BRUCE SWANSEY
En su
prólogo a The government of the tongue, Seamus Heaney recuerda que
en 1972 fue a Belfast para reunirse con el cantante David Hammond. El propósito
era grabar poemas y música para mandar la cinta a un amigo mutuo que vivía en
Michigan. Camino del estudio estallaron bombas, a las que siguió el aullido de
las ambulancias y de los coches de bomberos. Ya en el estudio les pareció
imposible proceder. ¿Cómo cantar y recitar poemas mientras otros sufren? ¿Como
Nerón mientras Roma ardía? Por otro lado, ¿qué hay de malo con cantar y decir
poemas?
Es una
pregunta a la que Heaney dedica tiempo. La izquierda nacionalista y combativa
de la vanguardia que lo antecedió optó por poner la creación al servicio de la
causa como única justificación del arte, como si fuera posible dividir la obra
artística en compartimentos y, desplazando la exigencia formal, poner el
énfasis en el contenido.
En el
contexto antes descrito, el dilema es serio. La violencia es el signo de la
época, las paredes dividen dos comunidades, los murales pintados afirman una
visión militante de los acontecimientos, rostros y nombres que recuerdan el
sacrificio de los mártires porque la historia se escribe con su sangre. Se está
con la república o con los usurpadores. La pregunta acerca de la función de la
poesía acompaña el oficio desde su origen. ¿Utilizar la poesía para combatir
injusticias? ¿Permanecer indiferente en nombre de la libertad del poeta? Estas
son las grandes preguntas de cuya respuesta depende la práctica del oficio.
A nueve
años de su muerte, el 30 de agosto de 2013, la vida y obra del poeta irlandés
Seamus Heaney es objeto de una exposición que divide el material (fotografías,
manuscritos, cartas, apoyos cibernéticos y documentos que esbozan el contexto)
en cuatro secciones. La primera es Excavations, centrada en la obra
temprana de Heaney, el encuentro del poeta con el mundo que lo rodea y que pone
de relieve su interés por la comunidad y la naturaleza. La segunda es Creativity,
que examina el descubrimiento de la propia voz y su diálogo con otros poetas
como Yeats, Robert Lowell, Auden y Osip Mandelstan, por nombrar algunos. El
diálogo que entabla con ellos se basa en la admiración compartida por la
integridad. Conscience es la tercera sección, dedicada a la
cuestión de la función de la poesía y del compromiso del escritor en la lucha
por una sociedad más justa, y es la sección que desgajo para este comentario
porque me parece fundamental para entender la posición de Heaney ante el hecho
artístico. La exposición termina con Marvels, dedicada a la última
fase de la poesía de Heaney, quien obtuviera el Premio Nobel de Literatura en
1995.
Además de
su dimensión pública, se recuerda con afecto y admiración a un Heaney dispuesto
a escuchar y a observar a sus semejantes con empatía. El arco de su vida se
inicia en el norte de Irlanda, en el condado de Derry, en 1939. Viene de una
familia católica establecida en el norte. No se puede decir que sea la
excepción, pero se distingue en el entorno religioso, mayoritariamente
protestante. La independencia había sido ganada en 1916, apenas un par de
décadas antes del nacimiento de Heaney durante una era turbulenta.
El lugar y
la fecha de su nacimiento son importantes por ser territorio en disputa, el
centro de los problemas que aún dividen la isla y que entonces como ahora
afligen la región. El mundo rural de su infancia deja honda huella no solo en
los temas, sino también en una manera de aproximarse al mundo. Nada es insignificante
a la mirada del poeta. Es un mundo en miniatura, pero el “norte” no es solo una
referencia geográfica.
En estas
circunstancias, es fácil imaginar que se cuestione la existencia misma de la
literatura, que puede ser una fuga de la realidad o un compromiso para cambiar
las condiciones de vida. Se trata de la vieja lucha entre el arte por el arte y
el arte que asume una responsabilidad política.
Dada la
gravedad que abruma la vida diaria, el escritor se pregunta acerca del sentido
de la poesía en un mundo consumido por la ira fratricida. La poesía no cambia
las cosas. Ni siquiera las mejora. En circunstancias extremas es difícil
justificar el placer asociado con la lectura cuando lo que se busca es la
acción inmediata. Pero la poesía es un registro de la realidad y un
reconocimiento que produce estados emocionales excepcionales.
La
exposición muestra el precario equilibrio de una posición que rechaza
decantarse a un lado o a otro. Heaney entiende la importancia de los
acontecimientos, incluso su dimensión trágica, a condición de que nada desplace
la importancia del oficio. Conscience permite detenerse para
indagar los valores que Heaney asume y las decisiones que informan su trabajo.
Es, sobre todo, una invitación a examinar el dilema, en un esfuerzo por aclarar
los valores que estructuran éticamente su obra.
En Heaney,
la reflexión ética acerca del valor de la poesía comienza con la valoración de
la obra de Wilfrid Owen que, al contrario de la poesía oficial, denuncia la
guerra de 1914 como una carnicería inútil y rechaza el patriotismo que exalta
el sacrificio. Owen es el muerto que regresa desencantado para recordar a las
víctimas. La de Owen es una forma trágica de entender la poesía y mostrar la
desolación de esa tierra baldía que la retórica patriotera trata
de ocultar. Owen se compromete con la verdad testimonial, lo cual desnuda la
poesía, haciéndola esencial en su condena de la violencia.
