De esta historia,
ya me estaba olvidando. Brad Pitt acaba de estrenar su película sobre Percy
Harrison Fawcett, el celebrado explorador británico. Siempre quisimos hacer una
película sobre el mismo legendario personaje.
Fue mi amigo
Pablo Castillo, un bibliófilo de cepa y que desde hace añares publica
maravillas como editor de EUDEBA, una de las más prestigiosas editoriales
argentinas, quien me obsequió el libro de memorias de Fawcett, la segunda
edición conocida en castellano, la editada en Madrid el año 74. Ya vivía en La
Paz, en Bolivia y recuerdo que “Paco” al entregarme el texto, me dijo que a mí
me iba a servir más que a él, abandonado en su biblioteca.
Entendí el
sentido del mensaje apenas me puse a leer esa obra singular, compilada y
adaptada por Brian, el hijo menor de Fawcett, al que la historia le debe, al
menos, el reconocimiento de haber encendido la llama del poderoso recuerdo que
envuelve y atesora su padre. El motivo es uno solo: el libro está tan bien escrito,
es tan vivido y atrapante, que uno no cede en su lectura de principio y a fin.
El imán, el
núcleo de la atracción, es uno solo: la infinita sed de aventuras que anima al
protagonista de esas páginas y cómo ese amor por el misterio y lo desconocido no
mengua con el paso de los años y lo impulsa y lo anima hasta el final, hasta el
desenlace del destino, su destino.[1]
Entendido así,
Fawcett se volvió para mí una fuente infinita de inspiración, un faro en medio
de las montañas, más cuando el propio Fawcett, en su estancia en La Paz, había
dicho que aquí “se puede sentir plenamente la proximidad de los lugares
salvajes”.[2] Nada más
cierto.
El año 2000
armamos una expedición en su memoria, siguiendo sus pasos desde la Cordillera
de Apolobamba hasta la selva profunda. Volvimos a lanzar al mundo, desde
Bolivia, su famosa foto icónica: la que le tomaron en uno de los balcones de la
Casa Franck, allá en Pelechuco. Al año siguiente, volvimos a la selva, tras
otra historia dentro de la historia: la del desaparecido agrónomo noruego Lars
Hafskjold y la de los no menos desaparecidos Toromonas.
La noticia empezó
a rodar. Una escritora española utilizó nuestra historia para componer otra, la
suya, y su novela fue en éxito de ventas en España y en otros sitios. Al
principio, nosotros no entendíamos lo que significaba eso hasta que un día la
escritora habló por teléfono con uno de los nuestros, el antropólogo y escritor
Álvaro Díez Astete, y le confesó que sí, que se había inspirado en nosotros y
que sí había usado nuestra historia y nuestras investigaciones para escribir su
texto. ¿Victoria moral? No sé, ¿a quién le importa?
Pasaron otras
cosas (buenas): Rob Hawke, un joven periodista de la Universidad de Essex, vino
hasta Bolivia a terminar su tesis, The Making of a Legend. Colonel
Fawcett in Bolivia y Rob sí, nos lo dijo desde el principio: que
nuestra historia lo había inspirado y que eso lo decidió a escribir su tesis.
Mantuvimos contacto con Rob varios años hasta que un día me contó que estaba
viviendo en la Isla Madre, en la República Dominicana, y luego lo perdí en el
espacio cibernético. Rob escribió cosas buenas sobre nosotros, no como alguna
prensa que nos trataba de alucinados y de fantasiosos. Igual que a Fawcett.
Otro día, más de
diez años atrás, circa 2004, sucedió esto: mi amigo Gastón Ugalde, El Artista,
causas y azares de la vida, terminó de amigo de Sir Richard Branson, el mismo
de Virgin records y el de los futuros viajes a Marte o al carajo. El
multimillonario inglés, el mismo. Un día, siempre otro día, el Gastón,
volviendo desde Londres, me dijo: Pablo, arma algún proyecto para presentarle a
Branson.
