Chispeaba nieve
nada más salir de casa. Ha ido arreciando conforme subía a la cruz de Auzkue.
Día desapacible, luz lechosa, los caminos un barrizal de las borrascas de los
últimos días, mucha hojarasca. Se oía el paso de alguna bandada de grullas,
luego nada, los grajos y con ellos Schubert y el caminante solitario de
su Viaje de invierno, en las voces de Dietrich Fischer-Dieskau y Gerarld
Moore, pero eso ahora, a cubierto. Arriba me he acordado de Caspar David
Friedrich, de sus personajes vueltos de espaldas de cara a un paisaje a esa
línea del horizonte que se nos aleja cuanto más nos acerquemos a ella. No hay
quietud que valga. Friedrich me queda lejos, digo, pero lo cierto es que me
gustaría tenerlo cerca, ahora que el ruido te aplasta y no eres tú solo el que
andas extraviado, perplejo, indignado, intimidado... ¿Qué más? Nada que ver con
la quietud del pintor ni con la fortuna de poder pasar un par de horas de una
senda a otra. Caminar para espolinar la sesera, para espantar los dichosos
murciélagos Lo dice el poeta, no puedes volver atrás, pero te gustaría,
aunque fuera para pegártela en otra trocha, en eso pocos engaños caben.
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De VIVIRDEBUENA
GANA (blog del autor), 24/11/2015
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