Heaney,
como antes Keats, asocia la belleza con la justicia. Una no puede existir sin
la otra y ambas deben surgir libre y gratuitamente porque la poesía es
desobediente a lo que no sea su impulso sin propósito práctico. Sin esta
libertad esencial, la poesía degenera en propaganda. El artista no es un
cruzado de la causa, sino una antena que capta señales muy diversas. Heaney
reflexiona sobre la naturaleza de su oficio y se plantea preguntas éticas. Una
de ellas se refiere a la responsabilidad del poeta como artífice. Heaney sabe
que el poeta es responsable de su lenguaje para hacer fugazmente accesible una
verdad.
Aunque no
es un poeta paisajista, su obra recoge un elemento de la naturaleza local que
aparece por lo menos en tres libros: Wintering out, District
and circle y North. Se trata de un elemento característico
del suelo irlandés que se llama bog y define un área muy
húmeda, formada por capas de hierbas, que privadas de oxígeno, forman sustratos
de terreno en donde el 90% es agua. La mezcla de tierra y agua se corta y se
pone a secar para después ser usada como combustible. Bog land significa
tierra de poco o nulo valor, una ciénaga. Por extensión, durante la etapa
colonial de Irlanda bog people indicaba un origen oscuro, “beyond
the pale”, más allá del cerco de la civilización.
A Heaney le
interesa el bog como espacio simbólico y la aparición en 1969
de The bog people, estudio del arquéologo danés P. V. Glob que
muestra los hallazgos que la ciénaga había conservado intactos desde el
Neolítico, le da a Heaney un tema histórico para hablar de la actualidad, otra
forma de “comprometerse” con los problemas de Irlanda del Norte. Como el bog,
el pasado es un territorio intermedio donde los cadáveres retornan
asombrosamente indemnes, acostados en su lecho de barro. El contenido acídico
del bog conserva los cadáveres cuya presencia acecha los
poemas. La violencia cometida en el Neolítico es la misma de hoy. El rito no ha
cambiado su exigencia de sacrificio.
Debemos a
Pura López Colomé la traducción de “Strange fruit”, un soneto que aparece
en North y en Sonetos, edición bilingüe, porque
sintetiza la emoción que le produjo el descubrimiento: “Diódoro Sículo confesó
un día / sentirse en paz con gente parecida: / asesinada, en franca
inadvertencia, / decapitada y anónima, fija / en beatitud y hacha la pupila, /
en lo que parecía reverencia.” El fruto extraño de un rostro separado del
cuerpo, como una fruta infernal, cuencos donde había ojos, expresa el horror y
la ternura de la visión.
El
territorio liminal del bog permite a Heaney recordar 40 años
de estado de sitio, la historia como escenario del presente. Heaney respeta la
responsabilidad moral del poeta eligiendo una forma elíptica. Para hablar de la
realidad se remonta en el tiempo. Las víctimas rituales resurgen intactas
después de un sueño milenario y sus despojos inspiran a Heaney para hablar del
prestigio herido de la tribu. Esa dimensión anima un libro de poemas
titulado North.
North es ancestral como el fiordo y
las voces lejanas que surgen entre las brumas de la historia. El hecho
misterioso y terrible del asesinato ritual está en el centro de las
civilizaciones que purgaban el mundo mediante la violencia sagrada, como sucede
en Viking Dublin: Trial pieces, seis escenas que iluminan
intermitentemente el hallazgo y lo describen con lenguaje preciso, como lo
haría un reporte forense. Hay una reticencia entre la momia que se examina y el
sentimiento que la imagen libera, en lugar de pathos las señas
del martirio, los cortes, la decapitación, las costillas confundidas con la
mandíbula, la compasión mediante la conciencia del estado del cuerpo.
North contiene también poemas descriptivos
de los hallazgos, como el hombre que parece dormir en un lecho de lodo
petrificado, uno más entre las víctimas expiatorias. Todo se reúne y mezcla en
el bog que se convierte en imagen del país, en emblema de una
nación hecha de frutos prohibidos y extraños, de ejecuciones y estaciones que
llegan y pasan mezclando fermentos de arbustos corrompidos. Esta primera
sección cierra con el tema que abrió la colección: la elevación que precede la
caída.
La segunda
parte de North es acaso más directa. El espacio ha cambiado y
en lugar de la ciénaga están la cárcel y el interrogatorio. La sobrevivencia
pende de reconocer la realidad y de presentarla ante el lector mediante un
lenguaje equilibrado y a veces prosaico. Heaney deseaba nombrar la verdad, pero
para hacerlo debía hilar fino y mantenerse alejado del fanatismo que había
cobrado víctimas desde el Neolítico hasta los días en los que su generación
creía posible cambiar Irlanda del Norte y tenía esperanza de que ese cambio
ocurriera también a través de la poesía, cercana del oráculo, la revelación y
su claridad transitoria, como las imágenes del sueño.
Este
trabajo meticuloso y a la vez inspirado e inspirador se manifiesta en el
lenguaje, del que Heaney es un orfebre. Cada escritor debe a su lengua esta responsabilidad,
tan importante como lo era para el caballero velar sus armas. Heaney se propuso
habitar un espacio personal donde ser consciente de la realidad no significaba
subordinar la poesía al servicio de un programa, sino exigirse la conquista de una
lengua absuelta. El poeta no solo debe ser libre, sino también emancipar el
lenguaje. En North, Heaney encontró un mito, un espacio liminal y
simbólico que le permitió hablar del presente sin perder integridad artística.
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De LETRAS
LIBRES, 19/07/2022
Imagen: Foto de Bernard Gotfryd
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