Tuesday, August 7, 2018

La Perla del desierto


MARÍA RODRÍGUEZ

En el corazón del Sáhara existe una ciudad que ha fascinado a los hombres a lo largo de los siglos. Un lugar cuyo nombre inspiraba grandeza, riqueza, misterio, sabiduría y aventura. Paso obligatorio de las caravanas de camellos que cruzaban el desierto, no sólo para intercambiar sal, proveniente del norte, y oro, proveniente del sur. La ida y venida de las caravanas hacía que circularan, y en sus calles se perdieran, historias variopintas, lenguas de diversos puntos del planeta, culturas, libros, religiones y, por supuesto, las culpables de todo ello: personas.

Esta fascinación por la ciudad, también conocida como la Perla del desierto, dio lugar a que en el siglo XIX muchos europeos quisieran llegar hasta ella. No era tarea fácil. Había que atravesar todo el desierto del Sáhara, con las hostilidades que suponían el desierto, las enfermedades y la maldad (o supervivencia) de los propios seres humanos, o bien, entre otras ocurrencias, llegar a ella navegando el río Níger. Se escogiera el camino que se escogiera, la muerte te seguía a cada paso y no fueron pocos los que sucumbieron a ella.

Así lo narran Ismael Diadié y Manuel Pimentel en su libro titulado Tombuctú, Andalusíes en la ciudad perdida del Sáhara (Almuzara, 2015) del que recojo un extracto dedicado a uno de aquellos aventureros y que explica claramente esa obsesión por la ciudad:

“Mungo Park entró de nuevo en Pisania, donde lo recibieron con sorpresa. Todos lo daban ya por muerto. Pero el tesón de Park le había permitido regresar con vida, tras conocer lugares que –según sus palabras, que hoy sabemos erróneas- el hombre blanco no había alcanzado a ver jamás. De todas formas, se sentía íntimamente fracasado. No había llegado hasta Tombuctú, la verdadera meta de su epopeya. Mungo regresó a Inglaterra y se hizo famoso con los relatos de su fabulosa expedición. Podría haber vivido el resto de sus días con notoriedad y prosperidad, pero ya llevaba dentro el veneno de África, ese virus de la aventura que te muerde las entrañas y no te abandona hasta empujarte de nuevo a los inmensos espacios abiertos, donde reinan la belleza, la soledad… y el peligro”.

La historia más conocida de los europeos que intentaron llegar a Tombuctú es la de René Caillé, un joven francés que se hizo pasar por musulmán para llegar hasta la ciudad que alcanzó en 1828. “Nunca había experimentado una sensación parecida. Mi felicidad fue total”, escribiría el muchacho. Sin embargo, tras esa emoción inicial “cayó en la decepción más absoluta”. Tombuctú era conocida por su riqueza y en el imaginario europeo era la ciudad del oro. En teoría la ciudad tendría que haber estado cubierta y vestida de este preciado mineral. Un oro que pasaba por aquel enclave comercial pero, sólo eso, “pasaba”… Realmente provenía de más al sur del África subsahariana. Así las cosas, Caillé se encontró con una ciudad de casas de barro. El mito de la Perla del desierto se había derrumbado tras todo su esfuerzo. Y encima, cuando fue a contarlo en Europa, nadie le creyó y su libro fue un fracaso.

Además de Mungo Park y René Caillé hubo otros tantos europeos que intentaron alcanzar la ciudad, la mayoría con menos éxito que más. Historias de perdedores pero igualmente fascinantes. Algunas documentadas, otras desaparecidas en las aguas del río o en las arenas del desierto.

No obstante, el egocentrismo europeo en cuanto al “descubrimiento” del Mundo –como si no estuviera pasando nada hasta que nosotros llegáramos– ha dejado de lado que ya habíamos estado allí mucho antes de que estos locos aventureros intentaran en el siglo XIX alcanzar la ciudad. Ya fue hace mucho que pisamos estas tierras, recorrimos las calles de esta ciudad misteriosa, miramos a las estrellas desde alguna de sus terrazas, escribimos poesía inspirados en ella, construimos edificios que hoy día son históricos, hicimos la guerra, gobernamos y desplomamos un Imperio.

Formamos parte de su Historia sin tan siquiera saberlo. Entre otros tantos, un granadino del siglo XIII-XIV creó el estilo arquitectónico mundialmente conocido como arte sudanés, el patrón de los santos de Tombuctú –también es conocida como la ciudad de los 333 santos- nació en Tudela (Navarra), un señor procedente de Cuevas de Almanzora (Almería) conquistaría estas tierras para el sultán de Marruecos, un accitano (Guadix, Granada) sembraría el terror en la Curva del río Níger y un bibliófilo toledano iniciaría una biblioteca familiar que recopilaría todas estas historias.

Es verdad, y es triste, que la Historia muchísimas veces se escriba con sangre en lugar de con tinta. En esta Historia que compartimos con Tombuctú tenemos ambas. Pero también es triste olvidarla, olvidar que tenemos un pasado común con la ciudad perdida del desierto que tantos han añorado durante siglos. No dejemos que la arena del Sahara y nuestra memoria escurridiza entierren que nuestros antepasados andalusíes ya estaban haciendo (nuestra) Historia en este rincón del planeta mucho antes de que la ceguera del eurocentrismo pretendiera escribirla a su manera.

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De WORDPRESS, 11/07/2016

Imagen: El Atlas del mallorquín Abraham Cresques (1375) muestra a Musa I, rey del Imperio de Malí, portando en la mano una pepita de oro, mostrando así la leyenda de la riqueza de este lugar al sur del Sáhara. 

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