RAMÓN MAYRATA
El nombre de
Natalia Levi apenas dice nada. Pertenece a una muchacha nacida en Palermo, de
apellido hebreo. De hecho, su padre fue encarcelado y procesado por
antifascismo, junto a sus tres hermanos. Su infancia y adolescencia
estuvieron marcadas por la adversidad, la tragedia y la muerte. Desde niña
buscó consuelo en la escritura. Años después, Natalia mientras escribía este
pequeño libro sentía que un lobo pasaba entre sus pensamientos. La historia de
una niña adoptada, Serena Cruz, había reavivado el horror y la repulsa de
pasadas tragedias. Para ella los años de la guerra fueron también tiempos de
persecución. Su marido murió en prisión, con la mandíbula rota. Adoptó
su apellido para firmar su propia obra en la que afrontó las
demoledoras consecuencias del conflicto. Revolverse contra las injusticias
sociales y hacer frente a la ausencia de valores, la soledad y la
incomunicación, se convirtieron en un mandato. Su deseo de reflejar la realidad
inmediata, encontró inspiración en el caso real de Serena Cruz, que dividió
Italia en dos fracciones enfrentadas.
Cuando los nuevos
padres de Serena fueron acusados de irregularidades en el proceso de adopción,
la ley fue concluyente: La
niña debía ser apartada de ellos. Natalia Ginzburg adoptó la
perspectiva de los que han sufrido y se situó del lado de la más desvalida.
Exigió que se tuvieran en cuenta los deseos de la niña que ya había
establecido con sus nuevos padres y hermano vínculos de afecto. Había hecho del
conocimiento interior, a través del sueño y de la memoria, la clave de sus
escritos. Demostró que también era capaz de trasmitir sus intuiciones y
desasosiegos con la contundencia de un panfleto.
Al otro lado de
la trinchera se hallaba Norberto Bobbio. En ámbitos democráticos, el
filósofo era la referencia intelectual y moral más respetada en el
siglo XX, Señaló la contradicción entre el corazón y la razón, afirmando que
eran irreconciliables. La Ginzburg repuso que ningún razonamiento puede
suplantar lo que ve con sus propios ojos y que no puede existir
justicia sin piedad. Problema de un enorme calado. Bobbio afirmaba que la
justicia no admite un doble rostro. La ley debe ser igual para todos. No es
posible adaptarla de manera específica a cada caso. Por otra parte, aquella ley
resultaba ejemplar. Había sido aprobada por unanimidad, con la participación de
expertos y la intención de proteger a los niños, desactivando el mercado
clandestino de adopción.
Si Bobbio era
certero en sus razonamientos jurídicos, la Ginzburg lo era también al perfilar
sus sentimientos. Se había iniciado en la literatura tras los pasos de Chéjov.
Del maestro admiraba la concisión. Comprendió que en literatura el azar se
confunde con la indiferencia y es ineludible conjurarlo. Eligió escribir sólo
sobre aquello que amaba. Y adquirió un sorprendente poder para levantar la piel
de los seres y mostrar su interior. Las palabras tocan, ven, huelen, saben, en
este texto.
Nada les es extraño. A la ley sí: Los sentimientos le son extraños. De este modo la Ginzburg abríó de nuevo las heridas incurables de Antígona. A Bobbio le correspondió el papel de Creso, defender la razón de Estado, el bien supremo de la comunidad. Allí, donde habitan los sentimientos, la ley no es el amo. Y eso es precisamente lo que olvidó Bobbio/ Creonte. Lo que no tiene en cuenta el ideal ilustrado. La Ginzburg, sostuvo con firmeza que el fin de proteger la universalidad de los niños no justifica una acción cruel realizada sobre la persona de un solo niño.
¿Qué pasó
después? Sabemos que ventiún años después una joven llamada Camila utilizó los
procedimientos de un detective para volver a encontrar a su familia de
adopción. Renunció a su nombre, recuperó el de Serena Cruz y reemprendió la
vida junto a ellos.
La historia me
evoca una extraña metáfora que empleara Wittgenstein: Si un día alguien
escribiese en un libro las verdades éticas, expresando qué es el bien y qué es
el mal en un sentido absoluto, ese libro provocaría una explosión de todos los
otros libros, haciéndolos estallar en mil pedazos.
Natalia
Ginzburg. Serena
Cruz o la verdadera justicia, traducción Atalaire, 150 páginas,
Ediciones El Acantilado, Barcelona, 2010.
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De EL NORTE DE
CASTILLA
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