GIANNI SARTORI
Siempre
pensé que con la publicación en 1975 de su libro Clandestini in cittá (dedicado
a animales y plantas que viven en hábitat urbano), Fulco Pratesi guiñaba el ojo
a los fenómenos de antagonismo más o menos radical que se extendían en ese
momento en Italia. O tal vez el título, como casi siempre, se había impuesto
por el editor. En cualquier caso, sufrió el clima del tiempo. Entonces el
concepto se confirmó en el capítulo de "La guerra de guerrillas de las
ratas", donde se cuentan las épicas batallas entre el Rattus norvegicus
(rata marrón o rata de alcantarillas) y su primo Rattus rattus (rata común,
también llamada rata negra) más pequeña y oscura. Mientras las ratas de
alcantarillas en su mayoría viven cerca de los ríos y canales contaminados,
además que en los sótanos y en las cloacas, las negras sobrevivientes prefieren
los entablados y los graneros de las viejas casas. Ambas no son nativas de
Europa; la rata negra vendría de Oriente Medio en el siglo XII, probablemente
embarcándose en navíos de los cruzados, extendiéndose por todas partes en
ausencia de competidores. Según los historiadores habría sido el vehículo
principal de la peste negra, que en la Edad Media hizo estragos en todas las
ciudades europeas. El Rattus norvegicus, más grande y con un pelaje más claro,
vendría más tarde desde las estepas del Asia Central. Una primera oleada fue
vista cruzando el Volga en el otoño de 1727, al precio de miles y miles de
especímenes ahogados. Existe al respecto el testimonio de un predecesor de
Miguel Strogoff. Un mensajero del Zar, después de haber visto como decenas de
miles avanzaban en la estepa, se lanzó al galope para escapar de la horda; se
salvó cruzando un río y gracias a sus aguas enfurecidas, que habían retrasado
temporalmente el avance. Este primer embate llegó hasta Bohemia y Galicia. El
autor de la fábula del flautista de Hammelin se habría inspirado en una de
estas invasiones repentinas. Posteriormente, en 1739, la rata marrón llegó a
Gran Bretaña, tal vez con naves que llegaban de la India. Quince años más tarde
ya habría cruzado el Canal de la Mancha e invadido París. A principio del ‘800
proliferaron en toda Europa y entonces con batallones de desembarque
clandestinos (como escribe Pratesi) escondidos en barcos, el continente
americano. Más voraz, prolífica y adaptable (con una sofisticadísima
organización social), la rata de alcantarilla despojó del subsuelo y de sus
áreas limítrofes (con mayor cantidad de basura y por lo tanto mayores
posibilidades de alimentarse) a la rata negra, relegándola a las buhardillas.
Por lo que indirectamente habría reducido gradualmente las plagas que con el
tiempo permanecieron sólo como un mal recuerdo. Un ejemplo de cómo una mayor
biodiversidad, diluyendo la posibilidad de contagio, puede ocasionar efectos
beneficiosos también para nuestra especie. La próxima vez que vean una rata
escaparse de la cuneta, agradézcanle. También de mi parte.
Traducción: Maurizio Bagatin
Imagen:
Michele Tavarone, Las ratas que se comen el dinero
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