Friday, September 2, 2022

Alucinaciones


ELIANA SUÁREZ

 

Una mosca se cuela dentro de la casa. Su zumbido insufrible desgrana el silencio de una tarde prometedora del tedio. En un ala tiene dibujada una cascada rodeada de pinares y una colina con una casa blanca. En la otra, claveles, madreselvas y un pordiosero que mira triste hacia el horizonte, al sudeste, como el hombre de la película de Subiela.

Gira en vuelo rampante sobre la mesa, ejecuta una maniobra para evitar ser aplastada. Eleva el vuelo y la casa blanca desaparece en el pinar mientras el pobre hombre queda mirando hacia el norte. Se posa el maldito insecto en un cuadro en el que una mujer africana camina firme y elegante hacia un pozo de agua. La pobreza no hizo que perdiera su clase. A lo lejos, tambores y cantos, dibujan en el aire una danza encarnada.

El hombre se pierde en los ojos de la ninfa negra que desaparece cuando la mosca sigue su vuelo y en su próximo alto, en un nuevo cuadro, madre con kanga y niño a sus espaldas atraviesan la estepa. Pero ahora, una casa blanca llama la atención de la mujer quien sueña con techo y fresca agua pura para su cría. Como si un caballo le diera una coz, el hombre tuerce su cuerpo y ve a lo lejos a la madre y al niño y un recuerdo le asalta.  Cae una lágrima y la madreselva lo envuelve.

Entonces la mosca, harta de quietud, se aleja de la dorada tierra. Estática ya por siempre, la mujer besa al niño para alimentarlo, endereza su espalda y prosigue su eterno viaje. La mosca, habituada a míseros y malolientes aterrizajes, recorre toda la casa. El hombre ve ponerse y salir el sol tras el pinar, casi tantas veces como aquel príncipe de Saint-Exupéry.

El vuelo del insecto es casi un tronar y compite en molestias con el barritar de un tero. Ahora las dos Fridas lo observan a corazón abierto tras el cristal. La mosca ve la posibilidad de un banquete y choca una, dos, tres veces contra una barrera invisible. El pordiosero mira nuevamente al sudeste y, enamorado, ofrece claveles rojos, gloriosos claveles rojos, a esas mujeres que son dos y una. La de las tijeras intenta cortar el ala y salvar al hombre. Mas un giro de ballet del ya insoportable moscardón las deja huérfanas de amor, una vez más, sedientas y expectantes.

Media tarde y ya son horas soportando el barullo incesante que hace el bicho empeñado en salir a través del vidrio de la ventana que da a un desvencijado jardín. El hombre ha caído dentro de la casa, la de la colina y el pinar, ha arrastrado consigo a la madreselva y el carmín de un clavel asoma en el bolsillo. Colina, casa, hombre, madreselva y clavel bajan por las tuberías del lavabo. La mosca queda indefensa y un golpe la aplasta contra la pared. 

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