MARÍA CRISTINA BOTELHO
“Mendigo
con la mitad de las piernas sobre el activo cruce de autos. Sólo un instante
para que un conductor distraído se las corte. Oblivion? ¿Olvido? ¿Qué piensa el
hombre dormido? Mutilarse para vivir… tal vez, quizá el último recurso para
asegurarse un lecho. Dudo que lo consiga”.
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Desde el
inicio de este conmovedor texto Claudio Ferrufino Coqueugniot nos lleva hacia
una cruel realidad. Los deshabitados, los débiles sumidos en la indefensión. He
visto tantos de ellos en los Estados Unidos y en otro países también. A pesar
de existir leyes de inclusión, todavía no se hace nada por las personas en
situación de calle, de abandono y de olvido, como dice el autor, asemejando el
sonido de una quena desprendida de un fémur quebrado, como en el dibujo que
acompaña el texto. Es que lo que está delante de los ojos de la gente ya no
conmueve, la indiferencia de un sistema creado para los que tienen acceso a
todo. La miseria es como una maldición, es como una carga que solamente
concierne a los que la padecen.
Después de
leer el primer párrafo he quedado sin aliento, hice una pausa larga para volver
a respirar, la escritura de Claudio, con una fuerza contundente denuncia la
mendicidad de cuerpos flotantes, que no tienen espacio ni derechos porque son
invisibles. Una música de Beethoven irrumpe en el texto y lo magnifica, lo
engrandece con aquella sonoridad que sabe a tristeza y se repite la escena de
los mendigos, que están en las esquinas, debajo de los puentes, con la única
lumbre de una noche oscura, como si fuesen muñecos de alambre manejados por
manos salvajes. El peregrinar de una vida en constante buscar y no encontrar
nada.
Nueva pausa
y otra música nostálgica que le trae a su hermana fallecida, y una bandada de
cuervos sorpresivamente se lleva la sombra de su hermana, trata de detenerla
con una canción de Leonardo Favio, no es posible…
Me quedo
pensativa asimilando el profundo dolor que transmite este texto. Sigue Claudio
en su coche manejando por algunas horas acompañado de recuerdos y de
música.
Los cuervos
siguen escarbando en su cerebro y los mendigos se multiplican en las veredas de
la penumbra y del desalojo. Aparecen gansos para demostrarle que la vida sigue…
Sin embargo reaparecen “los cuervos y le lanzan relojes para recordarle el
tiempo”. La vida es un manojo de segundos imparables, me digo. Claudio comparte con un realismo escritural
magnífico su testimonio. Se desespera, el calor es sofocante. Se acerca al
buzón y retira una oferta funeraria. Entra a su casa y por su ventana ve a su
hermana que canta desde un árbol… “Me acomodo como para concierto, sonrío. Te
espero, me dice al terminar, adiós chico de mi barrio. Pensé que el agua de mis
ojos eran lágrimas y no: llovía”.
“Me
pregunto dónde estoy, que esta mañana vi mi cama tendida, no había yo dormido
allí. Andaré desdoblado, como cuando era niño, y atravesaba las paredes de
cristal creyéndolas paredes de aire”.
Las letras
de Claudio golpearon el teclado de un cielo inalcanzable, como en su infancia
se viste de transparencias.
Cada
palabra perfectamente colocada como la joya pulida por un orfebre, la
estructura del texto de refinada solidez, demuestra una vez más, el universo de
escritor minucioso, observador del arte y la cultura, conocedor de los
problemas sociales que nos aquejan y un pronóstico desolador sobre el futuro de
la mayoría del orbe, letal miseria e insalubres condiciones de vida y la muerte
rondando de noche y de día.
Uno de los
textos más bellos que he leído en estos últimos tiempos por su poética y por su
humanismo. Además de la exaltación del
amor fraternal a su hermana María Renée, se ve con ella, conversan, y juntos
exploran el universo en una noche desconocida.
Indiana, 9/2/2022
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Imagen: Chaïm Soutine
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