Berry fue un
guitarrista de referencia y gran originalidad, así como uno de los mejores
letristas de la historia del rock and roll.
Sexualidad y
poesía: la primera era radical, emocionante, y a veces inquietantemente
explícita en la música de Chuck Berry, el influyente precursor del rock
and roll, fallecido a la edad de 90 años el pasado 18 de marzo. La segunda
se hizo patente con mayor lentitud, mediante un proceso de destilación, pero
quizás con incluso mayor vigor en su obra. Las canciones que escribió y cantó,
en una época en que la autoría de la música era en sí algo extraño entre
cantantes de pop, veneraban al eros como un premio
tabú por sufrir las tribulaciones de la vida adolescente durante los años
centrales del siglo pasado en los EE. UU. Era el premio que esperaba en
los asientos traseros después de un día de clases aburridas, profesores carcas
y empleos por las tardes. Con todo, había arte en ello: desde el chico que
babea durante las clases descrito en las letras y el fuerte martilleo rítmico
de fondo, hasta la sinuosa potencia muscular de su forma de tocar la guitarra
eléctrica y la descarada y masculina carnalidad de sus actuaciones sobre el
escenario.
Cuando padres,
profesores y ancianos religiosos se alarmaron por la nueva y extraña vena de la
emergente música pop de los años 1950, Chuck Berry era la personificación de
todo lo que temían y desconocían: un carismático hombre de color que alteraba a
los adolescentes de todas las razas y clases. Al tiempo que el movimiento a
favor de los derechos civiles tomaba fuerza, con el debate en los medios sobre
la segregación en las escuelas y las restricciones de alojamiento, Berry desató
y avivó los miedos más antiguos a las posibilidades de la integración, mediante
mensajes bailables que escuchaban millones de adolescentes.
Berry fue
arrestado y encarcelado por haber violado la ley Mann al trasladar a una joven
de 14 años a través de las fronteras del estado. Las informaciones parecían
validar la incomodidad de los críticos de Berry y el carácter casi pedófilo de
canciones como Sweet Little Sixteen, si bien no había nada
cuestionable en que una fan de 16 años acompañase cantando esa canción,
resultaba diferente al oírla de la voz de Berry, que tenía 31 años por aquel
entonces. Cuando resurgió en 1972, tras varios años alejado de los carteles de
los éxitos del pop, alcanzó el primer y único “número uno” de su carrera: la
novedosa canción My Ding-a-Ling. No sorprendió escuchar a Berry
hacer bromas soeces sobres sus genitales.
Aun así, si Chuck
Berry no fuese más que un ejemplar supremo del pop lascivo, sería tan solo otro
Hank Ballard e histórico, solamente, por ser precursor de Marvin Gaye y Prince.
Pero Berry fue mucho más: un maestro en múltiples artes, un guitarrista de gran
influencia y originalidad, un intérprete tan dinámico que su presencia podía
trascender con contundencia la música de las bandas que lo acompañaron de
manera exclusiva durante décadas y uno de los mejores letristas que haya dado
la historia del rock and roll.
Las letras de
Berry eran puramente poéticas: vívidos relatos de sus años de juventud, llenos
de humor y disparatados juegos de palabras, enraizados en la concreción pero, a
la vez, suficientemente universales para ganarse a un público amplio.
Sumergiéndose en sus propias memorias, Berry solía escribir con veracidad sobre
las preocupaciones comunes de jóvenes normales. Escribió sobre acudir a la
escuela y odiarla, sobre la emoción de hacer novillos en un descapotable
trucado, conduciendo con la radio sonando, sin un lugar concreto al que
ir.
Solo Berry podía
conjurar una escena de unos jóvenes recién casados con la precisión de los
versos de You Never Can Tell:
Amueblaron su
apartamento
Con muebles de
rebaja comprados por correo
Y la nevera estaba repleta
De refrescos y
comida precocinada
En aquellos
primeros años del rock and roll, Berry a menudo parecía el único
capaz de escribir cosas como los insolentes pareados de Too Much Monky
Business:
Currar en la
gasolinera, demasiadas tareas que hacer
Limpiar las
ventanas, comprobar los neumáticos, revisar la gasolina.
Se puede percibir
el origen del hip-hop en esas breves palabras y es imaginable pensar en un
joven Bob Dylan emocionado con el efusivo, agitado y perfectamente imperfecto
lirismo callejero de las canciones de Chuck Berry, mucho antes de que
escribiese algo como Subterranean Homesick Blues.
La sexualidad en
la música de Berry era ocurrente y divertida, y también algo inquietante, pero
su poesía perdura.
Fuente: https://www.thenation.com/article/chuck-berrys-poetry-endures/
Traducción: José Manuel Sío Docampo
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De SIN PERMISO,
25/03/2017
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