Ayer me dijeron
que Las pirañas era «un libro de
referencia». No me dijeron para quién ni de qué. Ahora mismo sigo viviendo la
resaca de su relectura y corrección después de más de veinte años de no haberlo
abierto. ¿Por qué? Pues tal vez por miedo a lo que iba a encontrarme en su
interior, que para mí no tiene gracia alguna, a rememorar episodios desdichados
en lo privados sobre todo y a no querer enfrentar el mayor error de mi vida: no
haberme ido para siempre del lugar en el que vivía y donde di por concluida la
novela: los extramuros de la ciudad en la que nací, escenario a su vez de la
novela Un infierno con jardín. Tal vez eso haya sido el mayor
motivo de desasosiego de esta reedición: lo irremediable y el dolor que le
acompaña. Ni siquiera lo abrí cuando tradujeron algunas páginas al polaco,
ahora que me acuerdo; y sé que está en esa lengua porque la
traductora me lo dijo.
No sé quiénes
pueden ser sus lectores hoy, cuando el tiempo es otro y los lectores, cuando
los hay, también. Los pozos negros son igual de malolientes que entonces, pero
me temo que más profundos. ¿Aquel desbarre es la madre de este? No lo sé.
Lo que sí sé es que los cambios sociales también alcanzan a la literatura y la
golpean de lleno, y aquello que fue celebrado y aplaudido cuando apareció por
primera vez es desdeñado por ilegible casi, unos años después, además de haber
caído en el olvido: títulos, autores… «dolor de papeles que ha de llevar
el viento». Me pregunto cómo podrá leer esas páginas un lector, una lectora que
esté en la veintena, en la treintena, en… y que era un niño cuando aquella
novela hizo ruido, al menos durante un tiempo. ¿Qué reconocerá, qué le
resultará familiar o extraño, qué repulsivo, qué ridículo…? No voy a decir que
no me importe la opinión o la lectura de gente de mi generación, pero sí que es
la de gente más joven la que hoy me interesa.
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De
VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 15/05/2017
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