Con Gastón, ideamos
y realizamos N cantidad de proyectos y N+N cantidad de otros proyectos,
quedaron en papel y en el olvido. Branson era dueño de Red Bull, ese brebaje
tóxico que mi amigo consumía a mares, y Gastón deliraba con una publicidad del
veneno en el Salar de Uyuni. Un reciclaje de una idea que habíamos soñado hacer
con el poeta chileno Raúl Zurita pero que tampoco llegamos a concretar.
Le dije a Gastón:
a mí Red Bull me importa una mierda. Vamos con Fawcett. La película de Fawcett.
Mejor: una película + una serie de documentales que recreen, una a una,
las 6 expediciones que Fawcett realizó en Bolivia, la forja de la leyenda, como
clamaba en su tesis, nuestro amigo Rob. Gastón se entusiasmó. Era un proyecto
serio y multidimensional, bien visto. Abría infinitas puertas, tantas como el
propio Fawcett fue capaz de abrir. Dale: escribimos el proyecto –¡en inglés!- y
en otro viaje a la vieja Inglaterra, Gastón se lo presentó al multifacético sir
Richard.
Branson fue
claro: el proyecto era muy bueno, valía un millón de dólares pero a él, en lo
particular, no le interesaba. ¿Cómo le iba a interesar sumergirme en los
confines de la Tierra cuando el platudo estaba pensando aventurarse en los
confines del espacio? Nada, a archivarlo.
Sigo la secuencia
cronológica. Otro día pero de 2010, creo que en una de las librerías del
aeropuerto de Ezeiza, compré el libro del norteamericano David Grann: La
ciudad perdida de Z. La última expedición en busca de El Dorado, el libro
que inspiró a Brad Pitt a hacer su película. Z fue el nombre en clave que
Fawcett le puso, en su brújula, a la ciudad-refugio que esperaba encontrar en
el medio de la Amazonía. Se perdió, siguiendo sus rastros, en 1925.
La obra de Grann
es el típico libro que un periodista de The New Yorker o The New York Times
Magazine puede escribir. Un atractivo pastiche, muy bien escrito, donde refrita
mil y una historias, amputándolas y manipulándolas a cada rato, para lograr ese
texto que “el público” –como ellos lo llaman- ama. Uno de ellos, uno que amó
ese libro, fue sin dudas el bueno de Pitt. Al final, entre sus notas, volví a
encontrar a nuestro buen amigo Hawke: Grann cita su The Making of a
Legend en relación a algo que Nordenskiöld dijo sobre
Fawcett. Vale la pena transcribirlo: “El distinguido antropólogo sueco Erland
Nordenskiöld, que había conocido a Fawcett en Bolivia, admitió que el
explorador inglés era “un hombre sumamente original, absolutamente
audaz”, pero que adolecía de una “imaginación ilimitada”. Está dicho. La vida
sigue. Bien por Rob.
Otro día, que no
fue ninguno de los anteriores pero lo recuerdo como si fuera hoy, leí en
internet la noticia de que Brad Pitt estaba empezando a rodar una película
sobre Fawcett basada en el libro de Grann.
Recuerdo que me
empecé a cagar de risa y lo llamé por teléfono a Gastón: Hermano, ¿te acordás
del proyecto sobre Fawcett que le llevaste a tu amigo Branson y que se lo pasó
por el forro? Sí, respondió el Gastón con su voz de cactus. Bueno, no es lo
mismo pero va en la misma dirección, ¿sabés quien anunció que empezó a hacer
una película sobre Fawcett? No, respondió el cactus. Brad Pitt, le dije, y me
seguí cagando de risa.
El año pasado,
para estas fechas, volví con mi amigo Felipe Hartmann por los lados de
Apolobamba, allí donde efectivamente se empezó a forjar la leyenda Fawcett, en
medio de esas montañas “infinitamente abruptas” como sentenciaban los informes
de los funcionarios coloniales españoles.
Recuerdo que
picamos algo de comida con “Fepo” en un imponente mirador natural del caminejo
que hoy une Pelechuco con Queara (y con Puina) y que se abre a la inmensidad de
la selva amazónica, hacia Mojos, hacia la senda que el propio Percy Harrison,
el audaz, el considerado como uno de los más grandes (y últimos) exploradores
del siglo XX, como “el más espeluznante” de todos.[3]
Tanto Felipe como
yo habíamos caminado ese tramo de camino que enlaza los Andes con la Amazonía.
