Tuesday, January 11, 2022

La muerte ha de ser bella


ELIANA SUÁREZ

 

El otoño comenzaba a dejar su huella al otro lado del Ecuador. El otoño es la predestinación de la muerte lenta. No como lo vivimos nosotros, sino como lo vive la naturaleza: con un estallido de amarillos, rojos y anaranjados; ocres y marrones. Poco sabemos de eso. La naturaleza, sin duda, nos lleva ventaja.

Barajas era un páramo o a mí me lo pareció en ese momento. Vi al menos a dos personas conocidas que hoy ya no están. Aquel octubre, no encontré allí a quien deseaba. Y nadie sabía aún que aquello que dejábamos discurrir sin aprecio, ya no regresaría.

Cinco horas de espera hasta que llegara el ómnibus que me llevaría a tierras riojanas. Salí al aire fresco un poco antes de la hora con la mente en blanco. Que se desmorone el muro, que se vuelva río el muro, querida Alejandra.

Entregué el billete y las valijas. Busqué mi asiento. ¿Por qué esa acritud en quien ha sido viajero? Mi compañero de asiento se tragaba los mocos cada dos segundos. La náusea aumentaba en mí y todo el enojo que sentía encontró buen puerto. En Soria la esperanza de que bajase duró los mismos diez minutos que la parada. No pensaba en vos ni quería hacerlo. El viaje se hizo eterno y ni toda la belleza, a un lado y al otro de la 111, aliviaron mi fastidio.

Al llegar, un abrazo forzado y vaya a saber Dios qué prejuicios, me esperaban. Y la verdad, cruel, fría y necesaria. El reloj de arena había girado dos meses antes. ¿No es acaso la muerte, toda carencia de tiempo? Lo inminente, lo inevitable. ¿Cómo se lucha contra eso? Pero entonces… Alguien demora en el jardín el paso del tiempo, ¿verdad, Alejandra?

Y entonces, sin querer, uno aprende acerca de la vida más que cuando cree vivir a pleno. No importan los detalles, en realidad, sobran. Sin embargo, he de decir que el cuerpo y la mente de quien amaba se diluía lentamente. Sobrevivía una piel, cáscara de un fruto que se va secando, y un esbozo del pensamiento, pero el que era ya no es.

Cada vez más presente.

Como si un rayo raudo

te trajera a mi pecho.

Como un lento

rayo lento.

 

Cada vez más ausente.

Como si un tren lejano

recorriera mi cuerpo.

                                                           Miguel Hernández

 

Y empieza el dolor que no cesa. No hay tregua para quien ama. A la Parca no le importan nuestras zonceras. Peso a todo, hay una opción. La de rescatar esos momentos de pura belleza pues haberlos, los hay. En medio de la catástrofe, ahí están. Los de risas y los de tragicomedia.  La sangre y la risa, el llanto y la carcajada. Las promesas de lo que nunca sería y las otras que, por humanidad, debían concretarse. Me tomó un par de semanas entenderlo.

Luego fue todo más dulce, más hermoso, con lugar eterno en el recuerdo. Ojalá nos enseñaran desde pequeños a enfrentarnos con el momento de despedir a nuestros afectos. Sin desesperación, sin odios ni las vulgaridades de uso. ¿Cuáles son las razones para no hacerlo? A edad madura, todos llegamos con alguna frustración.

Quien parte sabe, en sus delirios, que todo el equipaje está listo, la locomotora a punto y el pasaje sellado. Somos los que quedamos de este lado de la laguna Estigia quienes no queremos ver ni sentir.

Te amo, gracias, una mano asida a otra con dulzura. Silencio. Silencio. Silencio. Muerte bella. La muerte está cantando junto al río…, escribe Alejandra. Y vos y yo, Nos hemos reconocido, nos hemos desaparecido, amigo el que yo más quería.

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Imagen: Arshile Gorky 

 

 

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