RODOLFO KUSCH
Cuando le cuento
a alguien que me radiqué definitivamente en Maimará, siempre me responde con un
gesto de asombro. ¿Por qué?
En realidad
Maimará no queda tan lejos. Apenas dista unos 80 kilómetros de San Salvador de
Jujuy y el camino no es tan malo. Se lo cubre tranquilamente en una hora y
media a través de un paisaje admirable. Pero entonces, si la distancia no es
tanta y hay medios para cubrirla, ¿por qué el gesto?
El asombro alguna razón tiene que tener, y se diría que hace referencia a que Maimará está ubicada en una zona en la cual no se viviría así no más. Es como si estuviera del otro lado, como salvando una frontera. Y he aquí el problema, ¿existe esa frontera? Y más aún, esa frontera ¿está afuera o adentro de uno?
El asombro alguna razón tiene que tener, y se diría que hace referencia a que Maimará está ubicada en una zona en la cual no se viviría así no más. Es como si estuviera del otro lado, como salvando una frontera. Y he aquí el problema, ¿existe esa frontera? Y más aún, esa frontera ¿está afuera o adentro de uno?
Los chinos de la
época de los Han enviaban a sus ministros, cuando éstos no cumplían debidamente
con sus funciones o no respondían a los designios del Emperador, al borde del
imperio para que recobraran sus fuerzas.
Seguramente lo mismo hacían los incas. Tenían un imperio de cuatro zonas y al borde se ubicaba la barbarie. Los incas vivían en el centro del imperio, el Cuzco. Y ese centro, no era sólo el centro geométrico, sino el ombligo del mundo, donde descendían los dioses y desde donde se administraba el imperio. El mundo era concebido como una isla de lucidez donde el emperador era asistido por los dioses, pero cuyo mandato llegaba sólo hasta el borde, ya que un poco más allá no cabía ninguna lucidez porque estaba el caos. Hasta aquí no llegaba el orden puesto por los dedos divinos. Sin embargo, allí empezaba un caos que era necesario ya que al fin de cuentas ahí el ministro debía a realimentarse con nuevas energías.
Seguramente lo mismo hacían los incas. Tenían un imperio de cuatro zonas y al borde se ubicaba la barbarie. Los incas vivían en el centro del imperio, el Cuzco. Y ese centro, no era sólo el centro geométrico, sino el ombligo del mundo, donde descendían los dioses y desde donde se administraba el imperio. El mundo era concebido como una isla de lucidez donde el emperador era asistido por los dioses, pero cuyo mandato llegaba sólo hasta el borde, ya que un poco más allá no cabía ninguna lucidez porque estaba el caos. Hasta aquí no llegaba el orden puesto por los dedos divinos. Sin embargo, allí empezaba un caos que era necesario ya que al fin de cuentas ahí el ministro debía a realimentarse con nuevas energías.
Símbolos así
parecieran responder a un plan divino. Por eso el sentido de por qué se enviaba
al ministro al borde del imperio: debe ser el mismo que alienta el clima mítico
de los héroes gemelos que descienden al infierno. En un manuscrito maya-quiché
denominado el Popol-Vuh se relata el descenso de los héroes gemelos al
infierno. Este estaba representado por una ciudad denominada Xibalbá habitada
por doce señores. Los héroes vencen a los doce personajes y si bien aquellos
son sacrificados, de su muerte surge una nueva era, la de los hombres de maíz
Es el tema de la muerte y transfiguración desarrollado frecuentemente por las
cosmogonías.
De estas dos leyendas saquemos sólo un dato: se cruza la frontera de la lucidez, ya sea para recobrar energías como en el caso del ministro, o para recuperar toda la conciencia o sea una lucidez mucho mayor en el caso de los héroes, la conciencia mágica de ser totalmente uno mismo.
Y vivir en Maimará ¿significa descender al infierno? Nos cuesta creer eso. Todos nosotros somos inteligentes y no vamos a aceptar que el infierno se da ahí nomás. Yo soy dueño de mis actos y considero que el espacio está vacío y puedo disponer de mis actos libremente con sólo estudiar bien las circunstancias del caso. Sin embargo, siempre aparece el vecino que me resulta antipático, que la medianera se desvía unos centímetros. Que la casa en que vivo o la cuadra es sagrada respecto a las esquinas. Que mi barrio es sagrado respecto a los otros barrios. Que mi ciudad es más linda que las otras. Que la nación en que vivo es mucho mejor que las naciones que me rodean o que la tierra está habitada por hombres mucho más lindos que los marcianos. Qué rara necesidad nos lleva a constituir un infierno al cabo de una frontera móvil, ya sea después de la medianera, ya sea a una cuadra de mi casa, o a 80 kilómetros, hasta abarcar las galaxias. Realmente no distamos mucho de los incas y de los chinos. Nuestro mundo moderno vive enredado en las telarañas de viejos arquetipos.
¿Es que de nada valieron milenios de lucha para lograr lo que llamamos conciencia y civilización? ¿Siempre nos seguimos creando un pequeño imperio chino para ver a las fuerzas nefastas pintadas enfrente? Puede ser.
Quizá hemos cerrado el camino. Creemos con ingenua convicción que todo eso se supera con sólo decir que somos objetivos, que el espacio está vacío, que no hay fantasmas y que somos profundamente civilizados. Pero ¿por qué digo que hemos errado el camino?