Recuerdo que fue allí, en esa formidable pascana y evocando tantas cosas, que
surgió la idea de levantar un monumento a la memoria de Fawcett, uno que valga
la pena, uno como contaba otro inglés, tan aventurero como Fawcett, que había
en las Islas Canarias.[4]
El monumento a
Fawcett seguiría, a la vez, las líneas maestras esbozadas por el poeta Jaime
Sáenz en su poema-cauce a don Emilio Villanueva, el arquitecto inmortal, y el
proyecto de monumento en su memoria. Proclama Sáenz en su visión-profecía:
Si yo fuera
presidente, no sé qué haría. Pero le haría un monumento arriba, en la altura,
en la vertiente del Huayna-Potosí, pues allí el viento brama con fuerza.
Si yo fuera
presidente, sería arquitecto y levantaría una torre de piedra en pleno
altiplano,
con una azotea
tan grande como una plaza, en la que ardería gigantesca fogata a manera
de faro.
Subiría a la
torre y predicaría el respeto por nuestros grandes hombres.[5]
Fawcett no fue
boliviano, pero casi. Amó este país que forjó su destino y su leyenda.
Las montañas de
la cordillera de Apolobamba han resistido como uno de los últimos santuarios
del mundo donde se respira esa “estéril belleza de la desolación”[6] que tanto incita, que tanto
seduce, que tanto imanta a todos aquellos que creen, que siguen creyendo, que
la aventura humana sigue viva “aquí abajo”[7], en esos otros mundos pero que
están en este mundo, como el mundo salvaje de Apolobamba, donde Percy Harrison
Fawcett encontró esa inspiración, esa huella, esa decisión que lo impulsó a
seguir su búsqueda el resto de su vida.
Alzar un
monumento a Fawcett, allí en esas soledades irredentas, sería, como quiso el
poeta, alzar un faro que inspire a millones de seres humanos que buscan lo
mismo.
Río Abajo, mayo
de 2017
ANEXO
Lo que anotó
Hawke sobre nuestras expediciones:
“Until recently, Fawcett’s name had been gathering dust
inside subchapters of various Bolivian history books. A renaissance has been
led by an Argentine journalist –cum-explorer, Pablo Cingolani. Cingolani, an
adopted Paceño, has completed two multipurpose expeditions with government
backing into the Madidi/Caupolicán forests of north-west Bolivia. He led an 11
strong group of Bolivians and Argentines who deliberately recreated the route
of Colonel Fawcett’s 1910/11 expeditions to the River Heath. They aimed to
complete Fawcett’s work by reaching the absolute source of the Heath, and to
bring medical supplies to isolated settlements. The results were very
interesting. Many regions opened up for the exploitation of rubber had since
been reclaimed by the jungle. The San Carlos barraca, at which Fawcett had
stayed, no longer existed. The trail was no longer usable by mules, so they had
to carry everything by hand. Cingolani discovered Madidi to be a “black hole in
the geography of the world where things have gone backwards,” and travel had
actually become more difficult. The attempt to reach the Heath’s source at 2600
metres was called off due to injury, shipwreck and climatic reasons.104
As in Fawcett’s day they found remote backwaters plagued by
disease, and border conflicts. The populated Peruvian side shows signs of
spilling onto the Bolivian side, threatening the precious Madidi National Park.
La Prensa accused the Peruvian loggers and farmers of deliberate aggression and
invasion,105 but Cingolani dismisses this. He claims the lone
border post erected by Fawcett has naturally worn away, so that no one knows
where the border is anymore, highlighting the need for improved access and
communication on the Bolivian side.
