Tuesday, September 14, 2021

Marina Tsvietáieva: poemas de una amazona desde el después de Rusia


OLGA AMARÍS DUARTE

 

Existe en la mitología eslava una criatura, mitad mujer, mitad ave, que vive eternamente ajena en las inmediateces del paraíso sin poder llegar a él, observando de lejos, y desde siempre, el convite de sus dioses paganos. Pájaro de la clarividencia, el Gamayun es una figura profética que sabe los secretos del más allá y aquello que el destino depara a los mortales. Su canto, extraño, hermoso hasta el dolor e imposible de descifrar, guarda las claves del devenir humano. Marina Tsvietáieva, con su poesía órfica, sus “bienaventurados jeroglíficos” y sus diarios prolépticos, uniendo el tiempo pasado con el que, irremediablemente ha de llegar, son notas de este canto musitado a altas horas de la noche, cuando los niños duermen, a la lumbre de un samovar de la época zarina, en una buhardilla destartalada cuyo único tesoro es la biblioteca enterrada en el piso de abajo.

Por esta sutil confluencia entre lo cotidiano y lo remoto, la montaña y el precipicio, la obra de Marina Tsvietáieva se torna inclasificable. En verdad, está escrita por alguien que, perteneciendo a la época del zar Pedro I, tal vez mucho antes, a la época de los bogatyres y de Ruslán y de Liudmila, recibe su primera educación en la atmósfera decadente de finales del siglo XIX. Su padre, a menudo ausente, es un notable filólogo e historiador del arte, profesor de la universidad de Moscú y fundador del museo Pushkin. Su madre, María Mein, es una pianista de talento, discípula de Rubinstein, de origen polaco e intransigente con los devaneos ensoñadores de su díscola hija, a la que en vano intentará corregir: “Tienes un don especial de no mirar a dónde debes, ni lo que hay que mirar…”.

De los primeros albores del siglo XX, Marina recibe la influencia de las corrientes acteístas y simbolistas, sobre todo de Anna Ajmátova, Aleksandr Blok y de Ósip Mandelstam, llegando a entablar conocimiento con las grandes personalidades de la intelectualidad de la Edad de Plata rusa. Y aun así, ella no pertenece a ninguna de estas épocas; como el Gamayun las observa de lejos, “exiliada dentro del exilio”, escéptica y lúcida frente a los falsos entusiasmos. En su ansia de indeterminación, queda suspendida en la brecha de un tiempo que ni ha sido ni ha llegado todavía:

Unos me creen bolchevique, otros monárquica, otros ambas cosas, y ninguno comprenden de qué se trata.

La esencia de la obra de Tsvietáieva es trágica porque narra lo vivido en la intensidad de la inmediatez. En oráculos, uniendo los presagios, la ficción y la mántica, relata a su manera, como poeta y como mujer, las tres revoluciones que le tocó mal-vivir: la de 1905 y las dos de 1919, además de la Guerra Civil, la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, el terror estalinista y el exilio. Joseph Brodsky, gran venerador de la poeta, dirá al respecto:

Lo trágico no le llegó después, en su biografía: había existido desde antes. Su biografía sólo coincidió con lo trágico y le respondió como un eco.

Trágicamente poética, Tsvietáieva escribe su autobiografía en versos como los que le remite a Boris Pasternak (amigo-confidente-mecenas-amante), cuando éste le pide, en abril de 1926, que le haga una presentación para la supuesta publicación de un diccionario bibliográfico de los escritores del siglo XX:

Las cosas que más amo en el mundo: la música, la naturaleza, la poesía, la soledad. Total indiferencia por la opinión pública, por el teatro, por las artes plásticas, los espectáculos. Mi sentido de la propiedad se limita a los hijos y a los cuadernos de trabajo. Si tuviera un escudo, grabaría en él: “Ne daigne”. La vida es una estación, pronto partiré: adónde no os lo diré.

La propia escritura ejerce aquí de arúspice desvelando su misterio blasonado: “Ne daigne”, “No consientas”. La fragilidad de la palabra de Marina se sustenta por esta aspiración a no ceder, a no doblegarse ante la cotidianidad. Sublime sin interrupción, el arte de escribir es una defensa contra el hielo color de tiza y contra “la bota del destino sobre líquido barro”: la batalla ganada a una realidad que a la noche se hilvana como telar de un sueño:

Me niego a vivir
en el manicomio de los monstruos;
me niego a aullar
con los lobos en las plazas.


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De EL VUELO DE LA LECHUZA, 16/07/2021

 

 

 

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