De estas dos leyendas saquemos sólo un dato: se cruza la frontera de la lucidez, ya sea para recobrar energías como en el caso del ministro, o para recuperar toda la conciencia o sea una lucidez mucho mayor en el caso de los héroes, la conciencia mágica de ser totalmente uno mismo.
Y vivir en Maimará ¿significa descender al infierno? Nos cuesta creer eso. Todos nosotros somos inteligentes y no vamos a aceptar que el infierno se da ahí nomás. Yo soy dueño de mis actos y considero que el espacio está vacío y puedo disponer de mis actos libremente con sólo estudiar bien las circunstancias del caso. Sin embargo, siempre aparece el vecino que me resulta antipático, que la medianera se desvía unos centímetros. Que la casa en que vivo o la cuadra es sagrada respecto a las esquinas. Que mi barrio es sagrado respecto a los otros barrios. Que mi ciudad es más linda que las otras. Que la nación en que vivo es mucho mejor que las naciones que me rodean o que la tierra está habitada por hombres mucho más lindos que los marcianos. Qué rara necesidad nos lleva a constituir un infierno al cabo de una frontera móvil, ya sea después de la medianera, ya sea a una cuadra de mi casa, o a 80 kilómetros, hasta abarcar las galaxias. Realmente no distamos mucho de los incas y de los chinos. Nuestro mundo moderno vive enredado en las telarañas de viejos arquetipos.
¿Es que de nada valieron milenios de lucha para lograr lo que llamamos conciencia y civilización? ¿Siempre nos seguimos creando un pequeño imperio chino para ver a las fuerzas nefastas pintadas enfrente? Puede ser.
Quizá hemos cerrado el camino. Creemos con ingenua convicción que todo eso se supera con sólo decir que somos objetivos, que el espacio está vacío, que no hay fantasmas y que somos profundamente civilizados. Pero ¿por qué digo que hemos errado el camino?
Pues porque si en
algo nos aventajan los viejos sabios, como en el caso de la leyenda de los
héroes gemelos, se debe a que aquéllos insisten en que las fronteras existen,
que el infierno realmente se da del otro lado, pero que, y de aquí la
profundidad de su enseñanza, que siempre es necesario descender al infierno,
morir y transfigurarse para recobrar a través de las tinieblas la verdadera y
auténtica lucidez, la conciencia mágica de ser totalmente uno mismo. ¿Y esto
por qué? Pues porque sí. Será porque entra en el misterio del hecho de vivir.
Será también porque en lo tenebroso y en lo infernal también andan los dedos de
Dios.
Si así fuera vivimos como si estuviéramos en el ombligo del mundo, que, desde mi casa se va diluyendo la ciudad en que vivo y se pierde a 80 kilómetros en un lugar como Maimará, que constituye los confines del imperio mental que hemos levantado para vivir. Siempre en un ombligo, donde vivimos amparados por los dioses, más allá se da el caos, y entre el ombligo y el caos está la frontera que tenemos tanto miedo de cruzar.
Pero lo curioso es que realmente se vive en Maimará. Para dar este paso hubo que pasar de lo habitual donde uno se siente cómodo a lo inhabitual donde se vislumbra la incomodidad y la penuria ¿La penuria de qué? Pues la verdadera penuria, la de sentirse pleno pese al cambio, la de seguir siendo fuerte, ser realmente uno mismo, pero después de haber saltado la frontera, ésa que uno se había creado. Al otro lado de la frontera está uno mismo otra vez pero ahora frente a la montaña, en medio de la gente de Maimará, la que igual que uno crea su pequeño imperio para vivir, pero para hacer esto con una mayor autenticidad, ya que no alcanzan más las fronteras.
Y entonces ocurre el milagro. Se da realmente mi cuarto donde escribo; afuera, en el patio, está un molle grande; enfrente vive el carpintero Choque, y más allá, del otro lado del río se levanta la montaña.
Si así fuera vivimos como si estuviéramos en el ombligo del mundo, que, desde mi casa se va diluyendo la ciudad en que vivo y se pierde a 80 kilómetros en un lugar como Maimará, que constituye los confines del imperio mental que hemos levantado para vivir. Siempre en un ombligo, donde vivimos amparados por los dioses, más allá se da el caos, y entre el ombligo y el caos está la frontera que tenemos tanto miedo de cruzar.
Pero lo curioso es que realmente se vive en Maimará. Para dar este paso hubo que pasar de lo habitual donde uno se siente cómodo a lo inhabitual donde se vislumbra la incomodidad y la penuria ¿La penuria de qué? Pues la verdadera penuria, la de sentirse pleno pese al cambio, la de seguir siendo fuerte, ser realmente uno mismo, pero después de haber saltado la frontera, ésa que uno se había creado. Al otro lado de la frontera está uno mismo otra vez pero ahora frente a la montaña, en medio de la gente de Maimará, la que igual que uno crea su pequeño imperio para vivir, pero para hacer esto con una mayor autenticidad, ya que no alcanzan más las fronteras.
Y entonces ocurre el milagro. Se da realmente mi cuarto donde escribo; afuera, en el patio, está un molle grande; enfrente vive el carpintero Choque, y más allá, del otro lado del río se levanta la montaña.
También ella es una frontera. Y yo sé que si logro cruzarla alguna vez e ir del
otro lado, encontraré, como los héroes gemelos, del otro lado, toda la vida,
ésa que aún no se ha desprendido de los dedos divinos.
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Tomado de Rodolfo
Kusch: Obras completas. Tomo IV. Editorial Fundación Ross, Rosario, Argentina,
2003. Págs. 273-277
Fotografía:
Maimará
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