Mi abuelo
coincidió con Miguel Hernández en la cárcel de Ocaña. Mi abuelo venía del penal
del Puerto de Santa María, donde había pasado los últimos cuatro años desde que
comenzó la guerra y lo enviaban a Burgos, donde debía terminar su condena de
veinte años por rebelión... Miguel Hernández venía de la cárcel de Palencia. Pero
esa diáspora de presos republicanos, penando por las cárceles franquistas de un
lugar a otro de aquella devastada España de la victoria y el rencor, era algo
normal y formaba parte del plan de exterminio y esclavitud al que se sometió a
los vencidos. El poeta de Orihuela acabó muriendo en la cárcel de Alicante y mi
abuelo pasó también por Alcalá de Henares, Buitrago y Cuelgamuros. Ambos
murieron de tuberculosis, de pena, de hambre, de desesperanza. Y como ellos
miles de presos, hombres y mujeres que supieron el sabor, el color y la textura
de la venganza. Para ellos y los que no olvidamos, desde el respeto, y el deseo
de justicia y reparación, vaya esta canción última...
CANCIÓN ÚLTIMA
Pintada, no
vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del
llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.
adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruidosa cama.
Florecerán los
besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se
amortigua
detrás de la ventana.
detrás de la ventana.
Será la garra
suave.
Dejadme la
esperanza.
Miguel Hernández.
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Imagen: Miguel Hernández en el frente
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