¿Si el mundo
ampliado, y también incompleto, que nos atribula con avalanchas de nimias
mezquindades, pleitos a muerte, y el funeral de la grandeza para resucitar,
otra vez, la pequeñez de propósitos y la gusanera de la desesperanza, no
tuviera algún oxígeno de redención, qué haríamos?
En aquellos tiempos: las catacumbas y la redención del milagro. Verdad o leyenda, alienta a los sobrevivientes del porvenir.
En aquellos tiempos: las catacumbas y la redención del milagro. Verdad o leyenda, alienta a los sobrevivientes del porvenir.
O la impiadosa
locura del comercio de los esclavos negros. Su gesta de resistencia y huella de
dignidad muestran lo que escribió Hemingway: hay derrotas pero no vencidos.
Y la Europa de
siempre vuelta trizas por el Führer, su definido Adán. Entonces los rusos en el
río Vístula. Los museos de Francia salvando el arte “degenerado”.
América nuestra,
al encuentro de su destino. Apegada a la riqueza sin esfuerzo. A la tierra sin
impuestos. Tolstoi pregunta: ¿Cuánta tierra necesita un hombre?
Ahora hay que
fortalecer los sentimientos que den sentido al porvenir que nos toca
vislumbrar. Resistir pero empujando. Aceptar la convicción de que el destierro
del paraíso nos permite vislumbrar una vida con sudor pero sin más castigos.
En medio de la
avalancha diaria de lo que antes se llamaba robo y ahora corrupción; de las
muertes como solución de diferencias; y todavía las ideologías de campanario
oponiendo sus desvergonzados privilegios a la necesidad de reconciliación y
paz; tanta miseria, qué encuentra el ciudadano ¿? inerme, la mujer que ya no
puede besar a su enamorado en el parque, la familia que insiste en invertir su
escasez en la educación de los hijos, qué tendrá para resistir y salir
adelante. Si, ¿qué?
En el desierto de
salitre con serpientes, me he topado con antiguos consuelos que hoy la soberbia
mercantil desprecia. Aquellos días en que las cajeras de un banco, los
tenedores de libros de una empresa, los celadores nocturnos, los cadeneros de
vías a medio hacer, las mujeres desoladas de las casas de placer, los
profesionales, leían los poemas, las historias con los cuales alguien dejaba
testimonio de la vida.
Ese encuentro de
íntima libertad, le confería al lector una presencia espiritual que al
dignificarlo lo volvía a la semejanza con el Dios que lo creó. Su relación con
los otros se embellecía. No es poca cosa ponerle palabras a los sentimientos.
Allí surge una ética unida a la belleza.
Recuerdan el
poder de aquella frase de don Marcel Proust, a quien hay que leer por leerlo,
sin ansias de terminar, aquella: La sabiduría no se transmite, es menester que
la descubra uno mismo después de un recorrido que nadie puede hacer en nuestro
lugar, y que no nos puede evitar nadie, porque la sabiduría es una manera de
ver las cosas.
O las imaginerías
del hacedor arbitrario que inaugura las buenas maneras del matador: El
considerable cuerpo se desplomó como si los estampidos y el humo lo hubieran
roto…
Así Compa.
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De BAÚL DE MAGO,
columna del autor en EL UNIVERSAL, 10/03/2017Imagen: Wilfredo Lam
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