Wednesday, May 17, 2017

Las heridas de Antígona/Justicia y piedad según Natalia Ginzburg

RAMÓN MAYRATA

El nombre de Natalia Levi apenas dice nada. Pertenece a una muchacha nacida en Palermo, de apellido hebreo. De hecho, su padre fue encarcelado y procesado por antifascismo, junto a sus tres hermanos. Su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por la adversidad, la tragedia y la muerte. Desde niña buscó consuelo en la escritura. Años después, Natalia mientras escribía este pequeño libro sentía que un lobo pasaba entre sus pensamientos. La historia de una niña adoptada, Serena Cruz, había reavivado el horror y la repulsa de pasadas tragedias. Para ella los años de la guerra fueron también tiempos de persecución. Su marido murió en prisión, con la mandíbula rota.  Adoptó su apellido para firmar su propia obra en la que  afrontó las demoledoras consecuencias del conflicto. Revolverse contra las injusticias sociales y hacer frente a la ausencia de valores, la soledad y la incomunicación, se convirtieron en un mandato. Su deseo de reflejar la realidad inmediata, encontró inspiración en el caso real de Serena Cruz, que dividió Italia en dos fracciones enfrentadas. 

Cuando los nuevos padres de Serena fueron acusados de irregularidades en el proceso de adopción, la ley fue concluyente: La niña debía ser  apartada de ellos. Natalia Ginzburg adoptó la perspectiva de los que han sufrido y se situó del lado de la más desvalida. Exigió que se tuvieran en cuenta los deseos de  la niña que ya había establecido con sus nuevos padres y hermano vínculos de afecto. Había hecho del conocimiento interior, a través del sueño y de la memoria, la clave de sus escritos. Demostró que también era capaz de trasmitir sus intuiciones y desasosiegos con la contundencia de un panfleto.

Al otro lado de la trinchera se hallaba Norberto Bobbio. En  ámbitos democráticos, el filósofo era la referencia  intelectual y moral más respetada en el siglo XX, Señaló la contradicción entre el corazón y la razón, afirmando que eran irreconciliables. La Ginzburg repuso que ningún razonamiento puede suplantar lo  que ve con sus propios ojos y que no puede existir justicia sin piedad. Problema de un enorme calado. Bobbio afirmaba que la justicia no admite un doble rostro. La ley debe ser igual para todos. No es posible adaptarla de manera específica a cada caso. Por otra parte, aquella ley resultaba ejemplar. Había sido aprobada por unanimidad, con la participación de expertos y la intención de proteger a los niños, desactivando el mercado clandestino de adopción.

Si Bobbio era certero en sus razonamientos jurídicos, la Ginzburg lo era también al perfilar sus sentimientos. Se había iniciado en la literatura tras los pasos de Chéjov. Del maestro admiraba la concisión. Comprendió que en literatura el azar se confunde con la indiferencia y es ineludible conjurarlo. Eligió escribir sólo sobre aquello que amaba. Y adquirió un sorprendente poder para levantar la piel de los seres y mostrar su interior. Las palabras tocan, ven, huelen, saben, en este texto.

Nada les es extraño. A la ley sí: Los sentimientos le son extraños. De este modo la Ginzburg abríó de nuevo las heridas incurables de Antígona. A Bobbio le correspondió el papel de Creso, defender la razón de Estado, el  bien supremo de la comunidad. Allí, donde habitan los sentimientos, la ley  no es el amo. Y eso es precisamente lo que olvidó Bobbio/ Creonte. Lo que no tiene en cuenta  el ideal ilustrado. La Ginzburg, sostuvo con firmeza que el fin de proteger la universalidad de los niños no justifica una acción cruel realizada sobre la persona de un solo niño.

¿Qué pasó después? Sabemos que ventiún años después una joven llamada Camila utilizó los procedimientos de un detective para volver a encontrar a su familia de adopción. Renunció a su nombre, recuperó el de Serena Cruz y reemprendió la vida junto a ellos. 


La historia me evoca una extraña metáfora que empleara Wittgenstein:  Si un día alguien escribiese en un libro las verdades éticas, expresando qué es el bien y qué es el mal en un sentido absoluto, ese libro provocaría una explosión de todos los otros libros, haciéndolos estallar en mil pedazos.


Natalia GinzburgSerena Cruz o la verdadera justicia, traducción Atalaire, 150 páginas, Ediciones El Acantilado, Barcelona, 2010.


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De EL NORTE DE CASTILLA

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