En los primeros
años de la década de los 70 yo era un adolescente con ganas de descubrir el
mundo a través de la literatura y mi padre, Antonio Carvalho Urey, escritor y
periodista, me aconsejó leer a los autores del boom latinoamericano. Quedé
fascinado con esa escritura maravillosa. Un día me dijo: “Ahora tienes que leer
a uno de los nuestros y me entregó un ejemplar de Siringa, de Juan Bautista Coimbra”.
Leer esta obra fue descubrir literariamente mi ser amazónico convocado por un
extraordinario escritor.
Juan Bautista Coimbra
Cuéllar nació en Santa Cruz en 1878 y murió en Cachuela Esperanza, Beni, en
1942; fue un notable escritor y periodista que, al decir de Fabián Vaca Chávez,
también hizo las veces de historiador y geógrafo. Coimbra llegó a Beni en 1896
y, en poco tiempo, después de realizar varios trabajos, se hizo con su propia
imprenta en Baures, en la que publicaba el periódico El Porvenir. Imagínense no
más, un periódico, en un pequeño pueblo perdido en la Amazonía, lejos, muy
lejos del Estado. Coimbra redactaba los editoriales, las notas periodísticas y
los reportajes; además de escribir poemas que luego serían reunidos en un
volumen titulado Selváticas.
“Siringa ha sido
una sorpresa y una revelación”, afirma Vaca Díez en el prólogo que escribió
para la edición de 1942 y yo lo suscribo plenamente. Es una obra deslumbrante,
en la que se muestra un escritor maduro, experto, con un castellano castizo
equilibrado con las palabras nativas que enriquecieron a la lengua ibérica; Coimbra
escribe con esmero, su adjetivación es adecuada y su capital léxico es
evidente. En la narración incluso alcanza hitos poéticos:
“Anocheció. El
piélago agitado acentuó su rumor de tromba. Impelidos por furioso vendaval,
empezaron a moverse velozmente los islotes en un espectáculo grandioso y
complejo de ceguera cósmica…”
Leer Siringa fue
para mí acompañar a su autor en un viaje delirante, escucharlo contar la
crónica de su vida, despertar en la selva e ir descubriendo sus misterios, sus
sueños vegetales, sus delirios míticos, sus arrebatos salvajes y la miseria
humana que siempre acompaña todo proceso de conquista. Porque eso fue lo que
sucedió con la explotación de la goma elástica y eso es lo que, en el fondo,
narra Coimbra. El autor, nacido en la más española de las ciudades bolivianas,
cree que junto a otros cruceños tienen el deber de “desencantar la tierra”,
como lo afirmó Ñuflo de Chávez al fundarla. Parten al “territorio de colonias”
a colonizar, es decir a civilizar. De alguna manera los cruceños vieron en
Moxos la prolongación del sueño colonial heredado de sus antepasados españoles;
el caucho se convirtió en la quimera del oro, en El Dorado, y partieron en su
búsqueda. Siringa es la crónica de esa aventura.
Un dato curioso:
en la Feria Internacional del Libro de La Habana encontré un libro que buscaba
desde hacía varios años: Amazonía, el río tiene voces, de Ana Pizarro, Premio
de ensayo Ezequiel Martínez Estrada 2011. Pizarro es una reconocida
investigadora chilena y su libro me era necesario para continuar mis
investigaciones acerca de la literatura en la Amazonía boliviana, que vengo
realizando como un legado de mi padre.
El libro está
concebido como una expedición, en la que la autora se interna en la región
amazónica con un mapa de navegación descubriendo sus formas culturales y su
construcción discursiva. Pizarro nos va narrando la estética de la selva y la
oralidad mitológica de este espacio de encantos y desencantos. En el segundo
capítulo se ocupa de las “Crónicas de viajes de conquistadores y naturalistas”,
especialmente de Carvajal y la expedición de Orellana; Lope de Aguirre contra
Dios y contra el Rey, Acuña y el viaje de Texeira, así como de la imaginería
europea que bautiza al río Amazonas.
En el capítulo
tres llega a la época de la goma y se encuentra con las voces del “seringal”,
en sus lógicas y desgarramientos amazónicos. Nos habla de los barones de la
goma y, por supuesto, de Nicolás Suárez, de Bolivia, y de Julio César Arana, de
Perú, en lo que vendría a ser una especie de gesta civilizadora. En este
proceso, pleno de leyendas negras, se da la presencia activa de intelectuales y
escritores citados por la autora. Sin embargo, en el caso de Bolivia es notable
la ausencia de Juan B. Coimbra y su novela Siringa, fundamental para comprender
este periodo nacional.
Muchos críticos
no consideran a Siringa como una novela, sin darse cuenta de que la novela es
el género literario que lo consiente todo y que nadie puede decirle a un autor
cómo se debe escribir. En este caso, creo que esta novela se adelanta con
décadas al realismo mágico y por su calidad estética y literaria, así como por
su contenido social y político, la propuse para que la incluyan entre las 15
novelas fundamentales de Bolivia; sin embargo, los criterios mezquinos pudieron
más y quedó fuera de la lista. Lo que no ha evitado que siga siendo considerada
una de las mejores novelas de la selva, mejor que Canaima, de Rómulo Gallegos,
y La vorágine, de José Eustasio Rivera. Así lo han expresado autores como
Fernando Díez de Medina, Porfirio Díaz Machicado, Augusto Guzmán y otros prestigiosos
escritores, críticos y literatos.
A través de la
lectura de Siringa podemos comprender un periodo de la historia de Bolivia que
muy pocos conocen, tanto en su importancia económica como en su consecuencias
sociales y políticas. Poco se ha hablado en nuestro país de que la riqueza que
generó la goma pagando impuestos en Villa Bella, en Beni, fue el ciclo
económico intermedio entre la plata de Potosí y el estaño de Oruro. Durante
muchos años la goma sostuvo al Estado boliviano e incluso financió la Guerra
del Acre y, también, la Guerra del Chaco.
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De TENDENCIAS (La
Razón/La Paz), 28/05/2017
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