Friday, July 15, 2022

BAGAM, BROUSSE AFRICANA PARA EL PRIMER NOMBRE


MAURIZIO BAGATIN

 

“Nosotros, las civilizaciones, ahora sabemos que somos mortales” – Paul Valéry

La brousse africana es tierra salvaje, son esporádicas aldeas incógnitas, lejanas de cualquier centro civilizadoPetit village con algunas cabañas, un chef du village, una sorcière y muchos niños y niñas que desde temprano obedecen a las primeras necesidades: recolectar agua de la fuente más cercana, traer leña para la fogata, cosechar algunos frutos para el desayuno. Más o menos desde allí el hombre se desabrochó de su tabula rasa, desde allí empezó su milenario diseño. Desde allí estableció el viaje hacia su encrucijada Historia.

En Bagam viven los Bamileké, bantú en su sangre, de muchos idiomas y de firme pertenencia, luego llegaron un Kurtz de la historia, un Livingstone, el hombre blanco, las religiones, la descolonización… el marfil, los diamantes, la imposible libertad abisinia de Arthur Rimbaud… Frantz Fanon, Léopold Sedar Senghor y Nelson Mandela: mañana será el imperio chino, tal vez. No podemos decir la última palabra antes de la penúltima

Pisando esta tierra del color de su gente, del color de la sangre, del color de sus majestuosidades naturales, de los animales y de la selva, todo severamente amplificado a nuestros ingenuos e inocentes ojos… llegamos a Bagam, Nord-oeste del Camerún y encontramos abandonado un centro de formación para campesinos: la Ferme Ecole de Bagam, allí trabajaremos para reactivar la escuela y empezaremos a producir maní, sandías, tomates, si nos da el tiempo maíz, mandioca y porotos, será una aventura estupenda.

Mis amigos serán Moisés, el cuidador polígamo que, una noche, por el miedo al haber visto una pantera, fue el primer hombre negro que vi volverse blanco, se asomó a la ventana y nos gritó: “amis, j’ai vu l’obscurité noire” (él sin sombra alguna, en aquel momento, era la entidad más clara frente a nosotros…); Andrés, el otro cuidador, monógamo, un cazador con muy poca puntería y una encantadora visión del mundo africano, fue él quien me describió la relación entre el mundo animal y el mundo humano africano, como un antropólogo empírico, bajo el omnipresente árbol de mango nos narraba la similitud entre la poligamia de los leones y la de los hombres africanos mientras veíamos volver de una batida de caza a su hijo, él, con más puntería del padre, creíamos, hasta constatar que el bolsón que llevaba cargado en sus espaldas no contenía el botín de caza, sino paltas cosechadas en el camino de retorno de otra infructífera expedición… y de lejos Moisés y sus esposas mirándonos se reían desenfrenadamente. Mis amigos fueron JPP, su fanatismo por el futbol hizo que todos lo llamáramos con las iniciales del jugador francés más conocido del momento: Jean-Pierre Papin, JPP tenía destreza con la pelota como en escalar arboles de coco, nos traía casi a diario vino de palmera y piñas de un dulzor nunca más probado, le regalé un tabarro embutido de finta lana que probablemente se ponían los esquimales y él se enamoró tanto de la prenda –o del hecho de haberla recibida en regalo de un hombre blanco– que no se la quitaba ni para irse a dormir, con el abrigo encima trabajaba en la preparación de la tierra, en la siembra y jugaba al futbol bajo un sol que hubiera podido cocer huevos si los hubiéramos puesto en las calaminas que cubrían las habitaciones de la escuela; otro amigo era Jackson que fungía de chofer de la Ferme, él era exclusivamente anglófono y esforzándose le salía un pidgin english increíble, una lengua macarrónica de una belleza inigualable, deformaciones verbales como las de Francis Scott Fitzgerald en su estadía romana, mezcladas a genialidades poéticas dignas de un Frank Zappa inventions… para demostrar su afecto, su simpatía y su apego a nosotros bautizó meses después a su hijo con el nombre de Juan Carlos Maurizio.

