RICARDO
MARTÍNEZ LLORCA
Potosí
Ander
Izagirre
Libros del K.O.
Madrid, 2017
198 páginas
La facilidad de
Ander Izaguirre (San Sebastián, 1976) para la crónica es desconcertante. El
género no es más sencillo que el relato o la novela breve. Requiere otros
valores, como la inmediatez, que se traduce, durante la lectura, en que el
texto tiene que estar vivo a la fuerza. O sentimos lo que leemos como si fuera
parte de nuestro presente, o la crónica fracasa. Una novela puede sonar a
viejo, a polvo, a cenizas y conservar valores. Puede, incluso, no sonar o sonar
a falsa literatura y resultar un éxito de crítica. Pero la crónica tiene que
mantenerse viva. Por remitirnos a un ejemplo que tiene algo en común con este Potosí, que
se suma a la lista de aciertos de Izaguirre, Las venas abiertas de
América Latina siguen vigentes. Tal vez mereciera una revisión la
parte más contundente de ensayo periodístico, pero la crónica está viva.
Eduardo Galeano y su espíritu flotan en Potosí, como también
Naomi Klein y La doctrina del shock. Pero Izaguirre siempre se
arrima más al suelo que la escritora canadiense, y en el suelo se topa con
personas humildes, con vidas en la miseria. Si Naomi Klein escribe sobre el
bosque, Izaguirre lo hace sobre cada uno de los árboles. Y nosotros deberíamos
leer a los dos.
El libro se
divide en dos visitas a la ciudad y el cerro rico de Potosí. En la primera
conocemos la suerte, mala, de mineros enfermos y la descripción del trabajo
claustrofóbico dentro de la montaña. Hace mucho tiempo que se vaciaron las
grandes vetas de plata del cerro, pero se ha seguido taladrando tanto, que ha sido
necesario invertir en rellenar parte de las excavaciones. Sorprende ese
proyecto faraónico para que no se derribe una montaña piramidal y asesina.
Durante esta visita, Izaguirre coteja las injusticias históricas a cuenta de la
plata y el estaño con los testimonios del presente. En esos testimonios, a
medida que avanza el libro, se imponen las voces de los más desfavorecidos, los
niños, sí, pero sobre todo las mujeres. Y por encima de todo, las
preadolescentes de las que se abusó con impunidad, condenadas a una vida de
cucaracha. Beben agua que les destroza los riñones, se esconden y hasta se ven
en la tesitura de tener que matar a los hijos frutos de las violaciones, si es
que los golpes que reciben no los han asesinado antes dentro de los vientres.
En la segunda
visita, Izaguirre aterriza en Bolivia con los deberes hechos. Conoce y asimila
los datos: la historia de un pueblo masacrado, los golpes de estado y las
aberraciones a punta de fusil, la omnipotencia de los oligarcas mineros.
Recorre el pasado del Ché Guevara en Bolivia, la canallada de la Operación
Cóndor en Sudamérica, los planes económicos que asfixiaron a Bolivia bajo la
batuta de los Chicago Boys, las torturas y los secuestros de activistas y se
encuentra con viejas historias de curas viejos que colaboraron con la
resistencia contra la tiranía. En su viaje no solo acudirá de nuevo a las
faldas del cerro, también paseará y se entrevistará con habitantes de las
villas miseria. Y de nuevo se verá atraído por la lucha de las mujeres. Con
inusitada facilidad, integra las muletillas y el sonido del habla de quienes se
revolvieron contra la realidad.
Pero este libro
contiene una maldición que Izaguirre hace explícita. Es necesario conocer, es
imprescindible divulgar. No estamos sobre un mundo color de rosa y con sabor a
casita de chocolate. Y no todos podemos llegarnos hasta Potosí para
entrevistarnos con los desafortunados. Algo hay que hacer para torcer el rumbo
del presente y para que esa gente deje de tener el aspecto de los desheredados,
del horror. Potosí contiene el azote que nos debemos dar, pero a la hora de la
verdad, ¿para qué sirven libros como este? Leerlo no basta para sentir que uno
ha participado en arreglar el mundo. Y, sin embargo, nos creemos mejores por
haberlo leído. Gracias, Ander, por acribillarnos con esa bala. Nos la
hemos merecido.
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De CULTURAMAS, 12/02/2017
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