Thursday, April 8, 2021

Cascarita: la hipertensión y la buena suerte


GEOVANNYS MANSO

Siempre nos reuníamos en el parque de la iglesia de La Pastora. Era la mejor área del carnaval de Santa Clara, sobre todo, porque por allí pasaban los músicos que más nos interesaban, sin el espíritu hiperbailable de otras áreas: un sonido tenue, agradable y mucha cerveza a granel a nuestra disposición, como debe ser en todo carnaval que se respete.

Aquel viernes de 1998 había carnaval y, aunque nuestro espíritu cervecero y conversacional era, por entonces, irredimible, algo aún más profundo nos convocaba y abandonamos el recinto carnavalesco, para llegar hasta El Mejunje, pues esa noche, era «Viernes de la Buena Suerte».

Por entonces no había tumulto. Todo, en El Mejunje, era familiar, pequeño, íntimo, cercano, como una hermandad. La noche de carnaval había drenado el escaso público de esa noche y vivimos el suceso más inaudito de nuestras vidas: Cascarita y Los Fakires cantaban todo su repertorio para nosotros, un puñado de amigos: Alexis Castañeda, Hector Bosch, Alain Garrido, Diego Gutiérrez, Edelmis Anoceto, Aurora y algunos más, pero pocos, muy pocos, allí, escuchando y disfrutando el repertorio más digno de la música tradicional cubana: «Que se me caigan los dientes si miento», «El panquelero», «Penita contigo», «Cualquiera resbala y cae», «Alma con alma», «A mí qué», «Siguaraya». El saxo de Bringues, las maracas y el güiro de Felo, el bongó de Gilberto Abreu, la guitarra de José Remié y la voz, la tronante voz de Cascarita, donándonos todos los paisajes de la isla, todas las sonoridades; un ser hecho para cantar…, para estremecernos…

Saber que debíamos estar allí, aquella noche y no en cualquier otro sitio de la tierra, era nuestra verdad pues aprendimos, tempranamente, que hay cosas enormes que hay que presenciar y así fue.

Antes o después, mi memoria no alcanza para precisar la fecha exacta, yo estaba en el policlínico Nazareno, de guardia. Era una tarde abúlica, sin pacientes y leía, tranquilo, dejando pasar las horas. De pronto tocan a la puerta y, al abrir, descubro a Cascarita…

—¡¡Azúcarrrrr!!! —grité—, si el mismísimo Cascarita…

—Eh, eh… Ud. me conoce, Ud. me conoce… —dijo algo turbado…

—Maestro…, quién no va a conocer al gran Cascarita…, venga…, pase…

—Mire, médico, yo vengo porque, al parecer, ando con la presión alta y necesito darme unos buches… Ud. sabe… «para vivir hay que beber…»

El esfigmomanómetro marcó una hipertensión ligera, nada grave. Le administramos una tableta de Nifedipino sublingual y aproveché su estadía casi obligatoria en el Cuerpo de Guardia, para conversar con él, para evitar que la abulia ganara terreno. Muy pronto la consulta de llenó. Vinieron las enfermeras y los médicos y los técnicos, para oírlo cantar, para escucharlo hablar del Benny Moré y otros tantos músicos que había conocido.


Cascarita no era pródigo en sus conversaciones, pero cuando cantaba, detenía los vientos sobre la tierra.

Cuando volví a revisarlo, su tensión arterial era normal.

—Cáscara…, ya puede darse los buches que quiera… —le dije.

—¡¡¡¡Azúcarrrr!!!!!, ¡¡¡¡¡Sabrosoooooo!!!!! —fue todo cuanto dijo, y salió del policlínico, directo al bar más cercano…, supongo…

La vida no siempre te regala instantes inapresables. Pero aquella noche, donde Los Fakires tocaron para nosotros, aquel viernes de carnaval santaclareño y la tarde que fui el médico de Cascarita, esos días gravitan en mí con todo su esplendor.

Con gusto me hubiese ido con Cascarita aquella tarde. Sí sé que cuando terminó el viernes de la buena suerte, regresamos a La Pastora, para amanecer y yo culminé a los pies de la estatua de Miguel Jerónimo Gutiérrez. Pero esa es otra historia.., otra historia…


No comments:

Post a Comment