MAURIZIO BAGATIN
“Por emoción, sugestión y horror, el silencio de un momento parecía tener la duración de épocas enteras” -Fernando Pessoa-
Thomas
Bernhard nunca fue un escritor de terror, solo creaba las atmósferas, quizás,
para intentar serlo. Se narra que en el pueblo donde vivía, su deseo era crear
la atmósfera ideal, en la cual los niños del pueblo pudieran sentir el miedo a
la sola presencia del escritor. No lo logró, pero intentó crear la atmósfera
ideal, una de terror. Y fue lo que supieron crear también otros escritores, los
cuales nunca fueron clasificados de autores de terror: Alain Robbe-Grillet y
Friedrich Dürrenmatt, por ejemplo. En toda buena literatura hay un carácter
rebelde, una condición demoniaca, diría Georges Bataille, donde las dudas
parecen ser mayores que las certezas; es ahí donde la imaginación va más allá y
sigue, meandros donde licantropía y canibalismo, pesadillas y sin sentido,
fantasmas y la realidad generan vapores tenebrosos, palabras que sacuden la
fantasía.
El terror
en la literatura es Ismail Kadaré que en lo grotesco intenta disfrazar los
horrores políticos de las dictaduras, es Pirandello ofreciéndoles una máscara a
sus personajes, es Kafka metamorfoseando a Gregorio Samsa, es el grito de
horror del Coronel Kurtz en Joseph Conrad, son los seres imaginarios de Borges,
los ángeles y los demonios de Swedenborg, el Apocalipsis de Juan el Evangelista.
Como bien
prologa Daniel, miedo, horror y aversión son los ingredientes ideales para
crear un género literario. Miedo, horror y aversión, todos juntos o en dosis
desiguales, no importa, no hay receta a la cual el narrador no desee aportar
con su toque mágico, como todo buen cocinero será él que define cuanto miedo
hay que añadir, cuanto horror necesite y cuanta aversión impresionará la
narración. Añadiéndole el dolor, el dolor casi mítico en el José María Arguedas
de El zorro de arriba y el zorro de abajo,
desde el alba del mundo los tres ingredientes son la esencia de nuestras
existencias. En esta memoria vegetal se reúne aleatoriamente el terror de habla
española, el más verde y el ya maduro, en intimidad y en mala compañía, siempre
lectura que deviene escritura. Buscamos o no el goce en lo estético, nos
sometemos a estas sensaciones hasta padecerlas. Y si al final de cada cuento
habrá el bien es porque, quizás, hay belleza.
Con Doble filo, Daniel nos ofrece un viaje
insólito, sobrepasando lo racional, un viaje pavoroso adentro de un laberinto
terrorífico, con su necesaria hipérbole, adonde nada es gratuito y de ahí
nadie, si es un buen lector, saldrá igual después de haber leído el libro.
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Texto leído en la presentación de la obra, Feria Internacional del Libro, Cochabamba, 2022
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