fidel no está? Cubanos de mi generación han sido educados bajo un sistema paternalista que no es nada como la jungla a la cual ahora hemos escapado. Estamos totalmente sin preparación. La fantasía rusa duró demasiado. Yo soy una persona que no está entrenada para la velocidad del mundo real.

¿Es por eso que yo aún vivo en esta isla cuando tantos otros se han ido?

Cuando supe de la muerte del comandante, me di cuenta de que de ahora en adelante tendremos que ver por nosotros mismos. Tendremos que aprender a deambular por la vida como ciudadanos del mundo, no como los protegidos aprendices de un maestro delirante.

¿Qué será de uno sin el zoológico donde le dan comida, lo curan, lo entrenan, le dan brillo y lo amordazan, y luego se dan cuenta de que no saben qué hacer con uno, con todo lo que sabe, y quiere ser? ¿Qué será del pueblo cubano sin un “padre obsesivo y sobreprotector que no les permitirá escaparse hacia el “capitalismo salvaje?”. ¿Qué será de nosotros sin aquella persona que piensa por nosotros, quien nos da permiso de entrar y salir de una isla rodeada por política y agua? ¿Quién me dará, o me negará, permiso para ser quien soy?

El 26 de noviembre, la mañana después de que Fidel murió, sentí que esta jaulita se abrió, solo un tris. Miré la ciudad vacía y silenciosa. Pero no salí a respirar el aire frío. En cambio, me alejé de la puerta. Tenía miedo de que alguien iba a venir a hacerme daño. Tenía miedo. Y entendí que la jaula estaba dentro de mí.

Pensé en mis padres, ahora muertos. Esto llegó tarde para ellos. Y pensé en mí misma, una autora censurada en Cuba, una mujer del siglo XXI, cuya voz ha sido silenciada por mucho tiempo. A pesar del hecho de que esta fue una crónica de una muerte anunciada, me di cuenta de que Fidel no era tan inmortal como creía ser. Su largo discurso ha terminado.

Pero sus ideas desde hace mucho contaminaron mi sangre. Fidel dejó esa marca en todos nosotros. Y entonces mi última pregunta queda en el aire: “¿Cómo vivimos sin Fidel?”

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De EL COLOMBIANO.COM, 05/12/2016


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