Sunday, August 12, 2018

Sin ti no soy nada


PAZ MARTÍNEZ

Hace un tiempo, un amigo facebookiense o facebookiano decía que lo único que le pedía a la vida era una mujer limpita y, a poder ser, para él sólo. Me hizo mucha gracia - ¿qué quieren? tengo un sentido del humor tenebroso - por el patetismo y el golpetazo de realidad que significa. A pesar de los avances tecnológicos, médicos o de conocimiento, el ser humano sigue fracasando en lo básico, siglo tras siglo, y lo peor es que a medida que pasan los años, se complica un poco más. Somos pasto del miedo y la bobería. Todos hijos de Confucio, aquel que inventó la confusión. 

El humano, es un ser social, como las abejas o las hormigas, pero al contrario de éstas, dotado de mente razonadora y comprensible. Somos seres comunicativos por antonomasia, necesitados del otro para existir, sentir o tener identidad. Todo esto, a través de un cuerpo diseñado en pos de su consecución y cuyo máximo exponente sería el sexo. Cada palabra, gesto, movimiento o sonrisa, cada roce o tono de voz serán pormenorizadas, analizadas, racionalizadas por el cerebro y lo que podría parecer un acto altamente egoísta - no olvidemos que lo hacemos por y para nosotros- necesita de un enorme grado de generosidad y aquí, encontramos algunos de los problemas de los hijos de Confucio.

Soy de las que cree que una comunicación de calidad se establece a través de parámetros igualitarios, es decir, dar y recibir voluntariamente entre libres, al margen de etiquetas sociales, culturales o mentales. Quien tengo enfrente puede aportarme, enseñarme, darme posesión, hacerme crecer, ya sea positivo o negativo, porque de lo que mejor y más rápido aprendemos es de lo adverso por su inmediatez, mientras que debemos esperar para darnos cuenta de lo provechoso. Y ya tenemos otro feixiño de obstáculos que dificultan algo tan simple y cotidiano.

Desde que en tiempos de maricastaña, las religiones encontraron el gurú de la culpa aplicada al sumun del modelo de intercambio -el sexo- comienza el declive de la comunicación, ya que desaparecen igualdad -una de las partes es inferior y por tanto sometida-, generosidad y voluntariedad. El sexo se convierte en un fin reproductivo, en vez de comunicativo, que debe ser filtrado por terceros o cuartos ajenos al acto en sí. Se establecen reglas externas, modos de conducta, distorsionando la conexión hasta hacerla incomprensible y pecaminosa. A partir de aquí se corrompen el resto de los signos, como un castillo de naipes, apareciendo pecado y miedo, mixturado con propaganda y aislamiento. Para cagarla un poquito más, llegamos a las redes sociales. Artilugios que en vez de socializar hacen lo contrario. Desaparece el cuerpo. Oído, olfato, tacto, incluso podemos obviar la intención comunicativa en una red social, convirtiéndose en un álbum de ego y soflamas, del "y tú más y peor", de la pintura en vez del signo. En definitiva, que ha ganado el cacareo, la normativa, el objeto y mientras no se revierta y alguien se decida a mostrar sus caries al otro, no se arriesgue a desaparecer en otro, no se convenza del "sin ti no soy nada", seguiremos escuchando el ruido de los grilletes del fantasma y preguntándole al espejo quien es la más guapa del mundo.

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Imagen: Kandinsky


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