Wednesday, July 13, 2022

María Zambrano en Robledo de Chavela



OLGA AMARÍS DUARTE 

 

Hace poco descubrí que María Zambrano también estuvo en la sierra de mis veranos en aquellos calores de 1935, recuperándose de una de sus dolencias del cuerpo, y también del alma, porque aquel año marcó el fin de la relación con su primo Miguel Pizarro, el amor de su vida.

El descubrimiento de que María ya estuvo aquí antes que yo ha cambiado de forma radical mi relación con el entorno. Ahora ya no es mi sierra, es la de María. Y mi vuelta de todos los veranos se ha convertido en una suerte de peregrinaje discipular hacia la fuente de sabiduría perenne. En una carta enviada al amigo poeta Luis Álvarez- Piñer el 23 de julio de 1935, María dice:

“Pasaré el verano en un monte, Robledo de Chavela, cerca de El Escorial: un paisaje de Patinir o de El Bosco: espesos montes verde azulados, árboles dibujados tiernamente hoja a hoja, y un río quieto como un camino.”

Nunca antes de la lectura de esa carta había contemplado este paisaje árido, de agudos peñascos y de vegetación de desierto como si fuese una pintura flamenca. Me sorprende, sobre todo, la mención generosa al río, que en los cuadros de Patinir es siempre la promesa de un Caronte surgiendo de entre las brumas. El río de esta sierra, el Cofio, es quieto porque alguien, algún día, dejó de soñarlo. Queda, eso sí, el camino, que todos los veranos se desborda de las cenizas evanescentes de algún que otro incendio canicular.

Hay un cuadro del Patinir en el Museo del Prado, sí, creo recordar, en el que san Jerónimo, penitente en el desierto, se refugia en estos mismos riscos malquerientes y afilados que María y yo guardamos en la memoria. Imagino, sí, vuelvo a imaginar, que tal vez María conoció al ermitaño de la ermita La Antigua de Robledo de Chavela y pensó, como yo ahora, que Castilla y Amberes se reflejan en los mismos cristales.

Esta tarde subiré a la ermita y le preguntaré al ermitaño que vive allí ahora si alguno de sus antecesores le habló, alguna vez, de una muchacha, más bien translúcida, que subía aquí sola a contemplar las ondulaciones de un río fantasma.

 

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