Tuesday, January 18, 2022

Cartas a Milena


OLGA AMARÍS DUARTE

 

Franz Kafka y Milena Jesenká se encontraron por primera vez en 1919 en el Café Arco de Praga. Él no prestó demasiada atención a la joven de origen checo que lo contemplaba presa de arrobamiento desde el confín de la mesa y que, pese a sus precarios conocimientos de alemán, estaba decidida a convertirse en su traductora más recordada:

“Caigo en la cuenta de que no recuerdo propiamente ningún detalle preciso de su rostro. Sólo cómo se marchó por entre las mesas del café, su figura, su vestido: eso aún lo veo”

Tres años dura el intercambio epistolar entre Kafka y Milena, citando poco la labor literaria y fruyendo de un amor fantasmal que ambos estaban alumbrando en la distancia.

Las cartas de Milena son de dos tipos: aquellas suaves y apacibles escritas a pluma y las otras, las de lápiz, marcando la alerta. Cansada, enferma y sin más consuelo que un té y una manzana, Milena no puede sino concebir cartas horribles que hacen a Kafka temblar de miedo y esconderse bajo la mesa como un escarabajo, rezando para que desaparezca la tempestad que aquella muchacha arrojó a su habitación. Por sus nervios, y por las noches de insomnio que sucederán, Milena le pide, le ruega, que rompa en pedazos la carta o que la queme y esparza las cenizas en el Belvedere. Ambos saben, sin embargo, que nada de eso ocurrirá. Al escritor la fatalidad le atrae como a una mariposa la llama de una vela. Él guardará la carta-explosivo en uno de los bolsillos de su chaqueta de funcionario y jugueteará con ella hasta reunir el valor suficiente para leerla.

Las cartas de Kafka enviadas a Milena son la apoteosis de una antigua angustia insoportable.

 

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