MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ
En uno había
troskos o maoistas o algo, yo qué sé, si todos han dado en lo mismo o en muy
parecido, la cucaña, la cucaña... y también camelletes que ejercían en el
barullo de la acera y con los que no era difícil tener grescas; hoy debajo de
las banquetas de hule rojo y del cartel de les Frères Jacques corrían ratones, y en un rincón, un lector leía
aplicadamente a Lèvi-Strauss...Lo encontré de escenario de una novela que he
olvidado.
En el otro,
ruidoso, lleno de humo, había aprendices de artistas de la vecina École de
Beaux-Arts, mucha zamarra de borrego, se bebía abundante vino baratejo y las
copas quedaban vacías sobre la mesa, hasta cubrirla, y Ablitas peroraba acerca
de Proust y de los Tayllerand-Perigord y de Toulouse-Lautrec con quien decía
estar emparentado, mientras que J., que hoy lleva las finanzas de una
secta, alababa las virtudes del blanc-cassis, y K. soplaba a más y mejor, y no
sabía que era un suicida, y el pintor Gallego hacía retratos al paso entre
trago y trago, y loqueaba poéticamente... Ah, sí, y un día entró Mick Jagger a
mear y causó sensación. Hoy es un local de medio lujo, con estilo, con clase y
los camareros te miran de arriba abajo...
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De
VIVIRDEBUENAGANA (blog del autor), 20/03/2017
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