A side project of Cingolani´s, is an endeavour to find
evidence of the alleged reappearance of the Toromona tribe. Villagers of San
Fermín had reported the sight of two naked Indians, and various anthropologists
recognise the possibility of the tribe, who had fled both the conquistadors and
the caucheros, relocating to the immense, untouched hinterlands of the
Madidi. The recent ‘revival’ of the Naua’s in Brazil, a tribe unseen since
1920, has lent validity to the view that the Toromonas are still in existence.106 The
story of a Norwegian agronomist, Larsen Hafsjkold, who went looking for
“Bolivia’s ethnographic enigma”,107is eerily similar to that of
Colonel Fawcett. In 1997, aged 37, the experienced and hardy Scandinavian,
received a lift along the Río Colorado, then set off alone with the promise of
returning months later. Despite the efforts of Madidi Park Guards and a private
detective, nothing has been heard of him since. Cingolani hopes to shed light
on this mystery on his next expedition, which will also attempt to locate ruins
of an ancient city, San Jose de Paititi, and continue to encourage a public
awareness of Bolivia’s forgotten lands.
Cingolani’s endeavours have been reflected by a renewed
worldwide interest in Fawcett. Surviving daughter Joan Fawcett is notoriously
protective of his estate. There have been negotiations over a possible Hollywood
film. When financial backing is assured Misha Williams’ play, “AmaZonia”, will
appear on stage in London. With full access to Fawcett’s log books and letters,
Williams promises dramatic new information that will, at last, truthfully
explain the mystery of “this heaven sent story.”
An Indiana Jones book has been written with Fawcett in mind,108 plus
there was a rerun of Exploration Fawcett by Phoenix Press in July
2001. Several interactive web sites retell and serialise his exploits,
including the comprehensive Great Web of Percy Harrison Fawcett (www.phfawcettsweb.org),
which has the ultimate goal of solving the ongoing mystery.
Even the Bolivian tourist industry is starting to realise
Fawcett’s market value. He appears in several travel guidebooks, and there are
trails and campsites and waterfalls named in his honour. However, Fawcett
remains a wayward hero for historians and foreign travellers, still unknown to
the majority of Bolivians”.
104 Technician Pedro Aramayo was surprised Fawcett did
not climb to the outright source, claiming it was “not technically difficult.”
In 1996, the Heath Sonene Expedition reached the source. [page 30]
105 La Prensa 1/12/2001, 2a. – Claimed Hito 27 had
been taken down. The government sent the army, claiming of invasion and
Peruvians burning land and stealing tractors. Cingolani’s article in Pulso (31/8/2001-
25-28) gives a more intelligent view.
106 Cingolani & Laleos, 66/7. In 1920
disappearance/extinction announced by FUNAI of Naua Indias Brazil. in 2000, La
Nación of Buenos Aires, reported 250 to have reappeared.
107 Cingolani
& Laleos, 58. Quote from Álvaro Diez Astete
108 Indiana Jones and the Seven Veils by Rob
MacGregor, Bantam Books 1991. Here’s a taste: “Fawcett’s writing have turned
up…. Percy paints a tantalising picture of a lost city and a mythical red
headed race who may be the descendents of ancient celtic druids. No-one leaves
alive….”
Tomado de Rob Hawke: The Making of a Legend. Colonel
Fawcett in Bolivia. S/d. [2002?] Bajado de internet.
[1] El primer escrito que publiqué sobre Fawcett destacaba esto mismo y
por eso lo titulé Un retrato de Fawcett. Vivir no es necesario; la
aventura es necesaria. Se publicó en el suplemento Ventana del periódico
paceño La Razón el domingo 10 de octubre de 1993.
[2] La cita completa no tiene desperdicio: “… La Paz, con sus tranvías,
sus plazas, alamedas y cafés, es, en esencia, una ciudad moderna. Extranjeros
de todas las naciones llenan sus calles. Se puede sentir plenamente la
proximidad de los lugares salvajes. En medio de las levitas y sombreros de copa
de los hombres de la ciudad se ven los Stetsons raídos y las botas de los
exploradores; pero por alguna razón las suelas alambradas de estos zapatos no
se ven discordantes al lado de los escarpines de altos tacones de las damas
elegantes. Los mineros y exploradores son tipos cotidianos, pues la explotación
de minas es la razón de vivir de la sierra boliviana y, de vez en cuando, se ve
el rostro demacrado y amarillento de alguno que ha regresado recientemente de
más allá de las montañas, del infierno humeante de las vastas soledades en que
nosotros nos íbamos a sumergir”. Se refiere a La Paz del año 1906, cuando
arribó al país. Ver Percy Harrison Fawcett: A través de la selva
amazónica. Rodas, Madrid, 1974, págs. 55-56.