La brousse africana era el abismo entre el petit village y la urbe, entre el petit village y la floresta virgen, la distancia que el espacio y el tiempo conjuga solo durante algunas celebraciones, algunas fiestas, un funeral, cuando lo tribal se funde con el animismo y tam tam lejanos amplifican las magias llegando a hipnotizar hombres y mujeres… el mal de África tal vez nace del engatusamiento fou de las mujeres, de la fuerza de la monstruosa naturaleza, de los perfumes, los sabores de algo de primordial, del encanto de haberse sentido aquella única vez tan cerca de nuestra primera vez…

Los hombres, como los pueblos, como las naciones, están sujetos a la ley de hierro de la naturaleza: crecen, se vuelven grandes, de modo que pierden gradualmente la fuerza y ​​desaparecen.

Comiendo ndolé y boniatos asados, acompañados de unas frías 33 y mirando los millones de estrellas, los cuentos, las lentas narraciones, las suaves leyendas, los profundos mitos y las inmensas epopeyas, todo retorna virgen… uno puede sentirse nuevamente en el vientre materno, nadar tocando el líquido amniótico con una exuberante conciencia, una lucidez tremenda, y todos los miedos y todos los corajes desvanecen, las raíces más profundas siguen penetrando hasta tocar la ninfa primordial.

La brousse africana… virginidad y salvajismo… carnalidad y sudor… distancia y cercanía… misterio y transparencia… belleza y violencia. África, tribalismo, antropofagia y furor, África, puerta y crepúsculo de la evolución.

Mis otros amigos fueron Bernard Njonga, años y años de luchas contra el poder, el hijo de campesinos que desafió –y sigue haciéndolo– al eterno presidente Paul Biya, al poder desde el 1982, treinta años de fuerza, de coraje y de entrega a la tierra que lo vio nacer, el Bamileké incansable, como los leones indomables del equipo de fútbol nacional tan amado, él vino a recogernos al aeropuerto de Yaundé la noche que llegamos, y en su humilde Toyota nos llevó hasta el hotel, y el día después nos acompañó en las oficinas del SAILD, nos hizo conocer el equipo de la redacción de La voix du paisan, los administradores de la Ong, el ingeniero Bertrand que había estudiado en Osaka viviendo en el sexto piso de un edificio adonde en el séptimo piso transitaba tranquilamente una autopista (otra jungla, nos dijo, más salvaje aun…); y Colette, una majestuosa y monumental pantera negra, todo calculo y frenesí, era la administradora de la Ong y de todo lo que pasaba por ahí: al instante sabía coordinar amistades, relaciones, amores y sacar  auditorias de lo pasado y de lo futuro, una auténtica femme fatale africana… la mujer ideal que baila disfrazada en el país de los ibo… con de adehala el ser esposa de un policía.

Nuestro amigo fue Gafará, el cuidador de ganados, empedernido fumador que distrayéndose causa un incendio apocalíptico y luego desaparece por un tiempo, y a su vuelta pregunta –él siempre apartado y mudo– sobre el cambio del paisaje alrededor de la Ferme… con una sonrisa bien camuflada, entre el cigarro siempre encendido y un saludo lejano, nunca desciframos si nos saludaba con la mano abierta o si era un movimiento hecho para espantar la multitud de moscas que siempre lo rodeaban. Gafará… misterio en la soledad de la brousse africana.

Y el ex militante comunista, estudiante en Montpellier y europeizado por ideales políticos, modas y nonsense; ingeniero agrónomo soñador y frio calculador en lo que podía ocurrir a corto plazo; Adolphe lo recuerdo lucidamente el día que lo vi llegar a la Ferme, parado detrás de la Hilux, ondulando una bandera roja y cantando La Internacional, todo excitado en comentarnos que en Italia habían ganado las elecciones los comunistas: distantes nosotros y equivocado él, la dicotomía derecha-izquierda se había eclipsado hace tiempo en Italia y en el resto del mundo, él seguía soñando en Camus, Sankara, en Agostinho Neto, tal vez en un Che Guevara africano, que un día habría descolonizado nuevamente al continente negro. En Italia ganaron las elecciones los nuevos yuppies, los que transformaron la antigua política en un negocio personal y en función de la gran financia, en el resto del mundo carpe diem. O viceversa. Que es lo mismo… únicamente los libres pueden ser liberados.

