JORGE MUZAM
Hay vida a pesar
de Trump. Apogeo de una estación olorosa a membrillo. Ires y venires de
hormiguitas humanas que trabajan incansablemente para eternizar su forma de
amar y de odiar.
Los manzanares se
retuercen de tan cargados. Hay castañas diseminadas en los patios, a orillas
del camino, cajetillas espinosas a medio abrir que se pudrirán con el próximo
invierno. Volvemos a cocinar guisos cálidos, lentejas con tomillo. Al mate le
agregamos agua más caliente. El oloroso cedrón permanece humedecido con el
rocío cordillerano. La estufa arde en la penumbra de una habitación silenciosa.
Los libros descansan en la esquina del escritorio. Tobías Wolff tirita por una
nueva copa. Se ha descargado el celular. El reloj de la pared anda atrasado.
Los minutos se pasman con las bravuconadas imperialistas expelidas desde el televisor, la radio, los diarios, internet. Imaginamos hongos atómicos asomándose detrás de las montañas, nubes negras cubriéndonos el sol, abejas derribadas, rosas tristes, vacas mugiendo ante un pasto envenenado. Y los niños, todos los niños buscando una explicación ante ese ventanal donde se oscurece el mundo.
Digo que tengo
hijos, pareja, amigos, parientes, gente a la que estimo. Considero que no
molestamos a nadie y solo queremos vivir tranquilos aportando lo nuestro,
contribuyendo a la continuidad de las estaciones, regando el tomatero en época
de sequía, tomando las uvas que nos prodiga el otoño, oliendo la flor del
castaño. ¿Nos importa el resto? Claro que sí. Pero ayudamos con organización,
prolijidad, asesoría, presencia, cultivo, construimos bases sólidas basadas en
el respeto mutuo, enriquecidas con la diversidad, resistentes para soportar los
zapateos de una vida enfiestada.
Pero hay locos
que nos quieren dejar sin nuestra paz. Embajadores plenipotenciarios de la
codicia humana. Locos que destruyeron Siria, Irak, Afganistán, Líbano, que irán
por Corea, Irán o Venezuela. Locos que hace 44 años estropearon mi propio país.
Pienso en los niños. En todas partes desearían ir alegremente a un colegio,
jugar en las plazas, subirse a los árboles, flirtear con un compañero, tener
padres sanos, respetados y fuertes hasta llegar a ser adultos. Pero hay locos
que amenazan todo esto. Y antes eso, los viejos, los que ya tenemos parchada el
alma, el corazón rugoso de tanto frío cósmico, la mirada haciendo saudade ante
la nada, los viejos estandartes de la era sacrificada, no podemos sino ponernos
el turbante afgano y rebelarnos con toda la fiereza posible. Nada nos espera
por delante más que seguir combatiendo con armas de sombrero de conejo en esta
infatigable batalla de la historia.
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De CUADERNOS DE
LA IRA (blog del autor), 19/04/2017
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