JOSÉ CRESPO ARTEAGA
Anteayer (fecha
de eliminatorias), veíamos al Messi de Orinoca a la entrada del túnel, que no
del estadio paceño, haciendo una de esas cosas que mejor sabe hacer: cortar
cintas, develar plaquetas conmemorativas, girar llaves o manivelas, apretar
botones, y todas esas cuestiones que adornan las inauguraciones. Hete ahí, su
incansable mano operaba el milagro de abrir (‘aperturar’ dicen los neologistas)
las válvulas del embalse de Misicuni para calmar la sed de más de medio siglo
de los insaciables cochabambinos. Poco después empezarían a llover los spots
oficialistas con la etiqueta “Misicuni es una realidad” y al ver el ocre
colorido del agua hacía soñar que allí tendríamos un sitio donde abrevar chicha
para siempre.
Tan histórica
jornada debía, naturalmente, ser convenientemente engalanada empezando por el
acarreo de todo tipo de personal, desde edecanes militares hasta azafatas
vestidas de cholitas. Juraría que hasta los helicópteros que trasladaron al
amado líder y al resto de su comitiva estaban relucientes con guirnaldas de
coca. Para los discursos de rigor hubo que montar la tarima correspondiente con
techo, atril, parlantes y demás accesorios para tan magnos eventos. Faltó la
alfombra roja para completar el decorado, pero como allí había sólo barro,
ripio y algunos materiales de construcción, qué mejor que maquillar el
escenario con obreros, cascos, tuberías, vehículos y otras maquinarias. Por
supuesto que las cámaras de la televisión estatal registraban las estampas
desde todos los ángulos posibles.
Más tarde,
observaba en vivo, en los informativos del mediodía, que el caudillo
participaba de otra concentración multitudinaria, en un colegio a escasos
kilómetros de mis aposentos, mientras un ballet folclórico le bailaba una
cuequita para alegrar sus ojos. Obviamente observando la función desde lo alto
de otra tarima para resaltar su estatus de estadista universal. Por un momento
pensé que habían traído bajo la panza del helicóptero el entarimado desde las
montañas de Misicuni, sitio bastante inaccesible por sus serpenteantes
caminos.
Había sido nomás
cierto que el Messi plurinacional trabaja (y juega fútbol por el bien de la
nación) infatigablemente, porque a las pocas horas se lo vio bien sentado en el
palco oficial del Hernando Siles alentando con su inconfundible liderazgo a la
Verde para que diera una lección de altura a la Albiceleste comandada por el
verdadero Messi, que por triquiñuelas infantinas de último momento de la FIFA
el astro, igualmente universal, no pudo salir al césped a pasear su fútbol.
Dicen que el Messi de las alturas invitó al Messi de las pampas a subir al
palco para intercambiar camisetas probablemente, pero el gaucho, bastante
mosqueado, no estaba para tan soberanos caprichos. Esperemos que Infantino y
sus secuaces no le aumenten la sanción por semejante desplante.
Veinticuatro
horas después, los cochalas no nos cambiábamos por nadie, pues seguíamos
celebrando por doble partida: la hazaña de la selección (para dolor de los
argentinos) y la materialización de un sueño largamente anhelado, según
aseveraban las autoridades. Para eso habían llamado al “hermano presidente”,
para que sepa el mundo entero que gracias a sus desvelos nunca más padeceríamos
por el agua, luego de décadas de sufrir las incesantes promesas de los
gobernantes de turno. Con la apertura de las compuertas se canalizaban nuestras
esperanzas, aseguraban por ahí.
Almorzábamos en
casa, almorzaban los trabajadores de la represa en el comedor de campaña.
Venturosa coincidencia que salvó sus vidas, confesaban algunos tras cámaras,
que si no el cuantioso torrente que salía descontrolado del túnel los hubiera
arrastrado colina abajo como ilustraban las frescas imágenes de televisión
mientras el agua carcomía y se tragaba la plataforma como un blando pastel,
arrastrando a su paso tubos y otros materiales dispersos en el lugar. Gran
sorpresa para todos que todo el staff de ingenieros con que cuenta el Proyecto
Hidroeléctrico Misicuni no se había dado cuenta de que las tuberías antiguas
solo tenían capacidad para soportar 300 litros por segundo y le hicieron meter
la pata al caudillo que inauguró un día antes entre sonrisas y aplausos la
provisión de 450 litros/segundo para supuesta felicidad de los cochabambinos,
prometiendo que en los venideros meses el caudal iba a sobrepasar el millar de
litros aguardando que Semapa tendiese los nuevos ductos de mayor
diámetro.
Increíblemente,
el presidente de Misicuni (que se dice ingeniero y antiguo gerente de Semapa
para mayores señas) salió a la palestra a deslindar toda responsabilidad,
achacándole el desastre al alcalde Leyes y al jefe de Semapa de no haber
advertido que la tubería no era apta para mayores presiones y que además ya
tenía bastantes años de antigüedad. Lógicamente, desde el municipio devolvieron
la pelotita acusando al gobierno central de apresurar la inauguración con fines
propagandísticos. En el medio, se especula también que Ende (empresa nacional
de electricidad) tendría parte de la culpa al no haber concluido trabajos que
venía realizando. Mientras la población se pregunta quién pagará los platos
rotos (una millonaria pérdida de tiempo y recursos), continua latente el
peligro en cada obra que inaugura el régimen masista (¿se acuerdan del colapso
del puente del alcalde Cholango que por pura chiripa no mató a nadie a pocos
meses del estreno?). ¡Qué otra cosa se puede esperar en el país del “le meto
nomás”!
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De EL PERRO ROJO
(blog del autor), 30/03/2017
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