La brousse africana ofreció olvido y distracción a esta tragedia del hombre; la brousse nos atrapaba desde horas tempranas de la mañana, cuando al despertar el café de la moka sale más rico, más negro, más espeso, más sabroso, y te infunde la energía necesaria para empezar el trabajo, para mirar el sol en su tímido pronunciarse, el cielo en sus primeros alucinantes colores y el horizonte verde cuando los monzones y amarillo cuando no hay lluvia. En la brousse todo es violento y tierno, y la brousse se deja violentar y tiernamente devuelve su origen, cada vez nueva, cada vez estrepitosa y al mismo tiempo mansa. Hombre y naturaleza, en la brousse tienen la misma visceral esencia: Shaka Zulu y pigmeos, leones y moscas tsé-tsé, sequías e inundaciones…

En África lo que me ofreció un poco de alivio a las infernales temperaturas fueron las lecturas, en la brousse a calmar el incandescente zenit del sol del mediodía lo más refrescante fue la lectura de La señorita Smila y su especial percepción de la nieve, en aquel bochorno, Peter Hoeg logró hacer caer nieve hasta entre monos traviesos que asaltaban las plantaciones de sandías rojas, amarillas y verdes.

Desde la brousse quien se escapa, quien emigra, quien sale en busca de una condición mejor, va engordando la miseria de la metrópoli, recomponiendo la estructura tribal del village donde ha nacido: le petit frere que debe obedecer al grand frere, la prima que obedece a la tía, la chica al chico, en una interminable cadena de órdenes y obediencias, fugarse para que nada cambie sino el lugar adonde se ordena o se recibe órdenes. Un día tal vez vuelves y ya nada es lo mismo. Ayer como hoy. Y siempre. Cuando la fuerza dura mucho tiempo, se convierte en poder.

Cuando vas a la ciudad entras a la boite, el baile desencadena erotismo, el alcohol te desinhibe, la brujería de las mujeres que inyectan filtros amorosos con sus miradas, en tus ojos, en tu sangre, y son afrodisiacos como un elixir subsahariano, son la parte que falta para que la noche sea como el movimiento de un mamba, el encanto y la ilusión de una hada Morgana, que el mañana nos devuelve como una feliz alucinación, un safari en el espacio y en el tiempo. Contemporáneo y espacial.

Y los ingenieros –no sé si lo fuesen de verdad– ellos llegaban el martes por la mañana, si no había llovido mucho y los caminos eran practicables, sino podíamos no verlos toda la semana, cuando estaban en la Ferme se ingeniaban en hacer transcurrir el tiempo, cocinaban, lavaban sus prendas, seleccionaban semillas y una que otra vez los vi hasta sembrar sorgo, cosechar porotos y maíz –el maíz que se salvaba de los ataques mañaneros de los miles de loros verdes, amarillos y rojos– luego, cada viernes, en torno al mediodía, ya tenían listo sus equipajes y ellos también estaban listos para regresar a la Ville y estar con sus familias hasta el siguiente martes. Gerard era el más simpático, vividor bohemio sufría tremendamente el alejamiento de las luces, de sus femmes y de todas formas de bullicios que la brousse no podía ofrecerle, llegaba ya cansado y se iba como si se hubiera quedado meses, castigado; nunca nos invitó a su casa –casi todos los otros lo hicieron– y hasta el último día de nuestra estadía africana no entendimos el porqué; era amigable, fiestero, siempre alegre con un cigarro encendido y una vaso de licor en la mano, un africano autentico. El último día lo acompañamos a la casa, camino a Yaundé para nosotros, allí se desveló el misterio: salieron dos encantadora chicas de unos veinte años, resultaron ser sus dos hermanas, de una voluptuosidad abrumadora, nos miramos yo y mi primo, y nos acercamos a Gerard: “tu est vraiment maudit” le dije y nos reímos despidiéndonos con cierta amargura… él nos miró y miró a sus protegidas “hermanitas” riéndose.

Nuestras vidas, todas las vidas están escritas, el arte es extraerlas, el artista es quien las vive –los poetas son los legisladores más desconocidos del mundo– y así vamos forjando nuestras vidas. No es el karma lo que nos conduce… tragedias que ningún oráculo anuncia, comedias que ya están escritas, y nuestro oficio, el eterno oficio del Homo Sapiens, es extraer de la materia, darle forma, luz, voz, a la insostenibilidad y transformar en resiliencia todo el nuestro dran…y hacernos regalar de la brousse africana toda la poesía y la belleza de nuestra imperfección.

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De CONEXIÓNORTESUR, 15/072022

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