MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
Hace ya un año
que tengo que pasar un día a la semana por Biarritz por motivos no del todo
agradables ni propios del flâneur. Es más, el flâneur escapa de esas
residencias de ancainos que en realidad son morideros de los que si nos
libramos es de milagro o por haber reventado antes: Je voudrais pas
crever... A veces me asomo al mar, salpicado de surfistas, otras deambulo
por calles solitarias, de silencio, flanqueadas de villas muy hermosas,
en estilos neo-vasco, modernista, paliego-pomposo, cortijero andaluz... que
están cerradas la mayor parte del año y hablan de un pasado cada vez más remoto
y más convencionalmente novelesco, poblado de personajes que parece salidos, y
a veces lo hacen, de alguna novela de Patrick Modiano. Los nombres de esas
casas son vascos, rusos, franceses, ingleses... Hace treinta años (1987)
utilicé alguna de ellas como decorado de una novela La caja china que
tardó muchos años (demasiados) en ser publicada y que no he vuelto a
abrir. Unas semanas atrás di con esa Villa Cocodrilo, pero no
llevaba la cámara. Hoy he acudido con ella y una mujer mayor que estaba tirando
un paquetón de periódicos a la basura, me ha preguntado si buscaba algo. Cuando
le he señalado el nombre de la villa ha exclamado con una pronunciación
graciosa: «¡Ah, le cocodrilo!» y se ha vuelto A su casa a carcajadas. Ignoro
qué historia puede haber detrás de ese nombre tan exótico: un excéntrico, un
original, un rico americano...
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De
VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 20/05/2017
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