[3] Vale la pena rememorar toda la cita, porque es de película. Dice
Fawcett en sus memorias: “De todos los caminos espeluznantes que yo encontré en
los Andes bolivianos, el de Queara a Mojos es el peor. Las cuestas eran tan
empinadas que casi se hacían infranqueables y en muchos lugares los torrentes
aumentados por las lluvias habían arrastrado secciones enteras, teniendo que
salvar nosotros grandes quebradas. Durante esta excursión perdimos la mitad de
nuestras veinticuatro mulas de carga en diversos accidentes. Fue una gran
suerte que no muriera nadie del destacamento. Había pasos tan angostos que,
aunque los animales iban por la orilla del sendero, la carga de la mula chocaba
con las rocas salientes y la lanzaba al precipicio. Una de ellas cayó desde
cien pies de altura al abismo, donde quedó tendida entre dos rocas, muerta, con
las cuatro patas al aire y rodeada de las astilladas cajas de provisiones. Otra
cayó desde cien pies y quedó cogida con su carga entre dos árboles. Allí pendía
muy alto sobre el suelo, indiferente a todo, hasta el punto de mordisquear todo
lo que estuviera a su alcance. Como nos podíamos libertarla, nos vimos
obligados a matarla a tiros”. Percy Harrison Fawcett: Óp. Cit.,
pág. 247.
Una vez,
intentamos llegar a Mojos en pleno verano. Éramos sólo tres personas y una de
ellas demoraba su caminata más de la cuenta por lo cual se alteraban los
tiempos de marcha y los sitios de los campamentos. En medio de fuertes lluvias,
los campamentos terminaban convirtiéndose en sitios anegados o peor: parte de
torrentes imprevistos y deslizamientos de barro. Así estuvimos tres o cuatro
días andando, durmiendo mal o sin dormir. Me adelanté para intentar, sin éxito,
apresurar a los hombres. Llegando a un lugar que se llama Pajonal, empecé a divisar
nubes tan negras que anunciaban una tormenta colosal. Apenas tuvimos tiempo
para armar el campamento cuando empezó la lluvia. Duró dos días seguidos. Era
el acabose. No tenía sentido continuar en esas condiciones. Retornamos a
Queara. El ascenso fue igualmente duro. Pero en Queara estaban mis amigos, los
Kuno, que me recibieron con un buen pijcho.
[4] “En las Islas Canarias se levantaba una
enorme estatua de bronce, de un caballero que señalaba, con su espada, el
Oeste. En el pedestal estaba escrito: “Volveos. A mis espaldas no hay nada”. R.
F. Burton: 1001 Nights, II, 141. Tomado de Jorge Luis Borges y
Adolfo Bioy Casares: Cuentos breves y extraordinarios. Losada,
Buenos Aires, 1973.
[5] Prosigue Sáenz: “Bajaría de la torre y
pediría a Dios que se les recoja a los arquitectos no-arquitectos, con esa idea
que se hacen del progreso y que ya parece chiste./ Con esos grotescos edificios
que no tiene nada que ver con nosotros los bolivianos y que ya parecen cajas
destempladas./ Después de todo hacen mal en creer que la arquitectura se hace
por la pura pichanga./ La cuestión en comprender el significado de lo
boliviano y trabajar por la patria. Y esto no es fácil ni difícil; es
posible”. Jaime Sáenz: Emilio Villanueva en Vidas y
muertes, Ediciones Huayna Potosí, La Paz, 1986, pág. 137.
[6] T.E. Lawrence: Los siete pilares de
la sabiduría.
[7] Pierre Drieu La Rochelle: Se prohíbe
la salida en Diario de un hombre engañado.
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Fotografía: Percy Fawcett
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