PAZ MARTÍNEZ
Ya desde el
cielo, las imágenes sobrecogen porque la belleza persiste a pesar de la
perspectiva. Desde el helicóptero podemos contemplar el manto impoluto
característico de esta tierra. Nieve blanca y virgen salpicada de lunares rojos
que nos dicen que la vida se mantiene a pesar de que, cada vez, es más
complicado, que si no se remedia, en pocos años desaparecerá completamente.
Tuvimos muchas dudas sobre el transporte a utilizar para cruzar, de Este a
Oeste, este subcontinente. Unos decían que en trineo, otros que helicóptero,
pero ganaron los tiempos y recorridos y esperamos poder volver en otoño y vivir
una aventura de verdad. A pesar de lo que podamos creer, Groenlandia no es un
lugar silencioso, a partir de cierto momento el crujido del hielo, el trabajo
secreto del mar y el sol, se escucha a kms a la redonda. Al principio podría
parecer la caída de un árbol, inexistente, pero, a medida que te acercas al
Este, se convierte en estruendo. También cambia el paisaje, que desde la altura
parece llano y al vislumbrar el Oeste no distingues la tierra del mar, a no ser
porque parece estar en obras.
La costa Oeste está plagada de icebergs de todos
los tamaños y colores debido a que el fiordo de Ilulissat es el desagüe del
glaciar Sermq Kujalleq, el más activo del Ártico y estudio para los datos del cambio
climático. Tiene un tamaño mayor que Francia pero últimamente se resquebraja
antes y en mayor cantidad. Es un mundo al revés, una tierra llana y un mar con
baches, pero en Groenlandia nada es igual al resto el mundo. A pesar de no
haber árboles, la madera aparece por cualquier rincón, al igual que los
colores, porque siguen con eso tan nórdico que es pintar de color chillón la
vivienda, al igual que la contaminación, que no es humana sino natural (por lo
menos aquí, no dicen lo mismo más al norte). El piloto nos comenta que el
invierno ha sido muy corto y llevan 15 días de un sol radiante y unas
temperaturas anormalmente altas, parecidas a las de verano, lo que preocupa
mucho, ya que dependen de la pesca y la caza, cada vez menor por el
calentamiento y el deshielo. Es bueno para el turismo, dice, pero el turismo es
dinero rápido y efímero, es peligroso vivir de él, lo arrasa todo. Nos llama
mucho la atención escuchar algo así de alguien que vive de los visitantes pero,
como ya dije, Greenland is different, es más, creo que es la cuna del surrealismo.
Mientras sobrevolamos la ciudad recordé a Dalí y sus relojes blandos al ver
aquellas casas a medio tapar y el barco de la bahía entre el agua y el hielo.
Cuando tocamos tierra, la cosa mejoró ya desde la casa de Adam, nuestro guía, marinero, cazador, profesor de cerámica, trianero (conductor de trineos), historiador y, por supuesto, filósofo, nos dio la bienvenida con una master class sobre el hombre y la naturaleza. Tras registrarnos en el hotel nos dimos un paseo entre la blandura y el gentío (5000 habitantes, un tropel) camino del "club social", que no era otra cosa que una especie de gran supertodo: bar de copas, cine, lugar de reunión, tienda y secadero de bacalao. Tuvimos la suerte de llegar en el instante que el alcalde hablaba sobre el nuevo aeropuerto que hará más grande y próspera la ciudad, aunque ya sabemos que el "progreso" no gusta demasiado por aquí. Vestido con su traje y corbata, acompañado por fotógrafos y otros encorbatados, detalló cada edificación, cada financiación, cada patrocinio que saldría de aquel proyecto para, al terminar, ponerse un traje de aguas y subir a su "lancha/taxi" y dejar a su cohorte en un nuevo escenario. Porque, sí, el alcalde también es el taxista. El día es magnífico, bullicioso, podría asegurar que hoy nadie permanece en casa, que tanto niños, perros, ancianos y demás corazones latientes, pululan por algún lugar del exterior, lo que nos permite ver sus caras, sus mezclas, sus taras, sus pasiones. Aquí poco o nada se sabe de Erik el rojo, aquí el héroe es Rasmussen, el explorador y antropólogo originario de esta zona que, pudiendo llevar una vida acomodada en Dinamarca prefirió el estudio de los inuit, pueblo al que pertenecía su madre. Un hombre unido a la tierra y su valor, un hombre que consiguió unir dos mundos, dos culturas, dos jerarquías y convertirlas en una, la groenlandesa.
Son las 10 de la
mañana, las 14 en España, hace dos horas que he llegado y ya me he enamorado de
este lugar, del banco del puerto y los gritos del hielo, del temor de esta
gente al sol y al calor, y su pasión por los paseos de estos colosos gigantes
que van cambiando el skyline de la ciudad cada 10 segundos, de su sabiduría
natural para sobrevivir en un entorno hostil, rodeados de osos, focas,
bisontes, orcas, ballenas y todo bicho en vía de extinción, como ellos. Hace
dos horas que he llegado y ya he decidido dónde quiero morir. (Continuará)...
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Fotos: Paz Martínez
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